TIEMPO ORDINARIO
DOMINGO DE LA SEMANA XXXII
Del Propio. Salterio IV
7 de noviembre
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVOCACIÓN INICIAL
V. Señor, abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
INVITATORIO
Ant. Pueblo del Señor, rebaño que él guía, bendice a tu Dios. Aleluya.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Himno: ES LA PASCUA REAL, NO YA LA SOMBRA.
Es la Pascua real, no ya la sombra,
la verdadera pascua del Señor;
la sangre del pasado es solo un signo,
la mera imagen de la gran unción.
En verdad, tú, Jesús, nos protegiste
con tus sangrientas manos paternales;
envolviendo en tus alas nuestras almas,
la verdadera alianza tú sellaste.
Y, en tu triunfo, llevaste a nuestra carne
reconciliada con tu Padre eterno;
y, desde arriba, vienes a llevarnos
a la danza festiva de tu cielo.
Oh gozo universal, Dios se hizo hombre
para unir a los hombres con su Dios;
se rompen las cadenas del infierno,
y en los labios renace la canción.
Cristo, Rey eterno, te pedimos
que guardes con tus manos a tu Iglesia,
que protejas y ayudes a tu pueblo
y que venzas con él a las tinieblas. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Dad gracias al Señor porque es eterna su misericordia. Aleluya.
Salmo 117 - HIMNO DE ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA VICTORIA.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
En el peligro grité al Señor,
y me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que confiar en los magnates.
Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.
Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa.»
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.
Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios: él nos ilumina.
Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.
Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Dad gracias al Señor porque es eterna su misericordia. Aleluya.
Ant. 2. Aleluya. Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor. Aleluya.
Cántico: QUE LA CREACIÓN ENTERA ALABE AL SEÑOR Dn 3, 52-57
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito tu nombre, Santo y glorioso:
a él gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres sobre el trono de tu reino:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres en la bóveda del cielo:
a ti honor y alabanza por los siglos.
Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Aleluya. Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor. Aleluya.
Ant. 3. Todo ser que alienta, alabe al Señor. Aleluya.
Salmo 150 - ALABAD AL SEÑOR
Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su augusto firmamento.
Alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.
Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,
Alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,
alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.
Todo ser que alienta, alabe al Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Todo ser que alienta, alabe al Señor. Aleluya.
LECTURA BREVE 2Tm 2, 8. 11-13
Acuérdate de Cristo Jesús, del linaje de David, que vive resucitado de entre los muertos. Verdadera es la sentencia que dice: Si hemos muerto con él, viviremos también con él. Si tenemos constancia en el sufrir, reinaremos también con él; si rehusamos reconocerle, también él nos rechazará; si le somos infieles, él permanece fiel; no puede él desmentirse a sí mismo.
RESPONSORIO BREVE
V. Te damos gracias, ¡oh Dios!, invocando tu nombre.
R. Te damos gracias, ¡oh Dios!, invocando tu nombre.
V. Pregonando tus maravillas.
R. Invocando tu nombre.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Te damos gracias, ¡oh Dios!, invocando tu nombre.
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. El que alcance a ser digno de tener parte en el otro mundo es hijo de la resurrección e hijo de Dios.
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. El que alcance a ser digno de tener parte en el otro mundo es hijo de la resurrección e hijo de Dios.
PRECES
Dios nos ama y sabe lo que nos hace falta; invoquémosle, pues, diciendo:
Te bendecimos y en ti confiamos, Señor.
Te alabamos, Dios todopoderoso, Rey del universo, porque a nosotros, injustos y pecadores, nos has llamado al conocimiento de la verdad;
haz que te sirvamos con santidad y justicia.
Vuélvete hacia nosotros, Señor, tú que has querido abrirnos las puertas de tu misericordia,
y haz que nunca nos apartemos del camino que lleva a la vida.
Ya que hoy celebramos la resurrección del Hijo de tu amor,
haz que este día transcurra lleno de gozo espiritual.
Da, Señor, a tus fieles el espíritu de oración y de alabanza,
para que en toda ocasión te demos gracias.
Se pueden añadir algunas intenciones libres.
Movidos ahora todos por el mismo Espíritu que nos da Cristo resucitado acudamos a Dios, de quien somos verdaderos hijos, diciendo:
Padre nuestro...
ORACIÓN
Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros todos los males, para que, con el alma y el cuerpo bien dispuestos, podamos libremente cumplir tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
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II VÍSPERAS
Oración de la tarde
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: HACEDOR DE LA LUZ: TÚ QUE CREASTE
Hacedor de la luz: tú que creaste
la que brilla en los días de este suelo,
y que, mediante sus primeros rayos,
diste principio al universo entero.
Tú que nos ordenaste llamar día
al tiempo entre la aurora y el ocaso,
ahora que la noche se aproxima
oye nuestra oración y nuestro llanto.
Que cargados con todas nuestras culpas
no perdamos el don de la otra vida,
al no pensar en nada duradero
y al continuar pecando todavía.
Haz que, evitando todo lo dañoso
y a cubierto de todo lo perverso,
empujemos las puertas celestiales
y arrebatemos el eterno premio.
Escucha nuestra voz, piadoso Padre,
que junto con tu Hijo Jesucristo
y con el Santo Espíritu Paráclito,
reinas y reinarás en todo siglo. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Yo mismo te engendré entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.
Salmo 109, 1-5. 7 - EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.
Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»
El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Yo mismo te engendré entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.
Ant. 2. Dichosos los que tienen hambre y sed de ser justos, porque ellos serán saciados.
Salmo 111- FELICIDAD DEL JUSTO
Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.
En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.
No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.
Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.
El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de ser justos, porque ellos serán saciados.
Ant. 3. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.
Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO - Cf. Ap 19,1-2, 5-7
El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.
Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.
LECTURA BREVE Hb 12, 22-24
Vosotros os habéis acercado al monte de Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a la asamblea de los innumerables ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino, al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.
RESPONSORIO BREVE
V. Nuestro Señor es grande y poderoso.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.
V. Su sabiduría no tiene medida.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven. Aleluya.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven. Aleluya.
PRECES
Alegrémonos en el Señor, de quien vienen todos los dones, digámosle:
Escucha, Señor, nuestra oración.
Padre y Señor de todos, que enviaste a tu Hijo al mundo para que tu nombre fuese glorificado desde donde sale el sol hasta el ocaso,
fortalece el testimonio de tu Iglesia entre los pueblos.
Haz que seamos dóciles a la predicación de los apóstoles,
y sumisos a la fe verdadera.
Tú que amas la justicia,
haz justicia a los oprimidos.
Libera a los cautivos, abre los ojos al ciego,
endereza a los que ya se doblan, guarda a los peregrinos.
Se pueden añadir algunas intenciones libres.
Haz que nuestros hermanos que duermen ya el sueño de la paz
lleguen, por tu Hijo, a la santa resurrección.
Unidos entre nosotros y con Jesucristo, y dispuesto a perdonarnos siempre unos a otros, dirijamos al Padre nuestra súplica confiada:
Padre nuestro...
ORACIÓN
Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros todos los males, para que, con el alma y el cuerpo bien dispuestos, podamos libremente cumplir tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
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COMPLETAS
(Oración antes del descanso nocturno)
INVOCACIÓN INICIAL
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
EXAMEN DE CONCIENCIA
Hermanos, habiendo llegado al final de esta jornada que Dios nos ha concedido, reconozcamos sinceramente nuestros pecados.
Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión:
por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
V. El Señor todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
Himno: CUANDO LA LUZ DEL SOL ES YA PONIENTE
Cuando la luz del sol es ya poniente,
gracias, Señor, es nuestra melodía;
recibe, como ofrenda, amablemente,
nuestro dolor, trabajo y alegría.
Si poco fue el amor en nuestro empeño
de darle vida al día que fenece,
convierta en realidad lo que fue un sueño
tu gran amor que todo lo engrandece.
Tu cruz, Señor, redime nuestra suerte
de pecadora en justa, e ilumina
la senda de la vida y de la muerte
del hombre que en la fe lucha y camina.
Jesús, Hijo del Padre, cuando avanza
la noche oscura sobre nuestro día,
concédenos la paz y la esperanza
de esperar cada noche tu gran día. Amén.
SALMODIA
Ant. Al amparo del Altísimo no temo el espanto nocturno.
Salmo 90 - A LA SOMBRA DEL OMNIPOTENTE.
Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío.
Dios mío, confío en ti.»
Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás:
su brazo es escudo y armadura.
No temerás el espanto nocturno,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que se desliza en las tinieblas,
ni la epidemia que devasta a mediodía.
Caerán a tu izquierda mil,
diez mil a tu derecha;
a ti no te alcanzará.
Tan sólo abre tus ojos
y verás la paga de los malvados,
porque hiciste del Señor tu refugio,
tomaste al Altísimo por defensa.
No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos;
te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.
«Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré;
lo saciaré de largos días,
y le haré ver mi salvación.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Al amparo del Altísimo no temo el espanto nocturno.
LECTURA BREVE Ap 22, 4-5
Verán el rostro del Señor, y tendrán su nombre en la frente. Y no habrá más noche, y no necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.
RESPONSORIO BREVE
V. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
V. Tú, el Dios leal, nos librarás.
R. Te encomiendo mi espíritu.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.
CÁNTICO DE SIMEÓN Lc 2, 29-32
Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.
ORACIÓN
OREMOS,
Humildemente te pedimos, Señor, que después de haber celebrado en este día los misterios de la resurrección de tu Hijo, sin temor alguno, descansemos en tu paz, y mañana nos levantemos alegres para cantar nuevamente tus alabanzas. Por Cristo nuestro Señor.
Amén
BENDICIÓN
V. El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una santa muerte.
R. Amén.
ANTÍFONA FINAL DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra,
Dios te salve.
A ti llamamos los desterrados hijos de Eva,
a ti suspiramos , gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clemente, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!
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sábado, 6 de noviembre de 2010
Lecturas y Oraciones del Domingo XXXII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo C.07 de noviembre 2010
= Domingo 07 de Noviembre, 2010
Trigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario
Día del Señor
Señor, hazme justicia y a mi clamor atiende
Que llegue hasta ti mi súplica, Señor
Antífona de Entrada
Que llegue hasta ti mi súplica, Señor, y encuentren acogida mis plegarias.
Se dice Gloria.
Oración Colecta
Oremos:
Ayúdanos, Señor, a dejar en tus manos paternales todas nuestras preocupaciones, a fin de que podamos entregarnos con mayor libertad a tu
servicio.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
Lectura del segundo libro de
los Macabeos (7, 1-2. 9-14)
En aquellos días, arrestaron a siete hermanos junto con su madre. El rey Antíoco Epifanes los hizo azotar para obligarlos a comer carne de puerco, prohibida por la ley. Uno de ellos, hablando en nombre de todos, dijo: “¿Qué quieres saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”.
El rey se enfureció y lo mandó matar. Cuando el segundo de ellos estaba para morir, le dijo al rey: “Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos por fidelidad a sus leyes”.
Después comenzaron a burlarse del tercero. Presentó la lengua como se lo exigieron, extendió las manos con firmeza y declaró confiadamente: “De Dios recibí estos miembros y por amor a su ley los desprecio, y de él espero recobrarlos”.El rey y sus acompañantes quedaron impresionados por el valor con que aquel muchacho despreciaba los tormentos.
Una vez muerto éste, sometieron al cuarto a torturas semejantes. Estando ya para expirar, dijo: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 16
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Señor, hazme justicia y a mi clamor atiende; presta oído a mi súplica, pues mis labios no mienten.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Mis pies en tus caminos se mantuvieron firmes, no tembló mi pisada. A ti mi voz elevo, pues sé que me respondes. Atiéndeme, Dios mío, y escucha mis palabras.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Protégeme, Señor, como a las niñas de tus ojos, bajo la sombra de tus alas escóndeme, pues yo, por serte fiel, contemplaré tu rostro y al despertarme, espero saciarme de tu vista.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta
del apóstol san Pablo a los
tesalonicenses (2, 16—3, 5)
Hermanos: Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforten los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras.
Por lo demás, hermanos, oren por nosotros para que la palabra del Señor se propague con rapidez y sea recibida con honor, como aconteció entre ustedes. Oren también para que Dios nos libre de los hombres perversos y malvados que nos acosan, porque no todos aceptan la fe.
Pero el Señor, que es fiel, les dará fuerza a ustedes y los librará del maligno. Tengo confianza en el Señor de que ya hacen ustedes y continuarán haciendo cuanto les he mandado. Que el Señor dirija su corazón para que amen a Dios y esperen pacientemente la venida de Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Jesucristo es el primogénito de los muertos; a él sea dada la gloria y el poder por siempre.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (20, 27-38)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron:
“Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano.
Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”
Jesús les dijo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado.
Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión
El libro segundo de los Macabeos, posterior al año 124 a. C., expresa la espiritualidad que dio origen al movimiento de los fariseos. Al contarnos este libro el martirio de siete hermanos cuyos nombres no se conocen, se pone de manifiesto por vez primera en el A.T. la fe en la inmortalidad, que es el mensaje más valioso de este texto. En los siglos precedentes, las promesas de Dios eran para el pueblo en su conjunto; el creyente sólo esperaba la duración y la prosperidad de su raza. Aquí, sin embargo, se da un gran paso: las personas resucitarán. No se trata de la sola sobrevivencia del espíritu o el alma. El creyente espera resucitar con toda su personalidad para encontrarse con Dios.
Muchas son las veces en que las Escrituras se refieren a los "fariseos" y a los "saduceos" y muchos de nosotros los lectores desconocemos la diferencia entre unos y los otros. A continuacion incluimos una definicion de estos terminos que nos ayudaran a mejor entender las Escrituras cuando se hace referencia a los mismos.
Los saduceos eran los más conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero sólo en sus ideas, no en su conducta. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros cinco libros de la Biblia, los que ellos atribuían a Moisés. Los profetas, los escritos apocalípticos, todo lo referente por tanto al Reino de Dios, a las exigencias de cambio en la historia, a la otra vida, lo consideraban ideas “liberacionistas” de resentidos sociales. Para ellos no existía otra vida, la única vida que existía era la presente, y en ella eran los privilegiados; por eso, no había que esperar otra.
A esa manera de pensar pertenecían las familias sacerdotales principales, los ancianos, o sea, los jefes de las familias aristocráticas y tenían sus propios escribas que, aunque no eran los más prestigiados, les ayudaban a fundamentar teológicamente sus aspiraciones a una buena vida. Las riquezas y el poder que tenían eran muestra de que eran los preferidos de Dios. No necesitaban esperar otra vida. Gracias a eso mantenían una posición cómoda: por un lado, la apariencia de piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios y concesiones que agrandaban sus fortunas.
Los fariseos eran lo opuesto a ellos, tanto en sus esperanzas como en su estilo de vida austero y apegado a la ley de la pureza. Una de las convicciones que tenían más firmemente arraigada era la fe en la resurrección, que los saduceos rechazaban abiertamente por las razones expuestas anteriormente. Pero muchos concebían la resurrección como la mera continuación de la vida terrena, sólo que para siempre.
Jesús estaba ya en la recta final de su vida pública. El último servicio que estaba haciendo a la Causa del Reino -en lo que se jugaba la vida-, era desenmascarar las intenciones torcidas de los grupos religiosos de su tiempo. Había declarado a los del Sanedrín incompetentes para decidir si tenían o no autoridad para hacer lo que hacían; a los fariseos y a los herodianos los había tachado de hipócritas, al mismo tiempo que declaraba que el imperio romano debía dejar a Dios el lugar de rey; ahora se enfrentó con los saduceos y dejó en claro ante todos la incompetencia que tenían incluso en aquello que consideraban su especialidad: la ley de Moisés.
Como a aquellos saduceos, tal vez hoy Jesús nos dice también a nosotros: «no saben ustedes de qué están hablando.». Qué sea el contenido real de lo que hemos llamado tradicionalmente «resurrección» no es algo que se pueda describir, ni detallar, ni siquiera «imaginar». Tal vez es un símbolo que expresa un misterio que apenas podemos intuir pero no concretar.
La palabra de Dios hoy nos habla de la resurrección de los muertos, mensaje que constantemente hacemos nuestros, sobre todo al rezar el Credo, al decir que creemos en la resurrección de la carne.
Este tema es sugerido por los llamados saduceos que negaban la resurrección, la respuesta de Jesús llega pronto y habla de una vida nueva que seguirá a la resurrección de los justos y aunque el Señor nos da esta certeza, no nos revela el modo y las condiciones de esta realidad nueva. Será vida ciertamente, aunque distinta de la presente.
Por medio de Cristo, Dios nos ha preparado un destino de vida, porque no es Dios de muertos, sino de vivos y aunque caminemos por este valle de lágrimas, el amor que Dios nos tiene y nos ha manifestado en Cristo, es un consuelo permanente y una gran esperanza.
El hombre lleva en lo profundo de sí la aspiración a la vida inmortal, por eso se resiste a morir. Los padres buscan perpetuarse en sus hijos, el escritor en sus libros, el político en la estima de su pueblo y podíamos enumerar muchos otros ejemplos.
Si después de esta vida no hubiera nada, nos sentiríamos profundamente frustrados, la vida humana sería una pasión inútil y el hombre un ser para la nada, como dicen muchos filósofos.
