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sábado, 15 de enero de 2011

Homilias. Domingo II Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 16 de enero 2011

1.- CELEBRAMOS NUESTRA LIBERACIÓN
Por Pedro Juan Díaz
1. Cordero de Dios.- Cuántas veces hemos escuchado la expresión “cordero de Dios”, pero que poco nos hemos parado a profundizar en su significado. Es la oración que rezamos antes de comulgar, pero no se puede entender si no conocemos el sentido del “cordero pascual” en la vida judía. ¿Qué quiere decir Juan el Bautista con esta expresión? El cordero era el animal que se ofrecía en los sacrificios que hacían los judíos. Era la ofrenda que hacían las personas pobres. Un cordero fue sacrificado en la liberación de los judíos de Egipto, señalando con su sangre las casas de los liberados. Desde ese momento y para celebrar la liberación de la esclavitud de Egipto, todas las familias se reunirán en la noche de la Pascua, y sacrificarán un cordero en conmemoración de aquel día. El cordero se convirtió así en el símbolo de la Pascua, de la liberación.
2.- Los cristianos celebramos otra Pascua, otra liberación. Celebramos la liberación de algo que nos esclaviza y a lo que llamamos pecado. En esta Pascua hay un paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la Vida. Y también un “cordero” va a ser sacrificado para perdonar el pecado del mundo. Jesús es ese “cordero”. Pero además es el cordero “de Dios”, porque tiene la plenitud del Espíritu. Su sacrificio en la cruz nos ha “marcado” para siempre como personas libres del pecado. Con la entrega de su vida ha quitado el pecado que da la muerte, y todo lo que ello conlleva, para que vivamos como hombres y mujeres libres, como hijos de Dios, miembros de su gran Familia.
3. Jornada mundial de las migraciones.- Precisamente ese sentido de unidad de la gran familia humana es el que quiere resaltar el lema de una jornada que estamos celebrando este fin de semana en toda la Iglesia: la Jornada mundial de las migraciones. Su lema es “una sola familia humana”. Nos parece obvio que Jesús, al sacrificarse por nosotros como el “cordero de Dios” no hace distinción en los que salva, ni por su clase social, ni por el color de su piel, ni por en lugar en el que han nacido. La salvación es universal. El gran deseo de Dios está expresado en la primera lectura del Profeta Isaías: “Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”, para que todas las personas por las que Jesús se sacrificó como “cordero de Dios” podamos formar “una sola familia”.
Entre nosotros, y también en nuestra Iglesia, sigue habiendo “pecado que quitar”, mucho racismo, xenofobia, intolerancia hacia lo diferente, hacia los que no piensan o viven como nosotros. El gran reto de todos es reconocernos hermanos, no sólo en este aspecto de la relación con los inmigrantes, sino en todos los aspectos de nuestra vida, también en las relaciones de cada día entre nosotros. La Iglesia nos propone todos los años esta jornada para recordarnos estas claves fundamentales, y para seguir manteniendo la tensión por construir el Reino de Dios desde las claves de la fraternidad y la igualdad. Todos somos hermanos, todos somos iguales ante Dios. Jesús es el “cordero de Dios que quita el pecado del mundo” para todas las personas por igual.
4.- Semana de oración por la unidad de los cristianos.- En esta misma línea, la Iglesia también nos propone la próxima semana que recemos por la unidad de los cristianos. Del 18 al 25 de Enero celebraremos el octavario de oración por la unidad de los cristianos. Las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales se han ido incorporando a esta larga marcha de plegarias y oraciones por la recuperación de la unidad visiblemente perdida de la Iglesia, y la oración intensa y ferviente del Octavario es hoy patrimonio de todas las confesiones cristianas. Dios tiene una misión para su “ungido”: reunir, convocar, sanar, recuperar, reconciliar… La misión del profeta es “reunir a Israel”. La misión del “cordero de Dios” es quitar el pecado del individualismo, de la división, del odio, de la falta de unidad.
