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martes, 7 de junio de 2011

Meditación: Miércoles VII Semana de Pascua. Ciclo A. 08 de junio 2011

Meditación: Miércoles de la semana 7 de Pascua
«En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: "Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad"» (Juan 17, 11b-19)
1º. Jesús, mientras has estado con tus discípulos, ¡cómo los has cuidado!
Les has explicado a solas todas tus enseñanzas; les has llevado a descansar cuando estaban agotados; les has perdonado su visión humana de las cosas y sus riñas; les has amado con obras día a día.
«Cuando estaba con ellos yo los guardaba.»
¡Cómo no te echaran en falta, ahora que ya has subido a los cielos!
Yo no percibo tu cariño directamente; por eso, a veces, los sentimientos no me mueven a amarte.
Porque los sentimientos necesitan de los sentidos, y yo me doy cuenta de lo que me amas, no por los sentidos, sino por la fe.
Por la fe sé que has dado tu vida por mí, porque me quieres.
¿Qué he de hacer para que esa fe me mueva, para que me enamore más de Ti?
No es suficiente conocer las verdades de la fe y creer en ellas.
Esto es únicamente el primer paso.
Hace falta, además, meditar tu vida; imaginármela -metiéndome dentro de las escenas del Evangelio-; vivirla contigo otra vez, como aquellos primeros doce.
Sólo a base de ese trato, que es oración, mis sentimientos se removerán al experimentar lo mucho que has hecho por mí.
La Iglesia «recomiendo insistentemente a todos sus fieles... la lectura asidua de la Escritura para que adquieran 'la ciencia suprema de Jesucristo' (Flp 3, 8)... Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues 'a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras' (San Ambrosio)» (DV 25) (CEC.- 2653).
2º. «Esos minutos diarios de lectura del Nuevo Testamento, que te aconsejé -metiéndote y participando en el contenido de cada escena, como un protagonista más-, son para que encarnes, para que «cumplas» el Evangelio en tu vida..., y para «hacerlo cumplir» (Surco.-672).
Una buena norma de piedad es la de leer cada día el Evangelio unos minutos, aunque sólo sean cinco.
Pero no leyendo simplemente, sino metiéndome y participando en el contenido de cada escena, como un protagonista más.
A veces, bastará con meditar uno o dos versículos, o «sacarle jugo» a una escena concreta, una curación o una parábola.
«Yo les he dado tu palabra.»
Jesús, cuando leo el Evangelio, estoy leyendo la palabra de Dios que has venido a revelarnos.
Por eso el Evangelio es más que un libro profundo, es más que un libro espiritual o filosófico: es el libro que recoge tu vida y tus enseñanzas; tu ejemplo; tu modo de entender el mundo, el dolor, el trabajo, el servicio, el amor al prójimo...
Del Evangelio he de aprender a sacar consecuencias prácticas para mi vida; de su meditación, he de aprender a escuchar las invitaciones de Dios, que me revelan cuál es su Voluntad.
«Ahora voy a Ti y digo estas cosas en el mundo para que tengan mi gozo completo en sí mismos.»
Jesús, has dicho muchas cosas mientras estabas entre nosotros como uno más.
Y no sólo de palabra, sino con hechos: has nacido y vivido pobre, te has pasado la vida trabajando duramente, con un trabajo sin brillo, pero hecho con perfección y con afán de servicio.
Has convivido con ricos y pobres, con sabios e ignorantes, con sanos y enfermos: a todos has amado, a todos has predicado la Buena nueva.
Has vivido la pureza delicadamente, has amado la sencillez, has acogido a los niños, te has conmovido ante el dolor y la muerte.
Y finalmente, te has dado a Ti mismo por todos, por mí, abrazando la Cruz con amor.

Ayúdame a «cumplir» el Evangelio en mi vida, y a facilitar -con mi ejemplo y con mi palabra- que otros muchos lo vivan.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

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