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viernes, 3 de junio de 2011

Homilías: Domingo VII Semana de Pascua. Ciclo A. 05 de junio 2011

1.- ES LA HORA DE LA IGLESIA
Por Gabriel González del Estal
1.- Id y haced discípulos de todos los pueblos… enseñándoles a guardar lo que os he mandado. El mensaje de esta fiesta de la Ascensión es un mensaje activo y comprometedor para nosotros. Después de la Ascensión comienza nuestro tiempo, el tiempo de la Iglesia. Ya no es suficiente pedirle al Maestro que convierta a los pecadores, que les convenza con la fuerza de su palabra y de ejemplo de la verdad de su doctrina. Cristo ha ascendido ya al cielo y ahora debemos ser nosotros los que, con nuestras palabras y con nuestras obras, enseñemos a los no creyentes el camino que han de seguir para encontrarse con Cristo. Somos nosotros, los cristianos, es la Iglesia de Cristo la que debe ahora dar testimonio cristiano y evangelizar. Una Iglesia que no evangeliza no es iglesia de Cristo. No podemos escondernos detrás de las dificultades que la sociedad actual pone a la verdadera evangelización cristiana. Más dificultades tuvo Cristo cuando predicó su evangelio. Precisamente porque nuestra sociedad actual no vive mayoritariamente de acuerdo con el evangelio de Cristo, es por lo que es más urgente y comprometido predicar el evangelio. Y debemos hacerlo con valentía y con fidelidad al evangelio de Cristo. Cristo no rebajó la pureza y las exigencias de su mensaje con el fin de que este pudiera ser más fácilmente aceptado por los jefes políticos y religiosos que le iban a juzgar y por el pueblo sencillo que le escuchaba. Un evangelio descafeinado y no comprometido no es el evangelio de Cristo. La predicación de su evangelio le costó a Cristo muchos sufrimientos, muchos adversarios y, al final, su propia vida. No esperemos que la predicación del evangelio de Cristo nos traiga a nosotros muchas alegrías y éxitos sociales. Nos traerá, eso sí, una gran paz y alegría interior, la alegría y la paz interior de los que saben que sus sufrimientos se han asociado al sufrimiento de Cristo, convirtiéndose así en un sufrimiento salvador y redentor.
2.- Saber que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Se fue físicamente, pero nos dejó su espíritu. El espíritu de Cristo no actúa en nosotros de manera automática e indiferenciadamente. Cristo nos ha prometido a todos su espíritu, pero somos personas libres para actuar según el espíritu de Cristo o en contra de él. Las personas que han actuado movidas por el espíritu de Cristo han sido personas valientes y comprometidas, muy conscientes de que era el espíritu de Cristo el que les daba valor y fortaleza. Ejemplo de esto han sido todos los mártires y santos cristianos, canonizados o santos anónimos, que son los más. Cuando el espíritu de Cristo se apodera de una persona la convierte en un auténtico evangelizador. El ejemplo de una persona que actúa movida por el espíritu de Cristo es siempre un ejemplo que arrastra y convence a cualquier persona de buena voluntad. Debemos pedir todos los días a Dios, con el salmista, que no aleje de nosotros su santo espíritu. Cristo quiere seguir con nosotros hasta el fin del mundo; dejemos que sea siempre su santo espíritu el que actúe en nosotros y por nosotros.
3.- Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos. El domingo próximo celebraremos la gran fiesta de Pentecostés, la fiesta del Espíritu. Durante toda esta semana vamos a barrer y limpiar cuidadosamente nuestro interior, las habitaciones del alma, para que el Señor quiera quedarse con nosotros, dándonos su amor, su sabiduría, todos sus santos dones.
