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viernes, 17 de diciembre de 2010

Homilías Domingo IV Semana de Adviento. Ciclo A. 19 de diciembre 2010

1.- LA BÚSQUEDA INFATIGABLE DEL NIÑO DIOS
Por José María Maruri SJ
1.- En el primer capítulo del Evangelio de San Mateo nos habla de una cosa tan desagradable como es el pecado. Y lo pone en definición de ese Niño que viene y que vamos a adorar en los brazos de una madre.
Y la Iglesia nos habla de ellos a muy pocos días de distancia de que todos nos reunamos alegres a cantar ante el Niño. ¡Qué mal gusto! No nos gusta esa palabra, pecado, está en desuso, como el Vuesa Merced del castellano antiguo. Como hemos quitado tantos santos de los altares y los tenemos por los rincones de los desvanes. Tal vez por allá ande también en algún rincón esa palabreja que no nos gusta a nadie y que sin embargo va imbuida en el nombre de ese Niño Dios que se llama Jesús, salvador de los pecados de su pueblo.
2.- La palabra pecado lo primero que nos trae a la memoria son las largas listas de pecados de los devocionarios para la preparación de la confesión. Eso son las transgresiones de una serie de NOES, de una serie de señalizaciones prohibitivas de la carretera que cuando se amontonan ante nosotros nos crean un complejo de culpabilidad y nos hacen molesto el camino de la vida.
Cuando en realidad en el camino hacia Dios no hay más que una prohibición taxativa y es: PROHIBIDO NO AMAR. Y un solo mandato positivo: Ama a los demás y amarás a Dios.
3.- Y pecado es correr en sentido contrario del amos
-- es tirar la flecha y no dar en el
blanco.
-- es no tener buen tino en la elección del
centro de la vida.
-- es despilfarrar los dones que nos
dieron
-- es empobrecernos y empobrecer a nuestra familia humana jugándonos toda nuestra herencia en el Casino
-- es vestirnos de máscaras empeñados en no vivir según nuestra identidad y según lo que en realidad somos. Es falsía.
-- es repudiar a nuestra propia familia divina y hacer una opción por amigos indeseables. Es locura.
-- es convertir nuestra realidad en una payasada de gigantes y cabezudos en que nadie es lo que es. Es vana soberbia.
-- es convertir la mentira en verdad. Es engañarse a si mismo.
En resumen, pecado es soledad de Dios y soledad de los hombres.
4.- Y Jesús, que viene a salvar al pueblo de los pecados, viene a devolvernos la compañía de Dios y la compañía de nuestros hermanos los hombres. Por eso se llama Emmanuel: Dios con vosotros.
Viene a hacernos hijos de Dios, Viene a sacarnos de nuestra orfandad. Y viene a hacernos hermanos de los hombres. Dios con todos nosotros y todos nosotros con Dios.
5.- No debemos gloriarnos de ser pecadores. Pero sin complejos y con sencillez debemos reconocer que nuestra situación de pecadores es privilegiada, porque Jesús ha venido a buscar a los pecadores, no a los justos.
Por eso en estas fiestas del Niño Jesús no tiene cabida ante el belén los que se sientan justos. Para ellos no ha nacido el Niño Dios. El Niño Dios nace para emprender la búsqueda infatigable de los que hemos pecado, porque para eso ha venido.
Para Dios nada hay imposible. El pecado fue la nota discordante en el gran concierto de la naturaleza al creador y se convierte en el acorde final maravilloso con que se cierra la sinfonía del amor de Dios a los hombres.
