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sábado, 16 de julio de 2011

Ordinario de la Misa: XV Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo A. 17 de Julio, 2011

Ordinario de la Misa: XV Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo A. 17 de Julio, 2011
Decimosexto Domingo del Tiempo Ordinario
Día del Señor
Tú, Señor, eres bueno y clemente
Señor Dios, tú eres mi auxilio
Antífona de Entrada
Señor Dios, tú eres mi auxilio y el único apoyo de mi vida; te ofreceré de corazón un sacrificio y te daré gracias, Señor, porque eres bueno.
Se dice Gloria.

Oración Colecta
Oremos:
Míranos, Señor, con amor y multiplica en nosotros los dones de tu gracia para que, llenos de fe, esperanza y caridad, permanezcamos siempre fieles en el cumplimiento de tus mandatos.
Por nuestro Señor Jesucristo…
Amén.

Primera Lectura
Lectura del libro de la
Sabiduría (12, 13. 16-19)
No hay más Dios que tú, Señor, que cuidas de todas las cosas. No hay nadie a quien tengas que rendirle cuentas de la justicia de tus sentencias. Tu poder es el fundamento de tu justicia, y por ser el Señor de todos, eres misericordioso con todos.
Tú muestras tu fuerza a los que dudan de tu poder soberano y castigas a quienes, conociéndolo, te desafía. Siendo tú el dueño de la fuerza, juzgas con misericordia y nos gobiernas con delicadeza, porque tienes el poder y lo usas cuando quieres.
Con todo esto has enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano, y has llenado a tus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 85
Tú, Señor,
eres bueno y clemente.
Puesto que eres, Señor, bueno y clemente y todo amor con quien tu nombre invoca, escucha mi oración y a mi súplica da respuesta pronta.
Tú, Señor,
eres bueno y clemente.
Señor, todos los pueblos vendrán para adorarte y darte gloria, pues sólo tú eres Dios, y tus obras, Señor, son portentosas.
Tú, Señor,
eres bueno y clemente.
Dios entrañablemente compasivo, todo amor y lealtad, lento a la cólera, ten compasión de mí, pues clamo a ti, Señor, a toda hora.
Tú, Señor,
eres bueno y clemente.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los romanos
(8, 26-27)
Hermanos: El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que conoce profundamente los corazones, sabe lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega conforme a la voluntad de Dios, por los que le pertenecen.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Mateo (13, 24-43)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la muchedumbre: “El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó.
Cuando crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la cizaña. Entonces los trabajadores fueron a decirle al amo: ‘Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?’
El amo les respondió: ‘De seguro lo hizo un enemigo mío’.
Ellos le dijeron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’ Pero él les contestó: ‘No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores:
Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla; y luego almacenen el trigo en mi granero’ ”.
Luego les propuso esta otra parábola: “El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre siembra en un huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas”.
Les dijo también otra parábola:
“El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentar”.
Jesús decía a la muchedumbre todas estas cosas con parábolas, y sin parábolas nada les decía, para que se cumpliera lo que dijo el profeta:
Abriré mi boca y les hablaré con parábolas; anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.
Luego despidió a la multitud y se fue a su casa. Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: “Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo”.
Jesús les contestó:
“El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.
Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión:
El Reino de Dios se parece a una red que se echa en el mar y recoge de toda clase de peces y cuando está llena la sacan a la orilla... El Reino de Dios se parece a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder y por la alegría que le da, va y vende todo lo que tiene... Se parece a un grano de mostaza que un hombre recogió y sembró en un campo... Se parece a la levadura que una mujer cogió y amasó con tres medidas de harina... El Reino de Dios se parece... se parece siempre a un suceso. Porque el Reino de Dios no es un lugar, ni una cosa, ni una organización imponente. Por eso el Reino de Dios no está circunscrito geográficamente, ni institucionalmente, ni siquiera puede decirse con precisión que la Iglesia sea el Reino de Dios.
El Reino de Dios es un acontecimiento, es algo que sucede en cualquier parte dentro de este mundo. Para entrar en él no es necesario cambiar de profesión, ni salirse de un lugar, ni abandonar el mundo. Lo único que hace falta es cambiar la vida, porque el Reino de Dios es una vida nueva. El principio de esta vida está en Dios. Él tiene la iniciativa.
