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domingo, 5 de febrero de 2012

HOMILIAS: V DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO B. 5 DE ENERO 2012.

HOMILIAS: V DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO B. 5 DE ENERO 2012. 1.- UN DÍA EN LA VIDA DE JESÚS (SEGUNDA PARTE) Por Pedro Juan Díaz 1.- Seguimos leyendo el evangelio de Marcos de manera continuada. Hoy vemos la segunda parte de ese “día en la vida de Jesús”, continuación de la semana pasada. Jesús sale de la Sinagoga, con sus discípulos, donde había curado a aquel hombre con un espíritu inmundo, que veíamos el domingo pasado. Y ahora se dirige a casa de Simón Pedro y de Andrés, hermanos y amigos de Jesús. Quiere pasar un rato con los amigos, en familia. Para esto también tiene tiempo Jesús. Pero allí se encuentra con una dificultad y es que la suegra de Pedro está enferma. Jesús se acerca a ella. También hay que ayudar a los amigos. La toma de la mano, la levanta y la fiebre se le pasa. Pero lo más bonito de este momento es la reacción de aquella mujer: “se puso a servirles”. El servicio es uno de los rasgos de los discípulos de Jesús, así se lo enseñará: “yo no he venido a ser servido, sino a servir”; “el que quiera ser el más importante, que sea el servidor de todos”. El evangelio nos está diciendo que el encuentro sanador con Jesús convirtió a aquella mujer en discípula. 2.- La noticia se “escampó” por todo el pueblo, tanto lo que había hecho por la mañana en la Sinagoga, como la curación de aquella mujer, y enseguida le trajeron a la puerta de aquella casa un montón de enfermos y endemoniados. Estaba anocheciendo, pero Jesús salió y “curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”. Seguramente se haría tarde allí. El día había sido largo y la actividad de Jesús había sido intensa. Se había ganado el descanso. 3.- Pero el evangelio sigue diciendo que “de madrugada se marchó al descampado y allí se puso a orar”. Y es que lo primero es lo primero. Y siempre hay tiempo para todo, si es que se quiere (¿recordáis el refrán de que hace más el que quiere que el que puede?). Jesús se levanta temprano y aprovecha el silencio y la soledad para rezar, para darle gracias a Dios por el día que ha pasado y ofrecerle el nuevo que está naciendo. Ese momento de oración será el que sustente después toda su actividad. Ahí es donde Jesús “cargará las pilas” para después anunciar la Buena Noticia a todas las personas. Jesús escucha la voluntad de su Padre y la transmite. 4.- Los discípulos van a buscarle, porque hay más gente que quiere estar con Él. Pero Jesús dice que la salvación de Dios es para todas las personas y que hay que ir también “a las aldeas cercanas, para predicar también allí”. Y así lo hará, como lo había hecho en aquella ciudad de Cafarnaúm. Llegará a un nuevo lugar, entrará en la Sinagoga, predicará con autoridad, curará a los enfermos y endemoniados, pasará tiempo con los amigos, en sus casas, y buscará un momento para poder rezar a Dios, su Padre. Esa era la actividad diaria de Jesús, así es un día en su vida. La cuestión será ver en qué contrasta todo esto con nuestra vida. ¿Cómo es un día en nuestra vida? ¿A qué dedicamos el tiempo fundamentalmente? Jesús habla con autoridad porque habla desde la vida y sus hechos corroboran sus palabras, ¿es así también en nosotros? ¿Es nuestra vida un testimonio de la presencia de Dios en ella? 5.- Jesús sana a las personas con las que se encuentra, las libera, las revitaliza, las fortalece. ¿Cómo es nuestro encuentro con las demás personas? ¿Hacemos lo posible para que las personas que están a nuestro alrededor sean más felices? Nosotros no hacemos los milagros que hacía Jesús, pero ¿procuramos que la vida sea más digna y mejor para nuestros hermanos y hermanas? 6.- ¿Qué momentos dedicamos al cabo del día a cultivar la amistad, tanto con los demás, como con Dios en la oración? Jesús pasaba tiempo con los amigos, en sus casas, y dedicaba también un tiempo importante a su relación con Dios a través de la oración. ¿Qué tiempo del día dedicamos nosotros a cultivar nuestra amistad con Dios? ¿Qué tiempo dedicamos a la oración? ¿Y a la lectura de la Palabra de Dios? ¿Y a la celebración de la Eucaristía? Hoy la vida de Jesús es, como siempre, un espejo donde poder mirarnos y revisar la nuestra. Que no tengamos miedo a hacerlo, porque no podemos tener mejor modelo de persona. Que cada momento del día sea para nosotros eso que decía Santa Teresa de Jesús sobre la oración, un “tratar de amistad con aquel que sabemos que nos ama”. 2.- JESÚS BENDICE CON SU PRESENCIA BIENHECHORA Por Antonio García-Moreno 1.