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2.- AHORA NOS TOCA A NOSOTROS
Por José María Martín OSA
1.- ¿Que hacéis mirando al cielo? La "ascensión" de Jesús al cielo significa que Jesús se ha liberado de las ataduras de este mundo y ha hecho posible, con su muerte y glorificación, que el mismo mundo y los hombres puedan liberarse, es decir ser hijos de Dios. Se va al Padre, para que nosotros vivamos con los hermanos. Se va y se queda para infundirnos su espíritu y enrolarnos en su causa. No es hora de andar con contemplaciones. Es la hora de salir a la plaza pública, de recorrer los caminos y las ciudades para dar a todos la Gran Noticia. La oración y la contemplación, indispensables en la vida cristiana, sólo tienen sentido como alimento de la fe, para que nuestras obras sean las obras de la fe, y no la de los intereses o conveniencias. Creer en la ascensión de Jesús no es quedarse con la boca abierta y los brazos cruzados. Es entrar en acción, es hacerse cargo de la misión recibida, es poner a trabajar la esperanza hasta que el Señor vuelva y se manifieste la gloria de los hijos de Dios. Si le seguimos con la cruz a cuestas llegaremos a la gloria: por la cruz a la luz.
2.- “Espíritu de sabiduría y revelación". En la segunda lectura de hoy, San Pablo pide para los fieles de Éfeso "espíritu de sabiduría y revelación" para conocer la esperanza a la que hemos sido llamados, la herencia de la que somos hechos partícipes y el poder de Dios que se manifestó poderosamente en Cristo, en su Resurrección y Ascensión, y que actúa ahora en nosotros. El Padre es el principio del misterio de salvación y es también aquél de quien puede venirnos la inteligencia de ese misterio. Esperemos que la oración de San Pablo alcance también para nosotros la luz que necesitamos para comprender lo que hoy celebramos, para que nos ayude a comprender la gran esperanza, para que nos haga ver el poder de Dios que se manifiesta en Jesús.
3.- Jesús nos encomienda una misión: “ID y haced discípulos”. La Iglesia vive para evangelizar. La gran tarea que surge con la ascensión del Señor es la de ir al mundo y hacer discípulos. Ese es el encargo que recoge Mateo. Y es también el que transmite el Libro de los Hechos describiendo la ascensión, para centrarse enteramente después en la predicación de Pedro, Pablo y los apóstoles. El mundo es nuestra responsabilidad y los hombres son nuestros interlocutores. La Iglesia no es un círculo de creyentes, sino un movimiento de acercamiento a todos para que puedan creer. Lo importante de la Iglesia no es ella, sino Jesús, y la misión confiada por Jesús. Y esa misión es evangelizadora, animadora, motivadora. Frente a tanta mala noticia, el hombre necesita más que nunca la Buena Noticia. No se trata de censurar a los otros, ni de condenar a nadie, sino de hacer posible y gozosa la salvación de todos, ayudando a todos a descubrir en el mundo y en la vida la huella de Dios. En la Iglesia y a través de ella podemos encauzar nuestras iniciativas y encontrar aliento en nuestros esfuerzos. Solos podemos hacer bien poco, pero como Iglesia y en la Iglesia podemos hacer muchísimo. La estructura y las organizaciones y movimientos eclesiales pueden y deben ser los vehículos que canalicen todos nuestros esfuerzos. No podemos hacer todos, todo; pero entre todos, con todos, podemos hacer todo lo que Jesús nos ha encomendado. Si estamos bautizados, ¿por qué no estamos dispuestos a realizar la tarea de la fe? ¿Por que no pasamos del rito al reto de la construcción del Reino?
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3.- SER SUS MENSAJEROS DE PAZ
Por Antonio García-Moreno
1.- EVANGELIO DEL ESPÍRITU SANTO.- San Lucas recuerda su primer libro, el evangelio en el que recogió los pasos principales de la vida y obra de Jesucristo. Ahora intenta escribir otro libro que refiera la vida inicial de la Iglesia, continuadora por voluntad divina de la tarea salvífica de Cristo. Con razón se ha llamado a este libro el quinto evangelio. En efecto, en los Hechos de los Apóstoles se vuelve a tratar de la Buena Nueva, a narrar los "magnalia Dei", las grandezas de Dios en favor de los hombres.