¡Pero no! Nuestro destino es la vida eterna: "Cristo resucito de entre los muertos, el primero de todos". La certeza de nuestra resurrección radica en que Cristo ha resucitado. Si él murió para hacernos hijos de Dios y darnos vida nueva por su Espíritu, esta vida no puede ser perecedera, sino definitiva y eterna. Como creyentes debemos ser personas optimistas y plenas de alegre esperanza, amantes de la vida y de los hermanos. Es la fe en la vida eterna lo que nos da fuerza para asumir la vida presente. La esperanza de nuestra feliz resurrección debe hacerse realidad en medio de los hombres, siendo testimonio de la presencia del Dios vivo a través de obras concretas.
Todo bautizado tiene en sí mismo la semilla de la vida eterna; es un ser para la vida nueva en Dios en la medida que diaria y continuamente dé muerte al hombre viejo y pecador, hasta llegar a la meta final que es la plenitud de la vida en Cristo.
Para la revisión de vida
Ante la pregunta de los saduceos, que niegan la resurrección, Jesús proclama la vida más allá de la muerte. El es la vida y la Resurrección: “quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá. La alianza del Dios vivo es con la vida y con los hombres vivos. El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, no es un Dios de muertos, sino de vivos.¿Cómo se manifiesta en mí la vida que Jesús representa?
Se dice Credo.
Oración de los fieles
Celebrante:
Oremos, hermanos, a Dios, porque es el Señor de la vida y porque su poder es eficaz y digámosle con confianza:
Te rogamos, óyenos.
Que los cristianos y los miembros del pueblo de Israel vivamos en diálogo, respeto y amistad.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que el Señor consuele, anime y fortalezca a los ministros del Evangelio.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que la serenidad y la paz estén con las madres que lloran la pérdida de sus hijos. Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que los que son víctimas de su debilidad y falta de decisión encuentren la fuerza que necesitan.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que desaparezca toda enemistad y odio, y brote el amor en los corazones.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que la esperanza en la resurrección nos haga vivir como hijos de la luz.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Celebrante:
Tú, que eres la resurrección y la vida, escucha las oraciones de tu Iglesia, fortalece nuestra esperanza y danos un día parte en tu Reino.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Oración sobre las Ofrendas
Mira, Señor, con bondad los dones que te presentamos, a fin de que el sacramento de la muerte y resurrección de tu Hijo, nos alcance de ti la vida verdadera.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio Dominical II
El misterio de la salvación
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor. El cual, compadecido del extravío de los hombres, quiso nacer de la Virgen; sufriendo la cruz, nos libró de eterna muerte y, resucitando, nos dio vida eterna.
Por eso, con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo...
Antífona de la Comunión
El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas para reparar mis fuerzas.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Te damos gracias, Señor, por habernos alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y te rogamos que la fuerza del Espíritu Santo, que nos has comunicado en este sacramento, permanezca en nosotros y transforme toda nuestra vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Trigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario
Día del Señor
Señor, hazme justicia y a mi clamor atiende
Que llegue hasta ti mi súplica, Señor
Antífona de Entrada
Que llegue hasta ti mi súplica, Señor, y encuentren acogida mis plegarias.
Se dice Gloria.
Oración Colecta
Oremos:
Ayúdanos, Señor, a dejar en tus manos paternales todas nuestras preocupaciones, a fin de que podamos entregarnos con mayor libertad a tu
servicio.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
Lectura del segundo libro de
los Macabeos (7, 1-2. 9-14)
En aquellos días, arrestaron a siete hermanos junto con su madre. El rey Antíoco Epifanes los hizo azotar para obligarlos a comer carne de puerco, prohibida por la ley. Uno de ellos, hablando en nombre de todos, dijo: “¿Qué quieres saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”.
El rey se enfureció y lo mandó matar. Cuando el segundo de ellos estaba para morir, le dijo al rey: “Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos por fidelidad a sus leyes”.
Después comenzaron a burlarse del tercero. Presentó la lengua como se lo exigieron, extendió las manos con firmeza y declaró confiadamente: “De Dios recibí estos miembros y por amor a su ley los desprecio, y de él espero recobrarlos”.El rey y sus acompañantes quedaron impresionados por el valor con que aquel muchacho despreciaba los tormentos.
Una vez muerto éste, sometieron al cuarto a torturas semejantes. Estando ya para expirar, dijo: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 16
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Señor, hazme justicia y a mi clamor atiende; presta oído a mi súplica, pues mis labios no mienten.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Mis pies en tus caminos se mantuvieron firmes, no tembló mi pisada. A ti mi voz elevo, pues sé que me respondes. Atiéndeme, Dios mío, y escucha mis palabras.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Protégeme, Señor, como a las niñas de tus ojos, bajo la sombra de tus alas escóndeme, pues yo, por serte fiel, contemplaré tu rostro y al despertarme, espero saciarme de tu vista.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta
del apóstol san Pablo a los
tesalonicenses (2, 16—3, 5)
Hermanos: Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforten los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras.
Por lo demás, hermanos, oren por nosotros para que la palabra del Señor se propague con rapidez y sea recibida con honor, como aconteció entre ustedes. Oren también para que Dios nos libre de los hombres perversos y malvados que nos acosan, porque no todos aceptan la fe.
Pero el Señor, que es fiel, les dará fuerza a ustedes y los librará del maligno. Tengo confianza en el Señor de que ya hacen ustedes y continuarán haciendo cuanto les he mandado. Que el Señor dirija su corazón para que amen a Dios y esperen pacientemente la venida de Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Jesucristo es el primogénito de los muertos; a él sea dada la gloria y el poder por siempre.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (20, 27-38)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron:
“Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano.
Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”
Jesús les dijo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado.
Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión
El libro segundo de los Macabeos, posterior al año 124 a. C., expresa la espiritualidad que dio origen al movimiento de los fariseos. Al contarnos este libro el martirio de siete hermanos cuyos nombres no se conocen, se pone de manifiesto por vez primera en el A.T. la fe en la inmortalidad, que es el mensaje más valioso de este texto. En los siglos precedentes, las promesas de Dios eran para el pueblo en su conjunto; el creyente sólo esperaba la duración y la prosperidad de su raza. Aquí, sin embargo, se da un gran paso: las personas resucitarán. No se trata de la sola sobrevivencia del espíritu o el alma. El creyente espera resucitar con toda su personalidad para encontrarse con Dios.
Muchas son las veces en que las Escrituras se refieren a los "fariseos" y a los "saduceos" y muchos de nosotros los lectores desconocemos la diferencia entre unos y los otros. A continuacion incluimos una definicion de estos terminos que nos ayudaran a mejor entender las Escrituras cuando se hace referencia a los mismos.
Los saduceos eran los más conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero sólo en sus ideas, no en su conducta. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros cinco libros de la Biblia, los que ellos atribuían a Moisés. Los profetas, los escritos apocalípticos, todo lo referente por tanto al Reino de Dios, a las exigencias de cambio en la historia, a la otra vida, lo consideraban ideas “liberacionistas” de resentidos sociales. Para ellos no existía otra vida, la única vida que existía era la presente, y en ella eran los privilegiados; por eso, no había que esperar otra.
A esa manera de pensar pertenecían las familias sacerdotales principales, los ancianos, o sea, los jefes de las familias aristocráticas y tenían sus propios escribas que, aunque no eran los más prestigiados, les ayudaban a fundamentar teológicamente sus aspiraciones a una buena vida. Las riquezas y el poder que tenían eran muestra de que eran los preferidos de Dios. No necesitaban esperar otra vida. Gracias a eso mantenían una posición cómoda: por un lado, la apariencia de piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios y concesiones que agrandaban sus fortunas.
Los fariseos eran lo opuesto a ellos, tanto en sus esperanzas como en su estilo de vida austero y apegado a la ley de la pureza. Una de las convicciones que tenían más firmemente arraigada era la fe en la resurrección, que los saduceos rechazaban abiertamente por las razones expuestas anteriormente. Pero muchos concebían la resurrección como la mera continuación de la vida terrena, sólo que para siempre.
Jesús estaba ya en la recta final de su vida pública. El último servicio que estaba haciendo a la Causa del Reino -en lo que se jugaba la vida-, era desenmascarar las intenciones torcidas de los grupos religiosos de su tiempo. Había declarado a los del Sanedrín incompetentes para decidir si tenían o no autoridad para hacer lo que hacían; a los fariseos y a los herodianos los había tachado de hipócritas, al mismo tiempo que declaraba que el imperio romano debía dejar a Dios el lugar de rey; ahora se enfrentó con los saduceos y dejó en claro ante todos la incompetencia que tenían incluso en aquello que consideraban su especialidad: la ley de Moisés.
Como a aquellos saduceos, tal vez hoy Jesús nos dice también a nosotros: «no saben ustedes de qué están hablando.». Qué sea el contenido real de lo que hemos llamado tradicionalmente «resurrección» no es algo que se pueda describir, ni detallar, ni siquiera «imaginar». Tal vez es un símbolo que expresa un misterio que apenas podemos intuir pero no concretar.
La palabra de Dios hoy nos habla de la resurrección de los muertos, mensaje que constantemente hacemos nuestros, sobre todo al rezar el Credo, al decir que creemos en la resurrección de la carne.
Este tema es sugerido por los llamados saduceos que negaban la resurrección, la respuesta de Jesús llega pronto y habla de una vida nueva que seguirá a la resurrección de los justos y aunque el Señor nos da esta certeza, no nos revela el modo y las condiciones de esta realidad nueva. Será vida ciertamente, aunque distinta de la presente.
Por medio de Cristo, Dios nos ha preparado un destino de vida, porque no es Dios de muertos, sino de vivos y aunque caminemos por este valle de lágrimas, el amor que Dios nos tiene y nos ha manifestado en Cristo, es un consuelo permanente y una gran esperanza.
El hombre lleva en lo profundo de sí la aspiración a la vida inmortal, por eso se resiste a morir. Los padres buscan perpetuarse en sus hijos, el escritor en sus libros, el político en la estima de su pueblo y podíamos enumerar muchos otros ejemplos.
Si después de esta vida no hubiera nada, nos sentiríamos profundamente frustrados, la vida humana sería una pasión inútil y el hombre un ser para la nada, como dicen muchos filósofos.
¡Pero no! Nuestro destino es la vida eterna: "Cristo resucito de entre los muertos, el primero de todos". La certeza de nuestra resurrección radica en que Cristo ha resucitado. Si él murió para hacernos hijos de Dios y darnos vida nueva por su Espíritu, esta vida no puede ser perecedera, sino definitiva y eterna. Como creyentes debemos ser personas optimistas y plenas de alegre esperanza, amantes de la vida y de los hermanos. Es la fe en la vida eterna lo que nos da fuerza para asumir la vida presente. La esperanza de nuestra feliz resurrección debe hacerse realidad en medio de los hombres, siendo testimonio de la presencia del Dios vivo a través de obras concretas.
Todo bautizado tiene en sí mismo la semilla de la vida eterna; es un ser para la vida nueva en Dios en la medida que diaria y continuamente dé muerte al hombre viejo y pecador, hasta llegar a la meta final que es la plenitud de la vida en Cristo.
Para la revisión de vida
Ante la pregunta de los saduceos, que niegan la resurrección, Jesús proclama la vida más allá de la muerte. El es la vida y la Resurrección: “quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá. La alianza del Dios vivo es con la vida y con los hombres vivos. El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, no es un Dios de muertos, sino de vivos.¿Cómo se manifiesta en mí la vida que Jesús representa?
Se dice Credo.
Oración de los fieles
Celebrante:
Oremos, hermanos, a Dios, porque es el Señor de la vida y porque su poder es eficaz y digámosle con confianza:
Te rogamos, óyenos.
Que los cristianos y los miembros del pueblo de Israel vivamos en diálogo, respeto y amistad.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que el Señor consuele, anime y fortalezca a los ministros del Evangelio.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que la serenidad y la paz estén con las madres que lloran la pérdida de sus hijos. Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que los que son víctimas de su debilidad y falta de decisión encuentren la fuerza que necesitan.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que desaparezca toda enemistad y odio, y brote el amor en los corazones.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que la esperanza en la resurrección nos haga vivir como hijos de la luz.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Celebrante:
Tú, que eres la resurrección y la vida, escucha las oraciones de tu Iglesia, fortalece nuestra esperanza y danos un día parte en tu Reino.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Oración sobre las Ofrendas
Mira, Señor, con bondad los dones que te presentamos, a fin de que el sacramento de la muerte y resurrección de tu Hijo, nos alcance de ti la vida verdadera.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio Dominical II
El misterio de la salvación
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor. El cual, compadecido del extravío de los hombres, quiso nacer de la Virgen; sufriendo la cruz, nos libró de eterna muerte y, resucitando, nos dio vida eterna.
Por eso, con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo...
Antífona de la Comunión
El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas para reparar mis fuerzas.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Te damos gracias, Señor, por habernos alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y te rogamos que la fuerza del Espíritu Santo, que nos has comunicado en este sacramento, permanezca en nosotros y transforme toda nuestra vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Lectio Divina del Domingo XXXII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo C. 07 de noviembre 2010
Lectio: 32º Domingo del tiempo ordinario
Lectio:
Domingo, 7 Noviembre, 2010
Jesús responde a los Saduceos
que ironizaban sobre la fe en la resurrección
Lucas 20, 27-40
Oración inicial
O misterio infinito de Vida.
Nosotros no somos nada,
y sin embargo podemos alabarte
con la voz de Tu Verbo
que se hizo voz de toda nuestra humanidad.
O Trinidad mía, yo soy nada en Ti,
pero Tú eres todo en mí
y entonces mi nada es Vida… es vida eterna.
María Evangelista de la Santísima Trinidad, O.Carm.
1. Lectio
27 Se acercaron algunos de los saduceos, los que sostienen que no hay resurrección, y le preguntaron: 28 «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si a uno se le muere un hermano casado y sin hijos, debe tomar a la mujer para dar descendencia a su hermano. 29 Pues bien, eran siete hermanos. El primero tomó mujer y murió sin hijos; 30 la tomó el segundo, 31 luego el tercero; y murieron los siete, sin dejar hijos. 32 Finalmente, también murió la mujer. 33 Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque fue mujer de los siete.»
34 Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; 35 pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, 36 ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección. 37 Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. 38 No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.»
39 Algunos de los escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien.» 40 Pues ya no se atrevían a preguntarle nada.
2. Meditatio
a) Llave de Lectura:
● Contexto
Podemos decir que el pasaje que se nos propone para nuestra reflexión constituye una parte central del texto de Lucas 20,20-22,4 y cuyo argumento son las discusiones con los jefes del pueblo. Ya en el comienzo del capítulo 20, Lucas nos presenta algunos conflictos surgidos entre Jesús, los sacerdotes y los escribas (v. 1-19). Aquí Jesús está en conflicto con la escuela filosófica de los Saduceos, que toman su nombre de Zadok, el sacerdote de David (2 Sam 8: 17). Los Saduceos aceptaban como revelación sólo los escritos de Moisés (v. 28) negando así el desarrollo gradual de la revelación bíblica. En este sentido se entiende más la frase “Moisés nos dejó escrito” pronunciada por los Saduceos en este malicioso debate, pensado como una trampa para asechar a Jesús y “sorprenderlo” (v.: 20: 2; 20: 20). Esta escuela filosófica desaparece con la destrucción del templo.
● La ley del levirato
Los Saduceos niegan, pues, la resurrección de los muertos, porque según ellos, este objeto de fe no formaba parte de la revelación que Moisés se les había dado. Lo mismo dígase de cara a la fe en la existencia de los ángeles. En Israel, la fe en la resurrección de los muertos aparece en el libro de Daniel escrito en el 605-530 a.c. (Dan 12: 2-3). La encontramos asimismo en 2 Mac 7: 9, 11, 14, 23. Para ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, los Saduceos citan la prescripción legal de Moisés sobre el levirato (Dt 25, 5), es decir el antiguo uso de los pueblos semíticos (hebreos inclusive), según el cual el hermano o un pariente cercano de un hombre casado, fallecido sin hijos, tiene que casarse con la viuda, para asegurar (a) al difunto una descendencia (los hijos iban a considerarse legalmente como hijo del difunto), y (b) un marido para la mujer, ya que las mujeres dependían del marido para su sustentamiento. Casos como los arriba citados se citan también en el Antiguo Testamento, en el libro del Génesis y en el libro de Rut.
En el libro del Génesis (38:6-26) se nos dice que “tomó Judá, para Er, su primogénito una mujer llamada Tamar. Er, primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yahvé, y Yahvé le mató. Entonces dijo Judá a Onán: Entra a la mujer de tu hermano y tómala, como cuñado que eres, para suscitar prole a tu hermano.” (Gén 38: 6-8). Pero Onán también es castigado por Dios con la muerte (Gén 38: 10) porque sabiendo Onán “que la prole no sería suya , cuando entraba a la mujer de su hermano, se derramaba en tierra por no dar prole a su hermano” (Gén 38: 9). Viendo esto, Judá envía Tamar a la casa del padre, para no darle como marido Sela, su tercer hijo (Gén 38: 10-11). Tamar entonces, vistiéndose de prostituta, se unió con Judá mismo, y concibió a dos gemelos. Descubierta la verdad, Judá dio razón a Tamar y reconoció que “mejor que yo es ella” (Gén 38: 26).
