1.- LA TRAMPA SADUCEA Y LA FE EN LA RESURRECCIÓN
Por Gabriel González del Estal
1.- Los saduceos, que no creían en la resurrección de los muertos, pensaban que les iba a resultar muy fácil poner en un verdadero aprieto a Jesús. Para conseguirlo prepararon una pregunta capciosa, a la que –pensaron- Jesús no podía responder sin incurrir en contradicción, o caer en ridículo ante los que preguntaban. Es lo que desde entonces se ha llamado la “trampa saducea”. El error de los saduceos estaba originado en el falso concepto que tenían de lo que Jesús llamaba resurrección de los muertos. Pensaban los saduceos que Jesús creía que la vida después de la muerte física iba a ser una copia o repetición de la vida que las personas muertas habían tenido aquí en la tierra y se iba a regir por las mismas normas y leyes. Jesús de Nazaret les aclara el significado de la palabra “resurrección”. Las personas resucitadas son personas en el sentido propio de la palabra, pero no necesitarán casarse, ni reproducirse. “Serán como ángeles, hijos de Dios, porque participan de la resurrección”. Yo no sé cómo será la vida después de la muerte, pero sé que será OTRA vida, una vida en la que la materia, el espacio y el tiempo ya no tendrán la última palabra. Será una vida que participará de la vida divina, de un Dios que ni es materia, ni está sometido a las leyes temporales del espacio y del tiempo. A lo largo de la historia, muchas personas han pensado como los saduceos, creyendo que en la otra vida seguiremos teniendo un cuerpo semejante al que tuvimos aquí en la tierra. La frase del catecismo “con los mismos cuerpos y almas que tuvieron” ha inducido a muchos cristianos a pensar que la OTRA vida será una repetición, muy mejorada, desde luego, de la vida que tuvieron aquí en la tierra. Nada de eso. El cuerpo resucitado será un cuerpo espiritual que se regirá por leyes espirituales, leyes que no manan de la materia física, sino del mismo Dios. ¿Que esto es difícil de entender? Por supuesto, la fe no mana del entendimiento racional, sino que es una actitud de toda la persona que confía y se fía de Dios; la fe es siempre un don de Dios. Pidamos nosotros a Dios que aumente nuestra fe en la resurrección, para que no caigamos, como los saduceos, en trampas irresolubles.
2.- Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. La madre y los siete hermanos macabeos son un ejemplo maravilloso de fe en la resurrección. Prefirieron morir, antes que renunciar a su fe. La prescripción de la ley por la que ellos morían era, sin duda, una prescripción que hoy día para nosotros no tiene valor ni significado alguno, pero la fe por la que murieron, la fe en la resurrección de los muertos, sí sigue siendo para nosotros, los cristianos del siglo XXI, una fe iluminadora y fortificante. ¡La fuerza de la fe en la resurrección es inmensa! A lo largo de los siglos miles y millones de personas han preferido morir, antes que renunciar a esta fe. El creer en la resurrección, o el no creer, marca la vida de las personas y las hace reaccionar ante los acontecimientos temporales de forma totalmente distinta. Lo que tenemos que intentar los cristianos es que nuestra fe en la resurrección sea una fuerza invencible para hacer el bien. La fe en la resurrección es la fe en la vida y los cristianos debemos ser siempre defensores de la vida; de la vida aquí en la tierra y de la vida en la OTRA vida. Vale la pena morir en esta vida por defender nuestra OTRA vida. Este es el ejemplo que hoy nos dan la madre y los siete hermanos macabeos.
2.- SEREMOS UNA SOLA FAMILIA, UNA GRAN FAMILIA
Por Pedro Juan Díaz
1.- ¿Será posible que entre los cristianos haya gente que piense como los saduceos? El Evangelio nos explica que los saduceos eran un movimiento religioso conservador que negaba la resurrección de los muertos. De hecho, fueron a plantearle la cuestión a Jesús para hacerle perder autoridad, porque lo veían como una amenaza. Ellos decían que en los libros del Pentateuco del Antiguo Testamento no se hablaba de la resurrección por ninguna parte. Sin embargo, Jesús hablaba de un Dios que “no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. ¿Pensamos nosotros lo mismo? En teoría si, de hecho, si negamos la resurrección de Jesús nos salimos completamente de la fe cristiana. Pero en la práctica, nuestras actitudes, nuestras prácticas religiosas, nuestros miedos y nuestras reacciones ante la muerte parece que hacen ver algo completamente distinto. Vamos a buscar en la Palabra de Dios de hoy un poco de luz para aclarar esta cuestión.
