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viernes, 7 de octubre de 2011

HOMILIAS: DOMINGO XXVIII SEMANA T. O. CICLO A. 9 DE OCTUBRE, 2011

HOMILIAS: DOMINGO XXVIII SEMANA T. O. CICLO A. 9 DE OCTUBRE, 2011
1.- EL TRAJE DE FIESTA
Por Gabriel González del Estal
1. ¿Cómo has entrado aquí sin traje de fiesta? Jesús, mediante parábolas como esta de las bodas del hijo del rey, sigue diciendo a los judíos –a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo- que ellos fueron los primeros llamados, pero no los únicos. También han sido llamados los pueblos gentiles, los pueblos no judíos. Es más, estos –los gentiles- serán los primeros en entrar en el Reino de los Cielos, porque han escuchado al hijo, a Jesús, y le han seguido. Los judíos, en cambio, serán los últimos en el Reino de los Cielos, porque no han creído a Jesús y le han negado. Esta idea la han venido repitiendo las lecturas de los últimos domingos y ya la hemos comentado suficientemente. Lo que nos choca, al menos a primera vista, en la parábola de hoy, es lo del siervo echado fuera de la sala del banquete por no llevar el traje de fiesta. Si el rey había ordenado a sus criados que recogieran a todos los que encontraran por el camino, buenos y malos, y los convidaran a la boda de su hijo, ¿por qué se irrita ahora tanto al comprobar de que entre estos hay algunos mal vestidos y poco preparados para celebrar una fiesta? Pero la poca lógica en la narración de esta parábola contada por Mateo no debe ocultarnos la verdadera intención del mensaje que el autor de la parábola –Jesús- quería transmitir a sus oyentes. El hecho de que la invitación sea para todos, buenos y malos, en ningún caso quiere decir que los invitados puedan asistir a la boda sin la preparación debida, sin el traje de fiesta. A todos, a los primeros y a los últimos, a los judíos y a los gentiles, se nos exige para entrar en el Reino de los Cielos una disposición interior y exterior adecuada, se nos exige, sobre todo, la limpieza de corazón, la conversión del alma. Este es el traje de fiesta. Ni en los primeros años del cristianismo, en los años en los que vivía la comunidad de Mateo, ni ahora, podemos pensar que la salvación, la entrada a la sala del banquete, es problema exclusivo del que invita, de Dios. Todos los invitados estamos obligados a responder adecuadamente a la invitación. “Dios que te creó sin ti, decía ya San Agustín, no podrá salvarte sin ti”.
2.- Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy preparado para todo y en todo: la hartura y el hambre. Esta frase que San Pablo dice a los cristianos de Filipos, cuando agradece la ayuda que estos le habían dado en tiempos de necesidad, es una frase que debemos tener en cuenta hoy todos nosotros en estos tiempos de crisis que estamos viviendo. Los que podemos vivir hoy en hartura debemos acordarnos de los que tienen que vivir pasando hambre. Un buen cristiano debe ser, por principio, una persona sobria y moderada en sus gastos y en su estilo de vida. Hay que saber vivir con poco y acordarse de los que no tienen ni siquiera lo suficiente. De menos a más se camina muy a gusto, pero de más a menos se nos hace difícil. Muchos de nuestros niños han nacido en tiempos de hartura; ahora, en tiempos de crisis, hay que enseñarles a vivir con sobriedad, con nuestro ejemplo por delante. Teniendo qué comer y con qué vestir, nos dice en otro lugar San Pablo, él se da por satisfecho. Teniendo nosotros cubiertas nuestras necesidades primarias, debemos acordarnos de los que ni eso tienen.
3.- Todo lo puedo en aquel que me conforta. San Pablo se refiere a Cristo, como a aquel que le conforta. Teniendo a Cristo, nada le asusta: ni hambre, ni enfermedad, ni persecución, ni muerte. ¿Nos atreveríamos nosotros, los que nos llamamos cristianos, a decir y a sentir lo mismo? No es fácil decir y sentir esto, pero si de verdad creemos que Cristo es Dios, sí deberíamos ser capaces de decirlo y de sentirlo: si Dios está con nosotros, nada debe hacernos temblar. Santa Teresa sí sentía lo mismo que San Pablo, cuando escribió: “Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”.