En el libro de Rut se cuenta la historia de la misma mujer, Rut la moabita, quien se quedó viuda tras haberse casado con uno de los hijos de Elimèlech. Junto con la suegra Noemí, se vio obligada a pedir limosna para sobrevivir, y a recoger en los campos las espigas desechadas por los espigadores, hasta el momento en que se casa con Boaz, pariente de su difunto marido.
El caso propuesto a Jesús por los Saduceos nos recuerda la historia de Tobías, hijo de Tobit, que se casa con Sara hija de Ragüel, viuda de siete maridos, matados todos por Asmodeo, el demonio de la lujuria, en el momento en que se unían a ella. Tobías tiene derecho a casarse con ella porque era de su tribu (Tob 7-9).
Jesús hace notar a los Saduceos que el matrimonio provee a la procreación y por consiguiente es necesario para el futuro de la especie humana, ya que ninguno de los “hijos de este mundo” (v. 34) es eterno Pero “los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo” (v. 35) no toman ni marido, ni mujer ya que “ni pueden ya morir ” (v.35-36), viven en Dios: “porque son como los ángeles y son hijos de Dios, por ser hijos de la resurrección” (v. 36). Ya en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, los ángeles son llamados hijos de Dios (véase por ejemplo Gen 6: 2; Sal 29, 1; Lc 10, 6; 16, 8). Esta frase de Jesús nos recuerda la carta de Pablo a los Romanos, donde está escrito que Jesús es el Hijo de Dios por su resurrección, él, el primogénito de entre los muertos, es por excelencia el hijo de la resurrección (Rom 1, 4). Podemos citar aquí también los textos de san Pablo sobre la resurrección de los muertos como evento de salvación cuya naturaleza es espiritual (1 Cor 15: 35-50).
● Yo soy: El Dios de los vivos
Jesús confirma la realidad de la resurrección citando otro pasaje del Éxodo, esta vez del pasaje de la revelación de Dios a Moisés en la zarza ardiendo. Los Saduceos hacen hincapié en su punto de vista, citando a Moisés. Y del mimo modo Jesús rechaza su argumento citando él también a Moisés: “Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (v. 37). En el Éxodo, vemos que el Señor se revela a Moisés con estas palabras: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Ex 3: 6). El Señor luego sigue revelando a Moisés su nombre divino: “Yo-Soy” (Ex 3: 14). La palabra hebraica ehjeh, cuya raíz es Hei-Yod-Hei, usada para indicar el nombre divino en Ex 3: 14, significa Yo soy aquel que es; Yo soy aquel que existe. La raíz puede significar asimismovida, existencia. Por ello, Jesús puede concluir: “No es un Dios de muertos, sino de vivos” (v. 38). En este mismo verso Jesús especifica que “para él todos viven”. Al reflexionar sobre la muerte de Jesús, en la carta a los Romanos, Pablo escribe: “Porque muriendo, murió al pecado una vez para siempre: pero viviendo, vive para Dios. Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom 6:10).
Podemos decir que Jesús, una vez más, hace ver a los Saduceos que la fidelidad de Dio para su pueblo, para la persona individual, no se basa en la existencia o no de un reino político (en el caso de la fidelidad de Dios al pueblo), y tampoco en el tener o no prosperidad y descendencia en esta vida. La esperanza del verdadero creyente no estriba en las cosas de este mundo, sino en el Dios vivo. Por ello, los discípulos de Jesús están llamados a vivir como los hijos de la resurrección, es decir como los hijos de la vida en Dios, como el Maestro y Señor, “como quienes han sido engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios” (1 Pe 1: 23).
b) Preguntas para ayudar la reflexión:
● ¿Qué te ha llamado la atención en el Evangelio? ¿Qué palabra? ¿Qué actitud particular?
● Trata de releer el texto del Evangelio en el contexto de los otros textos bíblicos citado en la llave de lectura. Busca tu mismo/a otros textos.
● ¿Cómo interpretas el conflicto que surge entre los jefes del pueblo y los Saduceos con Jesús?
● Reflexiona sobre cómo Jesús se escara con el conflicto. ¿Qué aprendes de su comportamiento?
● En tu opinión, ¿cuál es el núcleo de la cuestión en la discusión?
● Para ti, ¿qué significa la resurrección de los muertos?
● ¿Te sientes hijo/a de la resurrección?
● Para ti, ¿qué significa vivir la resurrección desde el momento presente?
3. Oratio
Del Salmo 17
Nos saciaremos, Señor, contemplando tu rostro.
Escucha, Yahvé, mi causa,
hazme caso cuando grito,
presta oído a mi plegaria,
que no hay doblez en mis labios.
Las sendas trazadas, ajustando mis pasos;
por tus veredas no vacilan mis pies.
Te invoco, oh Dios, pues tú me respondes,
inclina a mí tu oído, escucha mis palabras
Protégeme a la sombra de tus alas
Pero yo, rehabilitado, veré tu rostro,
al despertar te contemplaré hasta que quiera.
4. Contemplatio
Del diario místico de la
Hermana María Evangelista de la Santísima Trinidad, O.Carm.
También esta vida terrena está repleta de amor, de dones de “verdad”, dones escondidos y al mismo tiempo revelados por el signo... Siento inmenso agradecimiento por todos los valores humanos. Vivir en comunión con la creación, en amistad con los hermanos, en apertura hacia la obra de Dios y la obra del hombre, en permanente experiencia de los dones de la vida, aunque sean dones sufridos, aunque sean sencillamente humanos, es una gracia continua, un don que no termina.
Lectio:
Domingo, 7 Noviembre, 2010
Jesús responde a los Saduceos
que ironizaban sobre la fe en la resurrección
Lucas 20, 27-40
Oración inicial
O misterio infinito de Vida.
Nosotros no somos nada,
y sin embargo podemos alabarte
con la voz de Tu Verbo
que se hizo voz de toda nuestra humanidad.
O Trinidad mía, yo soy nada en Ti,
pero Tú eres todo en mí
y entonces mi nada es Vida… es vida eterna.
María Evangelista de la Santísima Trinidad, O.Carm.
1. Lectio
27 Se acercaron algunos de los saduceos, los que sostienen que no hay resurrección, y le preguntaron: 28 «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si a uno se le muere un hermano casado y sin hijos, debe tomar a la mujer para dar descendencia a su hermano. 29 Pues bien, eran siete hermanos. El primero tomó mujer y murió sin hijos; 30 la tomó el segundo, 31 luego el tercero; y murieron los siete, sin dejar hijos. 32 Finalmente, también murió la mujer. 33 Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque fue mujer de los siete.»
34 Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; 35 pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, 36 ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección. 37 Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. 38 No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.»
39 Algunos de los escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien.» 40 Pues ya no se atrevían a preguntarle nada.
2. Meditatio
a) Llave de Lectura:
● Contexto
Podemos decir que el pasaje que se nos propone para nuestra reflexión constituye una parte central del texto de Lucas 20,20-22,4 y cuyo argumento son las discusiones con los jefes del pueblo. Ya en el comienzo del capítulo 20, Lucas nos presenta algunos conflictos surgidos entre Jesús, los sacerdotes y los escribas (v. 1-19). Aquí Jesús está en conflicto con la escuela filosófica de los Saduceos, que toman su nombre de Zadok, el sacerdote de David (2 Sam 8: 17). Los Saduceos aceptaban como revelación sólo los escritos de Moisés (v. 28) negando así el desarrollo gradual de la revelación bíblica. En este sentido se entiende más la frase “Moisés nos dejó escrito” pronunciada por los Saduceos en este malicioso debate, pensado como una trampa para asechar a Jesús y “sorprenderlo” (v.: 20: 2; 20: 20). Esta escuela filosófica desaparece con la destrucción del templo.
● La ley del levirato
Los Saduceos niegan, pues, la resurrección de los muertos, porque según ellos, este objeto de fe no formaba parte de la revelación que Moisés se les había dado. Lo mismo dígase de cara a la fe en la existencia de los ángeles. En Israel, la fe en la resurrección de los muertos aparece en el libro de Daniel escrito en el 605-530 a.c. (Dan 12: 2-3). La encontramos asimismo en 2 Mac 7: 9, 11, 14, 23. Para ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, los Saduceos citan la prescripción legal de Moisés sobre el levirato (Dt 25, 5), es decir el antiguo uso de los pueblos semíticos (hebreos inclusive), según el cual el hermano o un pariente cercano de un hombre casado, fallecido sin hijos, tiene que casarse con la viuda, para asegurar (a) al difunto una descendencia (los hijos iban a considerarse legalmente como hijo del difunto), y (b) un marido para la mujer, ya que las mujeres dependían del marido para su sustentamiento. Casos como los arriba citados se citan también en el Antiguo Testamento, en el libro del Génesis y en el libro de Rut.
En el libro del Génesis (38:6-26) se nos dice que “tomó Judá, para Er, su primogénito una mujer llamada Tamar. Er, primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yahvé, y Yahvé le mató. Entonces dijo Judá a Onán: Entra a la mujer de tu hermano y tómala, como cuñado que eres, para suscitar prole a tu hermano.” (Gén 38: 6-8). Pero Onán también es castigado por Dios con la muerte (Gén 38: 10) porque sabiendo Onán “que la prole no sería suya , cuando entraba a la mujer de su hermano, se derramaba en tierra por no dar prole a su hermano” (Gén 38: 9). Viendo esto, Judá envía Tamar a la casa del padre, para no darle como marido Sela, su tercer hijo (Gén 38: 10-11). Tamar entonces, vistiéndose de prostituta, se unió con Judá mismo, y concibió a dos gemelos. Descubierta la verdad, Judá dio razón a Tamar y reconoció que “mejor que yo es ella” (Gén 38: 26).
En el libro de Rut se cuenta la historia de la misma mujer, Rut la moabita, quien se quedó viuda tras haberse casado con uno de los hijos de Elimèlech. Junto con la suegra Noemí, se vio obligada a pedir limosna para sobrevivir, y a recoger en los campos las espigas desechadas por los espigadores, hasta el momento en que se casa con Boaz, pariente de su difunto marido.
El caso propuesto a Jesús por los Saduceos nos recuerda la historia de Tobías, hijo de Tobit, que se casa con Sara hija de Ragüel, viuda de siete maridos, matados todos por Asmodeo, el demonio de la lujuria, en el momento en que se unían a ella. Tobías tiene derecho a casarse con ella porque era de su tribu (Tob 7-9).
Jesús hace notar a los Saduceos que el matrimonio provee a la procreación y por consiguiente es necesario para el futuro de la especie humana, ya que ninguno de los “hijos de este mundo” (v. 34) es eterno Pero “los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo” (v. 35) no toman ni marido, ni mujer ya que “ni pueden ya morir ” (v.35-36), viven en Dios: “porque son como los ángeles y son hijos de Dios, por ser hijos de la resurrección” (v. 36). Ya en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, los ángeles son llamados hijos de Dios (véase por ejemplo Gen 6: 2; Sal 29, 1; Lc 10, 6; 16, 8). Esta frase de Jesús nos recuerda la carta de Pablo a los Romanos, donde está escrito que Jesús es el Hijo de Dios por su resurrección, él, el primogénito de entre los muertos, es por excelencia el hijo de la resurrección (Rom 1, 4). Podemos citar aquí también los textos de san Pablo sobre la resurrección de los muertos como evento de salvación cuya naturaleza es espiritual (1 Cor 15: 35-50).
● Yo soy: El Dios de los vivos
Jesús confirma la realidad de la resurrección citando otro pasaje del Éxodo, esta vez del pasaje de la revelación de Dios a Moisés en la zarza ardiendo. Los Saduceos hacen hincapié en su punto de vista, citando a Moisés. Y del mimo modo Jesús rechaza su argumento citando él también a Moisés: “Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (v. 37). En el Éxodo, vemos que el Señor se revela a Moisés con estas palabras: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Ex 3: 6). El Señor luego sigue revelando a Moisés su nombre divino: “Yo-Soy” (Ex 3: 14). La palabra hebraica ehjeh, cuya raíz es Hei-Yod-Hei, usada para indicar el nombre divino en Ex 3: 14, significa Yo soy aquel que es; Yo soy aquel que existe. La raíz puede significar asimismovida, existencia. Por ello, Jesús puede concluir: “No es un Dios de muertos, sino de vivos” (v. 38). En este mismo verso Jesús especifica que “para él todos viven”. Al reflexionar sobre la muerte de Jesús, en la carta a los Romanos, Pablo escribe: “Porque muriendo, murió al pecado una vez para siempre: pero viviendo, vive para Dios. Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom 6:10).
Podemos decir que Jesús, una vez más, hace ver a los Saduceos que la fidelidad de Dio para su pueblo, para la persona individual, no se basa en la existencia o no de un reino político (en el caso de la fidelidad de Dios al pueblo), y tampoco en el tener o no prosperidad y descendencia en esta vida. La esperanza del verdadero creyente no estriba en las cosas de este mundo, sino en el Dios vivo. Por ello, los discípulos de Jesús están llamados a vivir como los hijos de la resurrección, es decir como los hijos de la vida en Dios, como el Maestro y Señor, “como quienes han sido engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios” (1 Pe 1: 23).
b) Preguntas para ayudar la reflexión:
● ¿Qué te ha llamado la atención en el Evangelio? ¿Qué palabra? ¿Qué actitud particular?
● Trata de releer el texto del Evangelio en el contexto de los otros textos bíblicos citado en la llave de lectura. Busca tu mismo/a otros textos.
● ¿Cómo interpretas el conflicto que surge entre los jefes del pueblo y los Saduceos con Jesús?
● Reflexiona sobre cómo Jesús se escara con el conflicto. ¿Qué aprendes de su comportamiento?
● En tu opinión, ¿cuál es el núcleo de la cuestión en la discusión?
● Para ti, ¿qué significa la resurrección de los muertos?
● ¿Te sientes hijo/a de la resurrección?
● Para ti, ¿qué significa vivir la resurrección desde el momento presente?
3. Oratio
Del Salmo 17
Nos saciaremos, Señor, contemplando tu rostro.
Escucha, Yahvé, mi causa,
hazme caso cuando grito,
presta oído a mi plegaria,
que no hay doblez en mis labios.
Las sendas trazadas, ajustando mis pasos;
por tus veredas no vacilan mis pies.
Te invoco, oh Dios, pues tú me respondes,
inclina a mí tu oído, escucha mis palabras
Protégeme a la sombra de tus alas
Pero yo, rehabilitado, veré tu rostro,
al despertar te contemplaré hasta que quiera.
4. Contemplatio
Del diario místico de la
Hermana María Evangelista de la Santísima Trinidad, O.Carm.
También esta vida terrena está repleta de amor, de dones de “verdad”, dones escondidos y al mismo tiempo revelados por el signo... Siento inmenso agradecimiento por todos los valores humanos. Vivir en comunión con la creación, en amistad con los hermanos, en apertura hacia la obra de Dios y la obra del hombre, en permanente experiencia de los dones de la vida, aunque sean dones sufridos, aunque sean sencillamente humanos, es una gracia continua, un don que no termina.
Hablar con Dios. Mediatación del Domingo XXXII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo C. 07 de noviembre del 2010
Meditación del día de Hablar con Dios
Trigésimo segundo Domingo
ciclo c
LA DIGNIDAD DEL CUERPO HUMANO
— La resurrección de los cuerpos, declarada por Jesús.
— Los cuerpos están destinados a dar gloria a Dios junto con el alma.
— Nuestra filiación divina, iniciada ya en el alma por la gracia, será consumada por la glorificación del cuerpo.
I. La liturgia de la Misa de este domingo propone a nuestra consideración una de las verdades de fe recogidas en el Credo, y que hemos repetido muchas veces: la resurrección de los cuerpos y la existencia de una vida eterna para la que hemos sido creados. La Primera lectura1 nos habla de aquellos siete hermanos que, junto con su madre, prefirieron la muerte antes que traspasar la Ley del Señor. Mientras eran torturados, confesaron con firmeza su fe en una vida más allá de la muerte: Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará.
Otros lugares del Antiguo Testamento también expresan esta verdad fundamental revelada por Dios. Era una creencia universalmente admitida entre los judíos en tiempos de Jesús, salvo por el partido de los saduceos, que tampoco creían en la inmortalidad del alma, en la existencia de los ángeles y en la acción de la Providencia divina2. En el Evangelio de la Misa3 leemos cómo se acercaron a Jesús con la intención de ponerle en un aprieto. Según la ley del levirato4, si un hombre moría sin dejar hijos, el hermano estaba obligado a casarse con la viuda para suscitar descendencia. Así –le dicen a Jesús– ocurrió con siete hermanos: Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella. Les parecía que las consecuencias de esta ley provocaban una situación ridícula a la hora de poder explicar la resurrección de los cuerpos.
Jesús deshace esta cuestión, frívola en el fondo, reafirmando la resurrección y enseñando las propiedades de los cuerpos resucitados, La vida eterna no será igual a esta: allí no tomarán ni mujer ni marido..., pues son iguales a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y, citando la Sagrada Escritura5, pone de manifiesto el grave error de los saduceos, y argumenta: No es Dios de muertos, sino de vivos; todos viven para Él. Moisés llamó al Señor Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob, que hacía tiempo que habían muerto. Por tanto, aunque estos justos hayan muerto en cuanto al cuerpo, viven con verdadera vida en Dios, pues sus almas son inmortales, y esperan la resurrección de los cuerpos6. Los saduceos ya no se atrevían a preguntarle más.
