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sábado, 11 de diciembre de 2010

Homilías Domingo III Semana de Adviento. Ciclo A. 12 de diciembre 2010

1.- TIEMPO DE ALEGRIA: YA LLEGA…
Por José María Martín OSA
1.- Motivos para la alegría. Estamos en el Tercer Domingo de Adviento, llamado así por la primera palabra del Introito de la Misa (Gaudete, es decir, Regocijaos). El Domingo de Gaudete hace un alto en el camino del Adviento: el Señor está ahora aquí y al alcance de la mano. Isaías anuncia el gozo de la liberación a los desterrados que el Señor trae. Sus signos coinciden con los del Evangelio. Los discípulos de Juan descubrieron a Jesús por sus obras: "los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio". San Agustín comenta que es como si Jesús dijese "Ya me veis, reconocedme. Ved los hechos, reconoced al hacedor". Cuando nos acercamos a la celebración del Nacimiento de Jesús, la palabra de Dios nos está recordando cómo las profecías han sido ya cumplidas, que estamos en lo que los teólogos llaman el "ya, pero todavía no". Con el domingo del "Gaudete" recordamos que la vida del Reino, es ya una realidad, a pesar de que ésta no se puede vivir aun en plenitud. Nuestro compromiso en esta Navidad es que cada día sea más un "ya", y menos un "todavía no".
2.- Adviento, un tiempo privilegiado para la paciencia. La paciencia es fruto del amor. Sin embargo, el hombre es con mucha frecuencia impaciente, ya que inconscientemente busca la eficacia, desea palpar resultados tangibles. "La venida del Señor esta cerca. Tened paciencia, hermanos", nos dice Santiago en su carta. Creemos que Jesús, el que vino, es también el Señor que ha de venir. Entre una y otra venida se abre un espacio para la fe y para las obras, para escuchar y practicar la palabra de Dios, para volvernos los unos a los otros y cumplir el mandamiento del amor. La venida del Señor no está en nuestras manos y no podemos precipitarla con un golpe de fuerza. Pero sabemos que vendrá. Esta confesión resonaba entre los primeros cristianos como una liberación inminente, que se iba a producir de un día para otro. El tiempo fue corrigiendo el error de la comunidad apostólica. La misma confesión ha adquirido así nuevas resonancias. El Señor está cerca, pero lo que de El nos separa no es la distancia del tiempo, ni la magnitud de su grandeza, sino la pobreza de nuestra fe, los afanes del mundo y de la riqueza, junto con la inconsciencia. Estos obstáculos nos alejan de El, encerrándonos en el egoísmo, la mentira, la insolidaridad o la desesperación. Está cerca en el pobre y en el que sufre. Está cerca en la naturaleza, huella y obra del Creador y está, sobre todo, en nuestro interior profundo.
3.- "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?". El hombre necesita salir de sus angustias, superar sus preocupaciones; y cuando no puede hacer esto por sí mismo busca a alguien que le libere de sus problemas. En esta situación de impotencia el hombre busca "salvadores", y en ellos pone sus esperanzas, sus ilusiones. Pero todos estos "salvadores" ¿son el verdadero salvador que necesitamos? El evangelio de hoy nos da la clave para saber si estos salvadores son el verdadero salvador. ¿Qué respuesta pueden dar los abundantes salvadores de nuestro tiempo a esta pregunta? Nuestros pequeños salvadores de hoy son capaces de resolver problemas, pero son incapaces de salvar al hombre en su totalidad. ¿Son éstos los que tenían que venir? ¿O tenemos que esperar a otro? Juan estaba en la cárcel. El hombre hoy se encuentra cautivo de muchas cosas. Juan espera el Reino de Dios y se preguntaba por el Mesías. El hombre hoy espera el cambio y se pregunta por las personas, movimientos o iglesias que lo hagan posible. Jesús lo hace realidad con sus obras. Traducido a nuestro tiempo, el Reino de Dios estará con nosotros cuando:
-Se valore a la persona por encima de las
cosas;
-Se acabe la injusticia, el paro y el hambre

-La persona no sea explotada o marginada;
-No se viva bajo el signo de la tristeza o el
miedo;
-La amistad y la solidaridad sean algo más que
palabras;
-La naturaleza no sea violada ni
destruida;
-La palabra prevalezca sobre las armas,
-Se ofrezcan razones válidas para vivir y
morir;
-El ser y el sentir, la verdad y el amor sean los
valores primeros.

