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jueves, 9 de febrero de 2012

Evangelio del Viernes V Semana Tiempo Ordinario. Ciclo B. 10 de Febrero, 201

Evangelio del Viernes V Semana Tiempo Ordinario. Ciclo B. 10 de Febrero, 2012. † Lectura del santo Evangelio según san Marcos (7, 31-37) Gloria a ti, Señor. En aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. El lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “¡Effetá!” (que quiere decir “¡Abrete!”). Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad. El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: “¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús. Comentario: La persona sorda se aísla, se convierte en una isla y pierde capacidad de contacto con los demás, porque termina confinada en su propio mundo. La propuesta de Jesús es tomar el camino contrario, es decir, romper el aislamiento y abrirse a los demás, aun en medio de las limitaciones. La palabra aramea “éffatá” representa esa experiencia de apertura y de escucha del otro por medios que trascienden la audición física. Hoy podemos releer esa experiencia del evangelio al reconocer que el estruendoso ritmo de la sociedad de consumo no nos deja tiempo para nosotros mismos, para la espiritualidad y para Dios. Ya no escuchamos ni nuestra propia voz. Necesitamos la mano de Jesús que sintonice nuestros oídos con la onda de la sabiduría del evangelio y desate nuestra lengua para proclamar su mensaje en medio del ruido cotidiano. Tenemos que dejar que Jesús nos destape los oídos para escuchar la voz de Dios allí donde antes sólo habitaban las voces del consumo y del egoísmo. Nuestra lengua puede dejar de repetir los clichés publicitarios para comenzar a comunicar una voz de consuelo, esperanza y reconciliación. Bajémosle el volumen al televisor y subámosle el volumen a la vida, y sobre todo a la Palabra de Dios.

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