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martes, 31 de agosto de 2010

Lecturas Miércoles XXII Semana Tiempo Ordinario Ciclo C. 1 de septiembre 2010

Primera Lectura
Lectura de la primera carta
del apóstol san Pablo a los
corintios (3, 1-9)
Hermanos: Anteriormente no pude hablarles como a hombres movidos por el Espíritu Santo, sino como a individuos sujetos a sus pasiones.
Como a cristianos todavía niños, les di leche y no alimento sólido, pues entonces no lo podían soportar. Pero ni aun ahora pueden soportarlo, pues sus pasiones los siguen dominando. Porque, mientras haya entre ustedes envidias y discordias, ¿no es cierto que siguen sujetos a sus pasiones y viviendo en un nivel exclusivamente humano?
Cuando uno dice: “Yo soy de Pablo”, “Yo soy de Apolo”, ¿no proceden ustedes de un modo meramente humano? En realidad, ¿quién es Apolo y quién es Pablo? Solamente somos servidores, por medio de los cuales ustedes llegaron a la fe, y cada uno de nosotros hizo lo que el Señor le encomendó. Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer. De modo que ni el que planta ni el que riega tienen importancia, sino sólo Dios, que es quien hace crecer.
El que planta y el que riega trabajan para lo mismo, si bien cada uno recibirá el salario conforme a su propio trabajo. Así pues, nosotros somos colaboradores de Dios y ustedes son el campo de Dios, la casa que Dios edifica.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 32
Dichoso el pueblo
escogido por Dios.
Feliz la nación cuyo Dios es el Señor, dichoso el pueblo que escogió por suyo. Desde el cielo el Señor, atentamente, mira a todos los hombres.
Dichoso el pueblo
escogido por Dios.
Desde el lugar de su morada observa a todos los que habitan en el orbe. El formó el corazón de cada uno y entiende sus acciones.
Dichoso el pueblo
escogido por Dios.
En el Señor está nuestra esperanza, pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo; en el Señor se alegra el corazón y en él hemos confiado.
Dichoso el pueblo
escogido por Dios.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
El Señor me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva y proclamar la liberación a los cautivos.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (4, 38-44)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella. Jesús, de pie junto a ella, mandó con energía a la fiebre, y la fiebre desapareció.
Ella se levantó enseguida y se puso a servirles.
Al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron a Jesús y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los fue curando de sus enfermedades.
De muchos de ellos salían también demonios que gritaban:
“¡Tú eres el Hijo de Dios!” Pero él les ordenaba enérgicamente que se callaran, porque sabían que él era el Mesías.
Al día siguiente se fue a un lugar solitario y la gente lo andaba buscando. Cuando lo encontraron, quisieron retenerlo, para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: “También tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades, pues para eso he sido enviado”. Y se fue a predicar en las sinagogas de
Judea.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión:

Jesús sabe muy bien que su misión se desarrolla también en el seno familiar. Entra en la casa de Simón (Pedro), y encuentra a la suegra de éste muy enferma con fiebre. Lucas presenta el poder de la Palabra de Jesús: “increpó a la fiebre”, ante esta enfermedad que dejaba a la persona muy débil y sin ánimos de nada. Queda sana inmediatamente. La suegra de Pedro nos da muestras de un verdadero compromiso cristiano. Al sentirse sanada por Jesús lo primero que hace es ponerse a servirle. El evangelista también resalta la compasión que Jesús tenía ante las enfermedades que sometían al pueblo pobre, e imponiéndole las manos le salían demonios, que gritaban desesperados: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Pero también se siente urgido para ir a otros pueblos a llevarles la Buena Noticia, porque para eso ha sido enviado. Servir a Jesús es equivalente a servir a todas las personas, de manera especial a los más pobres y menesterosos. Por eso, quien diga que sirve a Jesús y no ayuda al hermano solo y desamparado, dice mentiras. Ambos servicios son inseparables. Mejor dicho, ambos se complementan mutuamente. Entonces, ¿cuál es nuestra misión y nuestro compromiso en la Iglesia de Dios?

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