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miércoles, 14 de julio de 2010

Matrimonio y Noviazgo

Noviazgo y matrimonio

Amor conyugal y su diagnóstico

Luis Lozano Torres ( )

Diagnosticar un caso, una historia de amor, requiere cierto conocimiento de lo que es el amor conyugal y el matrimonio. ¿Por qué? Pues porque las sombras sólo son visibles a la luz, porque es necesario conocer la salud para poder diagnosticar y tratar la enfermedad. Nos pasa como con la medicina, la cual requiere mucho estudio sobre la salud para poder después diagnosticar la enfermedad y prescribir la terapia restaurativa, pues diagnosticar la enfermedad es detectar la salud que falta, y prescribir un tratamiento es buscar recuperar la salud perdida. Pero la medicina avanza gracias a que no acepta llamarle ‘salud’ a toda suerte de anomalías y disfunciones.

Estudiar qué es el amor conyugal y el matrimonio nos dará grandes luces, para estar en mejores condiciones de diagnosticar su amor, y por qué no, para descubrir en las entrañas mismas de su relación increíbles áreas de oportunidad.

1.- EL PUNTO DE PARTIDA

Independientemente de nuestros afectos religiosos, justo es reconocer que nuestra cultura occidental no posee un texto de tanta antigüedad sobre el matrimonio que se pueda comparar con la misteriosa sencillez, precisión y profundidad del Génesis: “Dijo, Dios, el Señor: no es bueno que el hombre esté sólo; hagámosle una ayuda que sea semejante a él…, la cual puso delante de Adán. Y dijo el hombre: Esto es hueso de mis huesos, y carne de mi carne… Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y estará unido a su mujer, y los dos vendrán a ser una sola carne” (Gen, 2, 18-24). Este texto, que tiene la simplicidad de una obra maestra, ha marcado más que ningún otro las líneas fundamentales de la comprensión del misterio del matrimonio.

2.- CREADOS POR AMOR Y PARA AMAR.

Dios nos ha creado por amor y para amar, el amor y el amar constituyen nuestra estructura más radical y nuestra más esencial dinámica.

Una acción es tanto más humana en tanto más impregnada esté de dimensiones de nuestra humanidad. Por ejemplo, un acto inteligente es un acto humano, pero es más humano un acto que, además de inteligente, es voluntario. Comer es algo humano, pero platicar con un amigo lo es más, y amar lo es mucho más, puesto que amar especifica al hombre, lo distingue de lo demás. El amor es una realidad exclusivamente humana e interpersonal, en definitiva aquello que más nos especifica.

Ser don de sí y aceptación del otro en sí, es la dinámica radical del ser personal, la dinámica unitiva por excelencia, en suma, el amor, el que es conforme con nuestra naturaleza

Por ser el amor nuestra estructura y dinámica esencial, al amar resultan emplazadas todas las dinámicas del ser personal que cada uno somos. La complejidad del amor deriva de esta peculiaridad, pues siendo la estructura y dinámica más radical de la persona, implica, convocando, todas las dimensiones de nuestro ser, desde la más bio-psicosomáticas hasta las más espirituales, intelectivas y volitivas.

Por ser el amor la acción más expresiva de nuestro ser, la acción humana por excelencia, la historia de nuestros amores, de su verdad, bondad y belleza es en definitiva nuestra biografía y nuestro autorretrato final.

3.- AMAMOS COMO SOMOS

No somos animales, ni plantas, ni ángeles, ni Dioses, somos personas, espíritus encarnados o cuerpos espiritualizados. Somos una unidad substancial.

El espíritu informa la materia, haciendo que nuestro cuerpo devenga en un cuerpo personal, un cuerpo que constituye la encarnación de nuestra persona. Por lo tanto, nuestro cuerpo es la más primaria y originaria manifestación de nuestra persona.

Esta personalización de nuestro cuerpo es aquello que nos permite comprender el por qué el uso de la sexualidad desprovisto de la implicación personal, al tiempo de ser posible por la libertad, es un rompimiento de la unidad substancial corpóreo espiritual de la persona, una cosificación de la persona y una despersonalización del cuerpo.

