Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario
10 de octubre de 2010
ORDINARIO DE LA MISA
RITOS INICIALES
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo,
el amor del Padre
y la comunión del Espíritu Santo
estén con todos vosotros
Y con tu espíritu.
Hermanos: para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros
pecados.
Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
Amén.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
GLORIA
Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria te alabamos,
te bendecimos, te adoramos,
te glorificamos, te damos gracias,
Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso.
Señor, Hijo único, Jesucristo,
Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre;
tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros.
Porque sólo tú eres Santo,
sólo tú Señor, sólo tú Altísimo,
Jesucristo, con el espíritu Santo en la gloria de Dios Padre.
Amén.
ORACIÓN COLECTA
Oremos:
Te pedimos, Señor, que tu gracia nos inspire y acompañe siempre para que podamos descubrirte en todos y amarte y servirte en cada uno.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
LITURGIA DE LA PALABRA (VER MAS ABAJO)
PRIMERA LECTURA
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL
SEGUNDA LECTURA
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
ALELUYA
EVANGELIO
El Señor esté con vosotros.
Y con tu espíritu.
Lectura del santo Evangelio según san ...
Gloria a ti, Señor.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
HOMILÍA (Ver mas abajo)
CREDO
Creo en un solo Dios,
Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación
bajó del cielo;
y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.
ORACIÓN DE LOS FIELES (VER MAS ABAJO)
LITURGIA EUCARÍSTICA
Bendito seas, Señor, Dios del universo,
por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre,
que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos;
él será para nosotros pan de vida.
Bendito seas por siempre, Señor.
Bendito seas, Señor, Dios del universo,
por este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre,
que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos;
él será para nosotros bebida de salvación.
Bendito seas por siempre, Señor.
Orad, hermanos,
para que este sacrificio, mío y vuestro,
sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.
El Señor reciba de tus manos este sacrificio,
para alabanza y gloria de su nombre,
para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta, Señor, nuestras ofrendas y concédenos que esta Eucaristía nos ayude a conseguir la gloria del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Amén.
El Señor esté con vosotros.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
PLEGARIA EUCARÍSTICA II
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias, Padre Santo, siempre y en todo lugar,
por Jesucristo, tu Hijo amado.
Por el, que es tu Palabra,
hiciste todas las cosas;
tú nos lo enviaste para que,
hecho hombre por obra del Espíritu Santo
y nacido de Maria, la Virgen,
fuera nuestro Salvador y Redentor.
El, en cumplimiento de tu voluntad,
para destruir la muerte y manifestar la resurrección,
extendió sus brazos en la cruz,
y asi adquirió para ti un pueblo santo.
Por eso con los ángeles y los santos
proclamamos tu gloria, diciendo:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de su gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Santo eres en verdad, Señor,
fuente de toda santidad;
por eso te pedimos que santifiques estos dones
con la efusión de tu Espíritu,
de manera que sean para nosotros
Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor.
El cual, cuando iba a ser entregado a su Pasión,
voluntariamente aceptada,
tomó pan; dándote gracias, lo partió
y lo dio a sus discípulos diciendo:
TOMAD Y COMED TODOS DE EL,
PORQUE ESTO ES MI CUERPO,
QUE SERÁ ENTREGADO POR VOSOTROS.
Del mismo modo, acabada la cena,
tomó el cáliz, y, dándote gracias de nuevo,
lo pasó a sus discípulos, diciendo:
TOMAD Y BEBED TODOS DE EL,
PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE,
SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA,
QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS
Y POR TODOS LOS HOMBRES
PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS.
HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA.
Éste es el Sacramento de nuestra fe:
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
!Ven, Señor Jesús!
Así, pues, Padre,
al celebrar ahora el memorial
de la muerte y resurrección de tu Hijo,
te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación,
y te damos gracias porque nos haces dignos
de servirte en tu presencia.