2.- DOMINGO “GAUDETE”, DOMINGO DE LA ALEGRÍA
Por Gabriel González del Estal
1.- Así llamábamos a este domingo de Adviento cuando decíamos las misas en latín. La antífona de entrada de la Eucaristía de la misa de este domingo recoge estas palabras de la carta de San Pablo a los filipenses: “Alegraos (gaudete) siempre en el Señor. Os lo repito: alegraos. El Señor está cerca”. Es, pues, el domingo de la alegría con la que debemos los cristianos esperar la venida del Señor, que ya está cerca. La esperanza cristiana debe ser siempre una esperanza alegre, porque esperamos a Alguien que sabemos que viene a salvarnos y porque estamos seguros que esta esperanza se cumplirá. Muchas veces los cristianos no vivimos como personas alegres; actuamos como personas tristonas, miedosas, pesimistas. Tenemos demasiado miedo a la enfermedad, a la crisis económica, al fracaso social, a las dificultades propias del momento. No se nos ve la alegría cristiana por ningún lado, no damos testimonio de alegría cristiana porque nos falta la esperanza cristiana. Muchas veces nuestra esperanza cristiana en el Dios que nos salva es sólo un barniz litúrgico y ritual, con el que envolvemos nuestras reales y corrosivas desesperanzas. Decimos, de palabra, que esperamos en Dios, que confiamos en él, pero ante una dificultad un poco seria nos asustamos y actuamos como personas sin esperanza, y, consecuentemente, sin alegría. Es evidente que nuestra esperanza cristiana no nos dispensa de la precaución y de la lucha contra las dificultades, más bien nuestra esperanza cristiana debe darnos fuerzas para luchar y trabajar con más seguridad y con alegría. No se trata de una alegría bulliciosa y exterior, sino de una alegría interior y espiritual, una alegría que nos hace más fuertes, más equilibrados, menos insensatos y miedosos. A vivir el Adviento con esta alegría cristiana es a lo que nos invitan las lecturas de este domingo.
2.- Se alegrará con gozo y alegría. El profeta Isaías exhorta al pueblo a mantener firme la esperanza en Dios, que vendrá a salvarles: “mirad a vuestro Dios que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará”. Esta esperanza debe traducirse en gozo y alegría, porque el final “verán la gloria del Señor, los ciegos verán, saltarán los cojos y se abrirán los oídos del sordo”. Pero esta esperanza debe ser una esperanza activa, comprometida: “los cobardes de corazón deben hacerse fuertes, fortalecer las manos débiles, robustecer las rodillas vacilantes”. Este es el mensaje para nosotros en este tiempo de Adviento: animados por la esperanza en el Dios que viene a salvarnos, continuemos con fuerza interior y con alegría espiritual nuestro camino de preparación para la Navidad.
3.- Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo. A la pregunta de los discípulos de Juan sobre si Jesús es o no el Mesías que tenía que venir, el mismo Jesús les responde diciéndoles que miren lo que están viendo y oyendo. Si él está haciendo lo que el profeta Isaías dijo que haría el Mesías, es que él es en realidad el Mesías. Las palabras pueden ser verdaderas o falsas, pero los hechos son siempre lo que son. También a nosotros, a los cristianos de este siglo XXI, la gente no nos va creer por lo que digamos, sino por lo que hagamos. Si nuestra generosidad cura la ceguera de los ciegos, la cojera de los cojos y la sordera de los sordos, seguro que la sociedad creerá en nosotros. Nuestra sociedad necesita más el ejemplo de la generosidad y caridad de la Iglesia, que la defensa teórica de sus dogmas y ritos. En estos tiempos de crisis económica y de valores los cristianos debemos comportarnos de tal manera que la gente vea y oiga que lo que estamos haciendo es atender a los más pobres, ayudar a los más necesitados, defender a los últimos y humillados, predicar la justicia evangélica y amar incondicionalmente a todas las personas. Y que, además, lo estamos haciendo con alegría cristiana. Los que vean esto en nosotros, seguro que empezarán a creer en nosotros.


