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sábado, 6 de noviembre de 2010

Lecturas y Oraciones del Domingo XXXII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo C.07 de noviembre 2010

= Domingo 07 de Noviembre, 2010
Trigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario
Día del Señor
Señor, hazme justicia y a mi clamor atiende
Que llegue hasta ti mi súplica, Señor
Antífona de Entrada
Que llegue hasta ti mi súplica, Señor, y encuentren acogida mis plegarias.
Se dice Gloria.
Oración Colecta
Oremos:
Ayúdanos, Señor, a dejar en tus manos paternales todas nuestras preocupaciones, a fin de que podamos entregarnos con mayor libertad a tu
servicio.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

Primera Lectura
Lectura del segundo libro de
los Macabeos (7, 1-2. 9-14)
En aquellos días, arrestaron a siete hermanos junto con su madre. El rey Antíoco Epifanes los hizo azotar para obligarlos a comer carne de puerco, prohibida por la ley. Uno de ellos, hablando en nombre de todos, dijo: “¿Qué quieres saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”.
El rey se enfureció y lo mandó matar. Cuando el segundo de ellos estaba para morir, le dijo al rey: “Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos por fidelidad a sus leyes”.
Después comenzaron a burlarse del tercero. Presentó la lengua como se lo exigieron, extendió las manos con firmeza y declaró confiadamente: “De Dios recibí estos miembros y por amor a su ley los desprecio, y de él espero recobrarlos”.El rey y sus acompañantes quedaron impresionados por el valor con que aquel muchacho despreciaba los tormentos.
Una vez muerto éste, sometieron al cuarto a torturas semejantes. Estando ya para expirar, dijo: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 16
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Señor, hazme justicia y a mi clamor atiende; presta oído a mi súplica, pues mis labios no mienten.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Mis pies en tus caminos se mantuvieron firmes, no tembló mi pisada. A ti mi voz elevo, pues sé que me respondes. Atiéndeme, Dios mío, y escucha mis palabras.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.
Protégeme, Señor, como a las niñas de tus ojos, bajo la sombra de tus alas escóndeme, pues yo, por serte fiel, contemplaré tu rostro y al despertarme, espero saciarme de tu vista.
Al despertar, Señor,
contemplaré tu rostro.

Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta
del apóstol san Pablo a los
tesalonicenses (2, 16—3, 5)
Hermanos: Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforten los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras.
Por lo demás, hermanos, oren por nosotros para que la palabra del Señor se propague con rapidez y sea recibida con honor, como aconteció entre ustedes. Oren también para que Dios nos libre de los hombres perversos y malvados que nos acosan, porque no todos aceptan la fe.
Pero el Señor, que es fiel, les dará fuerza a ustedes y los librará del maligno. Tengo confianza en el Señor de que ya hacen ustedes y continuarán haciendo cuanto les he mandado. Que el Señor dirija su corazón para que amen a Dios y esperen pacientemente la venida de Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Jesucristo es el primogénito de los muertos; a él sea dada la gloria y el poder por siempre.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (20, 27-38)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron:
“Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano.
Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”
Jesús les dijo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado.
Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión
El libro segundo de los Macabeos, posterior al año 124 a. C., expresa la espiritualidad que dio origen al movimiento de los fariseos. Al contarnos este libro el martirio de siete hermanos cuyos nombres no se conocen, se pone de manifiesto por vez primera en el A.T. la fe en la inmortalidad, que es el mensaje más valioso de este texto. En los siglos precedentes, las promesas de Dios eran para el pueblo en su conjunto; el creyente sólo esperaba la duración y la prosperidad de su raza. Aquí, sin embargo, se da un gran paso: las personas resucitarán. No se trata de la sola sobrevivencia del espíritu o el alma. El creyente espera resucitar con toda su personalidad para encontrarse con Dios.
Muchas son las veces en que las Escrituras se refieren a los "fariseos" y a los "saduceos" y muchos de nosotros los lectores desconocemos la diferencia entre unos y los otros. A continuacion incluimos una definicion de estos terminos que nos ayudaran a mejor entender las Escrituras cuando se hace referencia a los mismos.
Los saduceos eran los más conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero sólo en sus ideas, no en su conducta. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros cinco libros de la Biblia, los que ellos atribuían a Moisés. Los profetas, los escritos apocalípticos, todo lo referente por tanto al Reino de Dios, a las exigencias de cambio en la historia, a la otra vida, lo consideraban ideas “liberacionistas” de resentidos sociales. Para ellos no existía otra vida, la única vida que existía era la presente, y en ella eran los privilegiados; por eso, no había que esperar otra.
A esa manera de pensar pertenecían las familias sacerdotales principales, los ancianos, o sea, los jefes de las familias aristocráticas y tenían sus propios escribas que, aunque no eran los más prestigiados, les ayudaban a fundamentar teológicamente sus aspiraciones a una buena vida. Las riquezas y el poder que tenían eran muestra de que eran los preferidos de Dios. No necesitaban esperar otra vida. Gracias a eso mantenían una posición cómoda: por un lado, la apariencia de piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios y concesiones que agrandaban sus fortunas.
Los fariseos eran lo opuesto a ellos, tanto en sus esperanzas como en su estilo de vida austero y apegado a la ley de la pureza. Una de las convicciones que tenían más firmemente arraigada era la fe en la resurrección, que los saduceos rechazaban abiertamente por las razones expuestas anteriormente. Pero muchos concebían la resurrección como la mera continuación de la vida terrena, sólo que para siempre.
Jesús estaba ya en la recta final de su vida pública. El último servicio que estaba haciendo a la Causa del Reino -en lo que se jugaba la vida-, era desenmascarar las intenciones torcidas de los grupos religiosos de su tiempo. Había declarado a los del Sanedrín incompetentes para decidir si tenían o no autoridad para hacer lo que hacían; a los fariseos y a los herodianos los había tachado de hipócritas, al mismo tiempo que declaraba que el imperio romano debía dejar a Dios el lugar de rey; ahora se enfrentó con los saduceos y dejó en claro ante todos la incompetencia que tenían incluso en aquello que consideraban su especialidad: la ley de Moisés.
Como a aquellos saduceos, tal vez hoy Jesús nos dice también a nosotros: «no saben ustedes de qué están hablando.». Qué sea el contenido real de lo que hemos llamado tradicionalmente «resurrección» no es algo que se pueda describir, ni detallar, ni siquiera «imaginar». Tal vez es un símbolo que expresa un misterio que apenas podemos intuir pero no concretar.
La palabra de Dios hoy nos habla de la resurrección de los muertos, mensaje que constantemente hacemos nuestros, sobre todo al rezar el Credo, al decir que creemos en la resurrección de la carne.
Este tema es sugerido por los llamados saduceos que negaban la resurrección, la respuesta de Jesús llega pronto y habla de una vida nueva que seguirá a la resurrección de los justos y aunque el Señor nos da esta certeza, no nos revela el modo y las condiciones de esta realidad nueva. Será vida ciertamente, aunque distinta de la presente.
Por medio de Cristo, Dios nos ha preparado un destino de vida, porque no es Dios de muertos, sino de vivos y aunque caminemos por este valle de lágrimas, el amor que Dios nos tiene y nos ha manifestado en Cristo, es un consuelo permanente y una gran esperanza.
El hombre lleva en lo profundo de sí la aspiración a la vida inmortal, por eso se resiste a morir. Los padres buscan perpetuarse en sus hijos, el escritor en sus libros, el político en la estima de su pueblo y podíamos enumerar muchos otros ejemplos.
Si después de esta vida no hubiera nada, nos sentiríamos profundamente frustrados, la vida humana sería una pasión inútil y el hombre un ser para la nada, como dicen muchos filósofos.
¡Pero no! Nuestro destino es la vida eterna: "Cristo resucito de entre los muertos, el primero de todos". La certeza de nuestra resurrección radica en que Cristo ha resucitado. Si él murió para hacernos hijos de Dios y darnos vida nueva por su Espíritu, esta vida no puede ser perecedera, sino definitiva y eterna. Como creyentes debemos ser personas optimistas y plenas de alegre esperanza, amantes de la vida y de los hermanos. Es la fe en la vida eterna lo que nos da fuerza para asumir la vida presente. La esperanza de nuestra feliz resurrección debe hacerse realidad en medio de los hombres, siendo testimonio de la presencia del Dios vivo a través de obras concretas.
Todo bautizado tiene en sí mismo la semilla de la vida eterna; es un ser para la vida nueva en Dios en la medida que diaria y continuamente dé muerte al hombre viejo y pecador, hasta llegar a la meta final que es la plenitud de la vida en Cristo.

Para la revisión de vida
Ante la pregunta de los saduceos, que niegan la resurrección, Jesús proclama la vida más allá de la muerte. El es la vida y la Resurrección: “quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá. La alianza del Dios vivo es con la vida y con los hombres vivos. El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, no es un Dios de muertos, sino de vivos.¿Cómo se manifiesta en mí la vida que Jesús representa?


Se dice Credo.
Oración de los fieles
Celebrante:
Oremos, hermanos, a Dios, porque es el Señor de la vida y porque su poder es eficaz y digámosle con confianza:
Te rogamos, óyenos.
Que los cristianos y los miembros del pueblo de Israel vivamos en diálogo, respeto y amistad.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que el Señor consuele, anime y fortalezca a los ministros del Evangelio.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que la serenidad y la paz estén con las madres que lloran la pérdida de sus hijos. Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que los que son víctimas de su debilidad y falta de decisión encuentren la fuerza que necesitan.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que desaparezca toda enemistad y odio, y brote el amor en los corazones.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Que la esperanza en la resurrección nos haga vivir como hijos de la luz.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.

Celebrante:
Tú, que eres la resurrección y la vida, escucha las oraciones de tu Iglesia, fortalece nuestra esperanza y danos un día parte en tu Reino.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

Oración sobre las Ofrendas
Mira, Señor, con bondad los dones que te presentamos, a fin de que el sacramento de la muerte y resurrección de tu Hijo, nos alcance de ti la vida verdadera.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio Dominical II
El misterio de la salvación
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor. El cual, compadecido del extravío de los hombres, quiso nacer de la Virgen; sufriendo la cruz, nos libró de eterna muerte y, resucitando, nos dio vida eterna.
Por eso, con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo...

Antífona de la Comunión
El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas para reparar mis fuerzas.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Te damos gracias, Señor, por habernos alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y te rogamos que la fuerza del Espíritu Santo, que nos has comunicado en este sacramento, permanezca en nosotros y transforme toda nuestra vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

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