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sábado, 5 de febrero de 2011

Homilías. Domingo V Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 6 de febrero 2011

1.- LA SAL Y LA LUZ DE LA CARIDAD
Por Gabriel González del Estal
1.- Cuando partas tu pan con el hambriento, brillará tu luz en las tinieblas. Me ha parecido interesantísimo el comentario que hace hoy el profeta Isaías a las palabras de Cristo en el evangelio. Los siglos que separan la existencia del profeta Isaías de la existencia de Cristo no impiden ver en este texto del profeta una maravillosa aplicación a lo que Cristo recomienda a sus discípulos. Cristo nos dice que seamos luz y que seamos sal para iluminar y para dar sabor cristiano a la vida de los demás. El profeta nos dice que sólo seremos luz para los demás si encendemos en nuestro corazón el fuego de la caridad. Lo dice con palabras tan bellas que es mejor repetirlas que interpretarlas. “Cuando partas tu pan con el hambriento, hospedes a los pobres sin techo, vistas al desnudo y no te cierres a tu propia carne, entonces romperá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá, gritarás y te dirá ‘aquí estoy’”. Este texto del profeta, como sabemos, es un texto referido al ayuno. El ayuno que no te abre al prójimo es un ayuno estéril. El ayuno aquí no se refiere sólo a privarse de comida, sino a desterrar la opresión, la maledicencia y la violencia. Lo que nos dice hoy el profeta Isaías es tan válido para nosotros, los cristianos del siglo XXI, como lo era para los judíos de los siglos séptimo y octavo, antes de Cristo. El rostro de Dios se manifiesta más en la misericordia que en el cumplimiento de normas, leyes y ritos. Al final de nuestra vida no nos van a juzgar por las bellas palabras que hayamos dicho, ni por los muchos rosarios que hayamos rezado –es solo un ejemplo-; al final de nuestras vidas nos juzgarán por el amor, por nuestro amor a Dios manifestado en nuestro amor al prójimo. Este es el mandamiento de Jesús. Si nuestra vida está dirigida por el amor al prójimo desembocará necesariamente en Dios. Si nuestra luz ha brillado a lo largo de nuestra vida en acciones de caridad y justicia, Dios, al final, nos mirará complacido y nos dirá “aquí estoy”.
2.- Si la sal se vuelve sosa, no sirve más que para tirarla fuera. La sal física no se puede volver nunca sosa; es químicamente imposible. Pero la sal de la vida, la que debe dar sabor, y saber, y sabiduría, a nuestra vida, sí puede perder fuerza y terminar disolviéndose en la apatía y la vulgaridad. Entonces sólo vale para tirarla fuera. Eso es lo peor que puede pasarle a nuestro cristianismo personal y social: que se haga anodino, y convencional, y ropaje puramente externo. Entonces puede ser tirado fuera, porque puede ser sustituido fácilmente por otros credos y costumbres sociales igualmente convencionales. Y es que si nuestro cristianismo no tiene fuerza interior, no es una gran luz del alma, se quedará sólo en eso, en gestos externos y en costumbres sociales y convencionales. Más pronto que tarde, terminará en la insignificancia y en la nada. Igualmente, si nuestra luz sólo alumbra debajo del celemín, los demás, el mundo, no verán, ni se sentirán iluminados por nuestra luz.
3.- Mi palabra y mi predicación no fueron sino en la manifestación y el poder del Espíritu. San Pablo les dice a los primeros cristianos de Corinto que no les atrajo él a la fe en Cristo con palabras sabias y cultas, sino que el verdadero artífice de la evangelización fue el poder del Espíritu que residía en él. Por eso, les dice, debe quedaros claro que vuestra fe no debe apoyarse en la sabiduría humana, sino en la gracia y el poder de Dios que habite en vosotros. Si creemos que vamos a convertir y a evangelizar al mundo con razones científicas estamos muy equivocados. No será la luz de nuestra razón científica la que convertirá al mundo, sino la luz de nuestro amor y de nuestra caridad. Las razones cultas de nuestros teólogos influyen menos en la conversión al cristianismo, que el ejemplo de caridad y amor que nos han dado la Madre Teresa de Calcuta y el misionero Vicente Ferrer.
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2.- BUENAS OBRAS QUE SE CONVIERTEN EN LUZ
Por Pedro Juan Díaz
1.- La “sal” y la “luz” son dos imágenes muy claras de lo que Jesús quiere ayudarnos a vivir como discípulos. Estas dos parábolas son continuación del mensaje de las bienaventuranzas que escuchábamos la semana pasada. Digamos que son un efecto de acoger ese mensaje de felicidad que Jesús nos propone. Nos convertimos en discípulos, somos fermento de una humanidad nueva y mejorada. Ponemos el “buen sabor” y la “luz” de Jesús en nuestros actos de cada día. En definitiva, vivimos el amor de Jesús y al estilo de Jesús.