Fijemonos en las parábolas. Ningún sembrador puede sembrar sin simiente. Ninguna mujer puede amasar sin levadura. En todas las parábolas se aprecia ese carácter de acontecimiento del Reino de Dios y la necesidad de que este acontecimiento esté provocado en el mundo por la gracia de Dios. La simiente es la palabra de Dios, ¿y qué otra cosa es la levadura que el mismo Hijo de Dios hecho carne que habita entre nosotros? Cristo es el pan vivo bajado del cielo. Cristo es el grano de trigo que se pudre y resucita para dar mucho fruto. Cristo es el principio y el origen de ese acontecimiento que llamamos Reino de Dios. A partir de Xto, algo pasa en el mundo, aunque nadie lo note, porque el Reino de Dios acontece en el silencio. En el silencio de la cruz, en el silencio de la semilla que se pudre, en el silencio de la levadura que fermenta la masa.
La Iglesia es la señal visible del Reino de Dios y la encargada de su proclamación en el mundo. Muchas cosas de la vida humana no son únicamente cosas de la vida humana, sino cosas del Reino de Dios: donde hay un hombre que vive para los demás, donde hay un hombre que defiende la justicia, donde hay una mujer sacrificada, un enfermo que sufre con esperanza, un joven que busca la verdad, que busca un camino, un anciano que mira con serenidad el futuro, un gobernante que reconoce sus yerros... allí no pasan solamente cosas de la vida; allí acontece el Reino de Dios. Y no sólo para estas personas, sino para todos los hombres, porque este suceso que llamamos Reino de Dios es una fuerza expansiva, es una vida que contagia.
Hoy, como en tiempos de Jesús y durante toda la historia de la humanidad, solemos dividir y “organizar” aparentemente la sociedad con criterios que consideramos muchas veces correctos: buenos y malos deben estar separados y puestos en extremos opuestos.
Esta práctica de dividir entre buenos y malos, era frecuentemente aceptada por muchos grupos en el tiempo de Jesús por diversos criterios religiosos (fariseos y esenios) igualmente que por los grupos económicos y políticos (herodianos, saduceos y celotes), pues todos ellos veían como opositores a quienes no pensaban, creían u opinaban según sus mismos criterios.
Jesús sabía que Dios está en todas partes y a todos acoge, y lo expresa simbólicamente, sembrando respeto por los demás y creando paciencia y esperanza frente a aquellos seres humanos que se han demorado en alcanzar niveles de humanidad suficientes en igualdad y justicia, por el egoísmo que empobrece y empequeñece nuestra humanidad. Jesús llama a la apertura de la mente y el corazón para acoger con esperanza (no pasivamente y con indiferencia) a quienes aparecen ante nuestra forma de vida como diferentes (que solemos catalogar como “malos”). Necesitamos tener apertura para acoger con pluralismo la diferencia, que siempre va a estar presente en nuestra humanidad.
No hay que ignorar en la parábola de la cizaña la presencia del mal en la historia, como lo reconoce Jesús en la presencia del enemigo que siembra la cizaña en el campo. Quiere llamarnos la atención de que no hay que buscar con afán, y posiblemente confundir la semilla buena con la semilla mala. Muchas veces dividir la humanidad entre buenos muy buenos, y malos muy malos, ofreciendo el premio de la salvación para los primeros y la condenación para los segundos, puede ocasionarnos equivocaciones irreparables. Sólo a Dios le corresponde juzgar, con inmensa justicia y misericordia, a cada ser humano, como sólo Dios lo sabe hacer.
Por creernos muchas veces con el poder y la autoridad, nos atribuimos en nuestra conciencia actitudes que excluyen y separan a unos de otros; nuestra autosuficiencia egoísta separa en la práctica cotidiana a personas que por su situación socio-económica o ideológica, son marginados y excluidos por una sociedad dividida en el poder, olvidando que todos y todas somos hermanos y hermanas que compartimos una misma humanidad.
El Reino debe implicar para el seguidor de Jesús una acción transformadora en la vida cotidiana, que llegue hasta lo más profundo del actuar de cada ser humano, y el llamado permanente a la búsqueda y construcción de un mundo más humano, no sólo para unos pocos, sino para todos. Las estructuras basadas en la injusticia no crean el bien necesario para que el mundo avance, sino que generan más muerte y división en la humanidad, atacando con su fuerza destructora cualquier propuesta alternativa de construcción de una nueva humanidad.
No podemos olvidar que la buena noticia que Jesús vino a anunciar (el Reino) es una Buena Nueva para los pobres, en la que de ahora en adelante Jesús y sus discípulos lucharán por una sociedad igualitaria. Comprender el valor de lo pequeño, de lo pobre, como opción fundamental de Jesús y de quienes proseguimos su causa, debe ser una denuncia permanente contra tantas formas de opresión y marginación de estructuras injustas que deshumanizan a tantas personas y comunidades, en donde vive ocultamente el valor de la grandeza del Reino cuando se construye organización y se promueven los valores del Reino.
Para la revisión de vida
El Reino de Dios se nos presenta en el evangelio como una comunidad de trigo y de cizaña, de justos y pecadores; o mejor aún: como una comunidad de personas a la vez justas y pecadoras. ¿Admito que yo pertenezco a la humanidad, y a la Iglesia, con mis obras buenas y malas, con mis pecados y virtudes? ¿Sé tener paciencia conmigo mismo y con los demás, como el amo del campo de la parábola?


