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lunes, 30 de mayo de 2011

Meditación: Visitación de Nuestra Señora

Meditación: Visitación de Nuestra Señora
«Por aquellos días, María se levantó, y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor. María dijo: Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador: porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo, cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen. Manifestó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada. Acogió a Israel su siervo, recordando su misericordia, según había prometido a nuestros padres, a Abrahán y a su descendencia para siempre. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa». (Lc 1, 39-56)

1º. María se enteró, por el ángel, de que Isabel, la que llamaban estéril, iba a tener un hijo.
No le costó mucho a la Virgen darse cuenta de que la esclava del Señor tenía que ser, por ello mismo, esclava de los hombres.
Por eso, se puso en marcha hacia la montaña donde vivía Isabel.
El evangelio dice que fue «de prisa».
¡Qué buen ejemplo el de María en este terreno!: darse prisa para el bien, «que los hijos de las tinieblas no descansan y siembran cizaña cuando se duermen los hijos de la luz» (Mateo 13, 25).
La prisa de la Virgen, su prontitud de alma para el servicio.
Hay en esta actitud todo un mun¬do de enseñanzas para nosotros: «Nos acucia el Amor». (2 Corintios 5, 14):
«Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.»
Este saludo y esta voz desencadenaron en Isabel un torrente de gracia y de alegría: el seno de Isabel se estremeció con los saltos de gozo de su hijo, el espíritu de Isabel quedó colmado por el Espíritu Santo, los labios de Isabel se desataron en cantos de alabanza a Nuestra Señora.
¿Cómo fue el saludo de María?
Jesús, en cierta ocasión, dirá a sus discípulos: «Cuan¬do entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa» (Marcos 10, 12).
Quizá fue así el saludo de la Virgen.
Pero más importante que la palabra del saludo lo era la voz de María al saludar, el tono, el acento, el amor que llevaba en sus pliegues.
Una voz que hacía saltar de gozo al Bautista en el seno materno, y que llenaba a Isabel del Espíritu Santo trayendo a sus labios una letanía de gloria: «-Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí que me visite la Madre de mi Señor? Dichosa tú porque has creído.»
Piropos encendidos... Bendita, dichosa, Ma¬dre del Señor... Alabanzas, aclamaciones, encomios...Detrás de todos estos elogios está el Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo quien impulsa al culto y la venera¬ción a la Virgen.
La Virgen es bendita -como la llama Isabel- pues sobre ella se dijo la mejor palabra salida de la boca de Dios: bendita por su divina Maternidad, bendita por su fe, una fe que produce felicidad; bendita entre todas las mujeres, dichosa porque ha creído, santa Madre de Dios.
2º. El Magníficat
Ante el raudal de alabanzas que se le prodiga, la humildad de María se vuelve hacia Dios para referírselo todo a El.
Nunca se queda la Virgen con la gloria. La gloria es de Dios.
«Engrandece mi alma al Señor, y exulta mi espíritu en Dios.»
Esta es la actitud de la Virgen, colmada ella como nadie de la plenitud del Espíritu Santo: llena de gracia y de exultación, cantar la gloria de Dios.
Pero hay dos verbos también, en el Magnificat, que expresan la acción de Dios sobre la Virgen: «Miró la humillación de su esclava, hizo en ella cosas grandes»
La mirada de Dios sobre la actitud humilde de la Virgen que se hace pequeña y se anonada y se considera -se sabe- esclava del Señor.
¡Cómo descansa la mira¬da de Dios en una persona así!
Mirada de amor absolutamente preferencial por la Virgen, por la pequeñez de la Virgen, por su profundísima humildad.
«Hizo en mí cosas grandes.»
Dios es el Hacedor. Dios hizo el cielo y la tierra; Dios hizo el mar y cuanto contiene; Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza...
Cosas grandes ciertamente.
Pero Dios hizo cosas grandes sobre todo en María: la hizo Inmaculada desde el primer instante de su concep¬ción, la colmó de gracia, la llevó hasta los linderos de la divinidad por la grandeza de la divina maternidad, la hizo corredentora al pie de la Cruz, la constituyó Media¬nera de todas las gracias, la llevó en cuerpo y alma a la gloria del cielo, la coronó como Reina y Señora de todo lo creado...
Esta es la actitud de Dios con la Virgen.
¿Y cuál la actitud de los hombres para con Ella?
Ella lo dice en una palabra: me llamarán dichosa.
Nosotros, según la enseñanza de Cristo, llamamos dichosos, bienaventurados, a los pobres, a los mansos, a los que tienen hambre y sed de justicia...
Pero todos estos adjetivos se concentran en María.
Llamamos dichosa a María.
Y todas las generaciones del mundo harán lo mismo: «me felicitarán.»
Desgraciado aquel que no lo haga, que se niegue a proclamarla bienaventurada y a bendecirla precisamente a causa de su disponibilidad, su amor y entrega a Dios.
Pienso que quien la alabe y la felicite de todo corazón tendrá en sí el alma de María, el espíritu de María, para engrandecer a Dios y exultar de gozo en el Señor.
La actitud del cristiano con María es manifes¬tativa de la actitud del cristiano con Dios.
3º. San Lucas termina este pasaje diciendo que la visita de María duró unos tres meses, es decir, hasta el tiempo en que Isabel dio a luz.
Duró su visita mientras hizo falta, mientras fueron necesarios sus servicios.
«Y luego volvió a su casa» -dice el evangelio.
Es el don de la oportunidad, que en sumo grado tenía la Virgen.
También estará en las bodas de Caná, ayu¬dando, sirviendo, dándose cuenta la primera de que escaseaba el vino, y luego desapareciendo otra vez.
Hacer y desaparecer.
El gozo de servir.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

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