A los niños de la catequesis que van a hacer la primera Comunión este año les hemos regalado un tarro de sal en el día que han hecho la renovación de sus promesas bautismales, como símbolo de ese “buen sabor” de Jesús que ellos se comprometen a poner, desde su pequeña madurez, en todo lo que hagan. Nosotros, como adultos, cada vez que rezamos el Credo también renovamos nuestra fe, y asumimos el mismo compromiso que estos niños, pero con un nivel de madurez mayor, o por lo menos eso se supone.
2.- ¿Cómo ser sal y luz en los tiempos que corren? Creo que si estamos más atentos a la Palabra de Dios descubriremos muchas pistas para ello. Por ejemplo, hoy la primera lectura del profeta Isaías es un ejemplo muy claro. Habla Isaías de “parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo… sacia el estómago del indigente”. Estos gestos de amor al prójimo, especialmente al más pobre y necesitado, harán posible lo que Isaías dice a continuación: “brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.
Los niños de la catequesis aprenden que todos los mandamientos se resumen en dos: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Son dos mandamientos inseparables. Y eso es lo que viene a decir también la palabra de Dios de hoy. Ser sal y luz es posible en la medida que nuestro amor a Dios se concreta en el amor al prójimo, y especialmente al prójimo más necesitado, más pobre. Es por esto por lo que destacó fundamentalmente la vida de Jesús, por su cercanía a los pobres, los enfermos, los excluidos, los pecadores… El Evangelio es y será siempre una invitación a vivir y a amar al estilo de Jesús.
3.- Jesús, después de estas dos imágenes, termina diciendo: “alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. Esas “buenas obras” se convierten en luz que posibilita a otras personas descubrir el amor y la cercanía de Dios. Son signos de una nueva evangelización que no se hará con palabras, sino con gestos, con gestos de amor, con los gestos y maneras de Jesús, que siguen siendo válidos y actuales, y de los que necesitamos seguir aprendiendo. Y sólo podemos aprenderlos si nos acercamos a la Palabra de Dios con un corazón de discípulo.
4.- Cada domingo nos acercamos a la Eucaristía, Dios nos habla al corazón, parte el pan para nosotros, se nos da en alimento. La Eucaristía que celebramos se convierte en un reto y es el de acercar ese amor de Dios a los más pobres y eso no lo va a hacer nadie por nosotros. Jesús nos invita a ser sal y luz, a amar como él nos amó, a implicarnos activamente en la vida de los pobres, para descubrir el verdadero sentido de las bienaventuranzas, para descubrir el gran proyecto de amor que Dios tiene para nosotros y que nos ha mostrado en su hijo Jesús. Proclamemos juntos nuestra fe, renovemos nuestro compromiso con los más pobres, acojamos con alegría la invitación a ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”.
3.- ILUMINAR Y DAR SABOR AL MUNDO
Por José María Martín OSA
1- Sal de la tierra y luz del mundo. Hay comparaciones en el evangelio que son muy expresivas y están cargadas de sentido. Son muy buenas para entender a Jesús y saber lo que es el Reino de Dios. Está claro que Jesús predicaba el Reino de Dios con un lenguaje expresivo y, al mismo tiempo, al alcance del pueblo. ¿Quién no entiende lo que es la sal y la luz? Pues, eso tenemos que ser los cristianos en medio de la sociedad. Nos damos cuenta que el valor de la luz y de la sal están en función de algo, son o sirven para algo. Tienen un marcado sentido funcional y social. Calientan, alumbran, sazonan y preservan de la corrupción. La fe no es sólo para salvarse uno, sino que entraña siempre una misión para los demás, como la luz y la sal. La luz ilumina las tinieblas, nos marca el camino. La sal se usa para conservar y mantener sanos los alimentos. Como apóstoles del tercer milenio, nos corresponde a nosotros conservar y mantener viva y encendida la conciencia de la presencia de Jesucristo. La sal condimenta y da sabor a la comida. Siguiendo a Cristo, debemos cambiar y mejorar el "sabor" de la historia humana. Con nuestra fe, esperanza y amor, con nuestra fortaleza y perseverancia, debemos humanizar el mundo en que vivimos.
