Evangelio Viernes II Semana de Navidad. 7 de enero 2011
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (5, 12-16)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, estando Jesús en un poblado, llegó un leproso, y al ver a Jesús, se postró rostro en tierra, diciendo:
“Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo:
“Quiero. Queda limpio”. Y al momento desapareció la lepra. Entonces Jesús le ordenó que no lo dijera a nadie y añadió:
“Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés prescribió. Eso les servirá de testimonio”.
Y su fama se extendía más y más. Las muchedumbres acudían a oírlo y a ser curados de sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión:
El relato que leemos hoy está íntimamente conectado con el discurso inaugural de la misión de Jesús, leído en el día de ayer; pues la curación del leproso es un signo que confirma la solidaridad y la misericordia que tiene Jesús para con los pobres, siendo éstos los destinatarios primeros de su misión. El leproso que se le presenta a Jesús es un hombre excluido a nivel religioso, ya que la lepra, en el Antiguo Testamento, era considerada como un castigo de Dios (Lv 13, 46); asimismo, es un excluido a nivel social, pues por ser un hombre impuro, ninguna persona podía entrar en contacto con él. Jesús rompe con esta comprensión religiosa y social al entrar en contacto directo con la persona; es decir, al iniciar un diálogo profundo con el leproso, en el que Jesús se da cuenta de su padecimiento y de su fe. El milagro entonces consiste en reincorporar al leproso a la comunidad, devolviéndole así su dignidad como persona y como hijo predilecto de Dios. La sanación es una respuesta eficaz por parte de Jesús a la fe del leproso. Es preciso preguntarnos hoy si, como creyentes, nos solidarizamos eficazmente con todos los que sufren algún tipo de marginación.
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