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jueves, 22 de diciembre de 2011

HOMILIAS: MISA DEL GALLO. CICLO B. 24/25 DICIEMBRE 2011

HOMILIAS: MISA DEL GALLO. CICLO B. 24/25 DICIEMBRE 2011
1.- HERMANOS DEL BUEY Y LA MULA
Por José María Maruri, SJ
1.- Ante Dios hecho uno de nosotros, nadie puede quedar indiferente. Todo el mundo tiene que definirse. De esto tenemos símbolos en los evangelios de estos días. Los pastores abandonan su trabajo y van a Belén. La estrella se pone en camino y arrastra a los Magos de Oriente. Los posaderos cierran sus puertas a la Madre y el Niño. Herodes se inquieta y teme por su trono, todos se definen.
Dios hecho hombre, hermanándonos por ser hermano común nuestro es el Misterio Central de nuestra Fe. O lo creemos o no. Si no lo creemos cerremos las puertas y ventanas como tantos vecinos de Belén. Pero si lo aceptamos no tenemos más remedio que tomar una postura congruente con nuestra Fe.
2.- Navidad para los que no creen puede ser motivo de borrachera y gamberrismo, para nosotros no. Navidad es Dios hecho carne de nuestra carne, como un hermano de sangre. Un hermano tan hermano de cada uno de nosotros, que se toma la libertad de sentarse en la butaca junto a la mía y decirme que es hermano mío, y que tiene otros hermanos que lo son también míos. Nos habla de su Padre que lo es también mío, de sus y de mis hermanos. Poco más nos dice, es machacón hasta hacerse molesto.
3.- Este Niño Dios, es un niño bueno, no coge lloreras ni rabietas porque no le entendemos o no queremos escucharle a la primera, sabe esperar y se duerme en nuestros brazos porque confía en cada uno de nosotros, confía que al fin va a triunfar su bondad y nuestra bondad, su generosidad y la nuestra.
Ignacio de Loyola, machacón como buen vasco, tiene el mal gusto de poner en la meditación del Nacimiento estas frases: “mirar cómo caminan para que el Señor sea nacido en suma pobreza y al cabo de tantos trabajos para morir en cruz, y todo esto por mí.
4.- Este nacimiento de Dios es algo personal mío, no tenemos derecho a descafeinarlo diluyéndolo como algo que es de todos, es de cada uno y el Niño Dios espera y espera el vasco machacón, que eso “por mi” ponga todo el amor de que soy capaz al desnudo, y que ese amor se convierta en verdadera fraternidad entre el Señor y nosotros y entre nosotros y nosotros. Un amor que vence todo recelo, rencor, intereses creados, todo aquello que impide que seamos un pueblo de hermanos, como la Iglesia de Jesús soñó tal vez desde el pesebre de Belén.
En el portal de Belén hay ya tanto pastor y tanto rey que no sé si cabremos, pero apretándonos todos vamos a entrar a pedir al Niño Dios, que si no sabemos ser hermanos de esos hombres que nos apretujan al menos nos haga hermanos del buey y la mula, que a su modo saben convivir y servir a un mismo Señor.

2.- NOS ENSEÑA A SER HUMANOS
Por José María Martín OSA
1.- ¡Feliz Noche Nochebuena!, ¡Feliz Navidad! Son las palabras más repetidas hoy. Estamos alegres y damos gracias a Dios. El salmo 95 comienza con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre inmediatamente una perspectiva universal: "cantad al Señor, toda la tierra". Se invita a los fieles a "contar la gloria" de Dios "a los pueblos" y, luego, "a todas las naciones" para proclamar "sus maravillas". Sólo cuando nuestra mirada se dirige hacia el Belén y vemos al niño sonriendo en su cuna de paja nos damos cuenta de la razón de esta felicitación. Dios no se hizo hombre para destruir nuestra naturaleza, sino para curarla y en¬riquecerla. Dios no quiere deshumanizar al hombre, sino humanizarlo más. Él mismo se nos manifestará como el hombre perfecto, no como superhombre, sino como humano del todo. Cuando hablamos de ser «humano», estamos refiriéndonos a una realidad buena. Quiere decir, según el diccionario, ser: afable, afectuoso, agradable, benévolo, benigno, caritativo, compasivo, comprensivo, comunicable, condescendiente, considerado, cordial, humanitario, indulgente, liberal, magnánimo, misericordioso, propicio, sensible... Son hermosos calificativos. Este conjunto de cualidades es lo que nos hace iconos de Dios, pues estamos hechos a su imagen y semejanza. Nace Jesús para que esta imagen y semejanza resplandezca en toda su gloria y su es¬plendor.
2. El Niño Divino nos enseña a ser como niños. Nosotros queremos ser mayores. Queremos cosas grandes. Nos encanta construir torres elevadas hasta el cielo. Queremos ser dioses, pero a nuestro modo, escalando a costa de lo que sea peldaños de gloria y de poder. Pero el Dios verdadero bajó hasta noso¬tros despojándose de gloria y de poder. Se hizo niño. Nos enseñó los caminos de la humildad y del servicio, de la esperanza y del amor. Son los caminos que nos divinizan, nos llevan directamente a Dios. Si quieres ser Dios, fíjate en el modelo navideño. Encontrarás, como decía el ángel, un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. También encontrarás a María y a José, sus padres. Son como un retrato de la familia divina. Y son el fermento de una humanidad nueva, entrañable y solidaria, gozosa y liberada, abierta y acogedora. Ya puedes empezar a soñar. La clave está en cómo recibimos nosotros la llegada en toda su humildad del Niño-Dios. Toma nuestra condición, "se hace hombre para divinizarnos a nosotros", según San Agustín.
3.- El Niño Dios nos enseña a ser humanos. Jesús se revistió de la naturaleza humana. Ahora Jesús viene a nosotros y podemos descubrirle en los pobres y necesitados. Muchas veces no le queremos ver cuando llama a nuestra puerta, le rechazamos como fueron también rechazados José y María. Este es el gran drama del hombre: el rechazo de Dios y del hermano. Es significativo ver cómo tuvieron que ir fuera de los muros de la ciudad, cómo los primeros que se dieron cuenta del nacimiento de su hijo fueron los excluidos de aquella época, los pastores, que eran mal vistos porque nunca podían participar del culto como los demás y vivían al margen. Su trono fue un pesebre, su palacio un establo, su compañía un buey y una mula… ¡Por algo quiso Dios que fuera así! El vino a darnos una lección de humanidad. Así lo ha expresado Benedicto XVI: «Misericordia es sinónimo de amor, de gracia. En esto consiste la esencia del cristianismo, pues es la esencia del mismo Dios. Dios (...) porque es Amor es apertura, acogida, diálogo; y su relación con nosotros, hombres pecadores, es misericordia, compasión, gracia, perdón». Dios es comunicación, comunidad, comunión. Dios no es solitario o individualista. Dios es familia. Dios es Trinidad. Por eso, lo más esencial del hombre es su capacidad de apertura y común unión. El hombre, para ser verdaderamente humano, necesita del otro, de los otros. Sin el otro yo no sabría nada de mí mismo, ni siquiera mi nombre. El otro me vacía y me plenifica. El otro me abre a nuevos horizontes. El otro me estimula y me agranda. El otro me hace feliz. ¡Niño Divino, enséñanos a ser humano! ¡Feliz Nochebuena!

