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viernes, 1 de octubre de 2010

Homilías Domingo XXVI Tiempo Ordinario. Ciclo C. 03 de octubre 2010

1.- CUESTIÓN DE FE
Por José María Martín OSA
1. - Reavivar el don de la fe que hemos recibido. El tema de las lecturas de este domingo es la fe, presente en las tres lecturas. Al final de la primera dice: "El justo vive de la fe". El Salmo 94 nos invita a no endurecer nuestro corazón para abrirnos a Dios, y San Pablo invita a Timoteo a reavivar el don de la fe que ha recibido de Dios. Según la primera lectura, lo que da vida al justo judío es la fe. Una fe que, para los cristianos, consiste en la adhesión a Jesús y se expresa no sólo en la práctica de la justicia, sino en la del amor sin límite a los demás, como Jesús. El profeta Habacuc muestra a un justo que no entiende el silencio de Dios ante la injusticia y la violencia humana que padece por parte de los pecadores. Le recomienda que sepa esperar y anhelar ese día en que se manifieste la justicia de Dios sobre este orden injusto. Ese día se ha manifestado ya en Jesús que ha tenido que cargar en la cruz con la injusticia humana muriendo víctima de ella, pero expresando al mismo tiempo que sólo el amor pondrá remedio a los males del mundo. Como recomienda Pablo a Timoteo en la segunda lectura es necesario reavivar ese don de Dios recibido para dar testimonio de Jesús en el mundo, con espíritu de energía, amor y buen juicio, que en esto consiste “vivir con fe”. Este es el precioso depósito que el cristiano debe guardar celosamente con la ayuda del Espíritu de Dios que habita en nosotros.
2.- Dejarnos encontrar por Dios. Jesús en el Evangelio se fija en la eficacia de la fe, incluso de la fe pequeña como un grano de mostaza. Los discípulos son conscientes de su poca fe, de su incapacidad para dar su adhesión plena a Jesús y a su mensaje. Por eso le piden que les aumente la fe. Jesús constata en realidad que tienen una fe más pequeña que un grano de mostaza, semilla del tamaño de una cabeza de alfiler. No dan ni siquiera el mínimo, pues con tan mínima cantidad de fe bastaría para hacer lo imposible: arrancar de cuajo con sólo una orden una morera y tirarla al mar. Este mínimo de fe es suficiente para poner a disposición del discípulo la potencia de Dios. La morera, como la higuera, son símbolos de fecundidad en Israel. La higuera con muchas hojas, de bella apariencia, pero sin higos, es símbolo de la infecundidad de la institución judía, que no da su adhesión a Jesús. Los discípulos tienen fe, pero poca. Con fe, como un grano de mostaza, estarían en condiciones de “arrancar la morera (símbolo de Israel) y tirarla al mar”. Las palabras de Jesús siguen resonando hoy. “Si tuvierais fe como un grano de mostaza...” O lo que es igual: si siguierais mi camino, si vivierais según el evangelio, tendríais la fuerza de Dios para cambiar el mundo. La fe es un don y una tarea al mismo tiempo. Hemos de cuidarla y cultivarla como una planta. Hay personas que buscan y no encuentran, tal vez porque buscan por caminos equivocados. Dios se hace el encontradizo, sale a nuestro encuentro, debemos dejarle actuar y escucharle, como cuenta esta historia:
“El templo había estado sobre la isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de kilómetros, decidido a escuchar aquellas campanas.
Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó con toda su atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano: el ruido del mar parecía inundar el Universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento. Tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con fervor de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban la fundada leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado.
Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso.
Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente del mismo. Tan profundo era el silencio que producía su corazón...
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra... y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría”.
3. Hacer lo que tenemos que hacer, movidos por nuestra fe. Tal vez tengamos que reconocer que somos “siervos inútiles”, pues no andamos en el camino de la fe, sino en el del cumplimiento de las obras de la ley, como los fariseos, que, al final, de su trabajo tienen que considerarse “siervos inútiles”, pero no “hijos de Dios”, que es a lo que estamos llamados a ser, como ciudadanos del reino. El justo vivirá por la fe... ¿Puedo decir yo lo mismo de mí mismo? ¿Es la fe el principio que realmente orienta mi vida? ¿He hecho lo que tenía que hacer? ¿O creo que se me debe agradecer lo que he hecho? ¿En qué situaciones del mundo de hoy el cristiano consecuente debería ir a contracorriente, fiado en su fe y no en lo que es usual en la sociedad actual?
