HOMILIAS SOLEMNIDAD SAN PEDRO Y SAN PABLO, APOSTOLES
1.- EL DIOS NUESTRO DE CADA DÍA
Por Gabriel González del Estal
1.- San Pedro y San Pablo tenían personalidades muy distintas, pero los dos fueron fieles seguidores del Maestro, desde el momento mismo en el que se convencieron de que Jesús era el verdadero Mesías, el que Dios había enviado al mundo para salvarnos. Los dos profesaron la misma fe, pero cada uno vivió su experiencia de fe en conformidad con su temperamento, con sus convicciones y con sus sentimientos más profundos. Pedro era más primitivo, más inculto, más titubeante en sus convicciones, pero fue siempre sincero, espontáneo, dispuesto a reconocer y a llorar sus errores en el momento mismo en el que los reconoció. Dios mismo le reveló que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios vivo. El Maestro le hizo piedra y fundamento de su Iglesia. Pablo era más culto, más seguro de sí mismo, más iluminado, más batallador. Dios mismo le reveló que Jesús era el verdadero Mesías, nuestro único Salvador. El Maestro, mediante revelación particular, le envió a predicar su evangelio a los gentiles, a anunciar la superioridad de la fe en Jesús sobre la Ley de Moisés y los profetas. Los dos, a pesar de sus grandes diferencias, son piedras vivas y fundamentales en la edificación de la Iglesia de Cristo. Pues bien, lo que quiero ahora decir es que cada uno de nosotros somos distintos y debemos vivir nuestra fe, una misma fe, de acuerdo con nuestro propio temperamento, con nuestras propias convicciones, con nuestra propia manera de sentir y de amar a Dios y al prójimo. La fe cristiana, evidentemente, es una y única, pero la vivencia y la expresión de esa fe será siempre personal e intransferible, aunque nuestra profesión de fe se haga dentro de una misma Iglesia y dentro de una misma comunidad cristiana. Dios es uno y único, pero cada uno de nosotros nos relacionamos con él de forma particular. En este sentido podemos decir que cada uno de nosotros tenemos nuestro propio Dios, el Dios nuestro de cada día, aunque todos somos hijos del mismo y único Dios. Lo importante es que no perdamos nunca la fe profunda y fundamental de Pedro y la fe católica y universal de Pablo. Y que seamos siempre religiosamente respetuosos con la fe de los demás.
2.- Pedro recapacitó y dijo: pues era verdad. No tenía Pedro muchos motivos para fiarse de Herodes, que acababa de mandar pasar a cuchillo a Santiago. Lo más probable era que con él hiciera lo mismo. Por eso, cuando le están quitando las cadenas y sale fuera de la cárcel, cree que está viendo visiones. Pero, en este momento, emerge de su conciencia su fe profunda en el Mesías salvador y se da cuenta, alborozado, de que ha sido él mismo, por medio de un ángel, el que le ha librado de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos. Es probable que muchos de nosotros en más de una ocasión nos hayamos visto perdidos y alguien, algún ángel del Señor, nos haya salvado. Es bueno reconocer la mano de Dios en nuestra vida, una mano poderosa que ha hecho posible lo que a nosotros nos parecía humanamente imposible. Seguro que cada uno de nosotros tiene su ángel de la guarda y hasta es posible que algunos tengamos más de uno.
3.- El Señor seguirá librándome de todo mal. Desde el momento mismo de su conversión Pablo fue un hombre sin miedos. Estaba seguro que Dios estaba con él y, teniendo a Dios a su lado, ¿quién le iba a hacer temblar? Es esta seguridad en la mano protectora de Dios la que le permite a Pablo asumir riesgos y dificultades sin miedos ni titubeos. Es asombrosa la serenidad y la valentía con la que Pablo, fiándose de Dios, se enfrenta en muchas ocasiones a dificultades que parecían insuperables. ¡Que gran lección para nosotros que con demasiada frecuencia vamos por la vida, vacilantes, con el alma llena de angustias y temores!
4.- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Podemos olvidarnos ahora del texto y del contexto evangélico, y preguntarnos a nosotros mismos: ¿Quién es para mí, Jesús de Nazaret? Olvidémonos de lo que dice la gente y de respuestas que hemos aprendido más o menos rutinariamente. Entremos en el santuario de nuestra conciencia y a solas con nosotros mismos repitamos, sosegada y profundamente, la pregunta: ¿Quién es para mí Jesús de Nazaret, hasta qué punto mi fe en él condiciona y dirige toda mi conducta? Ojalá que de la respuesta, sincera, que demos, pueda decirse que no nos la ha revelado nadie de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo! Sería el mejor homenaje que, en esta fiesta, podríamos ofrecer a San Pedro y a San Pablo.
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2.- ¿SOMOS TESTIGOS AUTÉNTICOS DE JESUCRISTO?
