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viernes, 27 de agosto de 2010

Texto para Homilia. Domingo XXII Tiempo Ordinario. Ciclo C. 29 de agosto 2010

1.- ELOGIO DE LA HUMILDAD Y DEL AMOR GENEROSO
Por Gabriel González del Estal
1.- Las lecturas de este domingo hacen un gran elogio de dos virtudes cristianas y humanas sumamente importantes: la humildad y el amor generoso. Cualquier persona que practique y viva estas dos virtudes cristianas es un santo cristiano. La humildad religiosa en primer lugar: saber situarnos ante Dios. Dios es nuestro Padre y nuestro único Señor; nosotros somos hijos de Dios, siervos y empleados de Dios. Todo lo que tenemos y somos, nuestro ser y nuestro obrar, es de Dios. Reconocer la soberanía única de Dios sobre nuestras vidas y sobre nuestras cosas, y actuar en consecuencia, eso es humildad. Somos brazos de Dios y boca de Dios. A través de nosotros Dios quiere llegar a los demás, con nuestros brazos, con nuestros pies, con nuestras palabras y obras Dios quiere construir entre nosotros su Reino. Humildad religiosa es aceptar que Dios es Dios y que nosotros somos sus humildes siervos. También la humildad social es muy importante: saber situarnos ante los demás. Los demás son nuestro prójimo, nuestros hermanos, hijos de nuestro mismo Padre, Dios. Yo no estoy puesto aquí en la tierra para mandar a mis hermanos, sino para servirles. Unas veces tendré que servir mandando, otras obedeciendo, pero siempre sirviendo. Vivir en este mundo como un hermano bueno de todos, desear que todos sean buenos y felices, no querer ser más ni menos que los demás, vivir siempre en actitud de servicio a los demás, eso también es humildad. Humildad psicológica también: no creerme más ni menos de lo que de verdad soy, con todas mis virtudes y con todos mis defectos. Aceptarme como soy y trabajar para ser cada día un poco mejor, es humildad. Dar gracias a Dios por las cosas buenas que tenemos y somos, ofrecerle con humildad nuestras imperfecciones para que nos cure y nos restaure, eso también es humildad.
2.- Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú porque no pueden pagarte. Es una invitación a lo que yo aquí he llamado el amor generoso. El amor es una palabra tan importante como desgastada en el uso ordinario. Aquí nos referimos, por supuesto, al amor cristiano y proponemos este amor como auténtico modelo de amor verdadero. Es un amor que no se basa, ni se fundamenta en el bien o en el gozo que este amor proporciona al que ama, sino en el bien que obtiene la persona amada. Es el amor de Cristo, un amor gratuito, un amor generoso. A nosotros, a los pobres y egoístas seres humanos, nos resulta muy difícil practicar este amor, pero es un amor al que debemos tender y aspirar continuamente. Es un amor al que no nos puede responder, al menos en la medida en la que nosotros le amamos, la persona a la que amamos. Por eso decimos que es un amor generoso y gratuito hasta el extremo, como lo fue el amor con el que Cristo nos amó. Ya sabemos que nunca nuestro amor será tan generoso como fue el amor de Cristo, pero este debe ser nuestro ideal. Si todas las personas humanas nos amáramos como Cristo nos amó, con amor generoso y gratuito, el mundo sería bello y maravilloso. Los santos más santos se han distinguido siempre por este amor. Con humildad, con sencillez, aspiremos también cada uno de nosotros a practicar este amor. Es seguro que Dios nos lo pagará con generosidad y el mundo empezará a ser cada día un poco más bueno.


2.- ELEGIR EL PUESTO DE LOS SERVIDORES
Por Pedro Juan Díaz
1.- El Evangelio de hoy coloca a Jesús en una situación que podríamos llamar “comprometida”. Es sábado, día de descanso judío, ha entrado en casa de un fariseo y se ha sentado a la mesa con él, además no es un fariseo cualquiera, sino “uno de los principales”, dice el Evangelio. Además es una “comida-trampa” porque le están espiando a ver cómo actúa para después echárselo en cara. Y con todo esto, Jesús no se acobarda, sino que aprovecha la situación para hacer dos pequeñas catequesis: una sobre la v anidad y la humildad, y la otra sobre la gratuidad.
2.- A la primera catequesis de Jesús le acompaña hoy también la primera lectura. La naturaleza humana tiende a engrandecerse y a vanagloriarse de sus propios éxitos, eso nos pasa a todos. Pero la sabiduría de la vida, y de la Palabra de Dios, nos orienta más bien hacia el camino de la humildad. Jesús veía que todos se peleaban por ocupar los primeros puestos y contó una parábola para explicar cómo Dios ensalza al humilde y corrige al soberbio. “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Y el libro del Eclesiástico, en la primera lectura, pone la humildad por encima incluso de la generosidad: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios”.
3.- La segunda catequesis es sobre la gratuidad y también sobre cómo nos situamos ante las personas. “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos… invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte”. No sólo se trata de dar sin esperar nada a cambio, sino de hacerlo sin distinción de personas. ¿Por qué en la vida favorecemos a unos y dejamos de lado a otros? ¿Qué es lo que nos mueve? ¿En qué situaciones de nuestra vida nos falta humildad? ¿Cuáles son los “primeros puestos” a los que aspiramos? ¿Somos de los que buscan ascender aún a costa de “pisar” a otros? ¿Hacemos acepción de personas? ¿Reconocemos a cada persona como a un hermano? Estas preguntas nos pueden ayudar a reflexionar sobre nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios de hoy.
4.- En la Eucaristía, Jesús nos enseña a elegir el puesto de los “servidores”, de los “lavadores de pies”. Ese fue su estilo a lo largo de su vida. Seguramente lo aprendió en casa, viendo a su madre María rezar aquello del Magnificat: “El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. Aprendamos hoy de Jesús y de María a no vanagloriarnos de nuestros pequeños triunfos y a reconocer la presencia de Dios en todo aquello que hacemos.

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