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martes, 3 de agosto de 2010

Lecturas del Lunes XVIII Tiempo Ordinario. Ciclo C. 2 de agosto 2010

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Jeremías (31, 1-7)
“En aquel tiempo, dice el Señor, yo seré el Dios de todas las tribus de Israel y ellos serán mi pueblo.
El pueblo de Israel, que se libró de la espada, halló misericordia en el desierto y camina hacia el descanso; el Señor se le apareció de lejos”.
Esto dice el Señor: “Yo te amo con amor eterno, por eso siempre me apiado de ti. Volveré, pues, a construirte y serás reconstruida, capital de Israel. Volverás a tocar tus panderos y saldrás a bailar entre músicos y coros; volverás a plantar viñas en los montes de Samaria y los que las planten, las disfrutarán. En la montaña de Efraín gritarán los centinelas:
‘¡Ya es de día! ¡Levántense y vayamos a Sión, hacia el Señor, nuestro Dios!’ ”.
Esto dice el Señor: “Griten de alegría por Jacob, regocíjense por el mejor de los pueblos; proclamen, alaben y digan: ‘El Señor ha salvado a su pueblo, al grupo de los sobrevivientes de Israel’ ”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial
Jeremías 31
El Señor será nuestro pastor.
Escuchen, pueblos, la palabra del Señor, y anúncienla aun en las islas más remotas: “El que dispersó a Israel lo reunirá, y lo cuidará como el pastor a su rebaño”.
El Señor será nuestro pastor.
Porque el Señor redimió a Jacob y lo rescató de las manos del poderoso. Ellos vendrán para aclamarlo al monte Sión y vendrán a gozar de los bienes del Señor.
El Señor será nuestro pastor.
Entonces se alegrarán las jóvenes, danzando; se sentirán felices jóvenes y viejos, porque yo convertiré su tristeza en alegría, los llenaré de gozo y aliviaré sus penas.
El Señor será nuestro pastor.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Mateo (15, 21-28)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”.
Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban:
“Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros”. El les contestó: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.
Ella se acercó entonces a Jesús y postrada ante él, le dijo: “¡Señor, ayúdame!” El le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Pero ella replicó: “Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

En el evangelio, hoy nos encontramos con un relato bastante polémico en su interpretación. Jesús ha emprendido un viaje a tierras no judías, allí una mujer bastante insistente le ruega que sane a su hija. Jesús inicialmente acude a la diferencia cultural entre judíos y extranjeros y se refiere a ella, como lo hacía comúnmente el pueblo judío, para quienes los extranjeros eran “perros”. Ante ello la mujer, lejos de entrar en un conflicto por la nacionalidad o por el lenguaje, insiste en lo realmente vital para ella: La salud de su hija. Jesús es duramente confrontado por la fe de esta mujer extranjera, y reconoce que su propuesta de salvación no es solo para los hijos de Israel, sino que tiene un carácter universal, que supera las fronteras y las nacionalidades. Esto demarca una novedad en el ministerio de Jesús, quién ya ha sido rechazado por las autoridades y por unos sectores de su propio pueblo. Ahora él mismo comienza a ver que efectivamente la fe de otros pueblos es mucho más fuerte que la de sus coterráneos.
Estas lecturas de hoy nos sugieren dos reflexiones de fondo: En primer lugar, y siguiendo de cerca la profecía de Jeremías, nosotros creemos y somos anunciadores de liberación y esperanza o estamos sumidos en las concepciones pesimistas de la vida y vemos como las dificultades cotidianas nos oprimen hasta hacernos casi perder la esperanza.
La segunda reflexión la podemos hacer de la mano del evangelio, una mujer de fe inquebrantable, enriquece el proyecto cristiano, exigiendo amorosamente que se abra a la universalidad. El testimonio de esta mujer es el que hemos de tener presente los cristianos de hoy, cuando es tan fácil perder la esperanza o ponerla en asuntos vanos.
Tanto el Israel del regreso a casa como la mujer extranjera son paradigmas de autenticidad y gozo en la vivencia de la fe, dejémoslo entonces provocar por esta radicalidad para nutrir nuestra propia experiencia cristiana.

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