Los cristianos profesamos en el Credo nuestra esperanza en la resurrección del cuerpo y en la vida eterna. Este artículo de la fe «expresa el término y el fin del designio de Dios» sobre el hombre. «Si no existe la resurrección, todo el edificio de la fe se derrumba, como afirma vigorosísimamente San Pablo (cfr. 1 Cor 15). Si el cristiano no está seguro del contenido de las palabras vida eterna, las promesas del Evangelio, el sentido de la Creación y de la Redención desaparecen, e incluso la misma vida terrena queda desposeída de toda esperanza (cfr. Heb 11, l)»7. Ante la atracción de las cosas de aquí abajo, que pueden aparecer en ocasiones como las únicas que cuentan, hemos de considerar repetidamente que nuestra alma es inmortal, y que se unirá al propio cuerpo al fin de los tiempos; ambos –el hombre entero: alma y cuerpo– están destinados a una eternidad sin término. Todo lo que llevemos a cabo en este mundo hemos de hacerlo con la mirada puesta en esa vida que nos espera, pues «pertenecemos totalmente a Dios, con alma y cuerpo, con la carne y con los huesos, con los sentidos y con las potencias»8.
II. La muerte, como enseña la Sagrada Escritura, no la hizo Dios; es pena del pecado de Adán9. Cristo mostró con su resurrección el poder sobre la muerte: mortem nostram moriendo destruxit et vita resurgendo reparavit, muriendo destruyó nuestra muerte, y resurgiendo reparó nuestra vida, canta la Iglesia en el Prefacio pascual. Con la resurrección de Cristo la muerte ha perdido su aguijón, su maldad, para tornarse redentora en unión con la Muerte de Cristo. Y en Él y por Él nuestros cuerpos resucitarán al final de los tiempos, para unirse al alma, que, si hemos sido fieles, estará dando gloria a Dios desde el instante mismo de la muerte, si nada tuvo que purificar.
Resucitar significa volver a levantarse aquello que cayó10, la vuelta a la vida de lo que murió, levantarse vivo aquello que sucumbió en el polvo. La Iglesia predicó desde el principio la resurrección de Cristo, fundamento de toda nuestra fe, y la resurrección de nuestros propios cuerpos, de la propia carne, de «esta en que vivimos, subsistimos y nos movemos»11. El alma volverá a unirse al propio cuerpo para el que fue creada. Y precisa el Magisterio de la Iglesia: los hombres «resucitarán con los propios cuerpos que ahora llevan»12. Al meditar que nuestros cuerpos darán también gloria a Dios, comprendemos mejor la dignidad de cada hombre y sus características esenciales e inconfundibles, distintas de cualquier otro ser de la Creación. El hombre no solo posee un alma libre, «bellísima entre las obras de Dios, hecha a imagen y semejanza del Creador, e inmortal porque así lo quiso Dios»13, que le hace superior a los animales, sino un cuerpo que ha de resucitar y que, si se está en gracia, es templo del Espíritu Santo. San Pablo recordaba frecuentemente esta verdad gozosa a los primeros cristianos: ¿no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros?14.
Nuestros cuerpos no son una especie de cárcel que el alma abandona cuando sale de este mundo, no «son lastre, que nos vemos obligados a arrastrar, sino las primicias de eternidad encomendadas a nuestro cuidado»15. El alma y el cuerpo se pertenecen mutuamente de manera natural, y Dios creó el uno para el otro. «Respétalo –nos exhorta San Cirilo de Jerusalén–, ya que tiene la gran suerte de ser templo del Espíritu Santo. No manches tu carne y si te has atrevido a hacerlo, purifícala ahora con la penitencia. Límpiala mientras tienes tiempo»16.
III. La altísima dignidad del hombre se encuentra ya presente en su creación, y con la Encarnación del Verbo, en la que existe como un desposorio del Verbo con la carne humana17, llega a su plena manifestación. Cada hombre «ha sido comprendido en el misterio de la redención, con cada uno ha sido unido Cristo, para siempre, por parte de este misterio. Todo hombre viene al mundo concebido en el seno materno, naciendo de madre, y es precisamente por razón del misterio de la Redención por lo que es confiado a la solicitud de la Iglesia. Tal solicitud afecta al hombre entero y está centrada sobre él de manera del todo particular. El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza de Dios mismo»18.
Enseña Santo Tomás que nuestra filiación divina, iniciada ya por la acción de la gracia en el alma, «será consumada por la glorificación del cuerpo (...), de forma que así como nuestra alma ha sido redimida del pecado, así nuestro cuerpo será redimido de la corrupción de la muerte»19. Y cita a continuación las palabras de San Pablo a los filipenses: Nosotros somos ciudadanos del Cielo, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro humilde cuerpo conforme a su Cuerpo glorioso en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas20. El Señor transformará nuestro cuerpo débil y sujeto a la enfermedad, a la muerte y a la corrupción, en un cuerpo glorioso. No podemos despreciarlo, ni tampoco exaltarlo como si fuera la única realidad en el hombre. Hemos de tenerlo sujeto mediante la mortificación porque, a consecuencia del desorden producido por el pecado original, tiende a «hacernos traición»21.
Es de nuevo San Pablo el que nos exhorta: Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo22. Y comenta el Papa Juan Pablo II: «La pureza como virtud, es decir, capacidad de mantener el propio cuerpo en santidad y respeto (cfr. 1 Tes 4, 4), aliada con el don de piedad, como fruto de la inhabitación del Espíritu Santo en el templo del cuerpo, realiza en él una plenitud tan grande de dignidad en las relaciones interpersonales, que Dios mismo es glorificado en él. La pureza es gloria del cuerpo humano ante Dios. Es la gloria de Dios en el cuerpo humano»23.
Nuestra Madre Santa María, que fue asunta al Cielo en cuerpo y alma, nos recordará en toda ocasión que también nuestro cuerpo ha sido hecho para dar gloria a Dios, aquí en la tierra y en el Cielo por toda la eternidad.
1 2 Mac 7, 1-2; 9-14. — 2 Cfr. J. DHEILLY, Diccionario bíblico, VOZ SADUCEOS, p. 921. — 3 Lc 20, 27-38. — 4 Cfr. Dt 25, 5 ss. — 5 Ex 3, 2; 6. — 6 Cfr. SAGRADA BIBLIA, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota a Lc 20, 27-40. — 7 S. C. PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta sobre algunas cuestiones referentes a la escatología. 17-V-1979. — 8 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 177. — 9 Cfr. Rom 5. 12. — 10 Cfr. SAN JUAN DAMASCENO, Sobre la fe ortodoxa, 27. — 11 Cfr. J. IBÁÑEZ-F. MENDOZA, La fe divina y católica de la Iglesia, Magisterio Español, Madrid 1978. nn. 7, 216 y 779. — 12 Ibídem. — 13 SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, IV, 18. — 14 1 Cor 6, 19. — 15 Cfr. R. A. KNOX, El torrente oculto, Rialp, Madrid 1956, p. 346. — 16 SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, IV, 25. — 17 TERTULIANO, Sobre la resurrección, 63. — 18 JUAN PABLO II, Enc. Redemptor hominis, 4-III-1979, 13. — 19 SANTO TOMÁS, Comentario a la Carta a los Romanos, 8, 5. — 20 Flp 3, 21. — 21 Cfr. SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 196 — 22 1 Cor 6, 20, — 23 JUAN PABLO II, Audiencia general 18-III-1981.
Extraído de www.hablarcondios.org / www.franciscofcarvajal.org.
Con licencia eclesiástica. Para uso personal, prohibida su distribución.
Trigésimo segundo Domingo
ciclo c
LA DIGNIDAD DEL CUERPO HUMANO
— La resurrección de los cuerpos, declarada por Jesús.
— Los cuerpos están destinados a dar gloria a Dios junto con el alma.
— Nuestra filiación divina, iniciada ya en el alma por la gracia, será consumada por la glorificación del cuerpo.
I. La liturgia de la Misa de este domingo propone a nuestra consideración una de las verdades de fe recogidas en el Credo, y que hemos repetido muchas veces: la resurrección de los cuerpos y la existencia de una vida eterna para la que hemos sido creados. La Primera lectura1 nos habla de aquellos siete hermanos que, junto con su madre, prefirieron la muerte antes que traspasar la Ley del Señor. Mientras eran torturados, confesaron con firmeza su fe en una vida más allá de la muerte: Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará.
Otros lugares del Antiguo Testamento también expresan esta verdad fundamental revelada por Dios. Era una creencia universalmente admitida entre los judíos en tiempos de Jesús, salvo por el partido de los saduceos, que tampoco creían en la inmortalidad del alma, en la existencia de los ángeles y en la acción de la Providencia divina2. En el Evangelio de la Misa3 leemos cómo se acercaron a Jesús con la intención de ponerle en un aprieto. Según la ley del levirato4, si un hombre moría sin dejar hijos, el hermano estaba obligado a casarse con la viuda para suscitar descendencia. Así –le dicen a Jesús– ocurrió con siete hermanos: Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella. Les parecía que las consecuencias de esta ley provocaban una situación ridícula a la hora de poder explicar la resurrección de los cuerpos.
Jesús deshace esta cuestión, frívola en el fondo, reafirmando la resurrección y enseñando las propiedades de los cuerpos resucitados, La vida eterna no será igual a esta: allí no tomarán ni mujer ni marido..., pues son iguales a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y, citando la Sagrada Escritura5, pone de manifiesto el grave error de los saduceos, y argumenta: No es Dios de muertos, sino de vivos; todos viven para Él. Moisés llamó al Señor Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob, que hacía tiempo que habían muerto. Por tanto, aunque estos justos hayan muerto en cuanto al cuerpo, viven con verdadera vida en Dios, pues sus almas son inmortales, y esperan la resurrección de los cuerpos6. Los saduceos ya no se atrevían a preguntarle más.
Los cristianos profesamos en el Credo nuestra esperanza en la resurrección del cuerpo y en la vida eterna. Este artículo de la fe «expresa el término y el fin del designio de Dios» sobre el hombre. «Si no existe la resurrección, todo el edificio de la fe se derrumba, como afirma vigorosísimamente San Pablo (cfr. 1 Cor 15). Si el cristiano no está seguro del contenido de las palabras vida eterna, las promesas del Evangelio, el sentido de la Creación y de la Redención desaparecen, e incluso la misma vida terrena queda desposeída de toda esperanza (cfr. Heb 11, l)»7. Ante la atracción de las cosas de aquí abajo, que pueden aparecer en ocasiones como las únicas que cuentan, hemos de considerar repetidamente que nuestra alma es inmortal, y que se unirá al propio cuerpo al fin de los tiempos; ambos –el hombre entero: alma y cuerpo– están destinados a una eternidad sin término. Todo lo que llevemos a cabo en este mundo hemos de hacerlo con la mirada puesta en esa vida que nos espera, pues «pertenecemos totalmente a Dios, con alma y cuerpo, con la carne y con los huesos, con los sentidos y con las potencias»8.
II. La muerte, como enseña la Sagrada Escritura, no la hizo Dios; es pena del pecado de Adán9. Cristo mostró con su resurrección el poder sobre la muerte: mortem nostram moriendo destruxit et vita resurgendo reparavit, muriendo destruyó nuestra muerte, y resurgiendo reparó nuestra vida, canta la Iglesia en el Prefacio pascual. Con la resurrección de Cristo la muerte ha perdido su aguijón, su maldad, para tornarse redentora en unión con la Muerte de Cristo. Y en Él y por Él nuestros cuerpos resucitarán al final de los tiempos, para unirse al alma, que, si hemos sido fieles, estará dando gloria a Dios desde el instante mismo de la muerte, si nada tuvo que purificar.
Resucitar significa volver a levantarse aquello que cayó10, la vuelta a la vida de lo que murió, levantarse vivo aquello que sucumbió en el polvo. La Iglesia predicó desde el principio la resurrección de Cristo, fundamento de toda nuestra fe, y la resurrección de nuestros propios cuerpos, de la propia carne, de «esta en que vivimos, subsistimos y nos movemos»11. El alma volverá a unirse al propio cuerpo para el que fue creada. Y precisa el Magisterio de la Iglesia: los hombres «resucitarán con los propios cuerpos que ahora llevan»12. Al meditar que nuestros cuerpos darán también gloria a Dios, comprendemos mejor la dignidad de cada hombre y sus características esenciales e inconfundibles, distintas de cualquier otro ser de la Creación. El hombre no solo posee un alma libre, «bellísima entre las obras de Dios, hecha a imagen y semejanza del Creador, e inmortal porque así lo quiso Dios»13, que le hace superior a los animales, sino un cuerpo que ha de resucitar y que, si se está en gracia, es templo del Espíritu Santo. San Pablo recordaba frecuentemente esta verdad gozosa a los primeros cristianos: ¿no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros?14.
Nuestros cuerpos no son una especie de cárcel que el alma abandona cuando sale de este mundo, no «son lastre, que nos vemos obligados a arrastrar, sino las primicias de eternidad encomendadas a nuestro cuidado»15. El alma y el cuerpo se pertenecen mutuamente de manera natural, y Dios creó el uno para el otro. «Respétalo –nos exhorta San Cirilo de Jerusalén–, ya que tiene la gran suerte de ser templo del Espíritu Santo. No manches tu carne y si te has atrevido a hacerlo, purifícala ahora con la penitencia. Límpiala mientras tienes tiempo»16.
III. La altísima dignidad del hombre se encuentra ya presente en su creación, y con la Encarnación del Verbo, en la que existe como un desposorio del Verbo con la carne humana17, llega a su plena manifestación. Cada hombre «ha sido comprendido en el misterio de la redención, con cada uno ha sido unido Cristo, para siempre, por parte de este misterio. Todo hombre viene al mundo concebido en el seno materno, naciendo de madre, y es precisamente por razón del misterio de la Redención por lo que es confiado a la solicitud de la Iglesia. Tal solicitud afecta al hombre entero y está centrada sobre él de manera del todo particular. El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza de Dios mismo»18.
Enseña Santo Tomás que nuestra filiación divina, iniciada ya por la acción de la gracia en el alma, «será consumada por la glorificación del cuerpo (...), de forma que así como nuestra alma ha sido redimida del pecado, así nuestro cuerpo será redimido de la corrupción de la muerte»19. Y cita a continuación las palabras de San Pablo a los filipenses: Nosotros somos ciudadanos del Cielo, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro humilde cuerpo conforme a su Cuerpo glorioso en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas20. El Señor transformará nuestro cuerpo débil y sujeto a la enfermedad, a la muerte y a la corrupción, en un cuerpo glorioso. No podemos despreciarlo, ni tampoco exaltarlo como si fuera la única realidad en el hombre. Hemos de tenerlo sujeto mediante la mortificación porque, a consecuencia del desorden producido por el pecado original, tiende a «hacernos traición»21.
Es de nuevo San Pablo el que nos exhorta: Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo22. Y comenta el Papa Juan Pablo II: «La pureza como virtud, es decir, capacidad de mantener el propio cuerpo en santidad y respeto (cfr. 1 Tes 4, 4), aliada con el don de piedad, como fruto de la inhabitación del Espíritu Santo en el templo del cuerpo, realiza en él una plenitud tan grande de dignidad en las relaciones interpersonales, que Dios mismo es glorificado en él. La pureza es gloria del cuerpo humano ante Dios. Es la gloria de Dios en el cuerpo humano»23.
Nuestra Madre Santa María, que fue asunta al Cielo en cuerpo y alma, nos recordará en toda ocasión que también nuestro cuerpo ha sido hecho para dar gloria a Dios, aquí en la tierra y en el Cielo por toda la eternidad.
1 2 Mac 7, 1-2; 9-14. — 2 Cfr. J. DHEILLY, Diccionario bíblico, VOZ SADUCEOS, p. 921. — 3 Lc 20, 27-38. — 4 Cfr. Dt 25, 5 ss. — 5 Ex 3, 2; 6. — 6 Cfr. SAGRADA BIBLIA, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota a Lc 20, 27-40. — 7 S. C. PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta sobre algunas cuestiones referentes a la escatología. 17-V-1979. — 8 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 177. — 9 Cfr. Rom 5. 12. — 10 Cfr. SAN JUAN DAMASCENO, Sobre la fe ortodoxa, 27. — 11 Cfr. J. IBÁÑEZ-F. MENDOZA, La fe divina y católica de la Iglesia, Magisterio Español, Madrid 1978. nn. 7, 216 y 779. — 12 Ibídem. — 13 SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, IV, 18. — 14 1 Cor 6, 19. — 15 Cfr. R. A. KNOX, El torrente oculto, Rialp, Madrid 1956, p. 346. — 16 SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, IV, 25. — 17 TERTULIANO, Sobre la resurrección, 63. — 18 JUAN PABLO II, Enc. Redemptor hominis, 4-III-1979, 13. — 19 SANTO TOMÁS, Comentario a la Carta a los Romanos, 8, 5. — 20 Flp 3, 21. — 21 Cfr. SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 196 — 22 1 Cor 6, 20, — 23 JUAN PABLO II, Audiencia general 18-III-1981.