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2.- LA CERCANÍA DE DIOS
Por José María Martín OSA
1.- "Dios-con-nosotros". El signo que el Señor da a la casa de David es: "El Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la Virgen está encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel (que significa: "Dios-con-nosotros"). La primera interpretación del texto supone que el hijo que la doncella va a traer se refiere al príncipe Exequias, hijo del rey Acaz. El evangelio de Mateo y toda la tradición cristiana verán realizado este anuncio de Isaías en la venida de Jesús, el hijo de la Virgen María. El rey Acaz no se cree el anuncio del profeta, en cambio María fue la que de verdad supo confiar en Dios y se apoyó sólo en El. Isabel la proclamará “dichosa por haber creído”. En el capítulo 9 Isaías proclamará su alegría “porque un niño nos ha nacido. Es el príncipe de la paz”. La respuesta elegida para el salmo expresa la dignidad divina del que va a nacer: "Va a entrar el Señor, él es el Rey de la Gloria”. El salmo 23 canta las condiciones requeridas en aquellos que quieran acercarse a ese rey: "El hombre de manos inocentes y puro corazón". Dios está con nosotros: lo encontramos en la Iglesia, en los Sacramentos, en la Palabra. Pero se encuentra también en todos los hombres. Todos, especialmente los pobres y los marginados, son Emmanuel. Dios está con nosotros en la familia, en el trabajo, en la amistad, en el descanso, en la oración, en el dolor y en el amor. Dios es nuestra más íntima y amistosa intimidad. No solamente está presente en la comunidad, sino que es su salvador y su sostén.
2.- El don y la misión de anunciar el Evangelio. Pablo anuncia a los Romanos que ha sido elegido Apóstol para anunciar la Buena Noticia de Cristo Jesús. Según lo humano, Jesucristo ha nacido de la estirpe de David, según el Espíritu Santo constituido Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte. San Pablo subraya así la estrecha unión entre la Encarnación y la Pascua, unión que justifica la posibilidad de actualización del misterio del Nacimiento de Cristo en la celebración de la liturgia. Dios ha optado por el hombre y se ha unido a él indisolublemente. La suerte de los hombres y la de Dios van unidas. Es más que un pacto de amistad. Es más que una alianza de amor, es la unidad perfecta. El don y la misión que recibimos es anunciar el Evangelio a todos, sin excepción, sean de la nación que sean.
3.- San José de la Fe y de la Esperanza. El evangelio de San Mateo pone en escena la dramática situación de San José ante el estado de su esposa. Se fía de las palabras del ángel. Este le anuncia el nombre que va a recibir el niño y con él la misión que va a desempeñar: "Jesús", significa "El Señor salva", ya que salvará al mundo de sus pecados. El salvará al pueblo de su pecado, entendido éste no sólo como falta moral voluntaria, sino, también y sobre todo, como limitación y carencia de plenitud. Se trata de una salvación general y total, avalada por el mismo Dios. Con este nombre se afirma, por tanto, que ha comenzado ya la salvación de forma imparable, aunque a veces actúe como la simiente que germina sin que se la vea. Todo esto es anunciado por el ángel y la respuesta a este anuncio es un acto de fe. En la espera, José continúa haciendo su vida; lleva dentro su drama y también su paz desde su aceptación en la fe. Este último domingo de Adviento honramos no sólo a Santa María de la Esperanza, sino también a San José de la Fe y de la Esperanza.
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3.- LA RECIEDUMBRE DE SAN JOSÉ
Por Antonio García-Moreno
1.- DIOS CON NOSOTROS.-"Y dijo Isaías a Acaz: Pide a Yahvé, tu Dios, una señal en las profundidades del Seol o arriba en lo alto" (Is 7, 10) El rey Acaz desconfía de Yahvé, no cree en la palabra que le promete protección y ayuda. Y se vuelve aterrado hacia sus enemigos, los reyes de Asiria y de Israel, que se han aliado contra él. No se acuerda de recurrir a Dios y se echa a temblar "como tiemblan los árboles del bosque a impulso del viento".
Isaías se presenta ante el rey Acaz y le echa en cara su cobardía, le exhorta a que recurra a Dios, a que confíe en su divino poder. Acaz vacila, no tiene fe, no cree que Dios pueda sacarlo del apuro en el que está metido.
Pide una señal, le dice el profeta, pide un prodigio y Dios lo realizará. Para que no dudes, para que no tiembles, para que creas... También nosotros adoptamos a veces esa postura absurda para un creyente. Temblar, temer, angustiarse, preocuparse hasta perder la paz. Todo eso es inconcebible en quien cree y espera en Dios, en quien le ama y le adora como Señor Todopoderoso, infinitamente bueno.
"El Señor mismo os dará la señal: He aquí que la Virgen grávida da a luz, y le llama Emmanuel" (Is 7, 14) La gran señal del amor y del poder divinos, el gran prodigio de todos los tiempos. Una doncella, una muchacha virgen, concibe en sus entrañas sin intervención de varón al Verbo de Dios, a Dios mismo que baja a la tierra para ser hombre, un niño pequeño y frágil que nace en el silencio de la media noche.
