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viernes, 15 de octubre de 2010

Homilías Domingo XXIX Tiempo Ordinario. Ciclo C. 17 de octubre 2010

1.- HAY QUE REZAR SIEMPRE SIN DESANIMARSE
Por Antonio García-Moreno
1.- GUERRA GANADA.- Durante la ruta del desierto los israelitas tuvieron que superar mil dificultades. Era un camino tortuoso, un sendero largo y escarpado. En medio de aquellos parajes desolados, se iría curtiendo el guerrero que después abordaría sin desmayo la conquista de la Tierra Prometida. En la ascética cristiana esta etapa de la historia de la salvación es fundamental. Por qué también los cristianos vamos caminando hacia la Tierra de promisión, porque también los que tienen fe caminan con el corazón puesto en el otro lado de la frontera.
Nos narra hoy el hagiógrafo el ataque de Amalec. Es el jefe de la tribu de nómadas que habita en el norte del Sinaí. Son hombres avezados a la lucha y están ansiosos de arrebatar a los israelitas sus ganados, sus bienes todos, el botín que traen de Egipto... Ataques por sorpresa, ataques que se ven venir, ataques de gente armada hasta los dientes. La vida es una milicia, una lucha en la que tenemos que estar siempre en pie de guerra. Sólo así resistiremos el empuje enemigo, sólo participando en la refriega de cada combate, participaremos en la gloria de cada botín.
Moisés se siente cansado, sin fuerza para ponerse al frente del ejército. Pero él sabe que su debilidad no es óbice para que la batalla se gane, él está persuadido de que el primera guerrero es Yahvé, que al fin y al cabo es Dios quien da la victoria. Convencido de ello, llama a Josué y le expone su plan de ataque. Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec...
Es lo primero, poner todos los medios a su alcance antes de entrar en la lucha. Sí, porque Dios no ayuda a los que no ponen de su parte lo que pueden, a los que son vagos y comodones. Dios quiere, exige, que se pongan ante todo los medios humanos posibles y los casi imposibles para poder superar las dificultades que se presenten. Después, o al mismo tiempo, a rezar. Entonces el poder de Dios se hace sentir avasallador. No habrá quien se nos resista, no habrá obstáculo que no podamos superar, ni pena que no podamos olvidar. Dios no pierde nunca batallas, Dios es irresistible. Por eso la vida que es una milicia, una lucha, una guerra, para el que tiene fe es, además de santa, una guerra ganada.
2.- ORAR SIEMPRE SIN DESANIMARSE.- Hay verdades tan claras que no necesitan, para comprenderlas, otra cosa que la exposición de las mismas. Así, por ejemplo, la de que es necesario orar siempre, sin desanimarse nunca. Para quienes se ven de continuo necesitados, ha de ser evidente que han de recurrir a quien les pueda cubrir sus necesidades. Podríamos decir que lo mismo que un niño llora cuando tiene hambre, hasta que le dan de comer, así el que se ve necesitado clamará a Dios, que todo lo puede, para que le ayude y le saque del apuro.
Sin embargo, muchas veces no es así. Nos falta la fe suficiente y la confianza necesaria para recurrir a nuestro Padre Dios, para pedirle humildemente nuestro pan de cada día. O nos creemos que no necesitamos nada; somos inconscientes de las necesidades que padecemos. Reducimos nuestra vida al estrecho marco de nosotros mismos y limitamos nuestras necesidades a tener el estómago lleno. Sin darnos cuenta de cuantos sufren, cerca o lejos de nosotros; sin comprender que no sólo de pan vive el hombre, y que por encima de los valores de la carne están los del espíritu.
Así, pues, aunque resulta evidente que quien necesita ser ayudado ha de pedir ayuda, el Señor trata de convencernos de que hay que orar siempre sin desanimarse. Para eso nos propone una parábola, la del juez inicuo que desprecia a la pobre viuda, y no acaba de hacer justicia con ella. Esa mujer acude una y otra vez a ese magistrado del que depende su bienestar, para rogarle que la escuche. Por fin el juez se siente aburrido con tanta súplica y asedio continuo. El Señor concluye diciendo que si un hombre malvado, como era el juez, actuó de aquella forma, qué no hará Dios con quienes son sus elegidos y le gritan de día y de noche. Os aseguro, dice Jesús, que les hará justicia sin tardar.
De nuevo tenemos la impresión de que Dios está más dispuesto a dar que el hombre a pedir. En el fondo, repito, lo que ocurre es que nos falta fe. Por eso, a continuación de esta parábola, el Señor se pregunta en tono de queja si cuando vuelva el Hijo del hombre encontrará fe en el mundo. Da la impresión de que la contestación es negativa. Sin embargo, Jesús no contesta a esa pregunta, a pesar de que él sabe cuál es la respuesta exacta. Sea lo que fuere, hemos de poner cuanto esté de nuestra parte para no cansarnos de acudir a Dios, una y otra vez, todas las que sean precisas, para pedirle que no nos abandone, que tenga compasión de nuestra inconstancia en la oración, que tenga en cuenta nuestras limitaciones y nuestra malicia connatural.
Hay que rezar siempre sin desanimarse. Hemos de recitar cada día, con los labios y con el corazón, esas oraciones que aprendimos quizá de pequeños. Muchas veces oraremos sin ruido de palabras, en el silencio de nuestro interior, teniendo puesta nuestra mente en el Señor. Cada vez que contemplamos una desgracia, o nos llega una mala noticia, hemos de elevar nuestro corazón a Dios -eso es orar- y suplicarle que acuda en nuestro auxilio, que se dé prisa en socorrernos.










