1.- UNA AUDAZ MISIONERA
Por Pedro Juan Díaz
1.- Tanto la primera lectura como el Evangelio que acabamos de escuchar nos hablan del agua. ¿Saben que sin agua no podemos vivir? El agua es símbolo de la vida, por eso también Dios la quiso utilizar para dar su Vida en el Bautismo. ¿Saben que hay mucha gente que no tiene acceso al agua o a otras necesidades primarias por culpa de no tener el agua cerca? Muchos niños siguen muriendo de hambre y de sed, otros no pueden ir a la escuela porque tienen que recorrer largas distancias para traer agua a sus casas. ¿Saben que los grandes organismos financieros (a los que Juan Pablo II llamaba “mecanismos perversos”) pretenden hacer del agua una mercancía y un negocio? Pero como todo esto no sale por la tele, no es noticia y, por lo tanto, no existe. Pero si existe, si está pasando.
2.- El encuentro de Jesús con la Samaritana rompe muchos esquemas. En primer lugar religiosos, porque los judíos y los samaritanos no se trataban, ya que los primeros consideraban a los otros como paganos, o alejados de Dios. Y en segundo lugar rompe esquemas de género, ya que una mujer de aquella época no debía acudir sola a un pozo y tampoco hablar con un hombre que no fuera de su familia. Pero a Jesús lo que le importa es aprovechar aquel encuentro para acercar a aquella mujer a Dios. Y lo hace utilizando el elemento del agua, como escusa y como símbolo del Agua Viva que lleva a la Vida Eterna.
3.- La Samaritana es una mujer con muchas carencias, necesita más profundidad en su vida, no tiene un agua que la satisfaga, tiene que recorrer un largo camino para recogerla y eso le impide dedicar más tiempo a otras cosas más importantes. Jesús elimina eso que tanto tiempo le ocupa para que pueda mirarse en su interior y profundizar en su vida. Cuando la Samaritana lo hace descubre una sed mayor, la sed de Dios, y pide el Agua Viva que calme esa sed. Jesús se la da. Y la Samaritana pasa a ser una audaz misionera que da testimonio de lo que el Mesías ha hecho con ella. Aquel testimonio de aquella mujer y la predicación posterior de Jesús hacen posible que muchos más crean y se acerquen a Dios en aquellos dos días que Jesús pasó con aquella gente.
4.- Algo parecido le ocurre al pueblo de Israel en el desierto que, “torturado por la sed”, desconfía de la presencia salvadora de Dios entre ellos y se ponen en contra de Moisés. Sin embargo, Dios se muestra paciente, una vez más, y sigue saliendo al paso de lo que el pueblo necesita diciéndole a Moisés: “golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo”. Desconfianza, falta de profundidad en nuestra vida, sed de algo más profundo, necesidad de Dios… quizás nosotros nos veamos reflejados en alguna de estas carencias de las que nos habla hoy la Palabra de Dios.
5.- La Cuaresma sigue siendo ese camino donde acercarnos más a Dios y a los hermanos más necesitados. Ese ejercicio calmará nuestra “sed” y nos ayudará a descubrir en Dios el Agua Viva. Pedimos a Dios su Espíritu Santo, que hace de las personas seres capaces de comprender, discernir y orientar su existencia según el proyecto que Él nos ofrece. Miramos al crucificado y descubrimos ese “amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones”, como decía San Pablo en la segunda lectura. Y sigue diciendo: “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”. Cristo amó a aquella mujer Samaritana, siendo ella pecadora, y dio su vida por ella. Dios amaba a su pueblo y le daba lo que necesitaba, a pesar de sus continuas infidelidades y desconfianzas. Jesús nos ama, da su vida por nosotros, nos ofrece lo que necesitamos en cada momento para vivir en profundidad, para descubrirle cerca de nosotros. La Cuaresma es una oportunidad, una gran oportunidad para acercarnos a ese Dios y para dejar que Él se acerque a nosotros a través de nuestros hermanos y sus necesidades. Aprovechémoslo y convirtámonos, como aquella mujer Samaritana, en valientes misioneros que testimonian al Dios Vivo y Resucitado con su vida de cada día. Que la Eucaristía sea también alimento de vida eterna. Y como decía San Juan de la Cruz: “Aquesta viva fuente que deseo, en este pan de vida yo la veo”.
