Meditación: Sábado de la semana 27 tiempo ordinario, 8 de octubre, 2011; año impar
«Sucedió que mientras él estaba diciendo esto, una mujer de en medio de la multitud, alzando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él replicó: «Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan». (Lucas 11, 27-28)
1º. Jesús, la mujer que hoy alaba a tu Madre, pertenece a la segunda de una ininterrumpida serie de generaciones que han felicitado y acudido a la Virgen María.
Se cumple así la profecía que tu Madre hizo de si misma: «Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mi cosas grandes el Todopoderoso» (Lucas 1,48-50).
«Todas las generaciones me llamarán dichosa, dijo María en su cántico profético; «Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús». Le responden a eco, a lo largo de los tiempos, pueblos de todas las latitudes, razas y lenguas. Unos más esclarecidos, otros menos, los fieles cristianos no cesan de recurrir a Nuestra Señora, la Santa Madre de Dios: en momentos de alegría, invocándola «causa de nuestra alegría»; en momentos de aflicción, llamándola «consoladora de los afligidos», y en momentos de desvarío, implorándola «Refugio de los pecadores» (Juan Pablo II).
Pero antes que la mujer del Evangelio, María ya había sido elogiada.
El ángel Gabriel le saluda: «Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo» (Lucas 1,28).
Y días después, su prima Isabel la recibe en su casa con estas palabras: «Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre» (Lucas 1,42), y «bienaventurada tú que has creído» (Lucas 1,45).
Estos primeros elogios me dan la clave, Jesús, para entender tu respuesta a la mujer del Evangelio de hoy: María es bienaventurada, no sólo por el hecho físico de haberte «criado», sino por el hecho sobrenatural de haber «creído» en tu palabra y haberla guardado.
2º. «Pero, fijaos: si Dios ha querido ensalzar a su Madre, es igualmente cierto que durante su vida terrena no fueron ahorrados a María ni la experiencia del dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la fe. A aquella mujer del pueblo, que un día prorrumpió en alabanzas a Jesús exclamando: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron», el Señor responde: «Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica». Era el elogio de su Madre, de su fiat, del hágase sincero, entregado, cumplido hasta las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrifico escondido y silencioso de cada jornada» (Es Cristo que pasa.-172).
Madre, tú has sabido escuchar la palabra de Dios con humildad, con el oído atento para captar qué es lo que Él quería de ti en cada momento: «María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón» (Lucas 2,4).
Por eso eres, con razón, maestra de oración.
Ayúdame a tener más intimidad con tu hijo Jesús: que también yo sepa escuchar lo que Él me pide, que no deje de tener cada día un tiempo reservado para ponderar sus palabras en mi corazón.
Además, Madre, eres modelo de entrega, porque has sabido poner en práctica la palabra de Dios hasta las últimas consecuencias.
Enséñame a entregarme de verdad a Dios sin hacer cosas raras ni aparatosas.
Ayúdame a encontrar la santidad en los pequeños detalles de cada día: en el trabajo bien hecho y ofrecido, en los detalles de servicio escondido y silencioso, en el deseo sincero de hacer el bien.
Madre, a ti no te fueron ahorrados ni el dolor, ni el cansancio en el trabajo, ni el claroscuro de la fe.
Ayúdame cuando me encuentre en dificultad; compórtate conmigo como con Jesús, puesto que eres también mi madre: aliméntame, cuídame, enséñame, y haz que crezca sano y fuerte en esta vida sobrenatural a la que he nacido con el bautismo.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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