2.- COMPROMISO CON LA JUSTICIA
Por José María Martín OSA
1.- Perseverancia y apoyo en la oración. Para los pueblos antiguos la guerra era un acontecimiento religioso. Los objetos sagrados y las figuras de los dioses iban como estandartes al frente de la batalla. Israel no es una excepción. La Biblia recoge relatos de guerras que el pueblo de Israel emprende para librarse de sus enemigos. Piensan que Dios les bendice y les protege. Hoy consideramos una blasfemia utilizar el nombre de Dios para justificar cualquier guerra. Amalec era un pueblo del desierto, enemigo tradicional de Israel. Con sus robos y ataques por sorpresa hacía muy difícil la vida a Israel en su travesía por la península del Sinaí. Será Josué, joven general, quien dirija la batalla, mientras Moisés observa la lucha desde lo alto de la montaña. El éxito de la empresa depende en realidad de Moisés, que tiene los brazos alzados en actitud de súplica. Hay quien ve en la actitud de ambos la necesidad de compaginar oración y acción. Se resalta en el texto del Éxodo la necesidad de perseverar en la oración y la conveniencia de ser sostenidos por los demás en nuestra oración: la oración compartida nos ayuda, nos anima y nos mantiene en pie.
2.- Anuncio en todo tiempo de la Palabra de Dios. El Salmo proclama que el creyente es peregrino y Dios le protege y le auxilia cuando pone su confianza en El. También Pablo en su Carta a Timoteo insiste en la importancia de la perseverancia en lo que ha aprendido. Le anima a meditar la Escritura inspirada por Dios. La Palabra de Dios hay que anunciarla y hacerla vida: debe proclamarla a tiempo y a destiempo, le dice Pablo a Timoteo. La oración y la meditación de la Palabra " puede dar la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación”. Timoteo debe utilizar la Escritura en todo momento "para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud”. El cristiano debe apoyarse siempre en la Palabra de Dios, para desde ella y con ella instaurar el Reino de Dios. En definitiva, como dice el proverbio: "A Dios rogando y con el mazo dando".
3.- Compromiso del seguidor de Jesús a favor de la justicia. La oración del cristiano es, sobre todo, confesión de fe cierta y expresión de nuestro firme deseo de que se implante la justicia de Dios en este mundo. Es aceptación libre y agradecida de la vida y el amor del Padre. Jesús propuso la parábola de la viuda y el juez para invitar a sus discípulos a no desanimarse en el intento de implantar el reinado de Dios en el mundo. Para ello deben ser constantes en la oración como la viuda lo fue en pedir justicia hasta ser oída. La insistencia de la viuda venció la resistencia del juez injusto, que por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”. No basta con pedirle a Dios que reine sobre esta tierra: debemos comprometernos en que ese proyecto se realice. La oración debe apoyarse en el compromiso. La viuda es figura de los más desamparados, que exigen justicia a los dirigentes del pueblo, a pesar de que éstos, representados por el juez injusto, se la hayan negado sistemáticamente. La insistencia vence la resistencia del juez injusto. Jesús se sirve de esta analogía para invitar a los discípulos a afrontar la situación presente. Si la oración insistente de la viuda ha acorralado al juez y lo ha obligado a dictar una sentencia justa, con cuanta más razón Dios “¿no hará justicia a sus elegidos si ellos le gritan día y noche?”. “Los elegidos” son el pueblo de Israel; hoy día, la comunidad cristiana. La oración hace tomar conciencia de las propias posibilidades y de la acción liberadora de Dios en la historia. Si bien las circunstancias históricas han cambiado, la injusticia sigue estando presente en nuestra sociedad.
4.- El cambio social es posible..., siempre que contemos con la ayuda de Dios. Jesús duda de que los suyos sientan este deseo de justicia. La “llegada del Hijo del hombre” constituía para Jesús el momento de la reivindicación, la destrucción de Jerusalén. Sin renunciar a la utopía final, Jesús puso freno a todas las especulaciones sobre el fin del mundo. En lugar de éstas, Jesús insistió en tomar más en serio el mundo que tenemos, haciendo que en él sea realidad el reinado de Dios. Lucas es especialmente sensible a este planteamiento. Es un camino arriesgado y lleno de peligros. De ahí que surjan unas condiciones imperiosas para poder seguir este camino. El texto de hoy sale al paso de una de ellas: la necesidad de justicia. El discípulo se siente a veces perplejo y hundido, y se pregunta si no serán los demás quienes tengan razón. Necesita, pues, saber quién tiene razón, si los demás o él. Este es el concepto de justicia que el texto maneja. Quien tiene que resolver la cuestión es Dios. La historia del juez y la viuda quiere ser una ejemplificación de lo que puede conseguir una petición insistente. Jesús insta sus seguidores a que hagan este tipo de petición, ofreciéndoles la seguridad de que Dios les va a escuchar y sabrán quién tiene razón. ¿Hemos hecho nosotros la opción por seguir el camino de la justicia?