Se dice Credo.

Oración de los Fieles
Celebrante:
Invoquemos a Dios que en su misericordia cuida de su pueblo y digámosle con
confianza:
Te rogamos, óyenos.
Por la Iglesia del tercer milenio: para que mirando a Jesús sea cada vez más humana, cercana y solidaria con la humanidad.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Por el Papa y los obispos: para que el Espíritu de Jesús venga en ayuda de su debilidad y les conceda pedir lo que conviene al Pueblo de Dios.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Por los que hacen el mal: para que el Señor les transforme el corazón.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Por los cristianos: para que demos testimonio del Evangelio sin triunfalismo pero con fidelidad.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Por los difuntos: para que gocen en el Reino de Dios nuestro Padre.
Oremos.
Te rogamos, óyenos.
Por nosotros: para que la Palabra nos transforme en hijos de la luz y testigos del amor. Oremos.
Te rogamos, óyenos.

Celebrante:
Tú, que eres poderoso, acoge las súplicas que te presentamos y no permitas que vivamos alejados de tu presencia.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Oración sobre las Ofrendas
Dios nuestro, que con la muerte de tu Hijo llevaste a término y perfección los sacrificios de la antigua alianza, acepta y bendice estos dones, como aceptaste y bendijiste los de Abel, para que lo que cada uno te ofrece, sea de provecho para la salvación de todos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio Dominical VI
Prendas de la Pascua eterna
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
En quien vivimos, nos movemos y somos; y todavía peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya, en prenda, la vida futura. Pues al poseer las primicias del Espíritu, por el cual resucitaste a Jesús de entre los muertos, podemos esperar que un día sea nuestra la pascua eterna.
Por eso, Señor, te damos gracias y proclamamos tu grandeza, cantando con los ángeles:
Santo, Santo, Santo…

Antífona de la Comunión
Para perpetuar su amor, el Señor nos ha dejado el memorial de sus prodigios, y ha dado a sus amigos el signo de un banquete que les recuerde para siempre su alianza.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Señor, tú que nos has concedido participar en esta Eucaristía, míranos con bondad y ayúdanos a vencer nuestra fragilidad humana para poder vivir como hijos tuyos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

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