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2.- LA SED DE LA SAMARITANA
Por Gabriel González del Estal
1.- Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed. San Juan, tratando de darnos a entender el valor del agua bautismal y, consecuentemente, el valor del agua de la vida que es Cristo, nos ha escrito esta bellísima página del encuentro de Jesús con una mujer samaritana. Jesús ya estaba allí, junto al manantial de Jacob, cuando llegó la mujer de Samaría. Jesús la estaba esperando. El relato de San Juan lo conocemos perfectamente, lo que yo quiero recalcar ahora es la prontitud y avidez de la samaritana en darse cuenta de que en aquel hombre que tenía delante había un algo especial que no había encontrado en los hombres anteriores con los que ella había tratado. Ella no había sido afortunada en sus relaciones con los hombres y no tenía motivos para fiarse de ellos. Pero este era especial, su corazón le dijo inmediatamente que de este sí podía fiarse; este era un profeta de verdad. Y le entró una sed inmensa de saciarse del agua que este profeta le ofrecía. Hasta ahora, la pobre samaritana había querido saciar su sed de amor y de confianza en otros hombres. Pero, una y otra vez, estos la habían defraudado; en lugar de saciar su sed, su sed había aumentado hasta sentirse ella seca y exhausta. Ante la presencia de Jesús de Nazaret, esta mujer sintió que toda el agua que ella había bebido hasta entonces había sido un agua que nunca podría apagar su sed. El agua que este profeta judío le ofrecía ahora era un agua distinta, era el agua de la vida. Y con toda su alma, le pidió al profeta que le diera de esa agua, un agua que se convirtiera en ella en un surtidor que saltara hasta la vida eterna. Será bueno que, en este domingo, cada uno de nosotros examinemos los manantiales de agua en los que pretendemos cada día saciar nuestra sed: ¿salud corporal?, ¿dinero?, ¿éxito?... ¿Tenemos verdadera sed del agua de la vida, que cada día nos ofrece Cristo?
2.- Los que quieran dar culto verdadero adorarán al padre en espíritu y en verdad, porque el Padre desea que le den culto así. La samaritana era creyente y creía en el mismo Dios que los judíos: en Yahvé. Pero los samaritanos adoraban a Yahvé en el templo que habían construido sobre el monte Garizín, mientras que los judíos adoraban a Yahvé en el templo de Jerusalén. La samaritana quiere que el profeta le diga dónde se debe adorar a Dios y la respuesta de Jesús es iluminadora: da igual adorar a Dios en un monte o en otro, lo importante es adorarle en espíritu y en verdad. A eso ha venido él al mundo, a enseñarnos el verdadero camino para adorar al Padre. Él es el camino, él es la verdad, él es el Espíritu en el que debemos adorar al Padre. Todos los que adoren al Padre en espíritu y en verdad adoran al verdadero Dios La samaritana quedó totalmente convencida de que este hombre era realmente el profeta de Dios, el Mesías, el Cristo. Y fue rápidamente a decírselo a sus paisanos, los samaritanos. La fe de la samaritana fue una fe contagiosa, evangelizadora. ¿Es así nuestra fe?
3.- La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Los que tienen el amor de Dios en su corazón, los que viven siendo realmente templos del Espíritu, no pierden nunca la esperanza en Dios, a pesar de las muchas pruebas y dificultades que les ponga la vida. San Pablo lo sabía por propia experiencia: le habían atacado por todas las partes, pero nunca habían derribado su esperanza interior, porque vivía animado interiormente por el Espíritu de Cristo, porque su esperanza estaba en Cristo y Cristo le había dado pruebas suficientes de que le amaba. San Pablo, como la samaritana, había sido deslumbrado por la verdad de Cristo y, desde aquél mismo momento, se había convertido en apóstol del Resucitado ante todos los pueblos. Si nuestra fe y nuestra esperanza están fundadas en el amor y en el Espíritu de Cristo, nunca nos defraudarán.
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3.- EL ENCUENTRO CON JESÚS NOS TRANSFORMA
Por José María Martín OSA
1.- Dios está con su pueblo y lo acompaña. El tema de la sed y del agua aparece numerosas veces en las tradiciones del desierto. La primera lectura narra el episodio de las aguas de Mará. El pueblo lleva tres días caminando por el desierto de Sur sin encontrar agua. Al fin, llegan a Mará y, cuando van a beber el agua de un manantial... resulta que es amarga. El pueblo murmura contra Moisés y contra Dios. Moisés invoca al Señor y el Señor le da el poder de convertir aquellas aguas contaminadas en aguas capaces de saciar la sed. Dios demuestra, con ello, que está con su pueblo, que su pueblo no tiene que tener miedo, porque Dios lo acompaña y lo protege. No sólo les da el agua de Mará, sino que a continuación les lleva a Elim, un oasis donde había doce fuentes de agua (una por cada tribu de Israel). Pero el pueblo tiene el corazón rebelde y veleta. No aprende de la experiencia ni se fía del Dios que le promete la vida. Por eso, cuando tiene sed de nuevo, murmura contra Moisés sin esperar en Dios. Es el episodio de Massá y Meribá. Allí “me pusieron a prueba, aunque habían visto mis obras”, dice el Señor en el Salmo 95. En el desierto del Sur el pueblo desconfió de Dios diciendo: “¿Está Dios entre nosotros o no?”. Dios mostró que, efectivamente, acompañaba a Israel en el desierto. El Dios que abrió el mar para que pasara su pueblo y marchara de la esclavitud a la libertad abrió ahora la roca para darle de beber.