3.- LA ORACIÓN ES DIÁLOGO
Por Pedro Juan Díaz
1.- Hay muchas maneras de rezar. La mayoría de nosotros hemos aprendido a rezar repitiendo oraciones de otros, de santos y santas, de grandes místicos y personas espirituales que nos han dejado en esas oraciones su experiencia de Dios. Ya sabéis que Jesús sólo nos enseño una oración, el Padre Nuestro. Esa oración resume todo aquello que necesitamos pedir para ser felices y es la oración por antonomasia, porque viene del mismo Jesús. Pero las demás, las que repetimos nosotros, no dejan de ser “oraciones de otros”. Y no pasa nada porque las recemos, pero ¿es que nosotros no tenemos nuestra propia experiencia de Dios? No se trata ahora de ponernos a componer oraciones, sino de caer en la cuenta de que rezar es algo más que repetir oraciones. Rezar es hablar con Dios, como hablo con un amigo. Y con un amigo no uso “fórmulas” o “frases hechas”, sino que le hablo desde mi corazón y le cuento lo que llevo en él. Rezar es contarle a Dios lo que llevo en el corazón, lo que me pasa, mi día a día.
2.- En segundo lugar, la oración no es un monólogo, sino un diálogo. No se trata de que hablemos nosotros solos, sino que también hay que escuchar. Y, por lo tanto, Dios también nos escucha, aunque esto a veces no lo tenemos del todo claro. En la primera lectura vemos como el pueblo de Israel sigue teniendo dificultades para confiar en que Dios sigue acompañando su camino y escuchando sus oraciones, a pesar de que Dios sigue dando pruebas evidentes de ello: “mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec”. Estas dificultades también son las nuestras, cuando pensamos que Dios no nos da lo que le pedimos, que no nos escucha, que no se acuerda de nosotros, que nos ha abandonado...
3.- Podríamos preguntarnos ¿qué es lo que pedimos cuando rezamos? ¿Pedimos sólo para nosotros, para nuestro interés y beneficio? ¿Tenemos en cuenta las necesidades de nuestro alrededor y a los necesitados? El Evangelio nos presenta a una pobre viuda, muy vulnerable socialmente por no tener el amparo de un hombre en una sociedad marcadamente patriarcal, pero que no deja de pedir una y otra vez. Pero, ¿qué pide la viuda? Pide JUSTICIA. Y Dios siempre está dispuesto a hacer justicia, sobre todo a los más necesitados, a los que son precisamente las víctimas de la injusticia.
4.- Hoy podemos preguntarnos si lo que pedimos en nuestra oración es JUSTO para todas las personas, o sólo nos beneficia a nosotros. Dios nos escucha a todos y sabe lo que necesitamos cada uno. ¿Confiamos en Él? Al rezar el Padre Nuestro pedimos aquello que Dios sabe que necesitamos para ser felices: que su nombre sea santificado, que su Reino se haga cada vez más presente entre nosotros (un reino de justicia, paz, amor, solidaridad, etc.), que nos dé el pan que necesitamos cada día, que nos enseñe a perdonar y a reconocer su perdón sobre nosotros y que nos libre de caer en cualquier tentación que nos aparte de Él. ¡Qué importante es saber lo que rezamos y pedirlo conscientemente y con todas nuestras fuerzas!
5.- Hoy el Evangelio nos enseña que orar es pedir justicia y también comprometerse para que esa justicia se aplique en las situaciones de injusticia. La Eucaristía también es una gran oración en la que damos gracias a Dios por Jesucristo que ha entregado su vida para hacer justicia a favor de los más necesitados de nuestro mundo, y también por todos y cada uno de nosotros. Por eso “es justo y necesario” darle gracias, es “nuestro deber y salvación”.
Demos gracias a Dios que escucha nuestras oraciones y está atento a nuestras necesidades, y ahora proclamemos juntos nuestra fe en Él…
























