Primera Lectura
Lectura de la primera carta
del apóstol san Pablo a los
corintios (10, 14-22)
Queridos hermanos: Huyan de la idolatría. Me dirijo a ustedes como a hombres sensatos; ustedes mismos juzguen lo que voy a decir: El cáliz de la bendición con el que damos gracias, ¿no nos une a Cristo por medio de su sangre? Y el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de su cuerpo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.
Consideren al pueblo de Israel:
¿no es cierto que los que comen de la víctima sacrificada en el altar quedan unidos a él? Con esto no quiero decir que el ídolo represente algo real, ni que la carne ofrecida a los ídolos tenga algún valor especial. Lo que quiero decir es que, cuando los paganos ofrecen sus sacrificios, se los ofrecen a los demonios y no a Dios.
Ahora bien, yo no quiero que ustedes se asocien con los demonios. No pueden beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No pueden compartir la mesa del Señor y la mesa de los demonios.
¿O queremos provocar acaso la indignación del Señor creyéndonos más poderosos que él?
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 115
Señor, te ofreceré
con gratitud un sacrificio.
¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor.
Señor, te ofreceré
con gratitud un sacrificio.
Te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre. Cumpliré mis promesas al Señor ante todo su pueblo.
Señor, te ofreceré
con gratitud un sacrificio.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada, dice el Señor.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (6, 43-49)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos.
El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón; y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón.
¿Por qué me dicen ‘Señor, Señor’, y no hacen lo que yo les digo? Les voy a decir a quién se parece el que viene a mí y escucha mis palabras y las pone en práctica. Se parece a un hombre, que al construir su casa, hizo una excavación profunda, para echar los cimientos sobre la roca. Vino la creciente y chocó el río contra aquella casa, pero no la pudo derribar, porque estaba sólidamente construida.
Pero el que no pone en práctica lo que escucha, se parece a un hombre que construyó su casa a flor de tierra, sin cimientos. Chocó el río contra ella e inmediatamente la derribó y quedó completamente destruida”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión:
“Cada árbol se reconoce por sus frutos”. De lo que cada quien ha cosechado en la vida, de eso hablarán sus acciones. Los frutos buenos, que gustan a la gente, que sacia el deseo de degustar algo apetitoso, que simplemente llenan de gozo a las personas, es signo de que la presencia de Dios está en estos acontecimientos, porque el hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro bueno del corazón. El corazón, como centro de la persona, habla por sí solo en nuestras acciones. Por eso, no basta decir con palabras que somos cristianos, tenemos que demostrarlo con hechos concretos. La coherencia de vida que nos pide el Señor se ve reflejada en la exhortación: de la abundancia del corazón habla la boca. Decir Señor, Señor, es reconocer la autoridad que tiene Jesús en sus enseñanzas. No seamos embusteros al llamarlo Señor, cuando en realidad no le ponemos el cuidado necesario a su mensaje, ni ponemos en práctica lo que él nos ha enseñado. Porque el que pone en práctica sus enseñanzas se parece a uno que iba a construir una casa cuyos cimientos estaban bien fundados sobre roca y, por lo tanto, jamás podrá ceder ante las adversidades.
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