Extraído de www.hablarcondios.org / www.franciscofcarvajal.org.
Con licencia eclesiástica. Para uso personal, prohibida su distribución.
Santoral 7 del de noviembre. San Ernesto
San Ernesto Noviembre 7
Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB
Etimológicamente significa "fuerte en el combate". Viene de la lengua alemana.
Hoy, el creyente tiene ante sí el lema que se propuso san Agustín tres siglos después de Cristo:<>.
Hoy más que nunca se alza una llamada a abrir caminos de confianza hasta en las noches de la humanidad.
El joven Ernesto, muerto en el año 1147, vivió de lleno en la época de la primera cruzada (1099). Fue ella la que permitió abrir nuevos caminos para los Lugares santos a todos los peregrinos. Y además, permitió la fundación de cuatro pequeños estados cristianos en tierras del Islám: Jerusalén, Antioquía, Edesa y Trípoli.
Sin embargo, desde 1144, la caída de Edesa mostró que los musulmanes podían volver a coger lo que los franceses les habían arrebatado anteriormente, incluida Jerusalén.
Esto dio lugar a la segunda cruzada (1147-1149). Se sabe por la historia que fue un desatino.
De los 200.000 hombres y mujeres que partieron para el Oriente, volvieron sólo algunos miles.
Ernesto de Steisslingen fue uno de ellos. En su juventud entró de monje en la abadía de Zwiefalten, que da al bello lago de Constanza.
Lo eligieron abad durante cinco años para dirigir humana y espiritualmente a los sesenta y dos monjes que la habitaban.
Al término de su mandato, se marchó de nuevo a la cruzada con el ejército alemán, comandado por el emperador Conrado III.
Cuando se despidió de sus hermanos religiosos, les dijo:<< Creo que no volveré a veros en esta tierra, pues Dios me concederá que vierta mi sangre por él. Poco importa la muerte que me reserva, si me permite sufrir por el amor de Cristo>>.
Sus predicciones se cumplieron. Y desde entonces no se supo nunca cómo y dónde murió.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB
Etimológicamente significa "fuerte en el combate". Viene de la lengua alemana.
Hoy, el creyente tiene ante sí el lema que se propuso san Agustín tres siglos después de Cristo:<
Hoy más que nunca se alza una llamada a abrir caminos de confianza hasta en las noches de la humanidad.
El joven Ernesto, muerto en el año 1147, vivió de lleno en la época de la primera cruzada (1099). Fue ella la que permitió abrir nuevos caminos para los Lugares santos a todos los peregrinos. Y además, permitió la fundación de cuatro pequeños estados cristianos en tierras del Islám: Jerusalén, Antioquía, Edesa y Trípoli.
Sin embargo, desde 1144, la caída de Edesa mostró que los musulmanes podían volver a coger lo que los franceses les habían arrebatado anteriormente, incluida Jerusalén.
Esto dio lugar a la segunda cruzada (1147-1149). Se sabe por la historia que fue un desatino.
De los 200.000 hombres y mujeres que partieron para el Oriente, volvieron sólo algunos miles.
Ernesto de Steisslingen fue uno de ellos. En su juventud entró de monje en la abadía de Zwiefalten, que da al bello lago de Constanza.
Lo eligieron abad durante cinco años para dirigir humana y espiritualmente a los sesenta y dos monjes que la habitaban.
Al término de su mandato, se marchó de nuevo a la cruzada con el ejército alemán, comandado por el emperador Conrado III.
Cuando se despidió de sus hermanos religiosos, les dijo:<< Creo que no volveré a veros en esta tierra, pues Dios me concederá que vierta mi sangre por él. Poco importa la muerte que me reserva, si me permite sufrir por el amor de Cristo>>.
Sus predicciones se cumplieron. Y desde entonces no se supo nunca cómo y dónde murió.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
viernes, 5 de noviembre de 2010
Moniciones a las Lecturas y Oracion de los Fieles. Domingo XXXII Tiempo Ordinario. Ciclo C. 07 de noviembre 2010
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario
7 de noviembre de 2010
MONICIÓN DE ENTRADA
Sean todos bienvenidos a la Eucaristía de este domingo 32 del Tiempo Ordinario. Jesús nos va a hablar de vida eterna y de la Resurrección de todos, siendo Él el primero. Es, pues, un mensaje que contiene esperanza, amor y gozo. Pero en el origen de la respuesta del Maestro estaba una pregunta mal intencionada del grupo de los saduceos, que no creían ni en la resurrección, ni en casi nada. La pregunta es, a su vez, lo que motivó la famosa frase de “la trampa saducea” que tanto se utiliza como trampa malintencionada. Pero Jesús aprovechó para mostrar un camino de eternidad: “seremos como ángeles”. De pie para recibir al Celebrante, cantando
MONICIONES SOBRE LAS LECTURAS
1.- La primera lectura pertenece al capítulo 7 del Libro de los Macabeos y narra el martirio que siete hermanos sufrieron por confesar y no negar al único Dios verdadero. Los judíos creían en una resurrección que solamente alcanzaba a los justos y a los mártires. Pero Jesús nos dice que todos resucitaremos y que seremos como ángeles…Escuchemos.
2.- La segunda lectura procede la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses, que ya hemos leído la semana pasada y que seguiremos leyendo hasta el Adviento. Pablo sugiere que no debe haber temor ante los Tiempos Últimos porque tenemos la fuerza de Dios que nos lleva a obrar y hablar bien. Es Dios quien nos inspira. Escuchemos
3.- El Evangelio de Lucas que se proclama hoy contiene una figura llamada “la trampa saducea” y que es frecuente en el lenguaje político o jurídico. Cuando los saduceos –que no creían en la resurrección—se acercan a Jesús quieren proponerle un tema sin más solución que la de ellos. Pero Jesús les enseña algo en lo que nunca habían pensado: que cuando resucitemos seremos como ángeles y que las necesidades de esta vida mortal no aparecerán en esa Vida Futura. Para nosotros, Jesús de Nazaret nos hace una promesa de eternidad que, creyendo en ella, ha de cambiar nuestra existencia terrena. Nos ponemos de pie para escuchar el Santo Evangelio
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario
7 de noviembre de 2010
La oración de los fieles
CELEBRANTE
En este domingo San Pablo nos anima a que tengamos la constancia de Cristo, pero también nos asegura que el señor nos dará fuerzas para ello. Así te pedimos Dios nuestro:
DANOS TU FUERZA, SEÑOR
1. - Por el Papa Benedicto XVI, para que el Señor derrame abundantes gracias sobre el, y pueda continuar con la labor misionera que le ha encomendado.
OREMOS AL SEÑOR
MONITOR
2.- Por los obispos, sacerdotes y diáconos para que la Palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó en tiempos de los primeros discípulos.
OREMOS AL SEÑOR
3. – Por todos los dirigentes del mundo para que descubran que Dios les pide un servicio preocupado por todas las personas de sus pueblos en especial de los más desfavorecidos.
OREMOS AL SEÑOR
4. – Por todos aquellos que sufren por seguir y difundir la palabra de Dios, para que el ejemplo de los Macabeos y todos los demás mártires, sea aliento en sus sufrimientos.
OREMOS AL SEÑOR
5. – Por todos aquellos que aún no han descubierto que el verdadero Amor y la vida verdadera es la que nos viene de Cristo, y andan viviendo en distinta dirección, para que descubran el verdadero sentido de sus vidas.
OREMOS AL SEÑOR
6. – Por todos los que están enfermos, por los que viven necesitados de lo material, por los que están lejos de sus hogares, para que el Señor alivie sus sufrimientos.
OREMOS AL SEÑOR
7. – Por todos nosotros para que un día el Dios de la resurrección nos haga partícipes de la Vida que Cristo ha ganado para sus hermanos.
OREMOS AL SEÑOR
CELEBRANTE
Padre acoge con bondad las plegarias que humildemente te presentamos. Por Nuestro Señor Jesucristo que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén
7 de noviembre de 2010
MONICIÓN DE ENTRADA
Sean todos bienvenidos a la Eucaristía de este domingo 32 del Tiempo Ordinario. Jesús nos va a hablar de vida eterna y de la Resurrección de todos, siendo Él el primero. Es, pues, un mensaje que contiene esperanza, amor y gozo. Pero en el origen de la respuesta del Maestro estaba una pregunta mal intencionada del grupo de los saduceos, que no creían ni en la resurrección, ni en casi nada. La pregunta es, a su vez, lo que motivó la famosa frase de “la trampa saducea” que tanto se utiliza como trampa malintencionada. Pero Jesús aprovechó para mostrar un camino de eternidad: “seremos como ángeles”. De pie para recibir al Celebrante, cantando
MONICIONES SOBRE LAS LECTURAS
1.- La primera lectura pertenece al capítulo 7 del Libro de los Macabeos y narra el martirio que siete hermanos sufrieron por confesar y no negar al único Dios verdadero. Los judíos creían en una resurrección que solamente alcanzaba a los justos y a los mártires. Pero Jesús nos dice que todos resucitaremos y que seremos como ángeles…Escuchemos.
2.- La segunda lectura procede la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses, que ya hemos leído la semana pasada y que seguiremos leyendo hasta el Adviento. Pablo sugiere que no debe haber temor ante los Tiempos Últimos porque tenemos la fuerza de Dios que nos lleva a obrar y hablar bien. Es Dios quien nos inspira. Escuchemos
3.- El Evangelio de Lucas que se proclama hoy contiene una figura llamada “la trampa saducea” y que es frecuente en el lenguaje político o jurídico. Cuando los saduceos –que no creían en la resurrección—se acercan a Jesús quieren proponerle un tema sin más solución que la de ellos. Pero Jesús les enseña algo en lo que nunca habían pensado: que cuando resucitemos seremos como ángeles y que las necesidades de esta vida mortal no aparecerán en esa Vida Futura. Para nosotros, Jesús de Nazaret nos hace una promesa de eternidad que, creyendo en ella, ha de cambiar nuestra existencia terrena. Nos ponemos de pie para escuchar el Santo Evangelio
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario
7 de noviembre de 2010
La oración de los fieles
CELEBRANTE
En este domingo San Pablo nos anima a que tengamos la constancia de Cristo, pero también nos asegura que el señor nos dará fuerzas para ello. Así te pedimos Dios nuestro:
DANOS TU FUERZA, SEÑOR
1. - Por el Papa Benedicto XVI, para que el Señor derrame abundantes gracias sobre el, y pueda continuar con la labor misionera que le ha encomendado.
OREMOS AL SEÑOR
MONITOR
2.- Por los obispos, sacerdotes y diáconos para que la Palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó en tiempos de los primeros discípulos.
OREMOS AL SEÑOR
3. – Por todos los dirigentes del mundo para que descubran que Dios les pide un servicio preocupado por todas las personas de sus pueblos en especial de los más desfavorecidos.
OREMOS AL SEÑOR
4. – Por todos aquellos que sufren por seguir y difundir la palabra de Dios, para que el ejemplo de los Macabeos y todos los demás mártires, sea aliento en sus sufrimientos.
OREMOS AL SEÑOR
5. – Por todos aquellos que aún no han descubierto que el verdadero Amor y la vida verdadera es la que nos viene de Cristo, y andan viviendo en distinta dirección, para que descubran el verdadero sentido de sus vidas.
OREMOS AL SEÑOR
6. – Por todos los que están enfermos, por los que viven necesitados de lo material, por los que están lejos de sus hogares, para que el Señor alivie sus sufrimientos.
OREMOS AL SEÑOR
7. – Por todos nosotros para que un día el Dios de la resurrección nos haga partícipes de la Vida que Cristo ha ganado para sus hermanos.
OREMOS AL SEÑOR
CELEBRANTE
Padre acoge con bondad las plegarias que humildemente te presentamos. Por Nuestro Señor Jesucristo que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén
Homilias Domingo XXXII Tiempo Ordinario. Ciclo C. 07 de noviembre 2010
1.- LA TRAMPA SADUCEA Y LA FE EN LA RESURRECCIÓN
Por Gabriel González del Estal
1.- Los saduceos, que no creían en la resurrección de los muertos, pensaban que les iba a resultar muy fácil poner en un verdadero aprieto a Jesús. Para conseguirlo prepararon una pregunta capciosa, a la que –pensaron- Jesús no podía responder sin incurrir en contradicción, o caer en ridículo ante los que preguntaban. Es lo que desde entonces se ha llamado la “trampa saducea”. El error de los saduceos estaba originado en el falso concepto que tenían de lo que Jesús llamaba resurrección de los muertos. Pensaban los saduceos que Jesús creía que la vida después de la muerte física iba a ser una copia o repetición de la vida que las personas muertas habían tenido aquí en la tierra y se iba a regir por las mismas normas y leyes. Jesús de Nazaret les aclara el significado de la palabra “resurrección”. Las personas resucitadas son personas en el sentido propio de la palabra, pero no necesitarán casarse, ni reproducirse. “Serán como ángeles, hijos de Dios, porque participan de la resurrección”. Yo no sé cómo será la vida después de la muerte, pero sé que será OTRA vida, una vida en la que la materia, el espacio y el tiempo ya no tendrán la última palabra. Será una vida que participará de la vida divina, de un Dios que ni es materia, ni está sometido a las leyes temporales del espacio y del tiempo. A lo largo de la historia, muchas personas han pensado como los saduceos, creyendo que en la otra vida seguiremos teniendo un cuerpo semejante al que tuvimos aquí en la tierra. La frase del catecismo “con los mismos cuerpos y almas que tuvieron” ha inducido a muchos cristianos a pensar que la OTRA vida será una repetición, muy mejorada, desde luego, de la vida que tuvieron aquí en la tierra. Nada de eso. El cuerpo resucitado será un cuerpo espiritual que se regirá por leyes espirituales, leyes que no manan de la materia física, sino del mismo Dios. ¿Que esto es difícil de entender? Por supuesto, la fe no mana del entendimiento racional, sino que es una actitud de toda la persona que confía y se fía de Dios; la fe es siempre un don de Dios. Pidamos nosotros a Dios que aumente nuestra fe en la resurrección, para que no caigamos, como los saduceos, en trampas irresolubles.
2.- Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. La madre y los siete hermanos macabeos son un ejemplo maravilloso de fe en la resurrección. Prefirieron morir, antes que renunciar a su fe. La prescripción de la ley por la que ellos morían era, sin duda, una prescripción que hoy día para nosotros no tiene valor ni significado alguno, pero la fe por la que murieron, la fe en la resurrección de los muertos, sí sigue siendo para nosotros, los cristianos del siglo XXI, una fe iluminadora y fortificante. ¡La fuerza de la fe en la resurrección es inmensa! A lo largo de los siglos miles y millones de personas han preferido morir, antes que renunciar a esta fe. El creer en la resurrección, o el no creer, marca la vida de las personas y las hace reaccionar ante los acontecimientos temporales de forma totalmente distinta. Lo que tenemos que intentar los cristianos es que nuestra fe en la resurrección sea una fuerza invencible para hacer el bien. La fe en la resurrección es la fe en la vida y los cristianos debemos ser siempre defensores de la vida; de la vida aquí en la tierra y de la vida en la OTRA vida. Vale la pena morir en esta vida por defender nuestra OTRA vida. Este es el ejemplo que hoy nos dan la madre y los siete hermanos macabeos.
2.- SEREMOS UNA SOLA FAMILIA, UNA GRAN FAMILIA
Por Pedro Juan Díaz
1.- ¿Será posible que entre los cristianos haya gente que piense como los saduceos? El Evangelio nos explica que los saduceos eran un movimiento religioso conservador que negaba la resurrección de los muertos. De hecho, fueron a plantearle la cuestión a Jesús para hacerle perder autoridad, porque lo veían como una amenaza. Ellos decían que en los libros del Pentateuco del Antiguo Testamento no se hablaba de la resurrección por ninguna parte. Sin embargo, Jesús hablaba de un Dios que “no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. ¿Pensamos nosotros lo mismo? En teoría si, de hecho, si negamos la resurrección de Jesús nos salimos completamente de la fe cristiana. Pero en la práctica, nuestras actitudes, nuestras prácticas religiosas, nuestros miedos y nuestras reacciones ante la muerte parece que hacen ver algo completamente distinto. Vamos a buscar en la Palabra de Dios de hoy un poco de luz para aclarar esta cuestión.
2.- En la primera lectura hemos escuchado como una familia entera de siete hermanos y su madre mueren por defender la ley que prohibía comer carne de cerdo. En el fondo, mueren por defender su fe. Pero lo hacen con una gran esperanza. “Estamos dispuestos a morir”, dicen. “El rey del universo nos resucitará”, comenta otro. “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará”. El Dios en el que ellos creen (y nosotros también) no puede permitir que el mal y la injusticia triunfen sobre el bien y la verdad. Por eso, ante unas víctimas de una muerte injusta, Dios sale en su defensa, comprometiéndose con los inocentes y resucitando a las víctimas de la injusticia. Esa era su fe y su esperanza. Por eso no temen a la muerte.