Te pedimos, humildemente,
que el Espíritu Santo congregue en la unidad
a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra;
y con el Papa ... , con nuestro Obispo ...
y todos los pastores que cuidan de tu pueblo,
llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate también de nuestros hermanos
que durmieron en la esperanza de la resurrección,
y de todos los que han muerto en tu misericordia;
admítelos a contemplar la luz de tu rostro.
Ten misericordia de todos nosotros,
y así, con María, la Virgen, Madre de Dios,
los apóstoles
y cuantos vivieron en tu amistad
a través de los tiempos,
merezcamos, por tu Hijo Jesucristo,
compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas.
Por Cristo, con él y en él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
PLEGARIA EUCARÍSTICA III
Santo eres en verdad, Padre,
y con razón te alaban todas tus criaturas,
ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro,
con la fuerza del Espíritu Santo,
das vida y santificas todo,
y congregas a tu pueblo sin cesar,
para que ofrezca en tu honor
un sacrificio sin mancha
desde donde sale el sol hasta el ocaso.
Por eso, Padre, te suplicamos
que santifiques por el mismo Espíritu
estos dones que hemos separado para ti,
de manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro,
que nos mandó celebrar estos misterios.
Porque el mismo,
la noche en que iba a ser entregado,
tomó pan, y dando gracias te bendijo,
lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo:
TOMAD Y COMED TODOS DE EL,
PORQUE ESTO ES MI CUERPO,
QUE SERÁ ENTREGADO POR VOSOTROS.
Del mismo modo, acabada la cena,
tomó el cáliz,
dando gracias te bendijo,
y lo pasó a sus discípulos, diciendo:
TOMAD Y BEBED TODOS DE EL,
PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE,
SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA,
QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS
Y POR TODOS LOS HOMBRES
PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS.
HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA.
Éste es el Sacramento de nuestra fe:
Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz,
anunciamos tu muerte, Señor,
hasta que vuelvas.
Así, pues, Padre,
al celebrar ahora el memorial
de la pasión salvadora de tu Hijo,
de su admirable resurrección, y ascensión al cielo,
mientras esperamos su venida gloriosa,
te ofrecemos, en esta acción de gracias,
el sacrificio vivo y santo.
Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia,
y reconoce en ella la Víctima
por cuya inmolación
quisiste devolvernos tu amistad,
para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo
y llenos de su Espíritu Santo,
formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu.
Que él nos transforme en ofrenda permanente,
para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos:
con Maria, la Virgen, Madre de Dios,
los apóstoles y los mártires, y todos los santos,
por cuya intercesión
confiamos obtener siempre tu ayuda.
Te pedimos, Padre,
que esta Víctima de reconciliación
traiga la paz y la salvación al mundo entero.
Confirma en la fe y en la caridad
a tu Iglesia, peregrina en la tierra:
a tu servidor, el Papa ... ,
a nuestro Obispo ... ,
al orden episcopal,
a los presbíteros y diáconos,
y a todo el pueblo redimido por ti.
Atiende los deseos y súplicas de esta familia
que has congregado en tu presencia.
Reúne en torno a ti, Padre misericordioso,
a todos tus hijos dispersos por el mundo.
A nuestros hermanos difuntos
y a cuantos murieron en tu amistad,
recíbelos en tu Reino,
donde esperamos gozar todos juntos
de la plenitud eterna de tu gloria,
por Cristo Señor nuestro,
por quien concedes al mundo todos los bienes.
Por Cristo, con él y en él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos.
Amén.
RITO DE LA COMUNIÓN
Fieles a la recomendación del Salvador
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
PADRENUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Líbranos de todos los males, Señor,
y concédenos la paz en nuestros días,
para que, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado
y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles:
"La paz os dejo, mi paz os doy";
no tengas en cuenta nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia
y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad.
Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
Amén.
La paz del Señor esté siempre con vosotros.
Y con tu espíritu.
CORDERO DE DIOS
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
danos la paz.
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Señor, no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya bastará para sanarme.
El Cuerpo de Cristo.