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2.- DIOS NOS INVITA A PARTICIPAR EN SU FIESTA
Por José María Martín OSA
1.- Celebrar y gozar la salvación que Dios nos regala. El segundo Isaías, que vive ya después del destierro de Babilonia, describe en lenguaje apocalíptico el juicio de Dios. Los acontecimientos inmediatos de la historia le sirven como signos que señalan lo que aún ha de venir cuando todo se revele y desaparezca el velo que ahora cubre todas las naciones. Nuestra lectura recoge, bajo el símbolo de un banquete, el aspecto positivo de este juicio de Dios. Se trata del banquete que Dios ha preparado para todos los pueblos, del banquete de la entronización de Yahvé. Pues ha de reinar sobre todos los pueblos. El reconocimiento y aceptación de Dios acabará con el pecado y con sus terribles consecuencias: el dolor y la muerte. En ese día Yahvé pondrá fin al oprobio que padece su pueblo elegido y se acabará la mofa de sus enemigos. "Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara". Y comenzará una fiesta sin ocaso.
2.- El Salmo que nos da paz y nos libera de nuestros agobios. A veces, cuando viajamos, observamos rebaños de ovejas en verdes laderas. Retozan a placer, pacen a su gusto, descansan a la sombra. Nada de prisas, de agitación o de preocupaciones. Las ovejas no se preocupan, porque hay alguien que lo hace por ellas. Las ovejas viven de día en día, de hora en hora. Y en eso está la felicidad. «El Señor es mi pastor», dice el salmo 22. Sólo con que yo llegue a creer eso, cambiará mi vida. Se irá la ansiedad, se disolverán mis complejos. Vivir de día en día, de 'hora en hora, porque él está ahí. Si de veras creo en él, quedaré libre para gozar, amar y vivir. Libre para disfrutar de la vida. Cada instante es transparente, porque no está manchado con la preocupación del siguiente. El Pastor vigila, y eso me basta. Es bendición el creer en la providencia de Dios.
3.- “Todo puedo en aquél que me conforta”. Pablo se alegra del buen espíritu de colaboración de los filipenses en los trabajos de evangelización. Pero sólo es justo y necesario "dar gracias" a Dios por lo que recibimos. Advierte a los filipenses que está acostumbrado a vivir en la pobreza y en la abundancia y todo lo hace por el evangelio. Pablo no quiere atarse a nada ni a nadie que pueda menguar su libertad de predicar el Evangelio. Por esta razón procuró siempre vivir de su trabajo y no ser gravoso a la comunidad. En última instancia, está convencido de que él lo puede todo en Jesucristo que le conforta.
4.- Un banquete al que todos podemos acudir, pero con una actitud de comunión. La imagen del banquete aparece en el evangelio para describir el reino de los cielos. Mateo recalca la posición de los que no aceptan el banquete: "no se preocupan" del asunto y se vuelven a sus negocios. Incluso arremeten contra los mensajeros. La crítica que esto supone a la actitud de los jefes del pueblo es de toda dureza. Sin embargo, el mensaje de Jesús es para todos y a todos se llama al convite que es la fe. No hay situación, cualquiera que sea, que discrimine ante este don de Dios. No hay selección en cuanto a la postura moral de los participantes ya que hasta los malos pueden llegar a participar de la fe si aceptan a Jesús. Pero había uno en el banquete sin traje de fiesta y, una vez descubierto, es arrojado a las tinieblas, atado de pies y manos. Se exige llevar un traje, pero no es un traje exterior, sino interior. Es necesario tener una buena actitud: estar en comunión con los demás comensales. Esto significa que para pertenecer al Reino de Dios hay que poner algo de nuestra parte. Dios invita, pero algo se le exige al hombre. ¿Qué? Fe, sinceridad, buena voluntad, apertura a Dios y los hermanos, frutos…. Porque Dios, que quiso crear al hombre sin el hombre, no quiere salvar al hombre sin el hombre (San Agustín). Nos hizo libres y quiere que ejerzamos la libertad. Dios llama, pero el hombre ha de responder. Esto nos lleva a la conclusión de la parábola: "Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos". Dios invita a todos, pero exige una respuesta positiva y algunos prefieren perderse la fiesta o no van con la actitud –traje interior- adecuada.