2.- VIVIR SIEMPRE EN CONFORMIDAD CON LO QUE CREEMOS.
Por Antonio García-Moreno
1.- COMO A UN AMIGO.- ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?... El profeta Habacuc profiere sus quejas ante el Señor, recurre a él con la misma confianza con que se recurre a un amigo, un buen amigo que además lo puede solucionar todo.
¡Cuándo aprenderemos a recurrir a Jesús del mismo modo! A Jesús que no dudó un momento en dar su vida por nosotros. A Jesús que es el Primogénito del Padre Eterno, el Creador de cielos y tierra, el Supremo Juez de todos los hombres... Enséñanos a orar, te dijeron un día tus discípulos. Ahora también nosotros te lo decimos. Enséñanos a orar, a tratarte con una gran confianza, enséñanos a levantar nuestros ojos hasta los tuyos, engarzar nuestras miradas, la tuya con la nuestra, cuando se nos cargue el corazón de sombras y de lágrimas.
Dios responde al profeta, como responde siempre al que recurre confiadamente a la fuerza de su amor. Todo esto que sucede ahora tiene su final. Entonces se verá todo con claridad, entonces se explicarán muchas cosas que ahora aparecen como absurdas y hasta contradictorias.
El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá de la fe. Aquí está la solución de las penas y pesares del profeta Habacuc. Y aquí está el consuelo para nuestras preocupaciones y nuestras fatigas: en la fe; esa virtud que nos hace ver la vida de una forma distinta a como aparece a primera vista; la fe es una luz que nos hace sonreír ante la dificultad, que nos da la paz y la calma en medio del dolor y el sufrimiento. Sí, el justo vive de la fe. Vive, aunque parezca morir. Vive, sí, y vive una vida distinta de la meramente animal. Su vida es la vida misma de Dios.
2.- AUMÉNTANOS LA FE.- Auméntanos la fe, dicen los Apóstoles al Señor. Es una súplica que recuerda la de otro personaje evangélico que ansía la curación de un ser querido y, al sentirse sin la fe suficiente, exclama: "Señor, yo creo, pero ven en ayuda de mi falta fe". Se desprende de todo esto que la fe es, sobre todo, un don de Dios que hay que pedir con humildad y constancia, confiando en su poder y en su bondad sin límites. Por eso, la primera consecuencia que hemos de sacar del pasaje evangélico que consideramos es la de acudir con frecuencia a Dios nuestro Señor, para pedirle, para suplicarle con toda el alma que nos aumente la fe, que nos haga vivir de fe.
Es tan importante la fe, que sin ella no podemos salvarnos. Lo primero que se pregunta al neófito, que pretende ser recibido en el seno de la Iglesia, es si cree en Dios, Uno y Trino… El Señor llega a decir que quien cree en él tiene ya la vida eterna y no morirá jamás. San Juan dice en su Evangelio que cuanto ha escrito no tiene otra finalidad que ésta: que sus lectores crean en Jesucristo y, creyendo en él, tengan vida eterna. San Pablo también insistirá en la necesidad de la fe para ser justificados, y así nos dice que mediante la fe tenemos acceso a la gracia.
En contra de lo que algunos pensaron, y piensan, la fe de que nos hablan los autores inspirados es una fe viva, una fe auténtica, refrendada por una conducta consecuente. Santiago en su carta dirá que una fe sin obras es una fe muerta. El mismo san Pablo habla también de la fe que se manifiesta en las obras de caridad, en el amor verdadero que se conoce por las obras, no por las palabras. Podríamos decir que tan importantes son las obras para la fe, que cuando no obra como se piensa, se acaba pensando como se obra. En efecto, si no actuamos de acuerdo con esa fe terminamos perdiéndola. De hecho lo que más corroe la fe es una vida depravada. Por eso dijo Jesús que los limpios de corazón verán a Dios, porque es casi imposible creer en él y no vivir de acuerdo con esa fe.
La fe, a pesar de ser un don gratuito, es también una virtud que hemos de fomentar y de custodiar. El Señor que nos ha creado sin nuestro consentimiento, no quiere salvarnos si nosotros no ponemos cuanto podamos de nuestra parte. De ahí que hayamos de procurar que nadie ni nada enturbie nuestra fe. Tengamos en cuenta que ese frente es el más atacado por nuestro enemigo. Hoy de forma particular se han desatado las fuerzas del mal para enfriar la fe. El Señor viene a decir que al final de los tiempos el ataque del Maligno será tan fuerte, que conseguirá enfriar la caridad de muchos. Formula, además, una pregunta que nos ha de hacer pensar y también temer. Cuando vuelva el Hijo del Hombre -nos dice-, ¿encontrará fe en el mundo?