También se ha llamado a este libro de san Lucas el evangelio del Espíritu Santo. Con ello se pone de manifiesto la importancia del Paráclito en la obra salvadora, su impulso divino y su presencia misteriosa. Así, con mucha frecuencia, se nos refiere en el libro de los Hechos la presencia operante del Espíritu en la Iglesia. En efecto, ya desde el principio, y por siempre, la acción divina del Consolador vivifica a la Iglesia y la sostiene indefectiblemente.
En los últimos días, antes de su ascensión a los cielos, Jesús adoctrina a sus discípulos, pocos todavía, a causa quizá de la persecución y el rechazo de las autoridades judías. Esas enseñanzas versaban, una vez más, sobre el Reino de los cielos, el gran tema que abarca toda la doctrina de Cristo y sintetiza cuanto el Señor había dicho en orden a la salvación. Por algo llegó a enseñar: Buscad el Reino de los cielos y todo lo demás se os dará por añadidura... Pronto ese Reino, iniciado ya con la llegada de Jesucristo, comenzaría a consolidarse por medio de la Iglesia, siendo ella misma ese Reino en marcha. Se iniciaba así la salvación, que aún hoy sigue su curso.
Los Apóstoles, sin embargo, no habían entendido de qué se trataba realmente. Por eso preguntan por la restauración de Israel, soñando todavía con un triunfo temporal y político. Jesús comprende que no le entiendan y les exhorta a que sepan esperar. Cuando llegue el Espíritu Santo, cuando descienda sobre sus frentes la luz de lo alto, entonces comprenderán que su Reino no es de este mundo, que es algo mucho más grande y trascendente, un Reino de paz y amor, un Reino sin fronteras de espacio ni de tiempo, que al final acabará destruyendo a la misma muerte y alcanzará un triunfo formidable y sin término.
2.- ID POR TODO EL MUNDO.- Monte de Galilea, silencio y majestad de la cumbre, grandeza del cielo y de la tierra, contemplados desde la altura. Allí tuvo lugar el último episodio que Mateo nos refiere en su evangelio, como broche adecuado que cerraba una etapa, la más importante, en la historia de nuestra salvación. En esos momentos algunos se postraron ante Jesús resucitado, otros en cambio todavía dudaban. Es incomprensible, pero así era. Lo mismo que es incomprensible que nosotros dudemos del Señor, cuando tantas pruebas hemos recibido de su poder e inmenso amor.
Los dolores y sufrimientos de la Pasión habían sido superados, los horrores de la cruz estaban ya lejos. Aquellos terribles momentos sólo quedaban como memoria gloriosa de un tremendo combate, en el que Jesús había conseguido la más brillante victoria contra el más terrible enemigo. Todo aquello servía ahora para estímulo y ánimo en los momentos difíciles que también ellos, y los que vendríamos después, tendrían que superar. Por mucho que el enemigo se acercara, aunque pareciese que el triunfo era suyo, no había que tener miedo. La última batalla será ganada, de todas, por Jesucristo, y en él y con él, por todos los que le han seguido.
Pero Jesucristo es comprensivo y se explica que aún no se den cuenta de lo que estaba pasando. Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, les dice. Son palabras que recuerdan los relatos de Daniel sobre el Hijo del Hombre. Jesús es ese misterioso personaje que se acerca al trono del anciano de muchos días, para recibir todo el poder y la gloria. Él tiene, por tanto, toda la autoridad del universo orbe. En virtud de esos poderes, él les envía mediante un imperativo categórico a predicar el evangelio por todo el mundo y bautizar a los hombres que creyeran en su palabra, el mandato de hacerlos discípulos de Cristo e hijos de Dios, el de enseñarles la doctrina que nos da la paz, que nos redime y nos salva.
Ellos debieron sentirse incapaces de tamaña empresa, lo mismo que tantos otros cuando fueran llamados por Dios a una empresa divina. Jesucristo lee sus pensamientos de temor y de reserva, y les anima. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y así ha sido, así es y así será. Dios está presente y nos empuja de nuevo para que seamos sus apóstoles, sus mensajeros de paz y alegría en medio de este mundo, siempre metido en guerras y siempre tan triste.

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