No tenemos cuerpo, somos cuerpo. El cuerpo es encarnación y personalización de la persona. El cuerpo expresa a la persona. La corporalidad es aquella cualidad de nuestra persona en virtud de la cual puede ser ella misma la materia del don y la acogida en que consiste la dinámica amorosa. La persona se da y acoge mediante su cuerpo. Digamos que el cuerpo es aquella estructura material mediante la cual el hombre se expresa, manifiesta, entrega y acoge.

Gracias a esta encarnación de la persona somos capaces de diferenciarnos de animales y vegetales, pues somos quien somos gracias a que nuestro cuerpo es éste y no otro. Gracias al cuerpo podemos ver la diversidad y complementariedad sexual, ver a otro yo diverso y complementario.

Nuestro ser personal existe en la naturaleza, bajo dos modos diversos y complementarios de encarnar la misma naturaleza humana. Ser hombre y ser mujer, son dos modos diversos y complementarios de ser idénticamente persona humana.

La modalización sexual asienta en la previa corporalidad. Me refiero a una posterioridad ontológica y no cronológica. Así, la sexualidad aparece como un reacomodamiento de la corporalidad para adecuarse a la comunicabilidad del espíritu. Una especie de respuesta que la misma naturaleza da al problema que plantearía al hombre el ser sólo un cuerpo sin sexo.

La corporalidad sexuada es aquella cualidad de nuestro cuerpo de encarnar a la persona y de posibilitar la entrega y acogida del ser personal que se es. Si el amor constituye nuestra estructura y dinámica fundamental, para ello resulta indispensable nuestra corporalidad, pues es ella la que constituye la posibilidad de ser nosotros mismos la materia que se da y se acoge al amar. Gracias a la corporalidad sexuada el hombre no se ve limitado a dar sólo cosas que tiene pero que no es.

Darnos y acogernos es amar, es el amor en sí, la máxima acción humana y la más expresiva de nuestro ser personal.

Estamos hechos por amor y para amar, es decir, para ser don de nosotros mismos y para aceptar el don de sí de otro.

4.- ESPONSALIDAD Y CONYUGALIDAD

Esta realidad nos pone a la vista dos dimensiones de nuestra humanidad; la esponsalidad y la conyugalidad.

La esponsalidad es la condición de nuestro cuerpo de expresar y significar el don sincero de nuestra persona y la acogida sincera del don de otro. La esponsalidad esta en la base de toda comunicación interpersonal, en la base de la sociabilidad humana y por supuesto del matrimonio y la familia como comunidad primera, puesto que nuestra naturaleza, en principio solitaria e incomunicable, encuentra en nuestro modo de ser cuerpo una posibilidad de comunicación.

La esponsalidad es posibilidad de apertura, de entrega sincera de nuestro ser y acogida sincera del ser del otro. Esta esponsalidad tiene en principio dos interlocutores fundamentales, según a quién se dirija el don y la acogida; una esponsalidad trascendente y otra intrahumana.

a) La esponsalidad trascendente se dirige a Dios como interlocutor, pues existe cierta plenitud en nuestra necesidad y capacidad de amar y de ser amados que ninguna otra persona puede saciar, sólo Dios. Pues Él puede ser todo en todos, comunicar todo a todos y a todos con todos sin anonimato alguno. Ninguna persona humana, puede ser para otra, su último horizonte de comunión, existe cierta plenitud que sólo Dios puede saciar.

Pero existe también una esponsalidad intrahumana, que sin eliminar la trascendente, que siempre es posible, está en la base de todo amor humano. La comunicabilidad intrahumana existe entre seres humanos y este es el amor humano, aquella posibilidad de ser yo mismo don y acogida para otro.

El llamado amor humano no es sino esta dimensión de esponsalidad intrahumana que nuestra estructura corpóreo espiritual posibilita.

