TIEMPO DE ADVIENTO - OFICIO DE LECTURA
DOMINGO DE LA SEMANA III
Del Propio del Tiempo. Salterio III
12 de diciembre
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
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Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
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Himno: VERBO QUE DEL CIELO BAJAS
Verbo que del cielo bajas,
Luz del Padre que, naciendo,
socorres al mundo mísero
con el correr de los tiempos:
Ilumina el corazón,
quema de amor nuestro pecho,
y borren tus enseñanzas
tantos deslices y yerros,
para que, cuando regreses
como juez de nuestros hechos,
castigues el mal oculto
y corones a los buenos.
Que la maldad no nos lance
por nuestras culpas al fuego,
mas felices moradores
nos veamos en tu reino.
A Dios Padre y a su Hijo
gloria y honor tributemos,
y al Espíritu Paráclito,
por los siglos sempiternos. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Mirad, viene ya el rey excelso, con gran poder, para salvar a todos los pueblos. Aleluya.
Salmo 144 I - HIMNO A LA GRANDEZA DE DIOS
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus creaturas.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Mirad, viene ya el rey excelso, con gran poder, para salvar a todos los pueblos. Aleluya.
Ant. 2. Alégrate y goza, hija de Jerusalén: mira a tu Rey que viene. No temas, Sión, tu salvación está cerca.
Salmo 144 II
Que todas tus creaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;
explicando tus proezas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Alégrate y goza, hija de Jerusalén: mira a tu Rey que viene. No temas, Sión, tu salvación está cerca.
Ant. 3. Salgamos con corazón limpio a recibir al rey supremo, porque está para venir y no tardará.
Salmo 144 III
El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.
Satisface los deseos de sus fieles,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Salgamos con corazón limpio a recibir al rey supremo, porque está para venir y no tardará.
V. Levantaos, alzad la cabeza.
R. Se acerca vuestra liberación.
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PRIMERA LECTURA
Del libro de Rut 4, 1-22
BOAZ SE CASA CON RUT
Boaz fue a la plaza del pueblo y se sentó allí. En aquel momento, pasaba por allí el pariente del que había hablado Boaz. Lo llamó:
«Oye, ven y siéntate aquí.»
El otro llegó y se sentó. Boaz reunió a diez de los ancianos de la ciudad y les dijo:
«Sentaos aquí.»
Y se sentaron. Entonces Boaz dijo al otro:
«Mira, la tierra que era de nuestro pariente Elimelec la pone en venta Noemí, la que volvió de la campiña de Moab. He querido ponerte al tanto y decirte: "Cómprala ante los aquí presentes, los ancianos de la ciudad, si es que quieres rescatarla; y si no, házmelo saber; porque tú eres el primero con derecho a rescatarla, y yo vengo después de ti."»
El otro dijo:
«La compro.»
Boaz prosiguió:
«Al comprarle esta tierra a Noemí adquieres también a Rut, la moabita, esposa del difunto, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad.»
Entonces el otro dijo:
«No puedo hacerlo, porque perjudicaría a mis herederos. Te cedo mi derecho; a mí no me es posible.»
Antiguamente había esta costumbre en Israel, cuando se trataba de rescate o de permuta: para cerrar el trato se quitaba uno la sandalia y se la daba al otro. Así se hacían los tratos en Israel. Así que el otro dijo a Boaz:
«Cómpralo tú.»
Se quitó la sandalia y se la dio. Y entonces Boaz dijo a los ancianos y a la gente:
«Os tomo hoy por testigos de que adquiero todas las posesiones de Elimelec, Kilión y Majlón, de manos de Noemí; y de que adquiero como esposa a Rut, la moabita, mujer de Majlón, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad, para que no desaparezca el apellido del difunto entre sus parientes y paisanos. ¿Sois testigos?»
Todos los allí presentes respondieron:
«Somos testigos.»
Y los ancianos añadieron:
«¡Que a la mujer que va a entrar en tu casa la haga el Señor como Raquel y Lía, las dos construyeron la casa de Israel! ¡Que tengas riqueza en Efrata y renombre en Belén! ¡Que, por los hijos que el Señor te dé de esta joven, tu casa sea como la de Fares, el hijo que Tamar dio a Judá!»
Así fue como Boaz se casó con Rut. Se unió a ella; el Señor hizo que Rut concibiera y diese a luz un hijo. Las mujeres dijeron a Noemí:
«Bendito sea Dios, que te ha dado hoy quien responda por ti. El nombre del difunto se pronunciará en Israel. Y el niño te será un descanso y una ayuda en tu vejez; pues te lo ha dado a luz tu nuera, la que tanto te quiere, que te vale más que siete hijos.»
Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas le buscaban un nombre, diciendo:
«¡Noemí ha tenido un niño!»
Y le pusieron por nombre Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David.
Ésta es la lista de los descendientes de Fares: Fares engendró a Jesrón, Jesrón engendró a Ram, Ram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Najsón, Najsón engendró a Salmá, Salmá engendró a Boaz, Boaz engendró a Obed, Obed engendró a Jesé y Jesé engendró a David.
RESPONSORIO Is 55, 3; Sal 88, 30
R. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. * Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.
V. Le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo.
R. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.
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SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo.
(Sermón 293, 3: PL 38, 1328-1329)
JUAN ERA LA VOZ, CRISTO LA PALABRA
Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que existía ya al comienzo de las cosas. Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra eterna desde el principio.
Suprime la palabra, y ¿qué es la voz? Donde falta la idea no hay más que un sonido. La voz sin la palabra entra en el oído, pero no llega al corazón.
Observemos el desarrollo interior de nuestras ideas. Mientras reflexiono sobre lo que voy a decir, la palabra está dentro de mí; pero, si quiero hablar contigo, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que ya está en el mío.
Al buscar cómo hacerla llegar a ti, cómo introducir en tu corazón esta palabra interior mía, recurro a la voz y con su ayuda te hablo. El sonido de la voz conduce a tu espíritu la inteligencia de una idea mía, y cuando el sonido vocal te ha llevado a la comprensión de la idea, se desvanece y pasa, pero la idea que te trasmitió permanece en ti sin haber dejado de estar en mí.
Y una vez que el sonido ha servido como puente a la palabra desde mi espíritu al tuyo ¿no parece decirte: Es preciso que él crezca y que yo disminuya? Y una vez que ha cumplido su oficio y desaparece ¿no es como si te dijera: Mi alegría ahora rebasa todo límite? Apoderémonos de la palabra, hagámosla entrar en lo más íntimo de nuestro corazón, no dejemos que se esfume.
¿Quieres ver cómo la voz pasa y la divinidad de la Palabra permanece? ¿Dónde está ahora el bautismo de Juan? Él cumplió su oficio y desapareció. Pero el bautismo de Cristo permanece. Todos creemos en Cristo y esperamos de él la salvación; esto es lo que dijo la voz.
Y como es difícil discernir entre la Palabra y la voz, los hombres creyeron que Juan era Cristo. Tomaron a la voz por la Palabra. Pero Juan se reconoció como la voz para no usurparle los derechos a la Palabra. Dijo: Nos soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Le preguntaron: ¿Qué dices de tu persona? Y el respondió: Yo soy la voz del que clama en el desierto: «Preparad el camino del Señor.» La voz del que clama en el desierto, la voz del que rompe el silencio. Preparad el camino del Señor, como si dijera: «Soy la voz cuyo sonido no hace sino introducir la Palabra en el corazón; pero, si no le preparáis el camino, la Palabra no vendrá adonde yo quiero que ella entre.»
¿Qué significa: Preparad el camino, sino: «Rogad insistentemente»? ¿Qué significa: Preparad el camino, sino: «Sed humildes en vuestros pensamientos»? Imitad el ejemplo de humildad del Bautista. Lo toman por Cristo, pero él dice que no es lo que ellos piensan ni se adjudica el honor que erróneamente le atribuyen.
Si hubiera dicho: «Soy Cristo», con cuánta facilidad lo hubieran creído, ya que lo pensaban de él sin haberlo dicho. No lo dijo: reconoció lo que era, hizo ver la diferencia entre Cristo y él, y se humilló.
Vio dónde estaba la salvación, comprendió que él era sólo una antorcha y temió ser apagado por el viento de la soberbia.
RESPONSORIO Jn 3, 30; 1, 27. 30; Mc 1, 8
R. Es preciso que él crezca y que yo disminuya; el que viene después de mí ya existía antes que yo, * y yo no soy digno ni de desatar la correa de sus sandalias.
V. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo.
R. Y yo no soy digno ni de desatar la correa de sus sandalias.
Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.
La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, que ves a tu pueblo esperando con gran fe la solemnidad del nacimiento de tu Hijo, concédenos celebrar la obra tan grande de nuestra salvación con cánticos jubilosos de alabanza y con una inmensa alegría. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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