3.- En la segunda lectura, San Pablo anima a su comunidad de Tesalónica en unos términos muy parecidos. A pesar del sufrimiento y de las persecuciones, no están solos, Dios está con ellos, les acompaña y les anima: “Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas”. La comunidad cristiana de Tesalónica está viviendo momentos difíciles de persecución y su vida se ve amenazada por causa de su fe. Pero Pablo les insiste en que confíen en la fidelidad de Dios por encima de todo: “El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno”.
4.- El Evangelio nos da la clave para mantenernos en esta fe, en esta esperanza y en esta fortaleza ante los vaivenes de la vida: estamos llamados a participar en la resurrección porque somos hijos de Dios, de un Dios de vivos, no de muertos. Precisamente esa relación de hijos de Dios y de hermanos entre nosotros es la que viviremos en el cielo. No necesitaremos los vínculos matrimoniales, ni familiares, porque seremos una sola familia, una gran familia, la de los hijos e hijas de Dios, la de los hermanos que se quieren con una fraternidad plena. Por eso Jesús responde a los saduceos diciendo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán… son hijos de Dios, porque participan de la resurrección”. No olvidemos que la resurrección de Jesús (y por ende también la nuestra) es el eje central de nuestra fe. No olvidemos en qué Dios creemos, un Dios de vivos. No olvidemos que el amor de Dios es más fuerte que la misma muerte. Esa es nuestra fe y nuestra esperanza y con ellas podemos afrontar cualquier situación de nuestra vida, por difícil que sea, sabiendo que Dios está con nosotros, que nos acompaña y que nos dará fuerzas para salir adelante. Lo que nosotros debemos hacer es buscar esas fuerzas, acudir a Él y sentir que nos acompaña siempre.
5.- Al celebrar la Eucaristía de cada domingo ocurren dos cosas, entre otras muchas, que tienen que ver con esto: en primer lugar, rememoramos la entrega en la cruz de Jesús y su resurrección salvadora, la que nos abrió a nosotros también las puertas de la VIDA; y en segundo lugar, creamos un micro-clima de fraternidad, un intento de lo que viviremos en plenitud en el cielo, pero que aquí y ahora vamos intentando hacer realidad, paso a paso, viviendo esa fraternidad que Dios nos propone como meta última en el aquí y ahora de nuestra vida, reconociendo a cada persona que está aquí con nosotros como un hijo de Dios, como un hermano y hermana nuestros. Fortalezcamos estos lazos de fraternidad y proclamemos juntos nuestra fe en la resurrección y en el Dios de los vivos que nos hace hermanos en la fe.
________________________________________
3.- LA HISTORIA QUE YA NUNCA ACABARÁ
Por Antonio García-Moreno
1.- VALE LA PENA.- Dios, a través de la liturgia, nos trae a la memoria el heroísmo de los siete hermanos que, con su madre al frente, entregaron sus cuerpos jóvenes al tormento y la muerte, antes que dejar de cumplir la ley divina. Ejemplo heroico que se ha repetido después en muchas ocasiones, que se repite hoy también en mil rincones de la tierra.
Hombres que dan su vida por ser fieles a la voluntad de Dios. Fidelidad heroica de los que caminan al martirio con los ojos iluminados y una canción a flor de labios. Heroica fidelidad de los que dijeron que sí a la llamada de Dios y siguen caminando por el mismo itinerario de siempre, a pesar de las dificultades, a pesar de los años, a pesar de los pesares, siempre fieles.
Dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres... Ayúdanos, Señor, fortalece nuestra debilidad, haznos resistir a la tentación, hasta llegar a la sangre si fuera preciso. Somos débiles, cobardes, nos desalentamos, rompemos nuestros compromisos. Ayúdanos, Señor, haznos fieles hasta la muerte, pues sólo así mereceremos la corona de la vida.
Ellos veían cómo sus hermanos, uno a uno, se iban retorciendo de dolor en la cruel tortura, cómo sus ojos se nublaban, cómo sus cabezas quedaban dobladas cual flores marchitas. Y era tan fácil evitar todo aquello... Bastaba con una palabra, con un gesto. Y hubieran vivido, hubieran disfrutado de la lozanía de los años mozos.
El rey, el tirano cruel, sus esbirros, su corte de aduladores, todos se asombraban de aquel valor supremo, todos estaban desconcertados ante la fidelidad de aquellos muchachos, de aquella mujer que animaba a sus hijos para que fueran serenos y alegres al tormento.
Ellos esperaban la resurrección, estaban íntimamente persuadidos de que detrás de todo aquello les esperaba la vida eterna. Por eso no temían a nada ni a nadie... Recuérdalo, vale la pena. No tienen comparación los sufrimientos que podamos tener en esta vida con la dicha que nos espera en la otra, y acá abajo también. El ciento por uno en la tierra y la vida eterna en el cielo. Sí, vale la pena.
2.- LA VIDA ETERNA.- En Jesucristo se cumplió con plenitud el salmo segundo. No sólo en cuanto que él es el Rey mesiánico que se anuncia en dicho salmo, el Hijo engendrado en la eternidad que en él se canta, sino en cuanto que también en él se cumple ese amotinamiento de mucha gente contra el Señor, ese ponerse de acuerdo en contra suya de los grandes de la tierra. En efecto, en el evangelio de hoy vemos cómo los caduceos, que eran enemigos de los fariseos, se ponen de acuerdo con éstos para atacar a Jesús. Así en este pasaje intentan poner en ridículo al Maestro y defender al mismo tiempo su propia postura ante la eternidad que, en realidad, negaban al no admitir la resurrección de la carne.
El ejemplo que aducen es extraño, pero no inverosímil: una mujer que, según la Ley del Levirato, viene a ser viuda y esposa sucesivamente de siete hermanos. ¿Quién se quedará con ella al final, en la otra vida? El Maestro contesta que después de la muerte, los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección no se casarán, pues ya no podrán morir y serán como Ángeles, participan como hijos de Dios en la Resurrección. Es un pasaje muy adecuado para el mes de ánimas en que leemos este pasaje. La liturgia nos recuerda al principio de este mes la existencia de ese otro mundo en el que moran los muertos. Esos que ya se fueron para no volver, aquellos que nosotros volveremos a encontrar después de nuestra propia muerte. Esos que nos fueron tan queridos, y a quienes seguimos queriendo y ayudando con nuestras oraciones y sufragios por sus almas.
Esta actitud terrena y temporal de los saduceos, todavía sigue vigente en la doctrina de algunos. Otros quizás digan creer en esa vida del más allá, pero en realidad su conducta prescinde por completo de esa realidad. Viven como si todo se terminara aquí abajo; como si sólo importase el dinero o los valores meramente materiales. Olvidan que todo lo terreno es relativo y pasajero, que sólo se tendrá en cuenta la vida santamente vivida, sólo nos servirá el bien que hayamos hecho por amor a Dios. No podemos, por tanto, vivir como si todo se redujera a los cuatro días que en esta tierra pasamos. Hay que tener visión sobrenatural, visión de fe que extiende la mirada a los horizontes que hay más allá de la muerte.
Sí, es una verdad de fe que los muertos resucitan. Es precisamente la verdad que cierra el contenido del Credo. Así el alma, una vez que el cuerpo muere, comparece ante el tribunal de Dios para rendir cuentas de sus actos. Recibe la sentencia y comienza de inmediato a cumplirla, aunque el cuerpo se le una más tarde para sufrir o para gozar, según haya sido la sentencia divina. Cuando llegue el día del Juicio universal, entonces también los cuerpos volverán a la vida, se unirán para siempre con la propia alma. Desde ese momento se iniciará la historia que ya nunca acabará.
Por Gabriel González del Estal
1.- Los saduceos, que no creían en la resurrección de los muertos, pensaban que les iba a resultar muy fácil poner en un verdadero aprieto a Jesús. Para conseguirlo prepararon una pregunta capciosa, a la que –pensaron- Jesús no podía responder sin incurrir en contradicción, o caer en ridículo ante los que preguntaban. Es lo que desde entonces se ha llamado la “trampa saducea”. El error de los saduceos estaba originado en el falso concepto que tenían de lo que Jesús llamaba resurrección de los muertos. Pensaban los saduceos que Jesús creía que la vida después de la muerte física iba a ser una copia o repetición de la vida que las personas muertas habían tenido aquí en la tierra y se iba a regir por las mismas normas y leyes. Jesús de Nazaret les aclara el significado de la palabra “resurrección”. Las personas resucitadas son personas en el sentido propio de la palabra, pero no necesitarán casarse, ni reproducirse. “Serán como ángeles, hijos de Dios, porque participan de la resurrección”. Yo no sé cómo será la vida después de la muerte, pero sé que será OTRA vida, una vida en la que la materia, el espacio y el tiempo ya no tendrán la última palabra. Será una vida que participará de la vida divina, de un Dios que ni es materia, ni está sometido a las leyes temporales del espacio y del tiempo. A lo largo de la historia, muchas personas han pensado como los saduceos, creyendo que en la otra vida seguiremos teniendo un cuerpo semejante al que tuvimos aquí en la tierra. La frase del catecismo “con los mismos cuerpos y almas que tuvieron” ha inducido a muchos cristianos a pensar que la OTRA vida será una repetición, muy mejorada, desde luego, de la vida que tuvieron aquí en la tierra. Nada de eso. El cuerpo resucitado será un cuerpo espiritual que se regirá por leyes espirituales, leyes que no manan de la materia física, sino del mismo Dios. ¿Que esto es difícil de entender? Por supuesto, la fe no mana del entendimiento racional, sino que es una actitud de toda la persona que confía y se fía de Dios; la fe es siempre un don de Dios. Pidamos nosotros a Dios que aumente nuestra fe en la resurrección, para que no caigamos, como los saduceos, en trampas irresolubles.
2.- Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. La madre y los siete hermanos macabeos son un ejemplo maravilloso de fe en la resurrección. Prefirieron morir, antes que renunciar a su fe. La prescripción de la ley por la que ellos morían era, sin duda, una prescripción que hoy día para nosotros no tiene valor ni significado alguno, pero la fe por la que murieron, la fe en la resurrección de los muertos, sí sigue siendo para nosotros, los cristianos del siglo XXI, una fe iluminadora y fortificante. ¡La fuerza de la fe en la resurrección es inmensa! A lo largo de los siglos miles y millones de personas han preferido morir, antes que renunciar a esta fe. El creer en la resurrección, o el no creer, marca la vida de las personas y las hace reaccionar ante los acontecimientos temporales de forma totalmente distinta. Lo que tenemos que intentar los cristianos es que nuestra fe en la resurrección sea una fuerza invencible para hacer el bien. La fe en la resurrección es la fe en la vida y los cristianos debemos ser siempre defensores de la vida; de la vida aquí en la tierra y de la vida en la OTRA vida. Vale la pena morir en esta vida por defender nuestra OTRA vida. Este es el ejemplo que hoy nos dan la madre y los siete hermanos macabeos.
2.- SEREMOS UNA SOLA FAMILIA, UNA GRAN FAMILIA
Por Pedro Juan Díaz
1.- ¿Será posible que entre los cristianos haya gente que piense como los saduceos? El Evangelio nos explica que los saduceos eran un movimiento religioso conservador que negaba la resurrección de los muertos. De hecho, fueron a plantearle la cuestión a Jesús para hacerle perder autoridad, porque lo veían como una amenaza. Ellos decían que en los libros del Pentateuco del Antiguo Testamento no se hablaba de la resurrección por ninguna parte. Sin embargo, Jesús hablaba de un Dios que “no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. ¿Pensamos nosotros lo mismo? En teoría si, de hecho, si negamos la resurrección de Jesús nos salimos completamente de la fe cristiana. Pero en la práctica, nuestras actitudes, nuestras prácticas religiosas, nuestros miedos y nuestras reacciones ante la muerte parece que hacen ver algo completamente distinto. Vamos a buscar en la Palabra de Dios de hoy un poco de luz para aclarar esta cuestión.
2.- En la primera lectura hemos escuchado como una familia entera de siete hermanos y su madre mueren por defender la ley que prohibía comer carne de cerdo. En el fondo, mueren por defender su fe. Pero lo hacen con una gran esperanza. “Estamos dispuestos a morir”, dicen. “El rey del universo nos resucitará”, comenta otro. “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará”. El Dios en el que ellos creen (y nosotros también) no puede permitir que el mal y la injusticia triunfen sobre el bien y la verdad. Por eso, ante unas víctimas de una muerte injusta, Dios sale en su defensa, comprometiéndose con los inocentes y resucitando a las víctimas de la injusticia. Esa era su fe y su esperanza. Por eso no temen a la muerte.
3.- En la segunda lectura, San Pablo anima a su comunidad de Tesalónica en unos términos muy parecidos. A pesar del sufrimiento y de las persecuciones, no están solos, Dios está con ellos, les acompaña y les anima: “Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas”. La comunidad cristiana de Tesalónica está viviendo momentos difíciles de persecución y su vida se ve amenazada por causa de su fe. Pero Pablo les insiste en que confíen en la fidelidad de Dios por encima de todo: “El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno”.
4.- El Evangelio nos da la clave para mantenernos en esta fe, en esta esperanza y en esta fortaleza ante los vaivenes de la vida: estamos llamados a participar en la resurrección porque somos hijos de Dios, de un Dios de vivos, no de muertos. Precisamente esa relación de hijos de Dios y de hermanos entre nosotros es la que viviremos en el cielo. No necesitaremos los vínculos matrimoniales, ni familiares, porque seremos una sola familia, una gran familia, la de los hijos e hijas de Dios, la de los hermanos que se quieren con una fraternidad plena. Por eso Jesús responde a los saduceos diciendo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán… son hijos de Dios, porque participan de la resurrección”. No olvidemos que la resurrección de Jesús (y por ende también la nuestra) es el eje central de nuestra fe. No olvidemos en qué Dios creemos, un Dios de vivos. No olvidemos que el amor de Dios es más fuerte que la misma muerte. Esa es nuestra fe y nuestra esperanza y con ellas podemos afrontar cualquier situación de nuestra vida, por difícil que sea, sabiendo que Dios está con nosotros, que nos acompaña y que nos dará fuerzas para salir adelante. Lo que nosotros debemos hacer es buscar esas fuerzas, acudir a Él y sentir que nos acompaña siempre.
5.- Al celebrar la Eucaristía de cada domingo ocurren dos cosas, entre otras muchas, que tienen que ver con esto: en primer lugar, rememoramos la entrega en la cruz de Jesús y su resurrección salvadora, la que nos abrió a nosotros también las puertas de la VIDA; y en segundo lugar, creamos un micro-clima de fraternidad, un intento de lo que viviremos en plenitud en el cielo, pero que aquí y ahora vamos intentando hacer realidad, paso a paso, viviendo esa fraternidad que Dios nos propone como meta última en el aquí y ahora de nuestra vida, reconociendo a cada persona que está aquí con nosotros como un hijo de Dios, como un hermano y hermana nuestros. Fortalezcamos estos lazos de fraternidad y proclamemos juntos nuestra fe en la resurrección y en el Dios de los vivos que nos hace hermanos en la fe.
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3.- LA HISTORIA QUE YA NUNCA ACABARÁ
Por Antonio García-Moreno
1.- VALE LA PENA.- Dios, a través de la liturgia, nos trae a la memoria el heroísmo de los siete hermanos que, con su madre al frente, entregaron sus cuerpos jóvenes al tormento y la muerte, antes que dejar de cumplir la ley divina. Ejemplo heroico que se ha repetido después en muchas ocasiones, que se repite hoy también en mil rincones de la tierra.
Hombres que dan su vida por ser fieles a la voluntad de Dios. Fidelidad heroica de los que caminan al martirio con los ojos iluminados y una canción a flor de labios. Heroica fidelidad de los que dijeron que sí a la llamada de Dios y siguen caminando por el mismo itinerario de siempre, a pesar de las dificultades, a pesar de los años, a pesar de los pesares, siempre fieles.
Dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres... Ayúdanos, Señor, fortalece nuestra debilidad, haznos resistir a la tentación, hasta llegar a la sangre si fuera preciso. Somos débiles, cobardes, nos desalentamos, rompemos nuestros compromisos. Ayúdanos, Señor, haznos fieles hasta la muerte, pues sólo así mereceremos la corona de la vida.
Ellos veían cómo sus hermanos, uno a uno, se iban retorciendo de dolor en la cruel tortura, cómo sus ojos se nublaban, cómo sus cabezas quedaban dobladas cual flores marchitas. Y era tan fácil evitar todo aquello... Bastaba con una palabra, con un gesto. Y hubieran vivido, hubieran disfrutado de la lozanía de los años mozos.
El rey, el tirano cruel, sus esbirros, su corte de aduladores, todos se asombraban de aquel valor supremo, todos estaban desconcertados ante la fidelidad de aquellos muchachos, de aquella mujer que animaba a sus hijos para que fueran serenos y alegres al tormento.
Ellos esperaban la resurrección, estaban íntimamente persuadidos de que detrás de todo aquello les esperaba la vida eterna. Por eso no temían a nada ni a nadie... Recuérdalo, vale la pena. No tienen comparación los sufrimientos que podamos tener en esta vida con la dicha que nos espera en la otra, y acá abajo también. El ciento por uno en la tierra y la vida eterna en el cielo. Sí, vale la pena.