Es muy grande y muy larga la lista de todos los amores humanos posibles. De todas las formas de esponsalidad intrahumana, pero los principales amores del hombre, los básicos, es decir, que definen su identidad son; la paternidad, la maternidad la fraternidad, la intergeneracionalidad, la amistad y la conyugalidad que es la más radical posibilidad de comunión intrahumana posible a nuestra naturaleza. Pero además existen otras dimensiones del amor humano de menor monta, desde el amor a la patria hasta el amor al trabajo o a un buen vino. Todo este elenco de amores, es clasificable de muchas maneras, pero se distinguen esencialmente en función de su objeto y de cuál es el principio formal o título de bondad en virtud del cual se constituyen.

b) Uno de estos amores es al llamado amor conyugal, o conyugalidad, el cual es una especie de esponsalidad intrahumana, mismo que se especifica por su objeto y por el título formal o razón de bondad en virtud del cual se constituye.

La conyugalidad es pues un amor humano cuyo objeto es la unidad entre un hombre y una mujer, y su razón de bondad es ser unidad de sus espíritus en virtud de la coposesión de sus cuerpos (dos espíritus unidos en la unidad de sus cuerpos). Esta coposesión de los cuerpos es posible gracias al modo diverso y complementario de ser persona humana masculina y femenina. La conyugalidad tiene un específico carácter sexual, es decir, la conyugalidad es una posibilidad únicamente actualizable a un hombre y a una mujer, pues sólo entre sí existe la conjunción corpórea natural, el hacerse el uno del otro. Es como la concepción de un hijo, exige un óvulo y un esperma, pero el hijo es el resultado de su conjunción. Así la conyugalidad es resultado de la conjunción de las potencias conyugables masculinas con las femeninas y su producto es el matrimonio.

5.- FENOMENOLOGÍA DEL AMOR

Antes de hablar de los elementos específicos del amor conyugal, me parece fundamental referirnos a algunos aspectos del amor humano en general.

En principio, resulta fundamental, no caer en el craso error de considerar que el amor y el amar, es algo ajeno o externo a los amantes mismos. El amar es una relación, mía con otro y de ese otro conmigo. Debe quedarnos claro que el amor es una dimensión de la persona, es decir, que el amor no es un ente extraño, ajeno a nosotros, venido de otra galaxia, o un golpe de cupido que irrumpe en nosotros, sometiéndonos, apoderándose de nuestras inclinaciones, haciéndonos sentir, gozar, sufrir o lamentarnos.

Es un error considerar que el amor es un tercero, alguien o algo llamado ‘el amor’ a quien podamos culpar de habérsenos originado, hacernos sentir, alegrarnos, gozar o sufrir, alguien a quien podamos echarle la culpa de habérsenos muerto nuestro amor, de haber fracasado, sin saber cómo, dónde o cuándo nuestro amor se enfermó de muerte.

Lamento decirles que no hay nadie fuera de nosotros mismos, somos nosotros los que amamos, los que fundamos, perfeccionamos, acrecemos y restauramos nuestros amores, y somos nosotros los que los hacemos disfuncionales, los erosionamos, debilitamos e infectamos de muerte. No hay nadie distinto de nosotros mismos.

Debemos aprender a responsabilizarnos del destino y suerte de nuestros amores, de sus grandezas y de sus miserias.

El amor no es un concepto, por verdadero que sea, el amor pertenece al género de la acción, a lo que hacemos con nuestra volunta. El amor exige acometerlo; fundarlo, perfeccionarlo y hasta restaurarlo creativamente, mediante la implicación libre y voluntaria de los protagonistas.

Hemos visto como nuestra unidad substancial de cuerpo y espíritu es la base del amor verdadero, pues evidentemente el ser precede al obrar y lo modaliza. Amamos como somos, como personas, no como lo que no somos.

El que amemos como somos nos transporta al mundo del deber ser y al mundo de la realidad fáctica que vivimos. Debemos amar como de verdad somos, pero de hecho, el modo como asumimos lo que somos es, de hecho, el modo como amamos.