3.- JUAN FUE UN TESTIGO FIEL
Por Antonio García-Moreno
1.- NUESTRA TIERRA SE ALEGRARÁ.- Canta el profeta Isaías las grandezas de los tiempos mesiánicos. En medio de las dificultades, en medio de las tinieblas que envuelven su época, brota su palabra luminosa, llenando los corazones de alegría, disipando miedos y colmando el alma de paz.
Aquellos campos áridos, aquellos paisajes desnudos, aquella tierra seca, tierra mostrenca, estéril como la arena. Un día se obrará el prodigio. Florecerá, reverdecerá, dará copiosos frutos, ubérrimos frutos. Será un bosque de cedros altos como los del Líbano, brotarán flores, como en el valle del Sarón, como en el monte Carmelo.
Tierra nuestra, vida nuestra, tan seca a veces, tan estéril, tan árida. Esta sensación de inutilidad, esta impresión de estar sin nada que presentar ante Dios y ante los hombres, este miedo a no haber hecho nada por Él, nada que tenga realmente valor a la hora de la verdad. Tierra nuestra, seca y pobre, un día Dios realizará, también contigo y conmigo, el prodigio de una maravillosa primavera, un florecer prometedor de ricos frutos. Y ya no quedarás baldío, y no sentirás el temor de pasar toda la vida sin pena ni gloria.
Manos desfallecidas, rodillas vacilantes, corazón apocado. Miedo y timidez, aprietos del alma, angustia del corazón. Sentimientos indefinidos que a veces atenazan el espíritu, que ahogan hasta robar la tranquilidad. Siempre el hombre ha vivido entre peligros y apuros, entre riesgos y pesares, entre prisas e incertidumbres. Sin embargo, es un hecho irrefutable que el ritmo de la vida ha crecido notoriamente, es indudable que el bullicio del vivir, la vorágine de la existencia humana ha aumentando.
Y paralelamente aumentan las neurosis, los infartos de miocárdico, los complejos, los miedos, las dudas, esa angustia vital que arrastra mecánicamente a los hombres, siempre con prisas... ¡Valor! No temáis, he ahí a nuestro Dios. Viene la venganza, viene la retribución, viene Dios mismo y nos salvará. No te intranquilices, no te apures, no te angusties. Ten confianza en el amor y en el poder de Dios. Que son tan grandes, tan grandes que se alargan hasta el infinito. Y siempre puedes estar seguro del Señor, sin que nada rompa el equilibrio de tu vida, sin que nada te preocupe seriamente, sin que nada te robe el sueño.
2.- LA VIOLENCIA DE LOS SIGNOS.- Siempre ha sido arriesgado decir la verdad. Por esta razón los profetas solían ser perseguidos y encarcelados, incomprendidos y objeto de burla... La liturgia de Adviento nos vuelve a presentar la figura del Bautista. Hoy lo vemos metido en prisión por mandato del rey Herodes. Su vida disoluta y, sobre todo, sus amoríos con la mujer de su hermano habían provocado la denuncia abierta del Precursor. El rey al parecer le tenía cierto respeto, le escuchaba aunque luego no le hiciera caso alguno. Pero Herodes no podía soportar que aquel hombre, surgido del pueblo, la insultara impunemente. Día llegará en que pueda vengarse y eliminarlo de una vez... Sólo la muerte pudo apagar la voz de Juan que decía la verdad.
Hoy también hay hombres y mujeres que son perseguidos y encarcelados por defender y pregonar la verdad. Hoy también hay sonrisas y palabras de burla ante los voceros de Dios, insultos descarados o encubiertos al paso de un sacerdote, que no tiene reparo en aparecer como lo que es, un signo ostensible, incluso llamativo, que proclama con sólo su presencia un mensaje divino de perdón y de misericordia, que ofrece abiertamente el camino de la salvación eterna. En un mundo paganizado y desacralizado, viene a decir el Papa, es preciso dar relieve a cuanto significa un vestigio de lo sobrenatural.
No podemos avergonzarnos de ser cristianos, no podemos camuflar nuestras ideas, no podemos traicionar nuestra fe, ni nuestra esperanza, ni nuestra caridad. El Evangelio es un mensaje que exige ser proclamado, que no es compatible con el silencio o con una anuencia conformista. Es cierto que no hay que provocar situaciones límites de tensiones inútiles, es verdad que nunca podemos ser cerriles ni fanáticos, pero también lo es que no podemos conformarnos con lo que contradice a nuestro Credo, ni aceptar como bueno o como indiferente lo que desdice de la Ley de Dios. Y hay que obrar así aunque se nos señale con el dedo, aunque vengamos a ser un signo molesto o incluso chirriante que crispa a quienes opinan lo contrario.
Juan fue un testigo fiel, un signo claro de la verdad que proclamaba. Por eso Jesús elogia su fortaleza en el cumplimiento de su misión. Nada pudo doblegarlo, ante nadie se inclinó. Fue recto y consecuente, prefirió la persecución, la cárcel y la muerte, antes de claudicar. El Reino de los cielos, nos dice, sufre violencia y sólo los violentos podrán conseguirlo. A primera vista podría parecer que el Señor justifica y aconseja la violencia como tal. Pero no es ese el sentido de sus palabras. Por el contexto podemos decir que Juan es un ejemplo claro de lo que significan las palabras del Señor. La violencia del Precursor fue la de sus palabras, la que ejerció contra sí con una vida penitente y austera, la violencia de la persuasión y de la inmolación del propio egoísmo, la violencia de los signos que él no ocultaba.

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