2.- El justo brilla en las tinieblas. El Salmo 111 nos recuerda el valor del testimonio de vida como medio ideal para iluminar el mundo. Una llama pequeña vence la dureza de la noche. Lo innegable es que, en demasiadas ocasiones, la zona oscura la hemos ocupado los cristianos y el espectáculo de la corrupción lo hemos prodigado con gran generosidad. No es evidente que hayamos entendido cómo y cuándo se es luz y sal. Pero las dudas las disipa hoy Isaías con unas frases que son un auténtico detonante, que parecen, por su vigor y su tono incisivo y directo, palabras tomadas de la propaganda de cualquier movimiento reivindicativo antisistema: "Parte tu pan con el hambriento... Cuando destierres de ti el gesto amenazador y la maledicencia... brillará tu luz en las tinieblas" (Is 58, 6-10). Ser luz es sólo esto: compartir el pan, y el techo y el vestido. Ser sal es desterrar la opresión, el gesto amenazante y la maledicencia. No se puede decir más en menos. Y, naturalmente, es hacer todo esto por Dios. ¿Vivimos los cristianos codo a codo con los hombres sus diarios problemas y participamos activamente de ese entramado de gozo y dolor que es la vida de todo ser humano? Evidentemente almacenamos, cerramos, poseemos, despreciamos e imponemos. Luego no somos luz ni sal. Hemos estado lejos, en muchas ocasiones, de ser luz y sal, porque la luz y la sal deben estar en la fábrica, en el despacho, en la oficina, en el tajo, en la tienda. La luz y la sal tienen que estar en la deporte, en el paseo, en el problema concreto, en la cuenta corriente, en el sistema fiscal justo, en la política honestamente concebida y realizada, en la política que busca el bien común por encima del sillón y del escaño. La luz y la sal están en el trato sencillo y amable, en las manos que se tienden con comprensión, sin imposición y sin esperar nada a cambio.
3.- La luz y la sal no pueden reducirse para el cristiano sólo el culto. No es luz y sal el hombre rezador aislado de sus semejantes. El hombre que ha compaginado, extrañamente, el llamar a Dios Padre y no tener a los hombres por auténticos hermanos. Algo ha pasado con los cristianos cuando hemos sido capaces de que otras manos y otras ideologías nos hayan arrebatado la antorcha y quieran iluminar el mundo con unas ideas que hace veinte siglos dijo Cristo con la mayor sencillez y con la máxima autenticidad, porque las rubricó con su propia sangre. Algo ha pasado cuando la sal la ponen, en demasiadas ocasiones, hombres que no parten de Cristo, ni pretenden llevar la humanidad hacia Dios. Nadie nos hubiera arrebatado la antorcha ni hubiera derramado en el mundo la sal con más eficacia que nosotros. En realidad, más que llevar la antorcha, debemos ser nosotros la antorcha que ilumina el mundo con nuestras obras. Esto fue lo que ocurrió en esta anécdota real relatada por la propia Madre Teresa de Calcuta
“Nunca olvidaré la primera vez que llegué a Bourke a visitar a las hermanas. Fuimos a las afueras de Bourke. Allí había una gran reserva donde los aborígenes vivían en esas pequeñas chozas hechas de hojalata, cartones viejos y demás. Entré en uno de esos pequeños cuchitriles. Lo llamo casa, pero en realidad era sólo una habitación y dentro de la habitación estaba todo. Le dije al hombre que vivía allí "Por favor, deje que le haga la cama, que lave su ropa, que limpie su cuarto". Él no cesaba de decir: "estoy bien, estoy bien", "pero estará mejor si me deja hacerlo", le dije. Por fin me lo permitió. Me lo permitió de tal modo que, al final, sacó del bolsillo un sobre viejo, que contenía un sobre y otro más. Empezó a abrir uno tras otro y dentro había una pequeña fotografía de su padre, que me dio para que la viera. Miré la foto, le miré a él, y le dije "Usted se parece mucho a su padre". Rebosaba de alegría de que yo pudiera ver el parecido de su padre en su rostro. Bendije la foto y se la entregué, y otra vez un sobre, un segundo sobre y un tercer sobre, y la foto volvió de nuevo al bolsillo, cerca de su corazón. Después de limpiar la habitación en una esquina encontré una gran lámpara llena de polvo, y le dije: "¿No enciende esta lámpara, esta lámpara tan bonita?". El contestó: "¿Para quién?, hace meses y meses que nadie ha venido a verme. ¿Para quién la voy a encender?". Entonces le dije: "¿La encendería si las Hermanas vinieran a verle?". Y el respondió "Sí". Las hermanas comenzaron a ir a verle sólo durante 5 o 10 minutos al día, pero empezaron a encender esa lámpara. Después de un tiempo, él se fue acostumbrando a encenderla. Poco a poco, poco a poco, las Hermanas dejaron de ir. Pero al pasar por la mañana le veían. Después me olvidé de esto, pero al cabo de dos años, el mandó que me dijeran: "Díganle a Madre, mi amiga, que la Luz que ella encendió en mi vida, sigue ardiendo"
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