Estudiar historias de amor nos lleva al diagnóstico diferencial, a comparar lo que debió y debe ser, con lo que de hecho ha ocurrido o está ocurriendo. Hecho esto, diagnosticamos la desviación y sabremos poner el remedio o terapia restaurativa.

Por eso, estudiar historias de amor nos remitirá a la vida humana real, nos muestra el cuadro multicolor de la vida humana, nos lleva a ver el mosaico de claro-obscuros de la vida real. Sus grandezas y sus miserias, sus bondades y falsedades, sus honestidades y engaños, las caídas, las arideses, las desolaciones y frustraciones, los éxitos y los fracasos, las caídas y vueltas a empezar. Las historias de amor, son historias de la vida real, de vidas personales, de biografías humanas.

Pero, el amor somos nosotros en acción. Y en esa acción, la de amar, inevitablemente plasmamos lo que somos y lo que no somos, lo que tenemos y lo que carecemos, lo que hemos logrado y lo que nos falta por logar. Por eso, los amores siguen a las personas. Amamos como somos, en nuestro modo de amar vamos plasmando nuestro modo de ser, para bien o para mal, es nuestro más fiel autorretrato.

Si amamos como somos y el amor es una acción humana y no un concepto, analizando como somos sabremos como amamos, y viceversa, observando como amamos podemos definir como somos.

Los casos que se pondrán a nuestra consideración contienen hechos, acciones humanas, son el modo como los protagonistas del caso aman. Observando sus conductas, su modo de amar, podemos estar en condiciones de definir su modo de ser.

6.- AMOR CONYUGAL

El amor conyugal es un amor específico, un amor concreto, un modo de amar, no cualquiera, no de cualquier modo, sino de un modo particular.

Esta situación nos lleva a dos consecuencias esenciales para entender el amor conyugal: primero, amar conyugalmente no es amar de cualquier modo, sino de un modo específico, el conyugal. Y por otra, que el matrimonio, no es cualquier tipo de relación a la que por costumbre o por ministerio de ley se le ha puesto el nombre de matrimonio. El matrimonio es un modo de relacionarse a propósito del amor conyugal, a ese modo de relacionarse, de amar y de amarse se le puso el nombre de matrimonio y corresponde a un modo específico de estructura amorosa entre un hombre y una mujer, y a una muy particular dinámica.

¿Cuáles son estas notas? ¿Cuáles estas características que definen el amor como conyugal?:

Para desentrañar cuáles son las notas o propiedades del amor conyugal debemos evitar caer en la tentación de suponer que estas características le han sido impuestas al matrimonio desde fuera de la experiencia amorosa real, es decir, suponer que dichas propiedades o elementos esenciales provienen de una imposición, cualquiera que sea el motivo, social, político o hasta religioso.

Los elementos y propiedades del amor conyugal, son aquellas que se derivan de una historia de amor verdadero. Todo amor de verdad se ordena al matrimonio, es decir, existe una secuencia natural, un ecosistema, entre amarse y casarse. Casarse y amarse no son mundos incomunicados sino conexos. Veamos una historia cualquiera de un amor real:

Todo surge un día, en un momento datable, un día que marca un antes de un después, un antes en que no te conocía y un después en que ya te conozco, te reconozco. Un día en que algo surgió entre nosotros, un día en que el encuentro contigo me despertó, me hizo sentir lo que nuca había sentido, me hizo percibir el mundo de un modo nuevo, diferente, un modo de ser que tú me haces ser, un modo de experimentar la vida que se debe a tí, y un modo en que tú experimentes la vida debido a mí. En ese momento surge algo, algo nuevo, hasta antes inexistente, nace algo entre tú y yo, un nosotros, algo nuestro que antes no existía, un único nosotros que empieza a tejer su historia, la nuestra, la única historia del único nosotros que juntos somos. Esa historia empieza, arranca y cualquiera que sea su destino ya ha empezado.