2. - Jesús está cansado y tiene sed. El episodio del evangelio sucede en una ciudad de Samaría llamada Sicar, junto a un pozo. Samaría sugiere, en tiempos de Jesús, un lugar hostil. Jesús, sentado junto a un pozo, se va a encontrar con una mujer sin nombre, personaje que representa al pueblo de Dios idólatra. Aparentemente Jesús es un hombre normal, un hombre que experimenta el cansancio y la sed tras largas horas de caminata. Jesús -solidario con las necesidades de todos los "hombres necesitados"- no se presenta como el maestro que todo lo sabe, que tiene soluciones para todo (los grandes maestros y fundadores religiosos), sino como quien tiene una necesidad: tiene sed. Jesús tiene una necesidad que le hace manifestarse solidario con el hombre, con todos los hombres, por encima de cualquier "clase" de hombre, incluso por encima de cualquier religión que practiquen los hombres, porque, en principio, entre Jesús y aquella mujer samaritana había, entonces, una tremenda barrera: la religiosa.
3.- Jesús no tiene barreras. Es judío, pero se trata de un judío muy “extraño”, pues le dirige la palabra a una mujer y, para colmo, samaritana. Pero Jesús no hace ningún caso de principios y normas que marginen y excluyan a los débiles. Entre Jesús y la samaritana había una barrera grande: él era hombre y ella, mujer. Él es ante todo un ser humano necesitado como cualquier otro, independientemente de ser varón o mujer y de ser judío o cualquier otra cosa. Mujeres, extranjeros, pobres y enfermos eran poco menos que “gentuza” de la que un buen israelita debía procurar apartarse para mantener intacta su “pureza”. Jesús hace de esos “lugares de abajo” un lugar privilegiado para manifestar su salvación. La vida de esta mujer está marcada por la carencia y la rutina infecunda. Diariamente debía ir a buscar el agua, pues carecía de ella. Tampoco tenía marido. Había tenido cinco, y su compañero actual no era su marido. Esta mujer representa el pueblo idólatra, incapaz de saciar su sed de vida con los numerosos dioses paganos a los que se había ido aferrando sin encontrar lo que pedía su corazón. La referencia a los cinco maridos es una clara alusión a las cinco ermitas de los dioses paganos. El sexto marido se refiere a Yahvé. Es curioso el proceso que va haciendo esta mujer: pasa de sus búsquedas más superficiales a las más profundas; del agua material al agua viva; de la percepción de Jesús como un “judío”, un simple “hombre”, al reconocimiento de Jesús Profeta y Mesías-Cristo. Su fe sorprendida la arrastra a dejar el cántaro y a ir corriendo a anunciar lo que ha visto y oído. Su fe contagia de fe a sus paisanos, quienes terminan confesando: “Éste es verdaderamente el Salvador del mundo”.
4.- El proceso de crecimiento en la fe. Los samaritanos de Sicar creen en Jesús por el anuncio de la mujer. Pero no se conforman con una fe “recibida”, “heredada”, “externa”. La hacen suya cuando ellos mismos conocen a Jesús y le oyen. El proceso que sigue su fe es significativo:
1.- el testimonio de alguien;
2.- la fe desde lo escuchado;
3.- la personalización de la fe;
4- la confesión. Es un itinerario catecumenal. Los discípulos entran en escena. Tienen en común con la samaritana que no entienden el lenguaje de Jesús ni entran en su modo de pensar. Ellos están empeñados en que coma y Jesús les está hablando de “otro alimento”. Tenemos que darnos cuenta de que lo que Jesús nos pidió en la propuesta de creer en su persona y su palabra (evangelio) y de seguirle consiste en algo más y diferente que practicar una religión, en este caso la cristiana y no otras. Nosotros, los cristianos, --quizá en una gran mayoría-- seguimos siendo "hombres religiosos" sin más. Jesús no sólo no se presenta como el iniciador de una nueva religión, sino que rechaza toda pretensión religiosa, desacreditándola como imperfecta. De ahí que este Jesús, venido de parte de Dios, no nos haya traído un nuevo orden social, ni religioso, ni político, ni cultural, ni... sino sólo un nuevo estilo de ser hombre, que nos ayudará a encontrar ese orden nuevo que necesitamos en este mundo para que sea otro, pues otro mundo que es posible.
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