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jueves, 17 de noviembre de 2011

HOMILIAS: XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario Jesucristo, Rey del Universo

HOMILIAS: XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario Jesucristo, Rey del Universo
20 de noviembre de 2011
1.- SÓLO LA COMPASIÓN ABRE LAS PUERTAS DEL REINO
Por Gabriel González del Estal
1. Heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Este pasaje del evangelio de Mateo es sorprendente y hasta un poco escandaloso. ¿Cuál es la única razón por la que el Hijo del Hombre abre las puertas de su reino a los que ha puesto a su derecha? Que tuvieron amor al prójimo. ¿Nada más? Pues la verdad es que aquí no se habla de ninguna otra razón. Es seguro que entre los que estaban a su izquierda había muchos fariseos y maestros de la Ley, muchos que habían cumplido la Ley escrupulosamente, muchos que habían ayunado mucho, que habían rezado mucho, que se habían esforzado muchísimo para ser los primeros en las sinagogas y para tener los primeros puestos en la sociedad. Y entre los que estaban a su derecha, los que heredaron el reino, habría muchos torpes, débiles e ignorantes, personas de poco peso social y religioso. ¿Por qué abrió el Hijo del Hombre a estos y no a los otros las puertas del Reino? Porque estos habían practicado la misericordia, el amor fraterno, la compasión hacia los pobres, los enfermos, los desheredados, los marginados de la sociedad. San Agustín decía que cada vez que leía este evangelio se quedaba asombrado y un tanto sorprendido. ¿Es que lo único que nos salva ante Dios es el amor fraterno? ¿Será verdad, pienso yo ahora, que San Juan de la Cruz tenía razón cuando decía que al atardecer de la vida nos examinarán de amor?
2. Serán reunidas ante él todas las naciones. Seguimos con la sorpresa. En la mentalidad del pueblo judío, en tiempos de Jesús, se pensaba que el Hijo del Hombre vendría a juzgar a los de su pueblo, a los judíos. En la mentalidad de un judío contemporáneo de Jesús, los paganos, los no judíos, no tenían parte en el acontecimiento final de la historia. Pero aquí, en este texto evangélico, se nos dice que el Hijo del Hombre reunirá ante él a todas las naciones. Será, pues, un juicio universal. La pregunta es: los paganos que no habían conocido a Jesús y que no adoraban al Dios Yahvé ¿también se salvarían si practicaban la misericordia con el prójimo necesitado? Pues sí, claro, eso dice el texto. Es decir, que tampoco la religión es lo determinante en la salvación de una persona. Las personas que practiquen el amor fraterno se salvan; las demás no. Fuera de la Iglesia sí hay salvación; fuera de la práctica del amor fraterno no hay salvación. En fin, que aunque no es bueno sintetizar en una sola frase toda la teología de la salvación, sí es bueno que pensemos y meditemos en la importancia de este elogio del amor fraterno que nos ofrece hoy este texto del evangelio de San Mateo.
3. Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro… Buscaré las ovejas perdidas… El profeta Ezequiel, desde el destierro, escribe las palabras que le dicta un Dios pastor y bondadoso que cuida y atiende directamente a cada una de sus ovejas. No se trata de un Dios justiciero y castigador, sino de un Dios padre y médico de cada uno de sus hijos. Es fácil para nosotros, los cristianos, equiparar a este Dios del que nos habla el profeta Ezequiel con el Dios Padre de Jesús de Nazaret. El mismo Jesús quiere que le veamos a él como a un buen pastor que “busca a las ovejas perdidas, hace volver a las descarriadas, venda a las heridas y cura a las enfermas”. Nuestro Rey, el Cristo, no es rey al estilo de los reyes de la tierra. No quiere súbditos que le defiendan con armas y ejércitos; quiere a hijos que proclamen y defiendan su Reino con la única arma del amor. Amar a Dios y demostrar ese amor en el amor al prójimo. Ese es el único mandamiento, el mandamiento nuevo, que nos dejó nuestro rey, Jesús de Nazaret.
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2.- EL REINO DEL AMOR ESTÁ CERCA DE NOSOTROS
Por Pedro Juan Díaz
1.- En este último domingo del tiempo ordinario se resume todo el mensaje de Jesús proclamándolo REY. Y todo rey ha de tener un reino, lógicamente. Y eso me hace pensar en los momentos en los que Jesús habló de su reino, que son muchos, pero me quedo con algunos que nos pueden ayudar en la reflexión de hoy. Podemos recordar, siguiendo al evangelista Mateo (que ha sido al que hemos leído durante todo este año), que al principio de la predicación de Jesús aparecía Juan Bautista anunciando la conversión, porque “está cerca el reino”. Y el mismo Jesús lo repitió al comenzar su vida pública, y nos lo fue explicando en cada una de sus parábolas (“el reino de los cielos se parece a…”). También nos enseñó a rezar diciendo: “venga a nosotros tu reino”. Todos los momentos de su vida los dedicó a enseñarnos, con sus palabras y con sus obras, que el reino de Dios ya está aquí, que Dios ya reina en el corazón de las personas y de las comunidades que viven (o por lo menos lo procuran) según el estilo de Jesús. Tampoco conviene olvidar que esta manera de vivir de Jesús, según los valores del reino de Dios, le costó la vida. Por lo tanto, el mensaje del reino es central para nuestra fe, y no está exento de dificultades.
