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martes, 26 de abril de 2011

Evangelio del Miércoles Octava de Pascua, Ciclo A. 27 de abril 2011.

Evangelio del Miércoles Octava de Pascua, Ciclo A. 27 de abril 2011.

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (24, 13-35)
Gloria a ti, Señor.

El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.
Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. El les preguntó:
“¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”
Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” El les preguntó: “¿Qué cosa?” Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo.Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”.
Entonces Jesús les dijo:
“¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.
Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”.Y entró para quedarse con ellos.
Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”
Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”.
Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión:
Las comunidades están asustadas, desalentadas y tienen dudas en sus corazones. ¿Cómo se transforma la vida de estas comunidades? Haciendo camino con Jesús, escuchando la explicación de las Escrituras, abriendo las puertas de su casa a un peregrino y compartiendo la mesa con El. Entonces se abren sus mentes y se descubre que ya en el camino les ardía el corazón. Hay muchos medios para conocer a Jesús, pero hay uno que es la síntesis de todos: La fracción del pan, símbolo de la entrega de la vida. Jesús resucitado se deja experimentar compartiendo su vida, igual que antes de su muerte. La comunidad de creyentes comprende que Jesús de Nazaret no había desaparecido en el misterio, sino que seguía teniendo un cuerpo, que ahora pertenecía a la misma comunidad, que debía alimentarse y cuidarse para el crecimiento y el cumplimiento de su misión. La gente hoy está sedienta de alguien que comparta su vida con ellos. ¿Cómo andamos de sentido misionero, de vida fraterna, de amar y compartir en nuestras comunidades? ¿Cómo tomar en serio el ser testigos de Jesús resucitado?

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