En el fondo, todo nos lleva a lo mismo. La Eucaristía de cada domingo nos convoca a celebrar con alegría que somos una gran familia, la familia de los hijos y las hijas de Dios, que no conoce fronteras, en la que cabemos todos, y en la que Él, el “cordero pascual”, se ofrece una y otra vez para hacernos libres del pecado. En nosotros está acoger esa salvación. En nosotros está valorar ese “sacrificio” redentor. Para nosotros Él está ahí, en la Mesa, convocándonos, animándonos, llamándonos a la unidad, ofreciéndose por nosotros, por nuestra salvación. Proclamemos juntos nuestra fe en el Dios sin fronteras, en el Dios de todos y todas, en el Dios de la unidad, en el “cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
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2.- EL PECADO DEL MUNDO
Por Gabriel González del Estal
1.- Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El “pecado del mundo” es más amplio y profundo que los pecados personales que cometemos individualmente cada uno de las personas humanas. El pecado del mundo es un pecado social y estructural que afecta a comunidades enteras de personas: las guerras, el hambre, la injusticia, la desigualdad económica y social, la discriminación, el egoísmo y la ambición sin límites… Es verdad que, aunque no son la misma cosa, sí hay una relación íntima entre los pecados individuales y el pecado del mundo, porque el pecado del mundo se concreta y realiza en y a través de nuestros pecados individuales. Si no hubiera pecados individuales no habría pecado del mundo. Cristo vino a quitar los pecados individuales y vino también a quitar el pecado del mundo. El pecado del mundo es siempre, en definitiva, un pecado contra el amor, contra el mandamiento nuevo que Jesús nos mandó. San Juan, en su primera Carta, lo dice y lo repite por activa y por pasiva. Me limito a repetir algunas de las frases de esta Carta que hemos leído en las eucaristías del día en el que estoy escribiendo esto: “En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni el que no ama a sus hermanos. Pues este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros… quien no ama permanece en la muerte; no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”.
2.- Lo que Cristo quiere es que cada uno de sus seguidores, cada uno de nosotros los que nos llamamos cristianos, luchemos contra el pecado del mundo, contra el desamor, individual y socialmente. Que amemos nosotros de verdad, con obras, a nuestros hermanos, y que luchemos, con amor y por amor, contra el pecado social y estructural del mundo en el que vivimos. Los cristianos no podemos conformarnos con ser nosotros individualmente buenos, debemos luchar activamente contra el gran pecado estructural, contra el pecado del mundo, contra el pecado del desamor. Sí, sabiendo que yo no voy a cambiar definitivamente al mundo, pero sabiendo también que mi lucha es necesaria para que el mundo cambie. De muchos buenos granos de arena se hace una buena playa y de muchas acciones buenas individuales se hace una sociedad buena. Debemos hacerlo todo movidos por el Espíritu Santo, por el Espíritu que Juan vio que se posaba, como una paloma, sobre Jesús de Nazaret. Así también nosotros daremos testimonio de Jesús y así también nosotros, por Él y con Él, estaremos contribuyendo a quitar el pecado del mundo.
3.- Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra. Esa fue la vocación del “siervo de Yahvé”, esa fue la vocación de Cristo, esa debe ser la vocación de cada uno de los cristianos. No podemos encerrarnos ni en nosotros mismos, ni en nuestro propio barrio, ciudad o Estado; nuestra vocación es universal, católica, como fue la vocación del siervo de Yahvé. Porque el pecado del mundo nos supera y nos trasciende, está en cualquier lugar del mundo donde un ser humano sufre el pecado del desamor. Si actuamos así, también Dios podrá decirnos a nosotros que somos sus siervos, de los que Él se siente orgulloso.
