Meditación: Domingo de Pascua; ciclo A
«Pasado el sábado, al alborear el día primero de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y he aquí que se produjo un gran terremoto, pues un ángel del Señor descendió del Cielo y, acercándose, removió la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como de relámpago y su vestidura blanca como la nieve. Llenos de miedo, los guardias se aterrorizaron y se quedaron como muertos. El ángel tomó la palabra y dijo a las mujeres: No temáis vosotras; ya se que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como había dicho. Venid, ved el sitio donde estaba puesto. Marchad en seguida y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis. Mirad que os lo dije. Ellas partieron al instante del sepulcro con temor y gran alegría, y corrieron a dar la noticia a los discípulos. De pronto Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos. Ellas se acercaron, abrazaron sus pies y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis; id y anunciad a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán.» (Mateo 28, 1-10)
1º. Jesús, ¡has resucitado!
Ya lo habías dicho.
Pero la Resurrección superaba totalmente a los apóstoles.
Tras la Transfiguración les dices que «a nadie contasen lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos retuvieron estas palabras, discutiendo entre sí qué era lo de resucitar de entre los muertos.» (Marcos 9,9-10).
«Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía: creen ver un espíritu. «No acababan de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados» (Lucas 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo, «algunos sin embargo dudaron» (Mateo 28, 17). Por esto, la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un «producto» de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació -bajo la acción de la gracia divina- de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado» (CEC.- 644).
¡Has resucitado!
Luego eres realmente Dios.
Se ha cumplido lo que habías dicho.
Tu madre no ha ido al sepulcro.
Ella sí creía en tus palabras.
Sabía que era necesario que murieras primero para poder resucitar y enviarnos al Espíritu Santo.
Ella, la Esposa de Dios Espíritu Santo, fue la primera en creer. Y es bienaventurada porque creyó «sin haber visto» (Juan 20, 29).
2º. «Cristo vive». Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. «No temáis», con esta invocación saludó un ángel a las mujeres que iban al sepulcro; «no temáis. Vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno, que fue crucificado: ya resucitó, no está aquí.
»El tiempo pascual es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se asienta en todo momento en el corazón del cristiano. Porque Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos.
No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos». (Es Cristo que pasa.-102).
Jesús, estás vivo.
«Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe».
La vida cristiana no consiste en seguir unas palabras más o menos profundas, en tener unos sentimientos más o menos solidarios con los demás hombres, o en realizar una serie de actos externos más o menos distraídos o emocionantes.
«No: Cristo vive.»
Y ser cristiano es, precisamente, vivir tu vida: una vida de hijos de Dios por la gracia, que nace con el Bautismo y se refuerza con los demás sacramentos, con la oración y las buenas obras.
El tiempo pascual es un tiempo de alegría: Alegraos, pues la alegría es propia de los hijos de Dios.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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