= Viernes 24 de Diciembre, 2010
Mi amor es para siempre: dice el Señor
Feria de Adviento: día 24
Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor
Antífona de Entrada
He aquí que llega ya la plenitud de los tiempos, cuando Dios envió a su Hijo a la tierra.
Oración Colecta
Oremos:
Apresúrate, Señor Jesús, no tardes ya, para que tu venida dé nuevas fuerzas y ánimo a quienes hemos puesto nuestra confianza en tu misericordia. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
Primera Lectura
Lectura del segundo libro de
Samuel (7, 1-5.8-12.14.16)
Tan pronto como el rey David se instaló en su palacio y el Señor le concedió descansar de todos los enemigos que lo rodeaban, el rey dijo al profeta Natán: “¿Te has dado cuenta de que yo vivo en una mansión de cedro, mientras el arca de Dios sigue alojada en una tienda de
campaña?” Natán le respondió:
“Anda y haz todo lo que te dice el corazón, porque el Señor está contigo”.
Aquella misma noche habló el Señor a Natán y le dijo: “Ve y dile a mi siervo David que el Señor le manda decir esto: ‘¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa para que yo habite en ella? Yo te saqué de los apriscos y de andar tras las ovejas, para que fueras el jefe de mi pueblo, Israel. Yo estaré contigo en todo lo que emprendas, acabaré con tus enemigos y te haré tan famoso como los hombres más famosos de la tierra.
Le asignaré un lugar a mi pueblo, Israel; lo plantaré allí para que habite en su propia tierra. Vivirá tranquilo y sus enemigos ya no lo oprimirán más, como lo han venido haciendo desde los tiempos en que establecí jueces para gobernar a mi pueblo, Israel.
Y a ti, David, te haré descansar de todos tus enemigos. Además, yo, el Señor, te hago saber que te daré una dinastía; y cuando tus días se hayan cumplido y descanses para siempre con tus padres, engrandeceré a tu hijo, sangre de tu sangre, y consolidaré su reino.
Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí, y tu trono será estable eternamente’ ”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 88
Proclamaré sin cesar
la misericordia del Señor.
Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos.
Proclamaré sin cesar
la misericordia del Señor.
Un juramento hice a David, mi servidor, una alianza pacté con mi elegido: ‘Consolidaré tu dinastía para siempre y afianzaré tu trono eternamente’.
Proclamaré sin cesar
la misericordia del Señor.
El me podrá decir: ‘Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva’. Yo jamás le retiraré mi amor, ni violaré el juramento que le hice”.
Proclamaré sin cesar
la misericordia del Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Sol refulgente de justicia y esplendor de la luz eterna, ven a iluminar a los que yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (1, 67-79)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo:
“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, y ha hecho surgir en favor nuestro un poderoso salvador en la casa de David, su siervo.
Así lo había anunciado desde antiguo, por boca de sus santos profetas: que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos aborrecen, para mostrar su misericordia a nuestros padres y acordarse de su santa alianza.
El Señor juró a nuestro padre Abraham concedernos que, libres ya de nuestros enemigos, lo sirvamos sin temor, en santidad y justicia delante de él, todos los días de nuestra vida.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos y a anunciar a su pueblo la salvación, mediante el perdón de los pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión:
Lucas nos narra el cántico de Zacarías, una profecía que comienza alabando la acción de Dios en la vida de Israel. Zacarías celebra a un Dios que no se queda lejos ni indiferente a la situación que atraviesa el pueblo, sino que viene a él y desde adentro suscita una fuerza de salvación. Es un Dios que cumple sus promesas y se mantiene fiel a su juramento. Su deseo fundamental para con el pueblo es una vida en libertad, sin temor, orientada por la justicia. Juan es un signo de esa promesa de Dios que no se quedó en la historia, sino que continúa vigente. Es el profeta del Altísimo que va delante del Señor a preparar sus caminos, predicando el perdón de los pecados y la conversión del pueblo como condición para la salvación. Zacarías reconoce que la predicación de Juan hará posible que la luz que viene de lo alto (Jesús) se haga presente para guiar a los que viven alejados de Dios. Hoy, en nuestra realidad de violencia y muerte, Dios aún continúa con su promesa de liberación, está del lado del pobre, del oprimido, del excluido, del que no es nadie para la sociedad y reclama justicia.
Oración sobre las Ofrendas
Acepta, Señor, con bondad estas ofrendas, a fin de que se conviertan en el alimento que nos libre de nuestros pecados y prepare nuestros corazones a la venida gloriosa de tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Prefacio de Adviento II
La doble espera de Cristo
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor. A quien todos los profetas anunciaron y la Virgen esperó con inefable amor de madre; Juan lo proclamó ya próximo y lo señaló después entre los hombres.
El es quien nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos así cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza.
Por eso, con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…
Antífona de la Comunión
Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Tú que nos has renovado con esta Eucaristía concédenos, Señor, que el nacimiento adorable de tu Hijo, que hemos anticipado en la fe, nos llene de gozo y nos haga partícipes de los
bienes eternos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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