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miércoles, 5 de enero de 2011

Evangelio de la Epifanía del Señor. II Semana de Navidad. Ciclo A. 6 de enero 2011

Evangelio de la Epifanía del Señor. II Semana de Navidad. Ciclo A. 6 de enero 2011.

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (4, 14-22)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, con la fuerza del Espíritu, Jesús volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas; todos lo alababan y su fama se extendió por toda la región.
Fue también a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.
Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión:
En el evangelio de hoy, Jesús es presentado como poseedor del Espíritu Santo. Esto significa que su predicación está acreditada por el mismo Dios y, por consiguiente, está dirigida a los privilegiados del Padre: los necesitados. La intención, pues, de este relato de Lucas es dar a conocer el rostro de Jesús, que es asumido como el “Salvador”. Esta concepción salvífica de Jesús es evidenciada a lo largo del evangelio de Lucas (por ejemplo, Jesús en las bienaventuranzas se dirige a los pobres reales, a los que pasan hambre y lloran de verdad) y es de relevante importancia porque con ella se quiere expresar que con Jesús la promesa de salvación ha llegado a su pleno cumplimiento. En la acción solidaria y fraterna de Jesús con los pobres y pecadores se expresan desde ya signos elocuentes de la presencia salvífica y liberadora de Dios en la historia; es decir, que en Jesús se cumplen las esperanzas más profundas del pueblo creyente y se hace realidad el Reino de Dios. Es importante que reconozcamos en Jesús su capacidad salvífica, la cual se expresa eficazmente en el amor desinteresado por los pobres. ¿Está respaldada nuestra fe en Jesús por ese mismo amor?

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