= Domingo 28 de Noviembre, 2010
Primer Domingo de Adviento
Vayamos con alegría al encuentro del Señor
Oremos al Señor, nuestro Dios
Antífona de Entrada
A ti, Señor levanto mi alma; Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado. Que no se burlen de mí mis enemigos; pues los que esperan en ti, no quedan defraudados.
No se dice Gloria.
Oración Colecta
Oremos:
Señor, despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo con la práctica de las obras de misericordia para que, puestos a su derecha el día del juicio, podamos entrar al Reino de los cielos.
Por nuestro Señor Jesucristo…
Amén.
Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Isaías (2, 1-5)
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y Jerusalén:
En días futuros, el monte de la casa del Señor será elevado en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas y hacia él confluirán todas las naciones.
Acudirán pueblos numerosos, que dirán: “Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, para que él nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor”.
El será el árbitro de las naciones y el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas; ya no alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra.
¡Casa de Jacob, en marcha!
Caminemos a la luz del Señor.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 121
Vayamos con alegría
al encuentro del Señor.
¡Qué alegría sentí, cuando me dijeron: “Vayamos a la casa del Señor”! Y hoy estamos aquí, Jerusalén, jubilosos, delante de tus puertas.
Vayamos con alegría
al encuentro del Señor.
A ti, Jerusalén, suben las tribus, las tribus del Señor, según lo que a Israel se le ha ordenado, para alabar el nombre del Señor.
Vayamos con alegría
al encuentro del Señor.
Digan de todo corazón:
“Jerusalén, que haya paz entre aquellos que te aman, que haya paz dentro de tus murallas y que reine la paz en cada casa”.
Vayamos con alegría
al encuentro del Señor.
Por el amor que tengo a mis hermanos, voy a decir: “La paz esté contigo”. Y por la casa del Señor, mi Dios, pediré para ti todos los bienes.
Vayamos con alegría
al encuentro del Señor.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los romanos
(13, 11-14)
Hermanos: Tomen en cuenta el momento en que vivimos. Ya es hora de que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer.
La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz.
Comportémonos honestamente, como se hace en pleno día. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos, nada de pleitos ni envidias. Revístanse más bien, de nuestro Señor Jesucristo y que el cuidado de su cuerpo no dé ocasión a los malos deseos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Mateo (24, 37-44)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Así como sucedió en tiempos de Noé, así también sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Entonces, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada.
Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión:
Hoy comienza el «año litúrgico», el Ciclo A, que no coincide con el año civil, ni con el curso lectivo, ni tal vez con el «ejercicio económico anual» de tal ramo de empresas. El año litúrgico es una periodización propia de la Iglesia católica.
El centro es, ya desde el primer momento, la Pascua del Señor Jesús. El ciclo de Navidad que hoy empieza no es una especie de doblete con el de Pascua sino que, celebrando el nacimiento, anunciamos ya el misterio del Hijo que por la muerte y resurrección salva a la humanidad.
El centro de nuestra vida, eclesial y litúrgica, es el Señor Jesús. Él es el "sí" de Dios al sufrimiento y a la esperanza de los hombres. El año litúrgico es el recuerdo y la celebración en nuestro hoy del misterio de Aquel que en Él mismo ha llevado la humanidad a su única y verdadera plenitud.
El Adviento, preparación a la Navidad, es la celebración de la esperanza cristiana. Jesucristo, con su vida, muerte y resurrección ya ha traído la plenitud de la vida en Dios a los hombres y nos emplaza a nuestra fidelidad. Es, pues, una esperanza a la vez gozosa, segura y exigente; arraiga en el amor incondicional de Dios, huye de los optimismos frívolos, lleva al compromiso y tiende hacia la plenitud escatológica del momento definitivo de Dios.
El mensaje central es que Dios ama a nuestro mundo y ha enviado a su Hijo; Jesús, con su vida, muerte y resurrección, ha iniciado el mundo nuevo, la vida del hombre en Dios. Así ha realizado las promesas de Dios y las esperanzas humanas, de una manera sorprendente, frecuentemente inesperada, escandalosa.
Hoy es necesaria una mirada a nuestro mundo, a los hombres. Es como es, lleno de luces y de sombras. Según parece, un aspecto muy típico de nuestra posmodernidad es el desencanto. Estamos de vuelta de muchas grandes ilusiones y tenemos miedo al futuro, incierto, con frecuencia amenazador. Parece como si no hubiera más razones para la esperanza. Esta vivencia responde a la realidad, pero hagamos el esfuerzo de situar la decepción: estamos decepcionados de los hombres. A base de los valores más nobles podemos hacer grandes obras pero podemos hacer también inhumanidades terribles.
