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lunes, 26 de noviembre de 2012

Meditación: Martes de la semana 34 de tiempo ordinario; ciclo B. 27 de Noviembre, 2012.

Meditación: Martes de la semana 34 de tiempo ordinario; ciclo B. 27 de Noviembre, 2012. «Como algunos le hablaban del Templo, que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas, dijo: «Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo acontecerá esto y cuál será la señal de que comienza a suceder?». El dijo: «Mirad no os dejéis engañar; pues muchos vendrán en mi nombre diciendo: Yo soy, y el momento esta próximo". No les sigáis. Cuando oigáis rumores de guerras y revoluciones, no os aterréis: porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato». Entonces les decía: «Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá grandes terremotos y, hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo». (Lucas 21,5-11) 1º. Jesús, al ver que aquellas gentes daban tanta importancia al templo de Jerusalén, profetizas su destrucción, que ocurrirá hacia el año 70 por obra de los romanos. No quieres que pongan sus esperanzas en una obra humana: lo importante no es el templo, sino Dios que habita en el templo. Las obras humanas pasan, pero Dios permanece para siempre. Cuando la esperanza se apoya en Dios, que es todo poderoso y además es Padre, nada ni nadie la puede destruir. Jesús, no me ocultas que, a lo largo de la historia, habrá guerras, terremotos, hambre y enfermedades. Incluso en determinados momentos puede parecer que el mundo se viene abajo. Sin embargo, el fin no es inmediato. Todas estas calamidades y catástrofes tienen un sentido. En concreto, la adversidad física o moral puede producir madurez humana y espiritual: puede ser ocasión de mayor unión con Dios y con las personas que comparten con nosotros aquel sufrimiento. Jesús, ante todo me pides que confíe siempre en Ti; que en cualquier circunstancia, pero aún más cuando tenga mayor dificultad, sepa acudir a Ti para pedirte ayuda. La virtud de la esperanza consiste precisamente en confiar en Ti, porque Tú eres mi Padre y quieres lo mejor para tus hijos. Por eso, para el que se sabe hijo de Dios, todo lo que ocurre es para bien, y nada en esta tierra puede quitarle la alegría. «La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad» (CEC.- 1818). 2º. «Sufres mucho, porque ves que no estás a la altura. Quisieras hacer más y con mayor eficacia, pero a menudo actúas totalmente atolondrado, o no te atreves. «Contra spem, in spem!» -vive de esperanza segura, contra toda esperanza. Apóyate en esta roca firme que te salvará y empujará. Es una virtud teologal, ¡estupenda!, que te animará a adelantar; sin temor a pasarte de la raya, y te impedirá detenerte. -¡No me mires así!: ¡sí!, cultivar la esperanza significa robustecer la voluntad» (Surco 780). Jesús, ante las dificultades y desgracias que profetizas, dices a los que te escuchan: «no os aterréis». Con mayor motivo, no me puedo asustar o desanimar por mis defectos. Vive de esperanza, que no es la ilusión de soñar en lo imposible, sino la certeza de que Tú estás siempre pendiente de mí, y me perdonas, y me ayudas cuando lo necesito. La virtud de la esperanza es una roca firme que mantiene segura mi fe y no deja que se apague mi amor por Ti. Como los patriarcas del antiguo testamento, que supieron mantener su esperanza contra toda esperanza; como los mártires y santos del Nuevo Testamento y de nuestros días; yo también tengo que vivir con mi esperanza puesta en Ti, y no en los medios o capacidades humanas de que disponga en un momento dado. Jesús, como quieres que sea santo; es decir, que en medio de mis tareas ordinarias y a base de luchar contra mis defectos, me identifique cada día más contigo, Tú me darás las gracias necesarias. Esta firme esperanza en tu ayuda, me dará fuerzas para sobrellevar las dificultades con alegría, y contribuirá a robustecer mi voluntad. Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona. Fuente: www.almudi.org

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