4.- Homilia Domingo XXIX T. O. Ciclo C.

Jesús propuso esta parábola para invitar a sus discípulos a no desanimarse en su intento de implantar el reinado de Dios en el mundo. Para ello deberían ser constantes en la oración, como la viuda lo fue en pedir justicia hasta ser oída por aquél juez que hacía oídos sordos a su súplica. Su constancia, rayana en la pesadez, llevó al juez a hacer justicia a la viuda, liberándose de este modo de ser importunado por ella.
No andamos dejados de la mano de Dios. Por la oración sabemos que Dios está con nosotros. Y esto nos debe bastar para seguir insistiendo sin desfallecer. Lo importante es la constancia, la tenacidad y sobre todo lo que mueve todo, fe sincera.
Tal y como lo describe la primera Lectura, Moisés tuvo esa experiencia. Mientras oraba, con las manos elevadas en lo alto del monte, Josué ganaba en la batalla; cuando las bajaba, esto es, cuando dejaba de orar, los amalecitas, sus adversarios, vencían. Los compañeros de Moisés, conscientes de la eficacia de la oración, le ayudaron a no desfallecer, sosteniéndole los brazos para que no dejase de orar. Y así estuvo –con los brazos alzados, esto es, orando insistentemente-, hasta que Josué venció a los amalecitas. De modo ingenuo se resalta en este texto la importancia de permanecer en oración, de insistir ante Dios.
En la segunda lectura Pablo también recomienda a Timoteo ser constante, permaneciendo en lo aprendido en las Sagradas Escrituras, de donde se obtiene la verdadera sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. El encuentro del cristiano con Dios debe realizarse a través de la Escritura, útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud. De este modo estaremos equipados para realizar toda obra buena. El cristiano debe proclamar esta palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo, reprendiendo y reprochando a quien no la tenga en cuenta, exhortando a todos, con paciencia y con la finalidad de instruir en el verdadero camino que se nos muestra en ella.
Orar siempre y sin desfallecer. Y esto porque la oración en el hombre de fe equivale a la respiración que nos conserva vivos. Sin la oración el hombre fácilmente es presa del pecado y muere para Dios. Por eso incluso nuestra vida ordinaria debe convertirse en una continua alabanza del Nombre de Dios. Y hemos de ser constantes en la oración, a pesar de que sabemos que Dios sabe lo que necesitamos aún antes de que se lo pidamos. Pidámosle su Espíritu Santo; roguémosle que nos perdone y nos justifique para que seamos dignos hijos suyos. Ojalá y nos mantengamos firmes en la fe para que podamos permanecer de pie cuando venga el Hijo del hombre, encontrándonos en vela y oración trabajando por su Reino.

