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viernes, 1 de julio de 2011

HOMILIAS: DOMINGO XIV SEMANA TIEMPO ORDINARIO. CICLO A. 03 DE JULIO 2011

HOMILIAS: DOMINGO XIV SEMANA TIEMPO ORDINARIO. CICLO A. 03 DE JULIO 2011
1.- EL EVANGELIO REVELADO A LOS SENCILLOS
Por Pedro Juan Díaz
1.- Con esta celebración volvemos a los domingos del tiempo ordinario. El Evangelio que nos sirve de guía es el de Mateo. En él vamos conociendo mejor a ese Jesús, que es el Mesías de Dios, para amarle más y seguirle más de cerca. La Palabra de Dios acompaña nuestro caminar también en verano y es una palabra viva y que se actualiza a los tiempos en que vivimos por la fuerza del Espíritu Santo.
Esa era, más o menos, la misión de los profetas, tanto en los tiempos antiguos, como en la actualidad. Porque no dudemos que hoy siguen habiendo profetas de Dios que nos hacen presente su Palabra como respuesta a las situaciones por las que pasa nuestro mundo y nuestra vida. ¿Habrá profetas que nos hablen de la crisis que estamos viviendo?
2.- Yo creo que sí, o por lo menos eso me ha recordado la lectura del profeta Zacarías. Como buen profeta que es y como palabra viva que se actualiza a nuestros tiempos, Zacarías nos invita y nos anima a la esperanza. Zacarías se encuentra a un pueblo bastante desanimado, pero les recuerda que Dios está de parte de los sencillos y de los pobres, que vino a manifestarse entre nosotros de manera muy humilde, “justo y victorioso”, pero “modesto y cabalgando en un asno”, y que viene a traer “la paz a las naciones”. Para muchas familias el verano será un tiempo de paz y de prosperidad, porque el sol y el turismo nos traerán trabajo y mejorarán la economía. Será un tiempo para recuperar la esperanza de un pueblo que también anda bastante desanimado.
3.- Esta es una manera de hacer una lectura creyente de lo que nos ocurre, es una manera de descubrir en la crisis una oportunidad de cambiar, de no cometer los mismos errores, y de descubrir muchas otras cosas más, en otros aspectos de la vida que nos afectan a todos. Pero para “ver” en profundidad todo esto y descubrir a Dios en los entresijos de la historia es importante tener un corazón sencillo y una fe muy grande. Eso es lo que Jesús decía al darle gracias al Padre “porque has revelado estas cosas a la gente sencilla”. De esta manera, con estos “ojos” podremos conocer mejor al Dios de nuestra historia que, hoy y siempre, anda atento a lo que vivimos y sufrimos sus hijos e hijas. Seguramente tendremos que aprender de esos que son más “torpes” y menos “sabios” a los ojos de nuestro mundo, pero que son muy inteligentes y llenos de sabiduría a los ojos de Dios, porque saben descubrirle en la vida de cada día.
4.- En el fondo se trata de conocer mejor a Dios, de descubrirle en la vida, cercano, preocupado, activo, y así poder amarle más, sentirnos agraciados por Él y volcar todos nuestros esfuerzos en vivir como Él vivió, cerca de la gente sencilla, cerca de los pobres, de los enfermos, de los que sufren, de los que le buscan (y también de los que no). En su tiempo quizás los ricos pensaran que era demasiado pobre; tal vez los sabios pensaran que era demasiado sencillo; quizás los piadosos pensaran que era demasiado libre. Demasiados obstáculos para no dejar espacio a la confianza y al amor. En el fondo, los pobres acaban siendo los que mejor entienden a Dios. Porque sólo ellos pueden descubrir en ese Jesús manso y humilde de corazón, el rostro de un Dios que es Padre y que nos invita a acercarnos a Él con confianza. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados… Cargad con mi yugo… Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Estas son las llamadas que Jesús hace a los sencillos de corazón, de nosotros depende tener la capacidad de escucharlas, es decir, ser de esos sencillos de corazón por los que Jesús da gracias.
5.- Que la Eucaristía que celebramos nos ayude a descubrir a Dios cerca de nosotros y que su Palabra sigue estando viva y es respuesta válida para nuestro mundo de hoy. Que seamos profetas de esperanza en un mundo que necesita testigos de la Buena Noticia, corazones sencillos y seguidores firmes de Jesús resucitado.