Por José María Martín OSA
1.- Mártires, testigos, de Jesucristo. En esta solemnidad de San Pedro y San Pablo celebramos que la Iglesia actual tiene su origen en los apóstoles y guarda una identidad de vida y doctrina con las primeras comunidades cristianas. Pedro y San Pablo son apóstoles y “arquitectos” de las primera Iglesia. La tradición sostiene que ambos sufrieron martirio en Roma en algún momento del siglo I. Ambos combatieron bien su combate, como expresa Pablo en la II Carta a Timoteo. Sufrieron múltiples persecuciones, de las que el Señor les libró. Al final los dos sufrieron el martirio en la persecución de Nerón tras el incendio de Roma. Fueron testigos fieles de Jesucristo, confesaron su fe derramando su sangre por el Maestro. La lectura del Evangelio se centra en la figura de San Pedro, el portavoz de los apóstoles. Mateo presenta la famosa “confesión de San Pedro” y la respuesta de Jesús a tal confesión de fe. El suceso se sitúa en Cesarea de Filipo, región pagana en el antiguo territorio de Palestina, como una previsión de que la misión de Pedro y los apóstoles no se quedará limitada a su propio país. Deben estar dispuestos a alcanzar las regiones paganas y seguir al Maestro donde quiera llevarles.
2.- Jesús espera una respuesta que defina lo que estamos dispuestos a dar por El. ¿Quién dice la gente que soy yo?” Jesús comienza con una pregunta impersonal. ¿Qué impresión tienen los otros de mí? ¿Cómo me ven? A esto responden los discípulos: “Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, Jeremías o uno de los profetas.” Lo evidente es que la gente percibe a Jesús como un hombre santo, en línea con los profetas. En este momento crítico de la historia de la salvación judía, le ven como portavoz de Dios. “Y vosotros ¿Quién decís que soy yo?” Jesús no deja a los apóstoles sólo en un nivel superficial. Quiere una relación más personal: decidme “¿quién pensáis vosotros que soy yo?” Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.” Así respondió Pedro a aquel examen, hablando por sí mismo y por los demás apóstoles. Es una profesión de fe de más alcance que la expresada por la gente. Jesús no es un mero profeta; es mucho más. Es el Mesías largamente esperado, el Ungido de Dios, realmente el Hijo mismo de Dios. Conociéndole y permaneciendo con él, Pedro y los apóstoles poseen la auténtica presencia de Dios, aquella “luz atractiva” imposible de despreciar y de renunciar. Esta misma pregunta nos la hace Jesús a cada uno de nosotros: ¿Y tú, quién dices que soy yo? En otras palabras te está preguntando ¿para ti, quién soy yo? Debes pensar antes de responder, no se trata de contestar con palabras bonitas aprendidas del catecismo, se trata de responder con la vida. ¿En tu comportamiento en el trabajo, en casa, en la vida pública, tienes presente lo que Jesús espera de ti? 3.- Me da la impresión de que no estamos del todo convertidos a Jesucristo. Es más fácil cumplir unos preceptos, que en el fondo no alteran nuestra vida, que “mojarse” de verdad y dejar que el Evangelio empape nuestra vida y cuestione incluso nuestras seguridades. Es más fácil responder de memoria, como un loro, que Jesucristo es el Hijo de Dios, que plantearse en serio nuestra fe cristiana. Raramente somos capaces de renunciar a nuestro dinero o a nuestro tiempo para compartirlo con los necesitados. Nos hemos fabricado una religión a nuestra manera, por miedo a comprometernos de verdad. Muchas personas se escandalizan y se alejan de Dios al contemplarnos. ¿Seremos capaces de ser de verdad testigos -mártires- de Jesucristo, como lo fueron Pedro y Pablo.
4.- Replanteamiento de nuestro seguimiento de Jesucristo. Pedro, la piedra sobre la que Jesucristo edifica su Iglesia, selló con su sangre la fidelidad al Maestro. “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia…” En reconocimiento de la respuesta de Simón Pedro, le da Jesús un nombre nuevo. Darle un nombre nuevo significa una nueva vocación y misión de Pedro. Participa ahora de la misión misma de Cristo, es decir Pedro se convierte en trabajador-compañero de Jesús para la reconstrucción del nuevo Israel, la nueva casa y familia de Dios. Jesucristo es realmente la piedra angular de este nuevo “edificio”. Comenzando desde Pedro, todos los apóstoles y sus seguidores están destinados a participar en esta vocación y misión de Cristo, su Maestro, reconocido por ellos como el Hijo de Dios vivo. La legitimidad de su función nace de este mandato dado a Pedro por Jesús. De aquí surge también la seguridad de que, mientras permanezcan fieles a este mandato, ningún poder, ni terreno ni sobrehumano, prevalecerá sobre ellos. Pablo fue capaz de reorientar su vida y dejarse seducir por ese Jesús al que persiguió anteriormente. Pedro y Pablo cuestionan nuestra vida mediocre y nos replantean nuestro seguimiento de Jesucristo. Ahora nadie va atentar contra nuestra vida, no seamos cobardes a la hora de demostrar nuestro amor a Jesús.
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