2.- LA VIDA ETERNA.- En Jesucristo se cumplió con plenitud el salmo segundo. No sólo en cuanto que él es el Rey mesiánico que se anuncia en dicho salmo, el Hijo engendrado en la eternidad que en él se canta, sino en cuanto que también en él se cumple ese amotinamiento de mucha gente contra el Señor, ese ponerse de acuerdo en contra suya de los grandes de la tierra. En efecto, en el evangelio de hoy vemos cómo los caduceos, que eran enemigos de los fariseos, se ponen de acuerdo con éstos para atacar a Jesús. Así en este pasaje intentan poner en ridículo al Maestro y defender al mismo tiempo su propia postura ante la eternidad que, en realidad, negaban al no admitir la resurrección de la carne.
El ejemplo que aducen es extraño, pero no inverosímil: una mujer que, según la Ley del Levirato, viene a ser viuda y esposa sucesivamente de siete hermanos. ¿Quién se quedará con ella al final, en la otra vida? El Maestro contesta que después de la muerte, los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección no se casarán, pues ya no podrán morir y serán como Ángeles, participan como hijos de Dios en la Resurrección. Es un pasaje muy adecuado para el mes de ánimas en que leemos este pasaje. La liturgia nos recuerda al principio de este mes la existencia de ese otro mundo en el que moran los muertos. Esos que ya se fueron para no volver, aquellos que nosotros volveremos a encontrar después de nuestra propia muerte. Esos que nos fueron tan queridos, y a quienes seguimos queriendo y ayudando con nuestras oraciones y sufragios por sus almas.
Esta actitud terrena y temporal de los saduceos, todavía sigue vigente en la doctrina de algunos. Otros quizás digan creer en esa vida del más allá, pero en realidad su conducta prescinde por completo de esa realidad. Viven como si todo se terminara aquí abajo; como si sólo importase el dinero o los valores meramente materiales. Olvidan que todo lo terreno es relativo y pasajero, que sólo se tendrá en cuenta la vida santamente vivida, sólo nos servirá el bien que hayamos hecho por amor a Dios. No podemos, por tanto, vivir como si todo se redujera a los cuatro días que en esta tierra pasamos. Hay que tener visión sobrenatural, visión de fe que extiende la mirada a los horizontes que hay más allá de la muerte.
Sí, es una verdad de fe que los muertos resucitan. Es precisamente la verdad que cierra el contenido del Credo. Así el alma, una vez que el cuerpo muere, comparece ante el tribunal de Dios para rendir cuentas de sus actos. Recibe la sentencia y comienza de inmediato a cumplirla, aunque el cuerpo se le una más tarde para sufrir o para gozar, según haya sido la sentencia divina. Cuando llegue el día del Juicio universal, entonces también los cuerpos volverán a la vida, se unirán para siempre con la propia alma. Desde ese momento se iniciará la historia que ya nunca acabará.
Liturgia de la Palabra para Comunidades sin Sacerdote. Lecturas y Oraciones. Domingo XXXi Tiempo Ordinaio. Cilco C.07 de noviembre 2010
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario
7 de noviembre de 2010
Liturgia de la Palabra para Comunidades sin Sacerdote
• Canción de entrada.-
• Presentación.
Tenemos que ser conscientes de que en muchos sitios la gente no está acostumbrada a estas celebraciones y espera que vaya un sacerdote a celebrar el acto litúrgico. Es, por tanto, una deferencia informarles de lo que se va a hacer y explicarles el por qué de esta ceremonia.
Antes de empezar la celebración es bueno preguntar a la gente si ha habido alguna cosa especial por la que podamos orar, (una muerte, un problema cercano, algo significativo…)
RITO DE ENTRADA
Después del rito de entrada, debemos decir a la gente lo que significa el que Dios nos haya invitado al Banquete Eucarístico y reconocer que no somos dignos de ello por lo que decimos:
Hermanos: para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros
pecados.
Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
Amén.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
GLORIA
Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria te alabamos,
te bendecimos, te adoramos,
te glorificamos, te damos gracias,
Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso.
Señor, Hijo único, Jesucristo,
Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre;
tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros.
Porque sólo tú eres Santo,
sólo tú Señor, sólo tú Altísimo,
Jesucristo, con el espíritu Santo en la gloria de Dios Padre.
Amén.
ORACIÓN COLECTA
Oremos:
Ayúdanos, Señor, a dejar en tus manos paternales todas nuestras preocupaciones, a fin de que podamos entregarnos con mayor libertad a tu
servicio.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
LITURGIA DE LA PALABRA
LECTURAS.-
(VER MAS ABAJO)
HOMILIA
(VER MAS ABAJO)
CREDO.-
Creo en un solo Dios,
Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación
bajó del cielo;
y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.
ORACIÓN DE LOS FIELES
(VER MAS ABAJO)
OFERTORIO
Es obvio que, en una celebración de la Palabra, no se ofrece el pan y el vino ya que no hay consagración, pero si se puede hacer un ofrecimiento por los allí reunidos, poniendo en manos del Señor todo lo que en ese momento querríamos ofrecerle. (Aquí se puede ofrecer lo que somos, lo que tenemos, a los seres que queremos…)
SANTO.-
Yo creo que el Santo no se debe omitir, ya que es una manera de alabar y dar gracias al Señor; por lo que se debe de hacer una invitación a la alabanza, a la acción de gracias y se puede leer un prefacio o simplemente cantar el Santo.
CONSAGRACIÓN.-
La gente que va a misa frecuentemente sabe todas estas cosas pero, quizá, haya personas que no lo sepan por eso es bueno explicar por qué en la Liturgia de la Palabra no hay consagración ya que solamente puede consagrar un sacerdote.
Lo que si se puede hacer es tener en ese momento unos minutos de adoración o cantar algún canto eucarístico.
También se puede tener un recuerdo por las personas que han fallecido recientemente, ya que los seres cercanos lo agradecen mucho.
RITO DE LA COMUNIÓN
Fieles a la recomendación del Salvador
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
PADRENUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Líbranos de todos los males, Señor,
y concédenos la paz en nuestros días,
para que, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado
y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles:
"La paz os dejo, mi paz os doy";
no tengas en cuenta nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia
y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad.
Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
Amén.
La paz del Señor esté siempre con vosotros.
Y con tu espíritu.
CORDERO DE DIOS
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
danos la paz.
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Señor, no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya bastará para sanarme.
El Cuerpo de Cristo.
Amén.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Oremos:
Te damos gracias, Señor, por habernos alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y te rogamos que la fuerza del Espíritu Santo, que nos has comunicado en este sacramento, permanezca en nosotros y transforme toda nuestra vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
RITO DE CONCLUSION
“El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna".
También se puede hacer con una frase corta, sacada del evangelio o de alguna lectura que sirva como consigna para la vida.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura
Lectura del segundo libro de
los Macabeos (7, 1-2. 9-14)
En aquellos días, arrestaron a siete hermanos junto con su madre. El rey Antíoco Epifanes los hizo azotar para obligarlos a comer carne de puerco, prohibida por la ley. Uno de ellos, hablando en nombre de todos, dijo: “¿Qué quieres saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”.
El rey se enfureció y lo mandó matar. Cuando el segundo de ellos estaba para morir, le dijo al rey: “Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos por fidelidad a sus leyes”.
Después comenzaron a burlarse del tercero. Presentó la lengua como se lo exigieron, extendió las manos con firmeza y declaró confiadamente: “De Dios recibí estos miembros y por amor a su ley los desprecio, y de él espero recobrarlos”.El rey y sus acompañantes quedaron impresionados por el valor con que aquel muchacho despreciaba los tormentos.
Una vez muerto éste, sometieron al cuarto a torturas semejantes. Estando ya para expirar, dijo: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 16
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Señor, hazme justicia y a mi clamor atiende; presta oído a mi súplica, pues mis labios no mienten.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Mis pies en tus caminos se mantuvieron firmes, no tembló mi pisada. A ti mi voz elevo, pues sé que me respondes. Atiéndeme, Dios mío, y escucha mis palabras.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Protégeme, Señor, como a las niñas de tus ojos, bajo la sombra de tus alas escóndeme, pues yo, por serte fiel, contemplaré tu rostro y al despertarme, espero saciarme de tu vista.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta
del apóstol san Pablo a los
tesalonicenses (2, 16—3, 5)
Hermanos: Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforten los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras.
Por lo demás, hermanos, oren por nosotros para que la palabra del Señor se propague con rapidez y sea recibida con honor, como aconteció entre ustedes. Oren también para que Dios nos libre de los hombres perversos y malvados que nos acosan, porque no todos aceptan la fe.
Pero el Señor, que es fiel, les dará fuerza a ustedes y los librará del maligno. Tengo confianza en el Señor de que ya hacen ustedes y continuarán haciendo cuanto les he mandado. Que el Señor dirija su corazón para que amen a Dios y esperen pacientemente la venida de Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Jesucristo es el primogénito de los muertos; a él sea dada la gloria y el poder por siempre.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (20, 27-38)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron:
“Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano.
Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”
Jesús les dijo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado.
Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión
El libro segundo de los Macabeos, posterior al año 124 a. C., expresa la espiritualidad que dio origen al movimiento de los fariseos. Al contarnos este libro el martirio de siete hermanos cuyos nombres no se conocen, se pone de manifiesto por vez primera en el A.T. la fe en la inmortalidad, que es el mensaje más valioso de este texto. En los siglos precedentes, las promesas de Dios eran para el pueblo en su conjunto; el creyente sólo esperaba la duración y la prosperidad de su raza. Aquí, sin embargo, se da un gran paso: las personas resucitarán. No se trata de la sola sobrevivencia del espíritu o el alma. El creyente espera resucitar con toda su personalidad para encontrarse con Dios.
Muchas son las veces en que las Escrituras se refieren a los "fariseos" y a los "saduceos" y muchos de nosotros los lectores desconocemos la diferencia entre unos y los otros. A continuacion incluimos una definicion de estos terminos que nos ayudaran a mejor entender las Escrituras cuando se hace referencia a los mismos.
Los saduceos eran los más conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero sólo en sus ideas, no en su conducta. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros cinco libros de la Biblia, los que ellos atribuían a Moisés. Los profetas, los escritos apocalípticos, todo lo referente por tanto al Reino de Dios, a las exigencias de cambio en la historia, a la otra vida, lo consideraban ideas “liberacionistas” de resentidos sociales. Para ellos no existía otra vida, la única vida que existía era la presente, y en ella eran los privilegiados; por eso, no había que esperar otra.
A esa manera de pensar pertenecían las familias sacerdotales principales, los ancianos, o sea, los jefes de las familias aristocráticas y tenían sus propios escribas que, aunque no eran los más prestigiados, les ayudaban a fundamentar teológicamente sus aspiraciones a una buena vida. Las riquezas y el poder que tenían eran muestra de que eran los preferidos de Dios. No necesitaban esperar otra vida. Gracias a eso mantenían una posición cómoda: por un lado, la apariencia de piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios y concesiones que agrandaban sus fortunas.
Los fariseos eran lo opuesto a ellos, tanto en sus esperanzas como en su estilo de vida austero y apegado a la ley de la pureza. Una de las convicciones que tenían más firmemente arraigada era la fe en la resurrección, que los saduceos rechazaban abiertamente por las razones expuestas anteriormente. Pero muchos concebían la resurrección como la mera continuación de la vida terrena, sólo que para siempre.
Jesús estaba ya en la recta final de su vida pública. El último servicio que estaba haciendo a la Causa del Reino -en lo que se jugaba la vida-, era desenmascarar las intenciones torcidas de los grupos religiosos de su tiempo. Había declarado a los del Sanedrín incompetentes para decidir si tenían o no autoridad para hacer lo que hacían; a los fariseos y a los herodianos los había tachado de hipócritas, al mismo tiempo que declaraba que el imperio romano debía dejar a Dios el lugar de rey; ahora se enfrentó con los saduceos y dejó en claro ante todos la incompetencia que tenían incluso en aquello que consideraban su especialidad: la ley de Moisés.
Como a aquellos saduceos, tal vez hoy Jesús nos dice también a nosotros: «no saben ustedes de qué están hablando.». Qué sea el contenido real de lo que hemos llamado tradicionalmente «resurrección» no es algo que se pueda describir, ni detallar, ni siquiera «imaginar». Tal vez es un símbolo que expresa un misterio que apenas podemos intuir pero no concretar.
La palabra de Dios hoy nos habla de la resurrección de los muertos, mensaje que constantemente hacemos nuestros, sobre todo al rezar el Credo, al decir que creemos en la resurrección de la carne.
Este tema es sugerido por los llamados saduceos que negaban la resurrección, la respuesta de Jesús llega pronto y habla de una vida nueva que seguirá a la resurrección de los justos y aunque el Señor nos da esta certeza, no nos revela el modo y las condiciones de esta realidad nueva. Será vida ciertamente, aunque distinta de la presente.
Por medio de Cristo, Dios nos ha preparado un destino de vida, porque no es Dios de muertos, sino de vivos y aunque caminemos por este valle de lágrimas, el amor que Dios nos tiene y nos ha manifestado en Cristo, es un consuelo permanente y una gran esperanza.
El hombre lleva en lo profundo de sí la aspiración a la vida inmortal, por eso se resiste a morir. Los padres buscan perpetuarse en sus hijos, el escritor en sus libros, el político en la estima de su pueblo y podíamos enumerar muchos otros ejemplos.
Si después de esta vida no hubiera nada, nos sentiríamos profundamente frustrados, la vida humana sería una pasión inútil y el hombre un ser para la nada, como dicen muchos filósofos.
¡Pero no! Nuestro destino es la vida eterna: "Cristo resucito de entre los muertos, el primero de todos". La certeza de nuestra resurrección radica en que Cristo ha resucitado. Si él murió para hacernos hijos de Dios y darnos vida nueva por su Espíritu, esta vida no puede ser perecedera, sino definitiva y eterna. Como creyentes debemos ser personas optimistas y plenas de alegre esperanza, amantes de la vida y de los hermanos. Es la fe en la vida eterna lo que nos da fuerza para asumir la vida presente. La esperanza de nuestra feliz resurrección debe hacerse realidad en medio de los hombres, siendo testimonio de la presencia del Dios vivo a través de obras concretas.
Todo bautizado tiene en sí mismo la semilla de la vida eterna; es un ser para la vida nueva en Dios en la medida que diaria y continuamente dé muerte al hombre viejo y pecador, hasta llegar a la meta final que es la plenitud de la vida en Cristo.
Para la revisión de vida
Ante la pregunta de los saduceos, que niegan la resurrección, Jesús proclama la vida más allá de la muerte. El es la vida y la Resurrección: “quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá. La alianza del Dios vivo es con la vida y con los hombres vivos. El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, no es un Dios de muertos, sino de vivos.¿Cómo se manifiesta en mí la vida que Jesús representa?
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario
7 de noviembre de 2010
MONICIÓN DE ENTRADA
Sean todos bienvenidos a la Eucaristía de este domingo 32 del Tiempo Ordinario. Jesús nos va a hablar de vida eterna y de la Resurrección de todos, siendo Él el primero. Es, pues, un mensaje que contiene esperanza, amor y gozo. Pero en el origen de la respuesta del Maestro estaba una pregunta mal intencionada del grupo de los saduceos, que no creían ni en la resurrección, ni en casi nada. La pregunta es, a su vez, lo que motivó la famosa frase de “la trampa saducea” que tanto se utiliza como trampa malintencionada. Pero Jesús aprovechó para mostrar un camino de eternidad: “seremos como ángeles”. De pie para recibir al Celebrante, cantando
MONICIONES SOBRE LAS LECTURAS
1.- La primera lectura pertenece al capítulo 7 del Libro de los Macabeos y narra el martirio que siete hermanos sufrieron por confesar y no negar al único Dios verdadero. Los judíos creían en una resurrección que solamente alcanzaba a los justos y a los mártires. Pero Jesús nos dice que todos resucitaremos y que seremos como ángeles…Escuchemos.
2.- La segunda lectura procede la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses, que ya hemos leído la semana pasada y que seguiremos leyendo hasta el Adviento. Pablo sugiere que no debe haber temor ante los Tiempos Últimos porque tenemos la fuerza de Dios que nos lleva a obrar y hablar bien. Es Dios quien nos inspira. Escuchemos
3.- El Evangelio de Lucas que se proclama hoy contiene una figura llamada “la trampa saducea” y que es frecuente en el lenguaje político o jurídico. Cuando los saduceos –que no creían en la resurrección—se acercan a Jesús quieren proponerle un tema sin más solución que la de ellos. Pero Jesús les enseña algo en lo que nunca habían pensado: que cuando resucitemos seremos como ángeles y que las necesidades de esta vida mortal no aparecerán en esa Vida Futura. Para nosotros, Jesús de Nazaret nos hace una promesa de eternidad que, creyendo en ella, ha de cambiar nuestra existencia terrena. Nos ponemos de pie para escuchar el Santo Evangelio
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario
7 de noviembre de 2010
La oración de los fieles
CELEBRANTE
En este domingo San Pablo nos anima a que tengamos la constancia de Cristo, pero también nos asegura que el señor nos dará fuerzas para ello. Así te pedimos Dios nuestro:
DANOS TU FUERZA, SEÑOR
1. - Por el Papa Benedicto XVI, para que el Señor derrame abundantes gracias sobre el, y pueda continuar con la labor misionera que le ha encomendado.