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2.- OJALÁ SEAMOS SENCILLOS Y HUMILDES
Por Antonio García-Moreno
1.- SOBRE UN BORRICO.- El profeta Zacarías contempla a través de los siglos, traspasando el muro de los tiempos, la entrada en Jerusalén del rey de Israel, del Salvador del mundo. Su corazón rebosa alborozado y comunica la gran noticia al Pueblo elegido. Muchos lustros después, cuando Jesucristo entre en Jerusalén, aclamado por la muchedumbre, Mateo el evangelista recordará las palabras proféticas de Zacarías, verá cumplido el vaticinio y se reafirmará en la convicción de que Jesús de Nazaret es el Hijo de David, el Cristo de Dios, el Ungido del Padre, el Rey mesiánico.
La multitud que lo vitoreó estaba formada por gente sencilla y por niños. Su cabalgadura fue un borrico. Un retablo sencillo y humilde, unas circunstancias un tanto apoteósicas, vividas en medio del pueblo llano. En contraposición con aquel entusiasmo, los sabios de Israel protestarán ante aquellas aclamaciones que no respondían a la idea que ellos se habían forjado de la llegada del Mesías.
Una vez más se muestran como ciegos incurables, gente soberbia que no podía elevarse por encima de las apariencias y percibir la realidad última y escondida, que se encerraba en aquel acontecimiento. Nosotros queremos colocarnos de parte de los niños y de la gente sencilla, queremos ver en Jesús, montado sobre un borrico, a nuestro rey y redentor, que por medio de lo que parecía pequeño y humilde, a través del sacrificio y del dolor, alcanzó la gloria suprema y nos conquistó así nuestra salvación.
Y con la salvación, la paz y la alegría. Paz y alegría que alcanzarán su plenitud en la otra vida, y que se nos dan ya ahora como gozosa primicia. Por eso los cristianos tenemos motivos más que sobrados para ser los más felices de todos los hombres que viven sobre la tierra, aun en medio del sufrimiento o del fracaso. La victoria que lo decide todo es la que se consigue, con la ayuda de Dios, contra el pecado, contra el mundo y contra el demonio. Por todo ello el que tiene a Dios nada le falta, el que vive en gracia participa ya de la dicha eterna.
2.- APRENDED DE MÍ.- Muchas veces los evangelistas nos presentan a Jesús en oración. En ocasiones, como en este pasaje, nos refieren el contenido de su plegaria. El Señor, también en esto, es nuestro modelo. Lo primero que podemos aprender de su oración es la frecuencia en hacerla. Por eso también nosotros hemos de orar a menudo, elevar nuestro corazón hasta Dios, para hablarle con sencillez y confianza, con humildad y constancia, y pedirle cuanto necesitemos, o cuanto necesitan los demás, en especial esos que se encomiendan a nuestras oraciones, o por los que tenemos más obligación de rezar.
Y, además de pedir, también agradecer. Son tantos los beneficios que nuestro Padre Dios nos otorga, que deberíamos estar siempre dándole gracias desde lo más íntimo de nuestro ser. Por otra parte, la oración de gratitud es la más agradable a los ojos de Dios. En ella proclamamos su bondad y su soberanía, reconocemos que cuanto tenemos, de Él lo hemos recibido y a Él hemos de consagrarlo.
Parece un contrasentido lo que en esta ocasión dijo Jesús. Resulta que los sabios no entenderán nada. Quizá sepan explicar el porqué de muchas cuestiones, relacionadas incluso con el misterio de Dios, pero en realidad no llegarán a comprenderlas, a descubrir el profundo sentido que arrebata el espíritu y lo eleva sobre todo lo material. En cambio, la gente humilde y sencilla descubre el poder y el amor de Dios, es partícipe de los más grandes misterios que nunca, por sus solas fuerzas, puede alcanzar el hombre. Así lo ha querido Dios. Ojalá sepamos reconocer nuestra pequeñez y limitación, ojalá seamos sencillos y humildes. Sólo entonces descubriremos la grandeza del Señor, y experimentaremos la dicha de amarlo.