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3.- RECIBAMOS EL ESPÍRITU DEL SEÑOR
Por José María Maruri, SJ
1.- Todos hemos visto alguna vez, o en fotografía o en película, o quizás personalmente, esas multitudes de indios bajando lentamente por las orillas a las aguas del Ganges para purificarse en las aguas sagradas. El agua siempre ha tenido en todas las civilizaciones el significado de purificación antes de entrar en contacto con la divinidad. En el recinto exterior de todo templo shintoista hay una fuente o depósito hecho de piedra con cuya agua se purifican las manos y los pies o se bebe un poco en señal de purificación antes de proceder al interior del templo
2.- Juan el Bautista también tocó el agua, como era costumbre en esos tiempos, como medio de purificación, pero exigía al mismo tiempo la conversión del corazón, sabiendo que el solo meterse en el agua no cambia nada en el interior del hombre si este no ha cambiado a sí mismo. Pero aún así Juan sabía que su bautismo no era lo que debía de ser. Purificarse y morir a la mala vida es un paso aún negativo. Cuando el hombre sale del agua necesita comenzar a vivir una nueva vida.
Y Juan señala a Jesús y le define con aquellas palabras: “ese es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo”. No basta morir bajo el agua es necesario renacer, como dijo Jesús a Nicodemo: “Yo te aseguro que si no renace el hombre del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de los Cielos”.
3.- Todos nosotros estamos bautizados, y vosotros habéis bautizado a vuestros hijos. ¿Y tenemos conciencia de lo que eso fue y lo que es? Renacer: ese niño que acaba de nacer y tiene un principio humano que le hace actuar como ser humano, todavía, tiene que nacer otra vez. Sobre ese principio de actos humanos, necesita otro principio para que sea capaz de amar a un Dios que “nadie jamás ha visto”, para que sea capaz de admitir un ser que sus ojos no ven, ni sus manos van a palpar. Y ese principio nuevo, sobrenatural, es el Espíritu Santo. Nosotros, vuestros niños en el bautismo, reciben el Espíritu de Jesús, que les va a hacer moverse en un sentido sobrenatural, hacia Dios.
4.- Y ese venir del Espíritu Santo hace que ese niño quede consagrado, dedicado a Dios, como al consagrar un cáliz queda dedicado solamente al culto divino. Ese niño que tenéis en brazos, por ser templo del Espíritu Santo es un ser santificado y consagrado por Jesucristo como dice hoy San Pablo. “Separemos de las tinieblas a la luz.
** A) Esos niños y cada uno de nosotros somos elegidos por Dios desde el vientre de nuestras madres y consagrados, es decir, separados, apartados del mal del mundo (llámesele Satanás), de todo lo que nos aparta de Dios, apartados de odios, y envidias, de egoísmos e injusticias, de violencias y materialismo, de todo lo que nos haga olvidarnos de Dios como puede ser el placer desenfrenado, el dinero o el poder.
** B) A todo esto renunciamos en las promesas del bautismo. Y para significar nuestra dedicación a Dios por el Espíritu que acabamos de recibir se unge al niño con el Crisma, como se ungen los cálices con óleo sagrado para dedicarlos a Dios. Y en ello se simboliza esa separación que hace del cristiano, de todo cristiano, un sacerdote, un profeta y un rey. “Pueblo regio y sacerdotal”, que nos dice San Pedro.
5.- Pero todo esto nos viene de que el Espíritu del Señor vive en nosotros, de que vivimos la misma vida interna de Dios, que por eso nos hace realmente hijos suyos, y por tanto hermanos entre nosotros. Por eso es mucha verdad de que por el bautismo el niño comienza a ser hijo de Dios, por recibir la misma vida de Dios.
Por eso el bautismo no se reduce a que el cura eche agua y a tomar chocolate con churros. En los niños es una semilla que los padres y padrinos tienen que cuidar. Y en nosotros es una elección, una llamada de Dios a la que cada uno de nosotros tiene que responder libremente. Todo esto es totalmente distinto de unas abluciones externas en el Ganges, o un lavado de manos en un templo shintoista, Aquí hay una misteriosa realidad interior por la que es Dios quien transforma al hombre en hijo suyo de verdad.

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