Amén.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Oremos:
Te pedimos, Señor, humildemente, que el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo que hemos recibido en alimento, nos comuniquen su misma vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
RITO DE CONCLUSION
El Señor esté con vosotros.
Y con tu espíritu.
La bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
Amén.
Podéis ir en paz.
Demos gracias a Dios.
Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario
10 de octubre de 2010
MONICIÓN DE ENTRADA
Sean todos bienvenidos a la Eucaristía. Hoy el Señor Jesús, con el relato de los diez leprosos, nos va a enseñar que debemos ser agradecidos. No es de cristianos –aunque ahora sea muy frecuente—la dureza de corazón, el egoísmo, la soberbia. Y si alguno de nosotros ve que, en el interior de su corazón, anidan esos sentimientos duros, pues apresurémonos para pedir a Dios Nuestro Señor que nos sane. Y después, por favor, que volvamos a darle gracias, pues Él – Dios Padre cariñoso y tierno—merece todo nuestro agradecimiento. Vivimos en un mundo cada vez más enfermo de insolidaridad, de egoísmo, de soledad y aislamiento. Por eso, hoy más que nunca deberíamos pedir a Jesús que nos cure de todo lo que nos aparta de los hermanos. Y, después, cuando nos sintamos sanos, regresemos junto a Él para agradecerle lo que su generosidad y amor ha hecho en nosotros. De pie para recibir al Celebrante, cantando.
MONICIÓN SOBRE LAS LECTURAS
1.- La primera lectura de hoy corresponde al Libro de Segundo de los Reyes, al capítulo quinto, y corresponde al bello episodio en que el profeta Eliseo convierte y cura de la lepra al magnate sirio Naamán. Ese hecho guarda relación director con el Evangelio de Lucas que se proclama hoy. Escuchemos
2.- San Pablo escribe la Segunda Carta a Timoteo –que es nuestra segunda lectura de hoy—ya en prisión. Es la última carta escrita por el apóstol. Poco después llegaría su martirio. Y aunque se siente profundamente solo todavía intentar enseñar a su discípulo que la perseverancia –sin importar los duros trabajos y el sufrimiento—nos llevará a reinar con Cristo. Ese es su mensaje. Escuchemos
3.- El episodio de los diez leprosos, del capítulo 17 del Evangelio de San Lucas, nos indica claramente la dureza de corazón de los judíos de tiempo de Jesús. Solo uno de los curados de la lepra –terrible enfermedad—vuelve a dar gracias al Señor. El resto han preferido presentarse solamente a los sacerdotes y obtener su certificado de pureza. Ya podían vivir en la comunidad. Pero olvidan agradecer el favor recibido. ¡Que no seamos nosotros así! De pie para escuchar la proclamación del Santo Evanelio.
Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario
10 de octubre de 2010
La oración de los fieles
CELEBRANTE
La Salvación viene del Señor, sólo por Él seremos salvos. Curará nuestras dolencias. Como aquellos leprosos también nos presentamos ante Él y le pedimos que nos cure de nuestros pecados:
SEÑOR, SOLO TÚ PUEDES LIMPIARNOS.
1.- Por el papa, para que a través de él, Dios siga iluminando y guiando la Iglesia en estos tiempos tan difíciles.
OREMOS AL SEÑOR
MONITOR
2.- Por la Iglesia, por todos aquellos ministros del Señor que están en peligro, que viven en situaciones difíciles, o que están perseguidos para que Cristo sea su fuerza en estos duros momentos.
OREMOS AL SEÑOR
3.- Por los gobernantes, los jueces y magistrados para que todos sus esfuerzos sean en la búsqueda del bien común especialmente de los más necesitados.
OREMOS AL SEÑOR
4.- Por los enfermos de larga duración para que encuentren en su situación la cruz de Cristo y poniéndola en sus manos se vean libres de enfermedad de alma y cuerpo.
OREMOS AL SEÑOR
5.- Por aquellos que han perdido la fe o viven alejados de la Iglesia para que reconociendo el poder salvador de Cristo se vuelvan a Él a través de su cuerpo místico.
