Meditación: Martes de la semana 3 de Pascua
«Le dijeron: ¿Pues qué milagro haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del Cielo. Les respondió Jesús: En verdad, en verdad os digo que no os dio Moisés el pan del Cielo, sino que mi Padre os da el verdadero pan del Cielo. Pues el pan de Dios es el que ha bajado del Cielo y da la vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de este pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de vida; el que viene a mino tendrá hambre, y el que cree en mino tendrá nunca sed.» (Juan 6, 30-35)
1º. Jesús, Tú eres «el verdadero pan del Cielo. Pues el pan de Dios es el que ha bajado del Cielo.»
Esa es tú obra, ése tú milagro: el gran milagro después de la Resurrección.
Todo tu empeño es hacerme ver que, tras la Redención, puedo ser hijo de Dios, tener una vida espiritual, divina.
Y esa vida eres Tú: «Yo soy el pan de vida».
Jesús, ¿qué me das con la Eucaristía?; ¿qué significa no tener más hambre ni tener más sed?
Cuando tomo un alimento cualquiera, lo convierto en parte de mi organismo, en parte de mí mismo: lo que tenía menos vida pasa a formar parte de lo que tiene más.
Pero cuando comulgo, cuando como el Pan de Vida, no te asimilo; soy yo el que paso a tener tu vida, el que me divinizo.
Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La Comunión con la Carne de Cristo resucitado, «vivificada por el Espíritu Santo y vivificante», conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo» (CEC.- 1392).
Jesús, en la Eucaristía no sólo recibo gracia, como en cualquier otro sacramento, sino que te recibo a Ti mismo, el Autor de la gracia; y aún más, al recibirte me hago Tú –Cristo- y puedo pedir al Padre en tu nombre, y puedo darle gracias, y pedir perdón por mis pecados y por los pecados de todos los hombres; y puedo amarle con el amor tuyo, Jesús, con el auténtico amor filial del único Hijo de Dios.
2º. «El más grande loco que ha habido y habrá es Él ¿Cabe mayor locura que entregarse como Él se entrega, y a quienes se entrega?
Porque locura hubiera sido quedarse hecho un Niño indefenso; pero, entonces, aun muchos malvados se enternecerían, sin atreverse a maltratarle. Le pareció poco: quiso anonadarse más y darse más. Y se hizo comida, se hizo Pan.
-¡Divino loco! ¿Cómo te tratan los hombres?... ¿Yo mismo?». (Forja.-824).
Jesús, si te hubieras quedado como un niño, hubiera sido sentimentalmente enternecedor.
Ni siquiera los malvados se hubieran atrevido a maltratarte o a ofenderte.
Pero mi unión contigo sería meramente superficial: te podría cuidar, besar, querer, e incluso adorar.
Pero la Eucaristía es mucho más: al recibirte me convierto en Ti; tal es la unión contigo que se realiza al comulgar.
Si cabe imaginarse lo irrespetuoso que sería cogerte a Ti, en forma de niño, con unas manos sucias, ¿qué será cuando no sólo es tocarte, sino convertirme en Ti?
¿Cómo voy a atreverme a recibirte con el alma manchada por el pecado, si Tú eres «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo»?
¿Cómo voy a dar un cuerpo espiritualmente muerto para convertirse en tu Cuerpo?
Jesús, no quiero ni pensar en ello.
Si no estoy en gracia, primero he de irme a confesar.
Y si no puedo, no comulgo, aunque quede mal, porque no tengo derecho a maltratarte de esa manera.
«Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre.»
Jesús, que me dé cuenta de una vez de lo que significa comulgar.
Entonces entenderé con claridad que no hay nada en la tierra más importante que recibirte en la Eucaristía.
Por eso, vale la pena hacer cualquier sacrificio para comulgar diariamente.
Porque se puede, si se entiende... y se ama.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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