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lunes, 10 de enero de 2011

Evangelio del Martes I Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 11 de enero 2011

Evangelio del Martes I Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 11 de enero 2011.

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (1, 21-28)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se hallaba Jesús en Cafarnaúm y el sábado fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: “¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”.
Jesús le ordenó: “¡Cállate y sal de él!” El espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él. Todos quedaron estupefactos y se preguntaban:
“¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen”. Y muy pronto se extendió su fama por toda Galilea.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexion:
La enseñanza de Jesús transciende la simple asimilación intelectual. El fin de su enseñanza es introducir en el seguimiento, en el camino de la cruz, para lo cual emplea en todo momento signos que expresan eficazmente la realidad superior que él anuncia: el Reino de Dios. Por lo tanto, esta enseñanza posee un sentido especial, pues su intención es vincular, dar a conocer a sus oyentes la misericordia de Dios, distanciándose así de la manera de enseñar de los letrados, quienes tienen por fundamento la Ley y no al mismo Dios. Las palabras de Jesús tienen autoridad, son capaces de vencer el mal y liberar al hombre de toda opresión, de toda enfermedad; basta una sola palabra para derrotar a la muerte, ya que él es poseedor de la fuerza salvífica y restauradora de Dios. La acción liberadora de Jesús entra en conflicto con las autoridades judías, representadas por los espíritus del mal; hay violencia, porque el fin último de Jesús es rescatar la dignidad del ser humano, cosa contraria a la intención de los letrados. La enseñanza de la Iglesia y de todo seguidor de Jesús debe estar respaldada por la autoridad que otorga el testimonio de vida; es decir, por una vida entregada al amor y la solidaridad.

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