DIOS ES Y SERÁ SIEMPRE AMOR
Por Pedro Juan Díaz
1.- ¿Pasar de largo o parar a ayudar? ¿Alguna vez se han planteado esa pregunta? ¿Les ha ocurrido alguna vez el tener que decidir ante una situación? Es muy probable que sí. No les voy a preguntar qué hicieron, no se trata de eso hoy en el evangelio, aunque parezca que va por ahí la cosa. No se trata de “¿qué tengo que hacer?”. Así se lo plantea el maestro de la ley a Jesús. Y Jesús tampoco le contesta “tienes que hacer…”, sino que le dice que mire lo que está escrito en la ley, que mire cual es el mandamiento principal, que no es otro que el AMOR. Entonces, cuando el maestro de la ley se lo dice, es cuando le contesta: “Haz esto –es decir, ama– y tendrás la vida”. Y el amor no es propiedad de nadie, porque hasta un samaritano, uno que no es de nuestra religión, ni de nuestro grupo, puede amar, y de hecho lo hizo con aquel hombre tirado en el camino.
2.- Jesús ha venido a decirnos más de cerca que Dios es y será siempre amor. Por tanto, la misión de todo cristiano es AMAR. Jesús le dice al maestro de la ley que amando se cumplen todas las leyes. ¿Sabría el Samaritano cuál era la ley más importante de la religión judía? Seguramente no, porque los samaritanos eran paganos y por eso los judíos no se trataban con ellos. Pero sin embargo la cumplió porque amó, porque “practicó la misericordia” con aquella persona. ¿Sabrían el sacerdote y el levita, que pasaron de largo, cuál era el mandamiento más importante? Seguramente sí, pero no lo pusieron en práctica, se quedaron sólo en la teoría, en un cumplimiento “fariseo” de la ley, sólo por aparentar.
3.- Es bonito recordar como Moisés, 1800 años antes de Jesús, ya les dice al pueblo de Israel que lo que Dios quiere de ellos lo llevan en el corazón: “el mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo”. Para hacer lo que Dios quiere, les dice Moisés, no hay que subir al cielo o cruzar el mar, no es algo inalcanzable, sino que está dentro de nosotros. Dios nos ha creado con la capacidad de amar. Está en nosotros desarrollar esa capacidad. El Samaritano la desarrolló más y mejor que los otros dos. Cualquier persona que la desarrolle, sea del grupo que sea, merece nuestra alabanza. Al venir a la Eucaristía vemos como Jesús desarrolló su capacidad de amar hasta el extremo, de manera generosa, gratuita y desinteresada. Así nos invita Dios a amar a los demás, nuestros hermanos y hermanas. Cada vez que venimos a la Eucaristía vemos cómo lo tenemos que hacer. Cada vez que venimos a la Eucaristía escuchamos: “anda, haz tú lo mismo”. Ese es nuestro mandato, nuestro envío, nuestra misión. Pongámoslo en práctica.
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