A la petición de los Apóstoles responde el Señor hablándoles del poder de la fe, capaz de los más grandes prodigios. Con un modo hiperbólico subraya Jesús la importancia y el valor supremo de la fe. En efecto, quien cree es capaz de las más grandes hazañas, no temerá ni a la vida ni a la muerte, verá las cosas con una luz distinta, vivirá siempre sereno y esperanzado... Pidamos al Señor que nos aumente la fe, luchemos para mantenerla íntegra, para vivir siempre en conformidad con lo que creemos.







3.- LA FE DE JESÚS ES PARA VIVIRLA
Por Pedro Juan Díaz
1.- “Auméntanos la fe”. Seguro que esa petición que hoy le hacen los discípulos a Jesús, también se la hemos hecho nosotros más de una vez: “Señor, dame más fe, ayúdame a creer más”. Y es que la fe es la que, en el fondo, da sentido a nuestra vida. En realidad, le pedimos al Señor que nos ayude a vivir la vida con fe, a entender las cosas que pasan en nuestro mundo con una mirada de fe, a descubrirle a Él entre tanto sufrimiento y tanto dolor de las personas. “¡Hasta cuando…!”, le dice el profeta Habacuc al Señor en la primera lectura. Detrás de esa petición que nosotros le hacemos al Señor hay un gran deseo de encontrarnos con Él en el camino de la vida.
2.- También detrás de esa petición hay una intención de progresar en nuestra fe, de madurar, de dejar atrás nuestra fe de niños y tener una fe de adultos. De pequeños nos enseñaron que la fe era cumplir mandamientos, alcanzar objetivos, llevar adelante obligaciones y eso ha hecho que hayamos perdido la parte festiva y gozosa de la fe, esa que la convierte en un regalo, en un don, en una acción de gracias porque Dios cuenta con nosotros, porque nos quiere y porque quiere, por encima de todo, nuestra felicidad. Esa fe que nos hace libres de cualquier atadura u obligación y que, al mismo tiempo, nos compromete y nos pone al servicio de Dios en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados. Bien sabe Dios cuanto nos cuesta creer. Por eso Jesús decía que la fe es el verdadero milagro que ocurre en el corazón de las personas. A muchos de los que se encontró y ayudó les alabó por su fe, porque la fe fue la que hizo el milagro. La fe es el milagro de los milagros. “Si tuvierais fe como un granito de mostaza…”. Dios confía en nuestras capacidades. ¿Confiamos nosotros en Él igual que Él en nosotros?
3.- La fe que Jesús nos transmite es distinta a cumplir un montón de normas que no nos llevan a ninguna parte, ni nos tocan el corazón. La fe de Jesús es para vivirla, para vivir la vida, para vivir con fe. Vivir con fe es descubrir a Dios como compañero de la vida, que nos ayuda a confiar en que las cosas pueden ser mejores y a poner todo nuestro empeño en ello. Vivir con fe es saber afrontar las dificultades, el dolor, las frustraciones y el mal en el mundo con una esperanza y un ánimo muy grande, ya que Jesús también pasó por ello y le dio un sentido nuevo, un sentido de resurrección. Vivir con fe es vivir felices y no culpables, vivir aliviados y no cargados, vivir libres y comprometidos y no obligados. Vivir la fe es mirar el mundo con los ojos de Dios, descubriendo que detrás de cada situación de injusticia y de dolor puede haber esperanza, puede haber fe, nuestra fe; ese es el gran milagro de Dios de cada día.
--Cada Domingo la fe se hace fiesta, se vive compartida, se celebra con otros hermanos y hermanas que la comparten. Cada Domingo la fe se hace Eucaristía, encuentro comunitario, pan y vino compartidos y repartidos para aumentar nuestra fe, para seguir viendo a Dios que acompaña nuestra vida, que camina con nosotros.
--Cada Domingo descubrimos que la fe es un don que nos ha dado Dios por el que le damos gracias en cada Eucaristía. Pero también es una tarea, un compromiso de llevar la fe a la vida, a nuestra vida de cada día, para darle un sentido nuevo, como lo hizo Jesús. La fe nos compromete en la vida, nos hace ser esa levadura del Evangelio que hace crecer la masa del mundo que nos rodea. Los cristianos somos la sal de la tierra y la luz del mundo porque llevamos la fe allá donde vamos, porque sabemos descubrir a Dios por los rincones de la vida.

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