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sábado, 21 de agosto de 2010

Homilia (2) Domingo XXI Semana Tiempo Ordinario Ciclo C. 22 de agosto 2010

ESFORZARSE POR ENTRAR POR LA PUERTA ESTRECHA
1.- LA GLORIA DE UNA RAZA.- Las fronteras cerradas y estrechas del judaísmo se rompen con la llegada del Mesías. Antes de venir Cristo, los judíos pensaban que sólo los hijos de Abrahán, los de raza hebrea, podrían entrar en el Reino de Dios. Llevados de esa enseñanza procuraban no mezclarse con los gentiles, hasta el punto de considerar que era una mancha entrar en una casa de paganos. En contraste con esta doctrina Jesús enseña que no es la sangre ni la carne la que salva, que no basta con tener por antepasados a los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob para entrar en el Reino.
Ante el escándalo de sus oyentes, Cristo llega a afirmar que Dios puede hacer brotar hijos de Abrahán, de las mismas piedras. Y que muchos de Oriente y de Occidente se sentarán un día en la mesa del Reino... Entre nosotros puede ocurrir algo parecido. Podemos pensar que por el mero hecho de pertenecer a una familia cristiana ya somos cristianos. Hay que salir de ese error. Se es cristiano no por unas creencias o por unas prácticas semanales, sino por toda una vida en conformidad con el Evangelio.
La gloria de Dios, ese resplandor que llena de gozo y de paz el corazón del hombre. Ver la gloria divina, en efecto, es suficiente para colmar todas las ansias que acucian el espíritu humano. Buena prueba de ello es la exclamación de san Pedro cuando, en el Tabor, contempla por unos momentos la gloria del Señor y dice lo bien que se está allí. Es cierto que esa gloria sólo en el cielo se podrá contemplar plenamente, gozando sin término el mayor bien que jamás podremos ni imaginar. Pero también es cierto que el gozo de la vida eterna se comienza a gustar en esta vida de aquí abajo. Por eso los cristianos que son fieles son también felices.
El Señor, deseoso de nuestra felicidad, quiere adelantarnos algo de la dicha y la alegría del cielo. Por eso se preocupa de señalarnos bien claro el camino que hemos de recorrer por medio de sus Mandamientos, inscritos en nuestro mismo corazón como una Ley natural que determina lo bueno que nos beneficia y lo malo que nos perjudica. Es una Ley que él da a todos los hombres, pues todos están destinados a ser sus hijos, a gozar un día de la gloria eterna, y a pregustar, entre amarguras quizá, el sabor inefable de su cercanía y su amor.
2.- AMOR Y TEMOR.- San Lucas nos presenta en el Evangelio de hoy a Jesús que camina hacia Jerusalén. Es un viaje prolongado que el tercer evangelista refiere en más de una ocasión. En este detalle han visto los exégetas la intención de presentar toda la vida pública de Jesucristo como un largo itinerario hacia la Ciudad Santa, el lugar del sacrificio supremo del Señor, y también de victoria total sobre la muerte y sus enemigos. Jesús avanza, día a día, hacia la inmolación de su vida en la cruz, camina sin tregua hacia la entrega decidida y generosa a la voluntad del Padre. Es un itinerario largo, y penoso a veces, que conduce, sin embargo, al triunfo y la gloria. Un recorrer las etapas que conducen a la salvación, un ejemplo claro para que también nosotros hagamos de nuestros días un camino, empinado o llano, que nos lleva hasta Jerusalén, hasta la cruz y la gloria.
Alguien le propone al Señor una cuestión que a todos nos interesa, ya que a todos nos afecta. Le dicen si serán pocos los que se salven. La misma formulación parece esperar ya una respuesta restrictiva. No obstante, Jesús no responde en ese sentido. Se limita a decir que hay que esforzarse por entrar por la puerta estrecha. Añade que muchos intentarán entrar y no podrán hacerlo. Pudiera parecer a primera vista que entonces serán menos los que se salven que los que se condenen. En realidad el Señor sólo dice que lo intentarán inútilmente. Eso no excluye que sean más los que también lo intenten con buen resultado. Por otra parte, hemos de pensar que el sacrificio redentor de Jesucristo es de un valor infinito, capaz de cubrir con el amor que supone todos los pecados del mundo.
Además hemos de tener presentes otros pasajes de las Sagradas Escrituras en los que se habla de la muchedumbre enorme que nadie podría contar. Así en el Apocalipsis, además de los escogidos de Israel, se habla de esa multitud innumerable perteneciente a toda nación, tribu, pueblo y lengua. Otro dato que nos ha de llenar de esperanza es el saber que en Dios destaca de forma particular su misericordia, su capacidad infinita de perdón y de olvido. Dios es amor, nos dice san Juan en una descripción sencilla y entrañable. Amor que sabe de compasión, de comprensión y de perdón. Sin embargo, no nos engañemos, no nos fijemos sólo en un aspecto de la cuestión. En este mismo pasaje habla Jesús de que habrá quienes se queden fuera, quienes sean arrojados a las tinieblas exteriores, al fuego eterno donde reina la tristeza y el dolor, donde habrá llanto y rechinar de dientes... Ojalá que el amor divino nos mueva eficazmente a cumplir siempre la voluntad de Dios. Y si tan grande amor no nos mueve, que al menos nos conmueva la terrible y cierta amenaza de un castigo eterno.

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