OREMOS AL SEÑOR
MONITOR
2.- Por los obispos, sacerdotes y diáconos para que la Palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó en tiempos de los primeros discípulos.
OREMOS AL SEÑOR
3. – Por todos los dirigentes del mundo para que descubran que Dios les pide un servicio preocupado por todas las personas de sus pueblos en especial de los más desfavorecidos.
OREMOS AL SEÑOR
4. – Por todos aquellos que sufren por seguir y difundir la palabra de Dios, para que el ejemplo de los Macabeos y todos los demás mártires, sea aliento en sus sufrimientos.
OREMOS AL SEÑOR
5. – Por todos aquellos que aún no han descubierto que el verdadero Amor y la vida verdadera es la que nos viene de Cristo, y andan viviendo en distinta dirección, para que descubran el verdadero sentido de sus vidas.
OREMOS AL SEÑOR
6. – Por todos los que están enfermos, por los que viven necesitados de lo material, por los que están lejos de sus hogares, para que el Señor alivie sus sufrimientos.
OREMOS AL SEÑOR
7. – Por todos nosotros para que un día el Dios de la resurrección nos haga partícipes de la Vida que Cristo ha ganado para sus hermanos.
OREMOS AL SEÑOR
CELEBRANTE
Padre acoge con bondad las plegarias que humildemente te presentamos. Por Nuestro Señor Jesucristo que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén
7 de noviembre de 2010
Liturgia de la Palabra para Comunidades sin Sacerdote
• Canción de entrada.-
• Presentación.
Tenemos que ser conscientes de que en muchos sitios la gente no está acostumbrada a estas celebraciones y espera que vaya un sacerdote a celebrar el acto litúrgico. Es, por tanto, una deferencia informarles de lo que se va a hacer y explicarles el por qué de esta ceremonia.
Antes de empezar la celebración es bueno preguntar a la gente si ha habido alguna cosa especial por la que podamos orar, (una muerte, un problema cercano, algo significativo…)
RITO DE ENTRADA
Después del rito de entrada, debemos decir a la gente lo que significa el que Dios nos haya invitado al Banquete Eucarístico y reconocer que no somos dignos de ello por lo que decimos:
Hermanos: para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros
pecados.
Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
Amén.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
GLORIA
Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria te alabamos,
te bendecimos, te adoramos,
te glorificamos, te damos gracias,
Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso.
Señor, Hijo único, Jesucristo,
Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre;
tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros.
Porque sólo tú eres Santo,
sólo tú Señor, sólo tú Altísimo,
Jesucristo, con el espíritu Santo en la gloria de Dios Padre.
Amén.
ORACIÓN COLECTA
Oremos:
Ayúdanos, Señor, a dejar en tus manos paternales todas nuestras preocupaciones, a fin de que podamos entregarnos con mayor libertad a tu
servicio.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
LITURGIA DE LA PALABRA
LECTURAS.-
(VER MAS ABAJO)
HOMILIA
(VER MAS ABAJO)
CREDO.-
Creo en un solo Dios,
Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación
bajó del cielo;
y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.
ORACIÓN DE LOS FIELES
(VER MAS ABAJO)
OFERTORIO
Es obvio que, en una celebración de la Palabra, no se ofrece el pan y el vino ya que no hay consagración, pero si se puede hacer un ofrecimiento por los allí reunidos, poniendo en manos del Señor todo lo que en ese momento querríamos ofrecerle. (Aquí se puede ofrecer lo que somos, lo que tenemos, a los seres que queremos…)
SANTO.-
Yo creo que el Santo no se debe omitir, ya que es una manera de alabar y dar gracias al Señor; por lo que se debe de hacer una invitación a la alabanza, a la acción de gracias y se puede leer un prefacio o simplemente cantar el Santo.
CONSAGRACIÓN.-
La gente que va a misa frecuentemente sabe todas estas cosas pero, quizá, haya personas que no lo sepan por eso es bueno explicar por qué en la Liturgia de la Palabra no hay consagración ya que solamente puede consagrar un sacerdote.
Lo que si se puede hacer es tener en ese momento unos minutos de adoración o cantar algún canto eucarístico.
También se puede tener un recuerdo por las personas que han fallecido recientemente, ya que los seres cercanos lo agradecen mucho.
RITO DE LA COMUNIÓN
Fieles a la recomendación del Salvador
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
PADRENUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Líbranos de todos los males, Señor,
y concédenos la paz en nuestros días,
para que, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado
y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles:
"La paz os dejo, mi paz os doy";
no tengas en cuenta nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia
y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad.
Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
Amén.
La paz del Señor esté siempre con vosotros.
Y con tu espíritu.
CORDERO DE DIOS
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
danos la paz.
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Señor, no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya bastará para sanarme.
El Cuerpo de Cristo.
Amén.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Oremos:
Te damos gracias, Señor, por habernos alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y te rogamos que la fuerza del Espíritu Santo, que nos has comunicado en este sacramento, permanezca en nosotros y transforme toda nuestra vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
RITO DE CONCLUSION
“El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna".
También se puede hacer con una frase corta, sacada del evangelio o de alguna lectura que sirva como consigna para la vida.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura
Lectura del segundo libro de
los Macabeos (7, 1-2. 9-14)
En aquellos días, arrestaron a siete hermanos junto con su madre. El rey Antíoco Epifanes los hizo azotar para obligarlos a comer carne de puerco, prohibida por la ley. Uno de ellos, hablando en nombre de todos, dijo: “¿Qué quieres saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”.
El rey se enfureció y lo mandó matar. Cuando el segundo de ellos estaba para morir, le dijo al rey: “Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos por fidelidad a sus leyes”.
Después comenzaron a burlarse del tercero. Presentó la lengua como se lo exigieron, extendió las manos con firmeza y declaró confiadamente: “De Dios recibí estos miembros y por amor a su ley los desprecio, y de él espero recobrarlos”.El rey y sus acompañantes quedaron impresionados por el valor con que aquel muchacho despreciaba los tormentos.
Una vez muerto éste, sometieron al cuarto a torturas semejantes. Estando ya para expirar, dijo: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 16
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Señor, hazme justicia y a mi clamor atiende; presta oído a mi súplica, pues mis labios no mienten.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Mis pies en tus caminos se mantuvieron firmes, no tembló mi pisada. A ti mi voz elevo, pues sé que me respondes. Atiéndeme, Dios mío, y escucha mis palabras.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Protégeme, Señor, como a las niñas de tus ojos, bajo la sombra de tus alas escóndeme, pues yo, por serte fiel, contemplaré tu rostro y al despertarme, espero saciarme de tu vista.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta
del apóstol san Pablo a los
tesalonicenses (2, 16—3, 5)
Hermanos: Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforten los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras.
Por lo demás, hermanos, oren por nosotros para que la palabra del Señor se propague con rapidez y sea recibida con honor, como aconteció entre ustedes. Oren también para que Dios nos libre de los hombres perversos y malvados que nos acosan, porque no todos aceptan la fe.
Pero el Señor, que es fiel, les dará fuerza a ustedes y los librará del maligno. Tengo confianza en el Señor de que ya hacen ustedes y continuarán haciendo cuanto les he mandado. Que el Señor dirija su corazón para que amen a Dios y esperen pacientemente la venida de Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Jesucristo es el primogénito de los muertos; a él sea dada la gloria y el poder por siempre.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (20, 27-38)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron:
“Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano.
Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”
Jesús les dijo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado.
Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión
El libro segundo de los Macabeos, posterior al año 124 a. C., expresa la espiritualidad que dio origen al movimiento de los fariseos. Al contarnos este libro el martirio de siete hermanos cuyos nombres no se conocen, se pone de manifiesto por vez primera en el A.T. la fe en la inmortalidad, que es el mensaje más valioso de este texto. En los siglos precedentes, las promesas de Dios eran para el pueblo en su conjunto; el creyente sólo esperaba la duración y la prosperidad de su raza. Aquí, sin embargo, se da un gran paso: las personas resucitarán. No se trata de la sola sobrevivencia del espíritu o el alma. El creyente espera resucitar con toda su personalidad para encontrarse con Dios.
Muchas son las veces en que las Escrituras se refieren a los "fariseos" y a los "saduceos" y muchos de nosotros los lectores desconocemos la diferencia entre unos y los otros. A continuacion incluimos una definicion de estos terminos que nos ayudaran a mejor entender las Escrituras cuando se hace referencia a los mismos.
Los saduceos eran los más conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero sólo en sus ideas, no en su conducta. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros cinco libros de la Biblia, los que ellos atribuían a Moisés. Los profetas, los escritos apocalípticos, todo lo referente por tanto al Reino de Dios, a las exigencias de cambio en la historia, a la otra vida, lo consideraban ideas “liberacionistas” de resentidos sociales. Para ellos no existía otra vida, la única vida que existía era la presente, y en ella eran los privilegiados; por eso, no había que esperar otra.
A esa manera de pensar pertenecían las familias sacerdotales principales, los ancianos, o sea, los jefes de las familias aristocráticas y tenían sus propios escribas que, aunque no eran los más prestigiados, les ayudaban a fundamentar teológicamente sus aspiraciones a una buena vida. Las riquezas y el poder que tenían eran muestra de que eran los preferidos de Dios. No necesitaban esperar otra vida. Gracias a eso mantenían una posición cómoda: por un lado, la apariencia de piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios y concesiones que agrandaban sus fortunas.
Los fariseos eran lo opuesto a ellos, tanto en sus esperanzas como en su estilo de vida austero y apegado a la ley de la pureza. Una de las convicciones que tenían más firmemente arraigada era la fe en la resurrección, que los saduceos rechazaban abiertamente por las razones expuestas anteriormente. Pero muchos concebían la resurrección como la mera continuación de la vida terrena, sólo que para siempre.
Jesús estaba ya en la recta final de su vida pública. El último servicio que estaba haciendo a la Causa del Reino -en lo que se jugaba la vida-, era desenmascarar las intenciones torcidas de los grupos religiosos de su tiempo. Había declarado a los del Sanedrín incompetentes para decidir si tenían o no autoridad para hacer lo que hacían; a los fariseos y a los herodianos los había tachado de hipócritas, al mismo tiempo que declaraba que el imperio romano debía dejar a Dios el lugar de rey; ahora se enfrentó con los saduceos y dejó en claro ante todos la incompetencia que tenían incluso en aquello que consideraban su especialidad: la ley de Moisés.
Como a aquellos saduceos, tal vez hoy Jesús nos dice también a nosotros: «no saben ustedes de qué están hablando.». Qué sea el contenido real de lo que hemos llamado tradicionalmente «resurrección» no es algo que se pueda describir, ni detallar, ni siquiera «imaginar». Tal vez es un símbolo que expresa un misterio que apenas podemos intuir pero no concretar.
La palabra de Dios hoy nos habla de la resurrección de los muertos, mensaje que constantemente hacemos nuestros, sobre todo al rezar el Credo, al decir que creemos en la resurrección de la carne.
Este tema es sugerido por los llamados saduceos que negaban la resurrección, la respuesta de Jesús llega pronto y habla de una vida nueva que seguirá a la resurrección de los justos y aunque el Señor nos da esta certeza, no nos revela el modo y las condiciones de esta realidad nueva. Será vida ciertamente, aunque distinta de la presente.
Por medio de Cristo, Dios nos ha preparado un destino de vida, porque no es Dios de muertos, sino de vivos y aunque caminemos por este valle de lágrimas, el amor que Dios nos tiene y nos ha manifestado en Cristo, es un consuelo permanente y una gran esperanza.
El hombre lleva en lo profundo de sí la aspiración a la vida inmortal, por eso se resiste a morir. Los padres buscan perpetuarse en sus hijos, el escritor en sus libros, el político en la estima de su pueblo y podíamos enumerar muchos otros ejemplos.
Si después de esta vida no hubiera nada, nos sentiríamos profundamente frustrados, la vida humana sería una pasión inútil y el hombre un ser para la nada, como dicen muchos filósofos.
¡Pero no! Nuestro destino es la vida eterna: "Cristo resucito de entre los muertos, el primero de todos". La certeza de nuestra resurrección radica en que Cristo ha resucitado. Si él murió para hacernos hijos de Dios y darnos vida nueva por su Espíritu, esta vida no puede ser perecedera, sino definitiva y eterna. Como creyentes debemos ser personas optimistas y plenas de alegre esperanza, amantes de la vida y de los hermanos. Es la fe en la vida eterna lo que nos da fuerza para asumir la vida presente. La esperanza de nuestra feliz resurrección debe hacerse realidad en medio de los hombres, siendo testimonio de la presencia del Dios vivo a través de obras concretas.
Todo bautizado tiene en sí mismo la semilla de la vida eterna; es un ser para la vida nueva en Dios en la medida que diaria y continuamente dé muerte al hombre viejo y pecador, hasta llegar a la meta final que es la plenitud de la vida en Cristo.
Para la revisión de vida
Ante la pregunta de los saduceos, que niegan la resurrección, Jesús proclama la vida más allá de la muerte. El es la vida y la Resurrección: “quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá. La alianza del Dios vivo es con la vida y con los hombres vivos. El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, no es un Dios de muertos, sino de vivos.¿Cómo se manifiesta en mí la vida que Jesús representa?
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario
7 de noviembre de 2010
MONICIÓN DE ENTRADA
Sean todos bienvenidos a la Eucaristía de este domingo 32 del Tiempo Ordinario. Jesús nos va a hablar de vida eterna y de la Resurrección de todos, siendo Él el primero. Es, pues, un mensaje que contiene esperanza, amor y gozo. Pero en el origen de la respuesta del Maestro estaba una pregunta mal intencionada del grupo de los saduceos, que no creían ni en la resurrección, ni en casi nada. La pregunta es, a su vez, lo que motivó la famosa frase de “la trampa saducea” que tanto se utiliza como trampa malintencionada. Pero Jesús aprovechó para mostrar un camino de eternidad: “seremos como ángeles”. De pie para recibir al Celebrante, cantando
MONICIONES SOBRE LAS LECTURAS
1.- La primera lectura pertenece al capítulo 7 del Libro de los Macabeos y narra el martirio que siete hermanos sufrieron por confesar y no negar al único Dios verdadero. Los judíos creían en una resurrección que solamente alcanzaba a los justos y a los mártires. Pero Jesús nos dice que todos resucitaremos y que seremos como ángeles…Escuchemos.
2.- La segunda lectura procede la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses, que ya hemos leído la semana pasada y que seguiremos leyendo hasta el Adviento. Pablo sugiere que no debe haber temor ante los Tiempos Últimos porque tenemos la fuerza de Dios que nos lleva a obrar y hablar bien. Es Dios quien nos inspira. Escuchemos
3.- El Evangelio de Lucas que se proclama hoy contiene una figura llamada “la trampa saducea” y que es frecuente en el lenguaje político o jurídico. Cuando los saduceos –que no creían en la resurrección—se acercan a Jesús quieren proponerle un tema sin más solución que la de ellos. Pero Jesús les enseña algo en lo que nunca habían pensado: que cuando resucitemos seremos como ángeles y que las necesidades de esta vida mortal no aparecerán en esa Vida Futura. Para nosotros, Jesús de Nazaret nos hace una promesa de eternidad que, creyendo en ella, ha de cambiar nuestra existencia terrena. Nos ponemos de pie para escuchar el Santo Evangelio
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario
7 de noviembre de 2010
La oración de los fieles
CELEBRANTE
En este domingo San Pablo nos anima a que tengamos la constancia de Cristo, pero también nos asegura que el señor nos dará fuerzas para ello. Así te pedimos Dios nuestro:
DANOS TU FUERZA, SEÑOR
1. - Por el Papa Benedicto XVI, para que el Señor derrame abundantes gracias sobre el, y pueda continuar con la labor misionera que le ha encomendado.
OREMOS AL SEÑOR
MONITOR
2.- Por los obispos, sacerdotes y diáconos para que la Palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó en tiempos de los primeros discípulos.
OREMOS AL SEÑOR
3. – Por todos los dirigentes del mundo para que descubran que Dios les pide un servicio preocupado por todas las personas de sus pueblos en especial de los más desfavorecidos.
OREMOS AL SEÑOR
4. – Por todos aquellos que sufren por seguir y difundir la palabra de Dios, para que el ejemplo de los Macabeos y todos los demás mártires, sea aliento en sus sufrimientos.
OREMOS AL SEÑOR
5. – Por todos aquellos que aún no han descubierto que el verdadero Amor y la vida verdadera es la que nos viene de Cristo, y andan viviendo en distinta dirección, para que descubran el verdadero sentido de sus vidas.
OREMOS AL SEÑOR
6. – Por todos los que están enfermos, por los que viven necesitados de lo material, por los que están lejos de sus hogares, para que el Señor alivie sus sufrimientos.
OREMOS AL SEÑOR
7. – Por todos nosotros para que un día el Dios de la resurrección nos haga partícipes de la Vida que Cristo ha ganado para sus hermanos.
OREMOS AL SEÑOR
CELEBRANTE
Padre acoge con bondad las plegarias que humildemente te presentamos. Por Nuestro Señor Jesucristo que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén
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