- POBRE HOMBRE.- Job había poseído grandes riquezas, había gozado de salud corporal, había sido querido de todos. Y de pronto Dios le hiere profundamente. Su cuerpo se llena de lepra: "Mi carne está cubierta de gusanos y de costras terrosas, mi piel se agrieta y se deshace". Ve su vida como un duro servicio, como los días de un jornalero que trabaja duramente, como los de un esclavo que se fatiga afanosamente, suspirando por la sombra. Así es la vida a veces, así de muerta, así de oscura, así de trágica... Niños escuálidos, brazos y piernas de solo hueso y pellejo, con grandes ojos tristes, con la barriga hinchada. Mujeres esqueléticas, con sus carnes fláccidas, con la mirada medrosa. Hombres que huyen por los mil caminos de la jungla salvaje, dejando atrás los hogares derruidos, las mujeres abandonadas, los niños hambrientos... El hombre, Señor, el hombre. Blanco o negro, cobrizo o amarillo. Es igual, ahí lo tienes. Y pensar que tú lo has creado... Ten misericordia de él, ten piedad, compadécete de tanta miseria. Mira compasivo a los unos y a los otros, a los vencedores y a los vencidos. Y a los que entre bastidores hacen posible la lucha. Los hipócritas que se lamentan de la guerra y suministran los armamentos, para que los hombres se destruyan entre sí. De todos, Señor, ten piedad. Palabras amargas de Job. Palabras que brotan fácilmente de la vida humana. Días que pasan como nubes llevadas por el viento. "Recuerda que mi vida es un soplo", prosigue Job, "días sin esperanza". Son los momentos tristes de este hombre atribulado. Los momentos álgidos del dolor en los que todo parece derrumbarse Palabras sinceras que vuelan hacia Dios, exponiendo con toda su crudeza el quebranto del alma. Acudir a ti, Señor, con el alma abierta. Decirte en el silencio de la oración esas angustias que, a veces, atenazan y oprimen el espíritu. Venir con el cansancio en la mirada, con el dolor en el cuerpo, con la tristeza en el corazón. Pero venir, venir hasta ti. Sin disimular el dolor, sin falsos optimismos, sin disfraces absurdos. Para comprender que la fugacidad de la vida corre hacia la plenitud, que esos momentos salobres pasarán también. Llegar hasta ti, para descubrir, una vez más, el amor de tus ojos, el consuelo de tu palabra, la acogida de tu perdón... Gracias, Señor, por tanta misericordia. Haz que veamos las cosas con visión de esperanza, con visión de amor. Haz que esta vida mortecina que vivimos resucite una vez más. Que a través de nuestro dolor y de nuestra miseria podamos llegar hasta ti. Y alcanzar tu perdón y esa bendición que nos haga vislumbrar de nuevo el gozo a través de las lágrimas. 2.- ACCIÓN Y ORACIÓN DE CRISTO.- Jesús fue muy amigo de sus amigos. Supo querer a quienes había elegido para que le ayudaran en la gran tarea que le había traído al mundo. Así muchas veces lo contemplamos en el Evangelio rodeado de sus discípulos, departiendo con ellos con sencillez y cordialidad. Él participa de sus preocupaciones y problemas, entra en sus casas, conoce y trata a los familiares de los suyos. Es bonito ver al Maestro que viene a la casa de Pedro a curar a su suegra, a quitar la fiebre a esa pobre viejuca que sufría, seguramente por verse incapaz de ayudar y dando trabajo a los demás. Qué contenta debió sentirse al verse curada. Cómo sonreirían los discípulos al verla afanosa por servir al Maestro y los que le acompañaban. Es una escena entrañable de la vida familiar, que Jesús bendice con su presencia bienhechora. Lección de buenas relaciones entre quienes con alguna frecuencia hay desavenencias y celos, cuando no rencor e incomprensión. El Señor nos enseña a preocuparnos por los ancianos enfermos. La suegra de Pedro nos anima con su ejemplo a saber servir, también cuando los muchos años pesan. Continúa el texto evangélico diciendo que la gente se agolpaba para ver a Jesús. Podemos afirmar que también ahora las muchedumbres se sienten atraídas por el Señor y acuden tras de él, ávidas de su palabra y de su consuelo, necesitadas de la curación de tantas llagas como a veces laceran el corazón humano. El Señor sigue intercediendo por la Humanidad doliente. Sus manos de taumaturgo siguen bendiciendo por medio de su máximo representante, el Sumo Pontífice, así como a través del más humilde de sus sacerdotes. Su Palabra sigue descendiendo como lluvia suave sobre nuestra tierra reseca, para limpiar y fecundar, para despertar a la vida y a la esperanza. Nos dice luego el pasaje que hoy contemplamos que Jesús, aunque asediado por las multitudes, buscaba el silencio para orar a Dios por los hombres. También nosotros, a pesar de estar metidos en tantas tareas humanas, hemos de buscar el silencio para escuchar a Dios, para hablarle sin palabras quizás. De lo contrario la vorágine de los días y las cosas nos envolverá, arrastrándonos hacia la superficialidad y el vacío interior. Aunque parezca un contrasentido, para llegar al corazón del hombre tenemos que penetrar primero en el de Dios. Y esto sólo se consigue a través de la oración, sobre todo de la mental, la que nos pone en sintonía con el sentir de Dios, la que nos alcanza su perspectiva luminosa. 