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viernes, 20 de agosto de 2010

Lecturas del Sábado XX Semana Tiempo ordinario. Ciclo C. 21 de agosto 2010

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Ezequiel (43, 1-7)
En aquellos días, un ángel me llevó a la puerta del templo, que da hacia el oriente, y vi que la gloria del Señor venía del oriente. Se oía un ruido como el estruendo de un río caudaloso y la tierra resplandecía con el fulgor de la gloria de Dios. Esta visión me recordó la que tuve cuando el Señor vino a destruir la ciudad y la que había tenido junto al río Kebar. Y caí rostro en tierra.
La gloria del Señor penetró en el templo por la puerta que da al oriente. El espíritu me levantó y me llevó al atrio interior y vi que la gloria del Señor llenaba el templo.
Entonces oí que alguien me hablaba desde el templo, y el hombre que estaba junto a mí me dijo: “Hijo de hombre, éste es el lugar de mi trono, el lugar donde pongo las plantas de mis pies. Aquí habitaré para siempre con los hijos de Israel”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 84
El Señor habitará en la tierra.
Escucharé las palabras del Señor, palabras de paz para su pueblo santo. Está ya cerca nuestra salvación y la gloria del Señor habitará en la tierra.
El Señor habitará en la tierra.
La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron, la fidelidad brotó en la tierra y la justicia vino del cielo.
El Señor habitará en la tierra.
Cuando el Señor nos muestre su bondad, nuestra tierra producirá su fruto. La justicia le abrirá camino al Señor e irá siguiendo sus pisadas.
El Señor habitará en la tierra.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Su Maestro es uno solo, Cristo, y su Padre es uno solo, el del cielo, dice el Señor.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Mateo (23, 1-12)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos:
“En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame ‘maestros’.
Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen ‘maestros’, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A ningún hombre sobre la tierra lo llamen ‘padre’, porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar ‘guías’, porque el guía de ustedes es solamente Cristo. Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Reflexión:

El evangelio de hoy presenta nuevamente a Jesús en una crítica frontal contra el modo de ser de los letrados y fariseos. Ellos, conocedores de la ley, la predican pero no la cumplen; sin embargo les gusta que los llamen jefes y maestros. Ante tal situación Jesús hace un llamado profundo a cumplir lo que los fariseos predican, y no incurrir en su gran incoherencia. Finalmente recuerda que Maestro no es sino Dios, y Jefe sólo es el Mesías.
En la sociedad de Jesús, como en las nuestras, es fácil ver cómo las estructuras de poder que crean y predican las leyes, las hacen para que los pueblos las cumplan, pero no para aplicársela a sí mismos. Eso se llama corrupción. En nuestros países abundan las leyes, las reglas, los decretos y sus pregoneros, que son a la vez pregoneros de la corrupción y maestros en buscar beneficios y dominar al pueblo.
El evangelio de hoy nos está interpelando a vivir con coherencia con aquello que creemos y enseñamos. Como Iglesia nos sentimos obligados de decir menos y a hacer más, a condenar menos y a apoyar más, a controlar menos y a proponer más. Es hora de que asumamos los mandatos aún vigentes del Concilio Vaticano II y del magisterio latinoamericano que propende hacia una Iglesia pueblo de Dios, sin jerarquías dominadoras y sin exclusiones.

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