Y el nombre del Niño será Emmanuel, Dios-con-nosotros. El nombre para un semita indica lo que se es. Por eso Jesús es Dios-con-nosotros. Dios que viene a la tierra para llenarla de amor y de esperanza, de alegría y de paz. Dios que viene a sacarnos de nuestra miseria, de nuestro triste egoísmo.
Se acerca la Navidad; se acerca ese silencio de la media noche, roto por el canto alegre del pueblo, por mil villancicos y campanas que cantan con alborozo el milagro más entrañable de todos los tiempos, el suceso más bello de toda la historia. Dios hecho Niño que sonríe, o que llora en brazos de su Madre, una muchacha virgen, y muy bonita, que se llama María.
2.- ACERCARSE HASTA DIOS.- "Del Señor es la tierra y cuanto la llena..." (Sal 23, 1) Este salmo corresponde al grupo de los llamados profesionales, propio de los que se cantaban en las procesiones que se dirigían hacia el Templo. También pertenece a los salmos reales que se refieren, de un modo u otro, al rey de Israel. Eran canciones en los que el pueblo cantaba junto con el coro, o bien alternando con él. Es fácil imaginar que en aquellos momentos la liturgia alcanzaba un gran esplendor y que los israelitas sentían con emoción la cercanía de Dios.
La primera estrofa canta el poderío del Señor, su soberanía sobre la tierra entera y cuanto en ella hay. Todo salió de sus manos y todo le pertenece. Todo depende de Él y gracias a su asistencia subsiste. Así se le recordaba al rey, y a todos los poderosos, para que no olvidaran que ellos eran unos meros administradores de Dios, que había puesto en sus manos el poder, no para su propio provecho sino en función del bien común. Es una doctrina que sigue teniendo vigencia también hoy y cada uno ha de recordarla, para saber que cuanto se tiene y se puede, no sólo ha de ser para uno mismo, sino también para los demás.
"Quién puede subir al monte del señor..." (Sal 23, 3).- Mientras la magna procesión avanzaba, el texto del canto litúrgico formulaba unas preguntas sobre quiénes eran los que podían entrar en el recinto sagrado, para responder que sólo el hombre de manos inocentes y de puro corazón podría hacerlo. Trasladando esta realidad a nuestra vida podemos afirmar que para acercarse al altar de Dios hay que tener el alma en gracia. Por eso quien participa del banquete eucarístico manchado con un pecado mortal, comete un sacrilegio y es reo de condenación.
En cambio, el que se prepara dignamente para recibir al Señor, será bendecido copiosamente, alcanzará la salvación divina. Hay que persuadirse de que comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo es algo muy sagrado, a lo que el hombre de por sí no debería acercarse. Sólo porque Dios nos invita y nos llama, nos atrevemos a llegarnos hasta Él. De todos modos, hay que actuar lo más dignamente posible, poniendo cuanto esté de nuestra parte para limpiar y encender al máximo nuestro corazón.
3.- ANTE EL NACIMIENTO DE DIOS.- "Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol..." (Rm 1, 1) San Pablo presenta sus credenciales al escribir a los fieles de Roma. Él ha sido escogido por Jesucristo, igual que los demás apóstoles. Y lo mismo que ellos, anuncia el Evangelio, transmite por donde quiera que va --y no para-- la Buena Nueva, la gran noticia de la redención de los hombres.
Esa redención que desde muy antiguo fue anunciada y que se cumple con la llegada del Mesías. El Hijo de Dios, nacido --nos dice-- según lo humano de la estirpe de David... El misterio inefable de la encarnación del Verbo, esa unión, llamada por los teólogos unión hipostática, en la que se juntan los extremos más opuestos, la carne caduca del hombre y la perennidad eterna de Dios, la humanidad limitada e imperfecta con la divinidad infinitamente perfecta.
Son estos días de adoración, de paz en el alma, de silencio interior, de sorpresa renovada, de ternura honda ante este Dios, que se nos hace humilde y pobre, en el pesebre de un establo cualquiera, en una escondida cueva, refugio de pastores y de ovejas en las duras noches del invierno. Allí está Dios, envuelto en pañales, recostado en unas pajas, arrullado por una joven madre, envuelto por la mirada de José. Y es Dios que ha nacido.