3.- EL DÍA A DÍA DE JESÚS: ENSEÑAR, CURAR, REZAR Por Gabriel González del Estal 1.- Al salir Jesús con sus discípulos de la Sinagoga… ¿Qué había hecho Jesús en la Sinagoga? Nos lo dice el mismo evangelista Marcos, en unos párrafos anteriores a este texto que comentamos hoy: “llegó a Cafarnaúm y, luego, el día de sábado, entrando en la Sinagoga, enseñaba”. Jesús vino a enseñarnos, a decirnos, que el reino de Dios estaba cerca y que, si queríamos entrar en él, debíamos previamente convertirnos. Jesús, todos los días de su vida pública, predicaba y enseñaba: “vámonos a las aldeas cercanas para predicar allí, que para eso he venido”. Jesús era todo él palabra, voz de Dios, que enseñaba y predicaba el reino de Dios. Pero, además de hablar y predicar, Jesús curaba. Allí mismo, en la Sinagoga, había curado a un hombre poseído de un espíritu inmundo y, en cuanto sale de la Sinagoga, en la casa de Pedro, cura “a la suegra de Simón que estaba en la cama con fiebre”. No se puede dudar que una de las causas primeras por las que la gente busca a Jesús es para que cure a sus enfermos; la gente sencilla veía a Jesús como a un poderoso taumaturgo, capaz de curar y expulsar demonios. En los evangelios, esto aparece de una forma evidente. Y, además de enseñar y curar, Jesús rezaba: “se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a rezar”. El día a día de Jesús era eso: enseñar, curar, rezar. Esta es también la tarea que debemos apuntar nosotros, cada día, en nuestra agenda: predicar con amor y valentía el reino de Dios; curar a las personas que, por los motivos que sea, se encuentran por sí mismas incapaces de descubrir este reino; rezar con toda nuestra alma para que Jesús nos muestre el camino que nos conduce al Reino de su Padre y nos ayude a todos a entrar en él. 2.- El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio. El libro de Job es una reflexión muy rica en matices sobre la vida humana y es necesario leerlo todo entero para entender bien su mensaje. En el texto que nos propone hoy la liturgia vemos a un Job angustiado y deprimido, porque no encuentra sentido a su vida. Es como si el Dios que tanto le diera antes, ahora se hubiera retirado de su vida y no se acordara ya más de él. La tristeza y el dolor son su pan noche y día, vive como desterrado de Dios y tiene que cumplir un servicio al que no le encuentra sentido alguno. ¿Para qué seguir viviendo en estas circunstancias? Esta experiencia del sinsentido de la vida podemos padecerla más de una vez cualquiera de nosotros. Es la pérdida de ese sentido y esa esperanza vital, tan necesaria para seguir viviendo y luchando contra las dificultades y el cansancio de cada día. Job, como sabemos, a pesar de tanta dificultad y dolor, no perdió nunca la esperanza en Dios. La angustia y el dolor no rompieron nunca del todo su esperanza y su paciencia; por eso seguimos aún hoy hablando de la paciencia del santo Job. En medio de nuestras tristezas y desesperanzas, no perdamos nunca nosotros la paciencia y la verdadera y definitiva esperanza en Dios. 3.- Hago todo esto por el evangelio. San Pablo les dice a los fieles de Corinto que él les predica el evangelio de Jesús por mandato del mismo Jesús. No lo hace por gusto o capricho personal, sino porque “le han encargado este oficio” y ¡ay de él si no evangelizara! Eso sí, lo hace a gusto y de balde, “haciéndose esclavo de todos para ganar a los más posibles”. Buen ejemplo este de San Pablo para catequistas y predicadores del evangelio: predicar el evangelio de Jesús de balde, por puro amor a los demás y por fidelidad a nuestro compromiso cristiano. 4.- Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados. Nuestro Señor es un Dios sanador y restaurador, sana nuestros corazones destrozados y venda nuestras heridas. A cada uno de nosotros Dios nos conoce y nos llama por nuestro nombre, nos sostiene y nos levanta. Alabemos con humildad y entusiasmo a este Dios que nos sana y nos salva.

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