¿Qué pasa con esta historia? Estamos hablando del amor, en su primera fase, en grado de enamoramiento. El enamoramiento es amor, sí, pero no todo el amor. Sucede como con la vida, en que la infancia es vida, sí, pero no es toda la vida. La vida como el amor, tiene edades, etapas, momentos, profundidades. El amor no es un instante, no sucede a tiempo cero y velocidad infinita, es una historia, un proceso, tiene etapas, edades, fases, y grados de profundidad.

El enamoramiento es una primara fase, una primera edad. ¿Cómo son los amantes en ese momento? Sigamos con nuestra historia de amor real y veremos los destellos de la conyugalidad en sus entrañas:

A.- Los enamorados desean estar juntos, disfrutan de su recíproca presencia y sufren cuando se distancian o se separan. Esta tendencia a la unidad, a estar CON es invitación natural a SER CON, es decir, la tendencia a estar juntos invita a ser juntos, a conformar una especie de co-ser. Es la inclinación a formar una unión.

B.- Los amantes perciben su relación, en cierto sentido, como algo eterno, interminado, como si siempre se hubieran tenido, como algo que nunca debiera pasar, desvanecerse o cambiar. Al mismo tiempo, experimentan la hostilidad del tiempo y su misteriosa capacidad de erosionar y hacer naufragar las cosas. Así, los enamorados sienten el deseo hondo de que aquello que les pasa no pase y se desvanezca nunca, que dure siempre, que no acabe. Esta no es sino la natural inclinación a la perpetuidad de la relación amorosa, a una vida cobiográfica de la unión, pues el amor verdadero de por sí permanece, venciendo al tiempo y a sus hostilidades.

C.- Los amantes se recrean y disfrutan del mundo que entre sí ellos componen y que es ‘su mundo’, sufren las intromisiones e interferencias de terceros y ninguno quiere que el amor, que entre ellos existe, el otro lo tenga con un tercero. Los amantes experimentan un fuertísimo sentimiento de exclusividad. Véase aquí la tendencia a la fidelidad del amor verdadero.

D.- Los enamorados sienten fuertes impulsos a ser ‘encantadores’ entre sí, a ofrendar lo mejor de sí al otro, a considerar que todo lo valioso es poco para regalarlo al amado. Es decir, a darle al otro lo mejor de uno mismo. Véase aquí la natural inclinación al mejor don de sí como bien para el otro y como bien mutuo o conjunto.

E.- Los enamorados irradian. Todo en torno a ellos parece renovarse y adquirir un nuevo brillo, luz y vida inéditas, como si por motivos de su amor editasen el mundo por primera vez, son creativos, empiezan a tener ‘sus cosas’, las cosas comunes, experiencias, diarios, mascotas etc. Véase que lo que son en conjunto, busca ser creativo y trascenderse, emprenden ideas, ilusiones, proyectos comunes. Van tejiendo aquello que llaman lo ‘nuestro’. Véase aquí, el paradigma por excelencia de esta invitación a irradiar luz y vida que es el engendramiento de un nuevo ser personal; ‘nuestro hijo’ que es lo más nuestro, la más íntima y extraordinaria potencia del único nosotros que es nuestro amor, y que constituye la máxima creatividad posible que podemos soñar juntos.

Estas cinco dinámicas, presentes en la historia de un proceso amoroso real entre un hombre y una mujer, que irrumpen en forma de potencia, impulso, posibilidad, inclinación o regla de conducta, constituyen la dinámica propia del amar real y verdadero. Del amor conyugal.

7.- AMOR CONYUGAL Y MATRIMONIO

¿Qué pasará con lo nuestro? ¿Qué será de nuestro amor? Los amantes se preguntan ¿Y ahora qué hacemos con nuestro amor, con lo nuestro? Y dentro de las entrañas de su amor laten presentes estas cinco inclinaciones naturales, como invitaciones de la naturaleza misma de la relación que ellos han iniciado, como movimientos hacia el futuro, movimientos al que empuja su propia relación. Si comprendemos bien, estas cinco inclinaciones invitan a un muy identificable modo de ser conjunto, unido, un modo de co-ser, como destino futuro de ‘lo nuestro’. Esta invitación es a ser UNIÓN, EXCLUSIVA Y FIEL, PARA SIEMPRE, ABIERTA AL BIEN RECÍPROCO Y A SER FECUNDA. Hemos descrito ya el tipo de unión al que se le puso el nombre de matrimonio o unión conyugal. Hemos develado sus elementos esenciales. Amar así al otro, con esas propiedades o características y con esos propósitos o finalidades es amarle conyugalmente, es en definitiva querer el matrimonio con él.