3.- GRAN NOCHE SIN IGUAL: CIELO Y TIERRA SE MEZCLAN
Por Ángel Gómez Escorial
1.- No hay momento tan especial en la liturgia de la Iglesia como esta misa de medianoche en la conmemoración de la Natividad del Señor. Y no me refiero tanto –aunque también—a la belleza de la celebración en sí y de sus textos, todos, desde las lecturas bíblicas hasta las diferentes oraciones de la misa. Y aun siendo todo ello de una gran belleza y fuerza en su contenido, tengo que decir que somos todos nosotros, los presentes en tan hermosa y alegre eucaristía, quienes damos un especial realce a lo que celebramos ahora. Estamos alegres, hay muchos jóvenes y no pocos niños entre nosotros, muchos hemos puesto nuestros mejores trajes y vestidos, como aquel que va a una gran fiesta. Otros, más confortables, han preferido que el espacio del templo fuese una continuación de su hogar, donde se acaba de celebrar la cena de Nochebuena y visten como si en su casa estuvieran. Hacen bien. La alegría emerge por doquier y, sin duda, también ha fluido alguna lágrima porque es imposible no recordar algún ser querido que ya no está entre nosotros y que otras veces nos acompañaba en esta formidable y alegre presencia de todos.
2.- Y no es poco importante –y mucho menos frívolo—dar la importancia que tiene a este protagonismo comunitario de todos los que asisten a esta Misa del Gallo, pues, si en condiciones habituales, la presencia de los fieles es lo que da especial significado a la celebración eucarística por lo que tiene de comunión fraterna, de asamblea de hermanos que se aman y de recuerdo de la hermosísima y prometedora frase de Cristo: “Cuando dos o más os reunáis en mi nombre ahí estaré Yo en medio de vosotros”, pues hoy mucho más, recién llegados de nuestras casas como vinieron los pastores en aquella noche, nos convertimos –para bien y en sana humildad—en protagonistas de la noche.
3.- Claro que no hay más que recordar bien el evangelio, la narración de San Lucas sobre el Nacimiento del Niño Jesús para entender que no puede haber más que un protagonista y ese no es otro que ese tierno bebé nacido en la cueva de Belén. Es un impresionante ir y venir de ángeles y pastores. La noche –la Gran noche—se convierte en algo sin igual. Cielo y tierra se mezclan y, sin duda, la Eternidad se ha abierto para dar paso a la entronización de la Humanidad. El mundo se abre a grandes expectativas de paz y de amor. Y mientras tanto María y José asisten a algo que, tal vez, no entienden, pero que les parece grandioso y, casi, incomprensible.
Y el texto de Isaías, del capítulo 9, refleja el antecedente al texto de Lucas: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierras de sombra, y una luz les brilló…” Esa es la luz que brilló durante la noche en la comarca de Belén, la que vieron los pastores y la gente humilde. Y que no fueron capaces de ver los ricos y los bien aposentados, tanto de Belén, como del resto del mundo. Pero quienes vieron la luz pudieran acudir a contemplar al Niño y sin saber tampoco muy bien lo que ocurría experimentaron una alegría, desconocida, misteriosa y sin límites. Y eso es lo que experimentamos todos nosotros, aquí esta Noche Buena, esta Buena Noche.
4.-Nuestra espera a lo largo de todo el Adviento toma todo su sentido. El Salvador del mundo ha llegado en forma de débil Niño. Y nosotros, aquí y ahora, intuimos que tenemos que esperar otra venida: un día el Niño Dios volverá envuelto de poder y majestad para hacer justicia en este mundo e iniciar la vida feliz, que no cesa, en esa Jerusalén celestial que también nos llegará plena de luz. No seamos tímidos. Demostremos nuestra alegría total: un Niño nos ha nacido.

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