OREMOS AL SEÑOR
6.- Por los OREMOS los Evangelizadores de nuestro país y de toda América Latina, para que no desfallezcamos y así poder lograr los propósitos trazados por nuestros obispos en Aparecida.
OREMOS AL SEÑOR
7.- Por todos nosotros para que al frecuentar los Sacramentos de la Confesión y la Eucaristía, crezcamos en Fe, Esperanza y Caridad.
OREMOS AL SEÑOR
CELEBRANTE
Padre, te pedimos que acojas estas plegarias y que envíes tu Espíritu que renueve la faz de la tierra. Lo hacemos por medio de Jesucristo Nuestro Señor y Salvador que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.
Amen.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura
Lectura del segundo libro de
los Reyes (5, 14-17)
En aquellos días, Naamán, el general del ejército de Siria, que estaba leproso, se baño siete veces en el Jordán, como le había dicho Eliseo, el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño.
Volvió con su comitiva a donde estaba el hombre de Dios y se le presentó diciendo: “Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel. Te pido que aceptes estos regalos de parte de tu siervo”.
Pero Eliseo contestó: “Juro por el Señor, en cuya presencia estoy, que no aceptaré nada”. Y por más que Naamán insistía, Eliseo no aceptó nada.
Entonces Naamán le dijo:
“Ya que te niegas, concédeme al menos que me den unos sacos con tierra de este lugar, los que puedan llevar un par de mulas. La usaré para construir un altar al Señor, tu Dios, pues a ningún otro dios volveré a ofrecer más sacrificios”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Salmo 97
El Señor nos ha mostrado
su amor y su lealtad.
Cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas. Su diestra y su santo brazo le han dado la victoria.
El Señor nos ha mostrado
su amor y su lealtad.
El Señor ha dado a conocer su victoria y ha revelado a las naciones su justicia. Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad hacia Israel.
El Señor nos ha mostrado
su amor y su lealtad.
La tierra entera ha contemplado la victoria de nuestro Dios. Que todos los pueblos y naciones aclamen con júbilo al Señor.
El Señor nos ha mostrado
su amor y su lealtad.
Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta
del apóstol san Pablo a
Timoteo (2, 8-13)
Querido hermano: Recuerda siempre que Jesucristo, descendiente de David, resucitó de entre los muertos, conforme al Evangelio que yo predico. Por este Evangelio sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo sobrellevo todo por amor a los elegidos, para que ellos también alcancen en Cristo Jesús la salvación, y con ella, la gloria eterna.
Es verdad lo que decimos:
“Si morimos con él, viviremos con él; si nos mantenemos firmes, reinaremos con él; si lo negamos, él también nos negará; si le somos infieles, él permanece fiel, porque no puede contradecirse a sí mismo”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Den gracias siempre, unidos a Cristo Jesús, pues esto es lo que Dios quiere que ustedes hagan.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (17, 11-19)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
Al verlos, Jesús les dijo:
“Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias.ese era un samaritano.
Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?”
Después le dijo al samaritano:
“Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión:
El conflicto entre samaritanos y judíos merece una explicación... Entre samaritanos y judíos –habitantes del centro y sur de Israel respectivamente- existía una antigua enemistad, una fuerte rivalidad que se remontaba al año 721 a.C. en el que el emperador Sargón II tomó militarmente la ciudad de Samaria y deportó a Asiria la mano de obra cualificada, poblando la región conquistada con colonos asirios, como nos cuenta el segundo libro de los Reyes (cap. 17). Con el correr del tiempo, éstos unieron su sangre con la de la población de Samaria, dando origen a una raza mixta que, naturalmente, mezcló también las creencias. "Quien come pan con un samaritano es como quien come carne de cerdo (animal prohibido en la dieta judía)", dice la Misná (Shab 8.10). La relación entre judíos y samaritanos había experimentado en los días de Jesús una especial dureza, después de que éstos, bajo el procurador Coponio (6-9 p.C.), hubiesen profanado los pórticos del templo y el santuario esparciendo durante la noche huesos humanos, como refiere el historiador Flavio Josefo en su obra Antigüedades Judías (18,29s); entre ambos grupos dominaba un odio irreconciliable desde que se separaron de la comunidad judía y construyeron su propio templo sobre el monte Garitzín (en el siglo IV a.C., lo más tarde). Hacia el s. II a.C., el libro del Eclesiástico (50,25-26) dice: “Dos naciones aborrezco y la tercera no es pueblo: los habitantes de Seir y Filistea, y el pueblo necio que habita en Siquém (Samaría)”. La palabra "samaritano" constituía una grave injuria en boca de un judío. Según Jn 8,48 los dirigentes dicen a Jesús en forma de insulto: ¿No tenemos razón en decir que eres un samaritano y que estás loco?