Véase como la palabra ‘amor conyugal’ no es sino el nombre que se le puso a este tipo de amor, y ‘matrimonio’ el nombre del modo específico de relación a que el amor conyugal conlleva. Por lo tanto, el amor conyugal y el matrimonio no son de origen cultural, no son un invento como la aviación o el cine, sino una realidad natural a la que se le puso ese nombre. Es enteramente lógico que ninguna realidad sea posterior a su nombre, la realidad existe antes y a esa le ponemos un nombre. Esto que parece bizantino no lo es, por el contrario resulta fundamental para entender el por qué manipular el nombre de la realidad no significa manipular la realidad misma. Hoy esta de moda llamarle matrimonio a cualquier tipo de relación, incluso en algunos países a las homosexuales, sin embargo, es obvio que llamarle igual a lo diferente no lo hace igual. Es como si pretendiéramos, por ejemplo, que por el solo hecho de llamarle ‘delfín’ a la ‘ballena’, por ese motivo mutara la ballena en delfín.

Dicho esto, es fácil entender que existe una natural secuencia o asociación ecológica entre la inclinación amorosa verdadera y la unión conyugal, un ecosistema entre amarse y casarse, y que tal asociación no es un invento cultural, ideológico o legal, ni una intervención apologética exterior al fenómeno mismo del amor real, causada por un conjunto de precauciones o prejuicios sociales, morales o hasta religiosos. Por el contrario, nada más natural que la asociación entre la inclinación amorosa sexual y la unión conyugal, asociación que surge de las entrañas mismas del verdadero amor.

Ahora bien. Si existe esa inclinación natural, esa invitación en las entrañas de todo amor verdadero, significa que existe la posibilidad de actuarla, es decir, de pasar de ser posible a ser real, de que aquello que queremos ser sea real y deje de ser sólo posible, de que aquella invitación que se nos presenta como tendencia sea por fin aceptada, asumida y actualizada. Sería absurdo pensar que la naturaleza humana contuviera una potencia de imposible realización.

Es importante y básico advertir, que si bien el amor verdadero inclina al matrimonio es evidente que el paso del enamorarse al casarse no sucede de manera automática, como por metamorfosis de las inclinaciones naturales. Casarse exige la intervención de los sujetos personales de los amantes, en su propia historia. No amanecemos de repente casados, nadie resulta casado sin su personal intervención. Recordemos que la unión ha de ser engendrada, acrecentada, perfeccionada y hasta restaurada por los sujetos personales mediante sus voluntades.

Este paso, del enamorarse al casarse, del ser sólo amantes a ser esposo y esposa, requiere un nuevo e inédito impulso amoroso, un acto de dominio y disposición sobre la naturaleza misma y sus inclinaciones e invitaciones, impulso que sólo puede causar la voluntad de la persona y en rigor, la conjunción de las dos voluntades internas. Por lo tanto, la pura inclinación natural del amor a la unión no es todavía el matrimonio, sino sólo su invitación, pues es claro que dicha invitación, por mil razones, puede ser rechazada por alguno de los dos.

Casarse es asumir, integrando las dinámicas tendenciales que el amor provoca y mediante un acto de libertad de la persona sobre su naturaleza, se da y acoge al amante. Don y acogida que tiene las notas de plenitud y totalidad características del amor conyugal.

Casarse es pasar a ser eso que queríamos ser, es pasar de un amor prometido a un amor debido, constituido en nuestro modo conjunto de ser. Casarse es constituir el amor conyugal como nuestro modo de ser, de amarnos y de vivirnos.