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3.- DIOS INVITA
Por Pedro Juan Díaz
1.- Nos adentramos en la recta final del año litúrgico. En apenas dos meses, comenzaremos a prepararnos para la Navidad. Estos últimos evangelios relatan la etapa final del ministerio de Jesús, cuando ya está en Jerusalén y el enfrentamiento con las autoridades religiosas es cada vez más fuerte. Hoy de nuevo la parábola va dirigida “a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo”.
2.- Los evangelios nos van presentando a un Dios que invita a trabajar en su viña, que encarga a unos trabajadores para que administren bien sus tierras y, hoy, que invita a un banquete. Esta imagen bíblica del banquete aparece hoy en la primera lectura de Isaías, en el Salmo 22 y en el evangelio. Estos textos nos ayudan a entender quien es Dios y qué invitación hace a la humanidad.
3.- Dios quiere invitarnos a un banquete, pero no es como las “multas” que parece que nos ponen hoy en día cuando nos invitan a una boda. En este banquete, Dios invita, corre con todos los gastos. Es un acontecimiento feliz y dichoso y la iniciativa parte de Dios. Es una fiesta para reforzar nuestros lazos de amistad, de fraternidad, de comunicación profunda entre nosotros y con Él. Pero es algo más, es la superación de la muerte y de todos los males que abruman a la persona. Dice el profeta en la primera lectura: “Aniquilará la muerte para siempre… Enjugará las lágrimas de todos los rostros”. Es el gran banquete de la vida, de la vida para siempre. Y no es un ambiente tenebroso, sino de celebración.
4.- A nosotros nos deja la libertad de responder. Y las respuestas, según el evangelio, son muy variadas, como en la actualidad: desprecio, ingratitud, oposición, indiferencia… excusas, al fin y al cabo. O puede que no. Podríamos preguntarnos si toda la culpa es de los que responden, o si los que presentamos la propuesta del banquete también debemos revisarnos. Quizás es que no presentamos verdaderamente el camino de la fe como un camino de salvación y de vida. Quizás sea, también, porque nuestro testimonio deja mucho que desear. Habrá que revisar qué parte de responsabilidad tenemos los que salimos a los caminos a convidar a todos.
5.- Pero Dios sigue adelante con su fiesta, no se arrepiente a pesar de que algunos rechacen la invitación. Dios es generoso, frente al egoísmo humano. Y lejos de suspender el banquete, lo abre a todos por igual: “Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales”. Dios está contento, la sala está llena y el banquete sigue adelante.
6.- Al final, “el rey reparó en uno que no llevaba traje de fiesta”. Ese “traje de fiesta” es la respuesta agradecida con una vida consecuente, y es necesario para participar en el banquete. No solo vale aceptar la invitación, hay que hacerlo vida, mostrar un testimonio adecuado para que también otros puedan acoger la invitación con alegría. El cristiano vive siempre en actitud de acción de gracias, porque ha recibido más de lo que él ha dado, más de lo que se merece, de parte de Dios. Y en agradecimiento, vive en coherencia con el estilo de vida de Jesús. Aceptamos la invitación, acudimos al banquete, pero nuestro “traje”, nuestra vida ha de expresar eso mismo, eso que dicen nuestras palabras, ese SI que le damos a Dios.
7.- “Aquel día el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos” (Isaías); “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda” (Evangelio); “Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa” (Salmo 22). “Tomad y comed, esto es mi cuerpo; tomad y bebed, esta es mi sangre; haced esto en memoria mía” (Eucaristía). El banquete de Dios se adelanta cada vez que celebramos la Eucaristía. Es como un aperitivo de lo que será. Acojamos la invitación con alegría y pongámonos el vestido del agradecimiento y la coherencia de vida, para que nuestro testimonio acerque a otros la invitación de parte de Dios.

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