El Señor nos convoca y nosotros hacemos caso a su llamado reuniéndonos en la Acción Litúrgica para celebrar la Eucaristía, Memorial de su Pascua. ¿En verdad venimos con fe? Este momento es el momento culminante de la oración del cristiano. Hasta aquí nos han traído nuestras esperanzas e ilusiones; y desde aquí ha de partir nuestro trabajo para lograr un mundo renovado en Cristo, en su amor, en su paz. Ojalá y no vengamos sólo para pedirle que llene nuestras manos de bienes materiales, o de poder terreno; sino para pedirle que nos conceda la Sabiduría necesaria para utilizar los bienes temporales sin olvidar los del cielo. Roguémosle especialmente que nos haga justos, para que libres de nuestros pecados podamos manifestarnos, con toda claridad, como hijos de Dios.

Igual que todas las personas, los cristianos seguimos insertos en el mundo cumpliendo con nuestros deberes diarios, poniendo el mejor de nuestros esfuerzos para darle su verdadera dimensión a la vida terrena. Sin embargo, sabiendo que pisamos la tierra y que trabajamos responsablemente en ella, no nos olvidemos de tener la mirada puesta en el Cielo. Así, no sólo nos preocuparemos por llevar a nuestro mundo a su plena realización, sino que, guiados por nuestra fe en Cristo e impulsados por la presencia de su Espíritu Santo en nosotros, nos esforzaremos decididamente por hacer realidad entre nosotros, ya desde esta vida, el Reino de Dios para que llegue a nosotros con toda su fuerza. Esto requiere de nosotros una continua conversión para caminar, no conforme a los criterios mundanos, sino conforme a los criterios de Dios. Aunado a la conversión debe estar en nosotros el espíritu de comunión , que nos ayude a permanecer firmemente anclados en el amor a Cristo y en el amor fraterno, aceptando libre, pero responsablemente, todas sus consecuencias. Y, finalmente, hemos de vivir la solidaridad con nuestro prójimo, tanto haciendo nuestros sus dolores, esperanzas y sufrimientos para remediarlos, como convirtiéndonos en colaboradores, junto con todos los hombres de buena voluntad, en la construcción de un mundo más fraterno, más maduro en la paz y más solidario en la justicia social.

Roguémosle a nuestro Dios y Padre, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de esperar la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo, trabajando a favor de su Evangelio para que su Reino esté en nosotros, y se manifieste desde nosotros con signos de justicia, de amor y de paz.
Para la revisión de vida
Como la viuda del evangelio, ¿soy una persona perseverante, convencida, que sabe lo que quiere y no vacila, que quiere lo que debe querer y en ello se realiza?
¿Sería yo capaz de pasar una situación difícil... sin pedirle a Dios que intervenga, aceptando lo que sé de que Dios no es un tapa-agujeros para mis debilidades o de las dificultades que se me presentan en la vida?
“A Dios rogando y con el mazo dando”: ¿es lo que hago yo?

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