Es importante, para entender el matrimonio, que se comprenda que lo que nos damos y acogemos es lo que somos, no lo que tenemos o lo que no tenemos o lo que nos pasa. Que los esposos compartan lo que tienen o no tienen es corolario de la unidad en su ser que ha quedado establecida entre ellos. Si somos juntos, si co-somos, la vida matrimonial consistirá en vivir en el espacio y tiempo eso que somos juntos. Si hemos fundado ‘lo nuestro’ la dinámica matrimonial no consiste sino en que lo nuestro se realice, haga realidad sus posibilidades, y éstas no son sino la proyección de las inclinaciones naturales contenidas en el amor verdadero y que ya hemos mencionado.

Si observamos bien, la invitación (al matrimonio) puede ser rechazada, pero lo que no parece razonable es, que por un lado la relación impulse e invite a la unión y por otro, de modo consciente o inconsciente se intente destruir esa inclinación, pervirtiéndola o sustituyéndola por una disociación entre amor y unión conyugal, pretendiendo que tal ruptura o disociación sea el estado normal de la relación amorosa. Disociar el amor del matrimonio es típico de frases como; ‘Para amarnos no es necesario casarnos, podemos amarnos sin casarnos’ y hasta ‘podemos casarnos sin amarnos’, frases que reflejan una desencajamiento del contenido antropológico del amor y del matrimonio. Esta ruptura o disociación no deja intacto al sujeto, lo fractura íntima y biográficamente. Además, la experiencia clínica demuestra que dicha disociación termina arruinando la duración de esos amores.

El fundamento antropológico del matrimonio exige el reconocimiento de un nexo de naturalidad, de secuencia, entre el amarse y el casarse, entre el amor sexual y el matrimonio. Lo que es contrario a aquel modelo que considera normal la fractura de la secuencia natural entre amor sexual y matrimonio, considerando que esta secuencia es invento ideológico y una intolerante restricción a la libertad amorosa.

No se puede fracturar la natural secuencia entre amarse y casarse sin fracturar también la armónica unidad psicológica, humana, ética y biográfica de la persona. ¿Puede el hombre, encontrar su identidad y armonía existencial en una fractura de su experiencia amorosa respecto del matrimonio y la familia? ¿No es un grave error dirigir la educación en este sentido de disociar, como ajenos o hasta contrapuestos, el amor, el sexo y el matrimonio, pretendiendo además erigir este modelo en propuesta de excelencia antropológica? ¿Es posible vivir en armonía sin unidad de vida?

8.- ESTRUCTURA Y DINÁMICA

Ha quedado claro que somos nosotros, conyugalmente relacionados, quienes integramos la estructura del matrimonio y quienes con nuestras acciones operamos su dinámica.

Que la estructura del matrimonio seamos nosotros significa que nuestro matrimonio tiene lo que somos, ni más ni menos, tiene lo que le hemos puesto y jamás tendrá lo que no le pongamos, pues no tiene manera de tenerlo.

Esta realidad nos brinda claridad para entender el por qué las terapias restaurativas de las disfunciones conyugales nos remiten necesariamente a la escena individual en la que cada uno debe luchar por ser un mejor amante, pues sólo siendo mejores amantes haremos mejores matrimonios. Debe quedarnos claro que el matrimonio no hace felices a las gentes, ni puede; son más bien las personas las que pueden y deben hacer matrimonios felices.

Por lo que hace a las dinámicas conyugales, estas no son sino el cumplimiento y realización histórica de las inclinaciones naturales que el amor conyugal contiene y que están presentes en la fundación de todo matrimonio verdadero.

Un matrimonio que quiere realizarse deberá volver y volver, una y otra vez a las tendencias que le dieron origen, es decir, a actualizar las notas del amor conyugal, aquellos elementos asumidos y constituidos por el acto de libertad que lo fundó, es decir, a ser unión de lo que somos como varón y mujer, brindándose lo mejor de sí, a ser fiel, perpetua y fecunda.

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