Esta era la situación en tiempos de Jesús, judío de nacimiento, cuando tiene lugar la escena del evangelio de hoy. Los leprosos vivían fuera de las poblaciones; si habitaban dentro, residían en barrios aislados del resto de la población, no pudiendo entrar en contacto con ella, ni asistir a las ceremonias religiosas. El libro del Levítico prescribe cómo habían de comportarse éstos: “El que ha sido declarado enfermo de afección cutánea andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro! Mientras le dure la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento” (Lv 13, 45-46). El concepto de lepra en la Biblia dista mucho de la acepción que la medicina moderna da a esta palabra, tratándose en muchos casos de enfermedades curables de la piel.
Jesús, al ver a los diez leprosos, los envía a presentarse a los sacerdotes, cuya función, entre otras, era en principio la de diagnosticar ciertas enfermedades, que, por ser contagiosas, exigían que el enfermo se retirara por un tiempo de la vida pública. Una vez curados, debían presentarse al sacerdote para que le diera una especie de certificado de curación que le permitiese reinsertarse en la sociedad. Pero el relato evangélico no termina con la curación de los diez leprosos, pues anota que uno de ellos, precisamente un samaritano, se volvió a Jesús para darle las gracias.
Por lo demás algo parecido había sucedido ya en el libro de los Reyes, donde Naamán, general del ejército del rey sirio, aquejado de una enfermedad de la piel, fue a ver al profeta de Samaría, Eliseo, para que lo librase de su enfermedad. Eliseo, en lugar de recibirlo, le dijo que fuese a bañarse siete veces en el Jordán y quedaría limpio. Naamán, aunque contrariado por no haber sido recibido por el profeta, hizo lo que éste le dijo y quedó limpio. Cuando se vio limpio, a pesar de no pertenecer al pueblo judío, se volvió al profeta para hacerle un regalo, reconociendo al Dios de Israel, como verdadero Dios, capaz de dar vida. Este Dios, además, se manifiesta en Jesús como el siempre fiel a pesar de la infidelidad humana.
Lo sucedido al leproso del evangelio sentaría muy mal a los judíos. De los diez leprosos, nueve eran judíos y uno samaritano. Éste, cuando vio que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Estar a los pies de Jesús es la postura del discípulo que aprende del maestro. Los otros nueve, que eran judíos, demostraron con su comportamiento el olvido de Dios que tenían y la falta de educación, que impide ser agradecidos. Sólo un samaritano -oficialmente heterodoxo, hereje, excomulgado, despreciado, marginado-, volvió a dar gracias. Sólo éste pasó a formar parte de la comunidad de seguidores de Jesús; los otros quedaron descalificados.
Tal vez, los cristianos, estemos demasiado convencidos de que sólo los de dentro, los de la comunidad, «los de la parroquia», o «los católicos» somos los que adoptamos los mejores comportamientos. Con frecuencia hay gente mucho mejor fuera de nuestras iglesias, y en otras iglesias, en otras religiones, incluso entre quienes dicen que «no creen». En el evangelio de hoy es precisamente uno venido de fuera, despreciado por los de dentro, el único que sabe reconocer el don recibido de Dios, dando una lección magistral a quienes no supieron agradecer. Aprendamos la lección del samaritano.
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