La fe cristiana, en cambio, habla de Dios. Él es la Plenitud de la Vida que ama al mundo y viene. La venida salvadora de Dios es el gran mensaje de la Navidad, a la que nos preparamos. El monte firme (Is. 1. lectura) es el Señor Jesús encumbrado en su vida, especialmente en su cruz y resurrección. Es así como Dios ha realizado la esperanza de los hombres expresada tan vivamente por Isaías. Los hombres, incluso con proyectos nobles, somos mezquinos y podemos fallar. Pero Dios es fiel en su amor, y posibilita la vida humana en medio de todas las dificultades.
Este mensaje lleva a dos actitudes subrayadas hoy por la liturgia: la esperanza y la vigilancia. Dios en Jesucristo es la raíz de la verdadera esperanza humana. Cuando todo se hunde él sigue fiel. La esperanza cristiana es segura: Dios siempre hace posible nuestra vida de amor y de paz. No sabemos qué pasará mañana o con qué mundo se encontrarán nuestros hijos, o cómo encararemos problemas terribles e insolubles: el tercer mundo, los marginados, las guerras, los abortos, las injusticias, las corrupciones. Nosotros creemos que Dios sigue siendo fiel y hoy, mañana y siempre, mueve al amor y a la paz. Es la fuerza del Adviento cristiano en nuestro mundo. Esperar conlleva desear la vida nueva para todos, la venida del Señor; no el "fin de los tiempos" neutro y catastrófico, sino el "retorno del Sefior", la victoria de su Espíritu de amor. Y con la esperanza, el trabajo y el combate (Pablo, 2. lectura), la llamada a vigilancia (evangelio). Vigilar, estar en vela, significa escuchar a los demás sin vivir con demasiadas seguridades; mirar a los que sufren sin pasar de largo; trabajar para llevar el diálogo y la paz; también, evidentemente, constatar nuestra mediocridad, arrepentirse y volver a empezar. Es la manera de estar atentos a la presencia viva, amorosa, exigente de Dios en cada momento de nuestra vida.
Se dice Credo.
Oración de los Fieles
Celebrante:
Vigilantes ante la próxima llegada del Mesías, elevemos nuestras oraciones a Dios para que nos prepare a vivir el «encuentro» con su enviado, y para que el mundo entero lo reconozca como el esperado de los tiempos, el libertador.
Digamos:
Ven, Señor.
Para que la Iglesia salga al encuentro del Señor que viene anunciando con su vida y testimonio la Buena Noticia de la salvación y acogiendo en su seno a todos los hombres de buena voluntad.
Oremosal Señor que vive.
Ven, Señor.
Para que la esperanza en nuestro Salvador que viene, avive en todos los corazones el deseo de construir, desde la entrega de la propia vida, el reino de la justicia y de la paz.
Oremos al Señor, nuestro Dios.
Ven, Señor.
Para que fijos nuestros ojos en la promesa de la liberación definitiva, no nos cansemos de dar testimonio de la alegría que brota de sabernos salvados por un Dios cercano, que nos ofrece la posibilidad de vivir una vida nueva.
Oremos al Dios de la historia.
Ven, Señor.
Para que cuantos sufren a causa de la guerra, el hambre o la marginación, encuentren en los discípulos del Dios que viene el consuelo y el apoyo que necesitan para no desesperar.
Oremos al Dios de la paz.
Ven, Señor.
Para que este tiempo de adviento sea para nuestro mundo un tiempo de transformación, de compromiso y de preparación para recibir a Jesús presente en cada hombre.
Oremos a Cristo nuestro hermano.
Ven, Señor.
Para que Cristo, el Señor de la historia, presente en esta mesa eucarística, nos dé un corazón dispuesto a esperar su venida amando a nuestros hermanos y sirviéndolo en los más pobres y necesitados.
Oremos al Dios que se hizo pobre.
Ven, Señor.
Celebrante:
Gracias, Padre, porque siempre nos escuchas; mira con piedad nuestras súplicas confiadas, modela nuestros corazones para acoger tu próxima venida, y haz que un día te contemplemos cara a cara y cantemos con los santos tus grandezas.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Oración sobre las Ofrendas
Acepta, Señor, estas ofrendas que hemos tomado de tus mismos dones, y concédenos que esta Eucaristía que estamos celebrando, nos alcance la salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio de Adviento I
Las dos venidas de Cristo
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor.
El cual, al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación, para que cuando venga de nuevo, en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar.
Por eso, con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…
Antífona de la Comunión
El Señor nos mostrará su misericordia y nuestra tierra producirá su fruto.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Por nuestra participación en esta Eucaristía, enséñanos, Señor, a no poner nuestro corazón en las cosas pasajeras, sino en los bienes eternos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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