Jesús se pone como modelo y confiesa con llaneza y claridad su mansedumbre y su humildad. Aprended de mí, nos dice. Si conseguimos aprender esa primera y sencilla lección de Jesucristo, hallaremos el descanso y la paz. Todo será entonces soportable, hasta la mayor preocupación y el más grande agobio se disipará si nos abandonamos como niños en los brazos de nuestro Padre Dios.
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3.- LA SABIDURÍA DE LA GENTE SENCILLA
Por Gabriel González del Estal
1.- Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Los sabios y entendidos a los que se refería Jesús en esta ocasión eran los doctores de la Ley, fariseos, escribas, que no le aceptaban como Mesías y, o no creían en sus milagros, o creían que los milagros que hacía los hacía por obra del príncipe de los demonios. Es decir, gente a la que su orgullo, su vanidad y sus intereses religiosos y políticos no les permitían reconocer la verdad de la doctrina y de la vida de Jesús de Nazaret. Porque la vida y la doctrina de Jesús eran para ellos una denuncia constante de sus intereses egoístas y perversos y de su vida hipócrita. La gente sencilla era, en cambio, buena gente, gente sencilla que creía lo que veía y se alegraba del bien que Jesús estaba haciendo a muchas personas enfermas, marginadas, pecadores, a gente humilde y de buena voluntad. En definitiva, Jesús alaba a su Padre y le da gracias por dar su gracia a los humildes y por negársela a los soberbios. La pregunta que debemos hacernos nosotros ahora es si realmente nosotros actuamos como los sabios y entendidos a los que Jesús critica, o como la gente sencilla a los que Jesús alaba. Es decir, si Jesús puede alabar y dar gracias a su Padre por nuestra vida, o no. Porque sería muy triste que nuestra sabiduría, nuestro entendimiento, nuestra cultura, nos incapacitaran para seguir a Jesús y para ser buenos discípulos suyos. En nuestro caso, nuestra sencillez no sólo no debe verse ocultada e impedida por nuestros conocimientos y estudios, sino todo lo contrario. La ciencia debe llevarnos hacia Dios y el amor a Dios debe iluminar nuestro amor a la ciencia. La sabiduría busca siempre la verdad y la verdad grande y última está siempre en Dios.
2.- Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Jesús se presenta a sí mismo como un hombre sencillo, manso y humilde de corazón, que confía en su Padre Dios. Es su Padre el que le ha encomendado la misión de salvar al mundo y Jesús sabe que ha venido al mudo para hacer la voluntad del Padre que le envió. Pero él sabe que su Padre no quiere que salve al mundo a base de duras imposiciones o cargas pesadas, como pretendían hacerlo los sabios y entendidos del mundo, los escribas y fariseos. Él conoce a su Padre y sabe a su Padre se llega a través de la humildad y de la mansedumbre. Todos los que quieran llegar hasta su Padre Dios deben hacerlo aprendiendo de él, es decir, con humildad y mansedumbre de corazón. Dios nos salva por la pureza y la limpieza de nuestro corazón, más que por las obras grandes que consigamos hacer. El yugo de Cristo es un yugo llevadero y la carga que Cristo nos impone es una carga ligera, siempre que nosotros sepamos aceptar este yugo y esta carga con humildad y mansedumbre de corazón. Sólo los soberbios y los que confían únicamente en sí mismos están lejos del corazón de Dios.
3.- El que no tiene el espíritu de Cristo, no es de Cristo. San Pablo, en este texto de su carta a los romanos, opone el vivir según el espíritu de Cristo al vivir según la carne. Vivir según el espíritu de Cristo es vivir intentando continuamente dar muerte en nosotros a las obras del cuerpo. Es la ya conocida doctrina de San Pablo sobre el hombre viejo y el hombre nuevo: el hombre viejo se mueve dirigido por la ley del cuerpo, mientras que el hombre nuevo actúa impulsado por la ley del espíritu. La ley del espíritu se expresa en los dones y frutos del espíritu, mientras que la ley del cuerpo se ve arrastrada por las pasiones y turbulencias de la carne. Vamos a pedirle a Dios, en este domingo, que sea su espíritu, el Espíritu de Dios, el que habite en nosotros.

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