"A todos los de Roma, a quienes Dios ama..." (Rm 1, 7) El Padre nos amó tanto que nos entregó a su Hijo unigénito. No tenía don más valioso que darnos, no había en el cielo joya más preciosa, ni estrella más brillante. Lo mejor que tenía, eso nos dio. Y lo mejor que había en el cielo era Dios. Y como quiso darnos lo mejor, se nos dio a sí mismo.
Un niño se nos ha dado, dijo Isaías. En medio de la ruta silenciosa de la noche oscura, ha bajado hasta nosotros la Luz con todo su esplendor. Nos ha nacido Dios. Ante este hecho que hoy queremos revivir en lo más hondo de nuestra carne, la vida no puede seguir igual. Hemos de cambiar en muchas cosas, hemos de arrancar con decisión cuanto desdice de ese gran amor con que somos amados por Dios.
Ojala despertemos de nuestro sueño egoísta, ojalá reaccionemos con generosidad, ojalá respondamos al amor con más amor. Todo cuanto nos rodea en estos días ha de ser una llamada a nuestra fidelidad, a nuestra respuesta generosa. Que todo el bullicio y las luces de la calle, y de nuestros hogares, sean como campanadas que nos llaman a la amistad con Dios, al encuentro personal con Jesús Niño que nos perdona en la Penitencia, y viene hasta nosotros por la Comunión. Que el misterio de Belén no sea algo superficial en nosotros, sino que penetre en nuestro ser y nos transforme por dentro.
4.- "VIR JUSTUS", UN HOMBRE CABAL.- "La Madre de Jesús estaba desposada con José..." (Mt 1, 18) Este pasaje ha sido llamado la anunciación de san José. Como a la Virgen, también un ángel llega hasta él de parte de Dios, para anunciarle el nacimiento milagroso del Hijo del Altísimo, que será el Emmanuel, Dios-con-nosotros. Con este mensaje se disiparon los temores del esposo de María, que conoció entonces el acontecimiento grandioso de la Encarnación y que aceptó rendido, con una aceptación parecida a la que formuló la Virgen con su "fiat". Desde ese momento san José pasa a ser una figura de primera magnitud en la Historia de la salvación.
En efecto, a pesar de que aparece pocas veces en los relatos evangélicos, la índole de su misión es de una importancia peculiar. La Iglesia ha visto en él un santo de una categoría parangonadle sólo a la de su castísima esposa. Desde muy antiguo, el pueblo de Dios ha mirado con particular veneración y cariño al humilde carpintero de Nazaret. En él han encontrado los hombres lecciones fundamentales para la perfección, un ejemplo amable y sencillo que invita a volar hacia las más altas cimas de la vida interior.
En estos días, tan cercanos a la Navidad, bien podemos dirigir nuestra atención hacia el que fue padre adoptivo de Jesús, aprender algo de lo mucho que nos puede enseñar. Una primera lección que se desprende de su vida es la de su trato íntimo y familiar con el Señor, aquel Niño que crecía ante sus ojos y al que enseñaba su propio oficio y quería con todas sus fuerzas. Quizá por esto ha sido considerado san José como maestro de oración. Él por propia experiencia, nos puede enseñar, si acudimos a su protección, a tratar de cerca a Jesucristo, a quererle con ternura y profundidad, a servirle en silencio y con generosidad.
Servir en silencio, pasar desapercibido, vivir siempre en actitud de sincera humildad. Es ésta, sin duda, una lección fundamental. Tan importante que si no se aprende, y se vive, de nada sirve todo lo demás. Recordemos que a los humildes los acoge y exalta el Señor, mientras que a los soberbios y orgullosos los rechaza.
Otra faceta de la vida del patriarca es la reciedumbre. Él supo crecerse ante las dificultades y contratiempos que fueron surgiendo en los días azarosos del nacimiento. Él logró encontrar un lugar abrigado para la Virgen y el Niño. Él ejecutó con fidelidad las órdenes que le iba dando el Señor por medio de su ángel, libró a la sagrada Familia de tantos peligros como tuvieron que correr. Acompañó y consoló a María por la pena de haber perdido al Niño. Ni una palabra de queja se escapa de sus labios. Acepta y hace en cada momento lo que tenía que hacer

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