2.- En la primera lectura hemos escuchado como una familia entera de siete hermanos y su madre mueren por defender la ley que prohibía comer carne de cerdo. En el fondo, mueren por defender su fe. Pero lo hacen con una gran esperanza. “Estamos dispuestos a morir”, dicen. “El rey del universo nos resucitará”, comenta otro. “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará”. El Dios en el que ellos creen (y nosotros también) no puede permitir que el mal y la injusticia triunfen sobre el bien y la verdad. Por eso, ante unas víctimas de una muerte injusta, Dios sale en su defensa, comprometiéndose con los inocentes y resucitando a las víctimas de la injusticia. Esa era su fe y su esperanza. Por eso no temen a la muerte.
3.- En la segunda lectura, San Pablo anima a su comunidad de Tesalónica en unos términos muy parecidos. A pesar del sufrimiento y de las persecuciones, no están solos, Dios está con ellos, les acompaña y les anima: “Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas”. La comunidad cristiana de Tesalónica está viviendo momentos difíciles de persecución y su vida se ve amenazada por causa de su fe. Pero Pablo les insiste en que confíen en la fidelidad de Dios por encima de todo: “El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno”.
4.- El Evangelio nos da la clave para mantenernos en esta fe, en esta esperanza y en esta fortaleza ante los vaivenes de la vida: estamos llamados a participar en la resurrección porque somos hijos de Dios, de un Dios de vivos, no de muertos. Precisamente esa relación de hijos de Dios y de hermanos entre nosotros es la que viviremos en el cielo. No necesitaremos los vínculos matrimoniales, ni familiares, porque seremos una sola familia, una gran familia, la de los hijos e hijas de Dios, la de los hermanos que se quieren con una fraternidad plena. Por eso Jesús responde a los saduceos diciendo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán… son hijos de Dios, porque participan de la resurrección”. No olvidemos que la resurrección de Jesús (y por ende también la nuestra) es el eje central de nuestra fe. No olvidemos en qué Dios creemos, un Dios de vivos. No olvidemos que el amor de Dios es más fuerte que la misma muerte. Esa es nuestra fe y nuestra esperanza y con ellas podemos afrontar cualquier situación de nuestra vida, por difícil que sea, sabiendo que Dios está con nosotros, que nos acompaña y que nos dará fuerzas para salir adelante. Lo que nosotros debemos hacer es buscar esas fuerzas, acudir a Él y sentir que nos acompaña siempre.
5.- Al celebrar la Eucaristía de cada domingo ocurren dos cosas, entre otras muchas, que tienen que ver con esto: en primer lugar, rememoramos la entrega en la cruz de Jesús y su resurrección salvadora, la que nos abrió a nosotros también las puertas de la VIDA; y en segundo lugar, creamos un micro-clima de fraternidad, un intento de lo que viviremos en plenitud en el cielo, pero que aquí y ahora vamos intentando hacer realidad, paso a paso, viviendo esa fraternidad que Dios nos propone como meta última en el aquí y ahora de nuestra vida, reconociendo a cada persona que está aquí con nosotros como un hijo de Dios, como un hermano y hermana nuestros. Fortalezcamos estos lazos de fraternidad y proclamemos juntos nuestra fe en la resurrección y en el Dios de los vivos que nos hace hermanos en la fe.
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3.- LA HISTORIA QUE YA NUNCA ACABARÁ
Por Antonio García-Moreno
1.- VALE LA PENA.- Dios, a través de la liturgia, nos trae a la memoria el heroísmo de los siete hermanos que, con su madre al frente, entregaron sus cuerpos jóvenes al tormento y la muerte, antes que dejar de cumplir la ley divina. Ejemplo heroico que se ha repetido después en muchas ocasiones, que se repite hoy también en mil rincones de la tierra.
Hombres que dan su vida por ser fieles a la voluntad de Dios. Fidelidad heroica de los que caminan al martirio con los ojos iluminados y una canción a flor de labios. Heroica fidelidad de los que dijeron que sí a la llamada de Dios y siguen caminando por el mismo itinerario de siempre, a pesar de las dificultades, a pesar de los años, a pesar de los pesares, siempre fieles.
Dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres... Ayúdanos, Señor, fortalece nuestra debilidad, haznos resistir a la tentación, hasta llegar a la sangre si fuera preciso. Somos débiles, cobardes, nos desalentamos, rompemos nuestros compromisos. Ayúdanos, Señor, haznos fieles hasta la muerte, pues sólo así mereceremos la corona de la vida.
Ellos veían cómo sus hermanos, uno a uno, se iban retorciendo de dolor en la cruel tortura, cómo sus ojos se nublaban, cómo sus cabezas quedaban dobladas cual flores marchitas. Y era tan fácil evitar todo aquello... Bastaba con una palabra, con un gesto. Y hubieran vivido, hubieran disfrutado de la lozanía de los años mozos.
El rey, el tirano cruel, sus esbirros, su corte de aduladores, todos se asombraban de aquel valor supremo, todos estaban desconcertados ante la fidelidad de aquellos muchachos, de aquella mujer que animaba a sus hijos para que fueran serenos y alegres al tormento.
Ellos esperaban la resurrección, estaban íntimamente persuadidos de que detrás de todo aquello les esperaba la vida eterna. Por eso no temían a nada ni a nadie... Recuérdalo, vale la pena. No tienen comparación los sufrimientos que podamos tener en esta vida con la dicha que nos espera en la otra, y acá abajo también. El ciento por uno en la tierra y la vida eterna en el cielo. Sí, vale la pena.
2.- LA VIDA ETERNA.- En Jesucristo se cumplió con plenitud el salmo segundo. No sólo en cuanto que él es el Rey mesiánico que se anuncia en dicho salmo, el Hijo engendrado en la eternidad que en él se canta, sino en cuanto que también en él se cumple ese amotinamiento de mucha gente contra el Señor, ese ponerse de acuerdo en contra suya de los grandes de la tierra. En efecto, en el evangelio de hoy vemos cómo los caduceos, que eran enemigos de los fariseos, se ponen de acuerdo con éstos para atacar a Jesús. Así en este pasaje intentan poner en ridículo al Maestro y defender al mismo tiempo su propia postura ante la eternidad que, en realidad, negaban al no admitir la resurrección de la carne.
El ejemplo que aducen es extraño, pero no inverosímil: una mujer que, según la Ley del Levirato, viene a ser viuda y esposa sucesivamente de siete hermanos. ¿Quién se quedará con ella al final, en la otra vida? El Maestro contesta que después de la muerte, los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección no se casarán, pues ya no podrán morir y serán como Ángeles, participan como hijos de Dios en la Resurrección. Es un pasaje muy adecuado para el mes de ánimas en que leemos este pasaje. La liturgia nos recuerda al principio de este mes la existencia de ese otro mundo en el que moran los muertos. Esos que ya se fueron para no volver, aquellos que nosotros volveremos a encontrar después de nuestra propia muerte. Esos que nos fueron tan queridos, y a quienes seguimos queriendo y ayudando con nuestras oraciones y sufragios por sus almas.
Esta actitud terrena y temporal de los saduceos, todavía sigue vigente en la doctrina de algunos. Otros quizás digan creer en esa vida del más allá, pero en realidad su conducta prescinde por completo de esa realidad. Viven como si todo se terminara aquí abajo; como si sólo importase el dinero o los valores meramente materiales. Olvidan que todo lo terreno es relativo y pasajero, que sólo se tendrá en cuenta la vida santamente vivida, sólo nos servirá el bien que hayamos hecho por amor a Dios. No podemos, por tanto, vivir como si todo se redujera a los cuatro días que en esta tierra pasamos. Hay que tener visión sobrenatural, visión de fe que extiende la mirada a los horizontes que hay más allá de la muerte.
Sí, es una verdad de fe que los muertos resucitan. Es precisamente la verdad que cierra el contenido del Credo. Así el alma, una vez que el cuerpo muere, comparece ante el tribunal de Dios para rendir cuentas de sus actos. Recibe la sentencia y comienza de inmediato a cumplirla, aunque el cuerpo se le una más tarde para sufrir o para gozar, según haya sido la sentencia divina. Cuando llegue el día del Juicio universal, entonces también los cuerpos volverán a la vida, se unirán para siempre con la propia alma. Desde ese momento se iniciará la historia que ya nunca acabará.
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