2.- En el evangelio de hoy también aparece el reino, en concreto el momento final, justo cuando el Señor repartirá la herencia entre sus herederos. Dice el texto: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. La cuestión será saber quiénes serán esos herederos y si estaremos nosotros entre ellos. De entrada, no tenemos por qué dudar de que esto sea así, ya que hoy afirmamos que Jesucristo es nuestro rey y que nosotros formamos parte de su reino, que se va construyendo cada día en nuestro mundo con nuestro trabajo y con la fuerza del Espíritu Santo. Pero también es verdad que para formar parte de este reino lo importante es la actitud, es decir, si hemos amado a esos que Jesús llama “mis humildes hermanos”, o más bien hemos sido indiferentes a sus necesidades materiales (hambre, sed, ropa), a su condición de extranjeros, a sus sufrimientos (enfermedad, cárcel), etc. Esto son lo que toda la vida hemos llamado las obras de misericordia, y que muestran el rostro misericordioso de Dios y su amor preferencial por los más pobres. San Juan de la Cruz decía que, al final de nuestra vida, Dios sólo nos hará una pregunta: ¿has amado? El reino de Jesús es el reino del amor.
3.- El resto de las lecturas nos siguen dando más pistas sobre esta reflexión. El profeta Ezequiel nos ayuda a entender que Dios nos busca, como un buen pastor lo hace con sus ovejas, y lo hace para llevarnos de nuevo al camino, fijándose más en aquellas que están más descarriadas, para reunirnos, apacentaros, curarnos, para salvarnos, en definitiva, y no para condenarnos o echarnos a perder. La actitud de Dios es la de un buen pastor, que quiere tener cerca a sus ovejas para poder cuidarlas. Ezequiel también critica a los que oprimen al rebaño, en vez de gobernarlo con justicia y cuidando de los más necesitados. Podríamos trasladar al día de hoy las palabras del profeta y pensar en un Dios que busca a sus hijos e hijas, especialmente a aquellos que más le necesitan, como podemos ver en el salmo responsorial, y al que le desagrada la actitud de aquellos que son indiferentes ante el sufrimiento de sus hermanos, o que son los causantes de ese sufrimiento.
Finalmente, San Pablo nos recuerda que todos los que formamos parte de ese reino viviremos para siempre gracias a la muerte y resurrección de Cristo. Aunque nos parezcamos a Adán en nuestra condición frágil y pecadora, Cristo nos llama a compartir su misma vida. Él es nuestro Rey que, lejos de encumbrarse, se hace uno de nosotros, para rescatarnos del pecado y de la muerte.
4.- Terminamos el año como lo empezamos, proclamando que el reino del amor está cerca de nosotros. Y cuando más cerca lo podemos experimentar es en la Eucaristía, en el encuentro con Jesús resucitado, que nos llama y nos envía a hacer crecer su reino en el corazón del mundo. Que nuestra respuesta sea el amor hacia los más pequeños y necesitados, para que escuchemos en nuestro corazón: “venid y heredad el reino… porque cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.
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3.- REY Y PASTOR JUSTO
Por José María Martín OSA
1.- Un pastor que imparte justicia. El profeta Ezequiel denuncia con insistencia los abusos de los "pastores" de Israel y anuncia después que el mismo Dios se hará cargo del rebaño: "Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él". El texto encuentra su situación histórica en la diáspora y en el exilio de Israel en Babilonia. El fracaso de la monarquía, la incapacidad de los dirigentes, fue la causa principal de la dispersión y el exilio de los hijos de Israel. Pero he aquí que el Señor no desistirá de su plan de salvación. Después de juzgar y condenar a los malos pastores, el Pastor juzgará entre oveja y oveja, esto es, el pueblo se dividirá claramente en dos clases: de una parte, las ovejas famélicas y, de otra, las gordas. Por eso habrá un juicio de Dios en favor de los más débiles.
2.- “El Señor es mi pastor, nada me falta”, recitamos en el Salmo 22. Sólo con que yo llegue a creer eso, cambiará mi vida. Se irá la ansiedad, se disolverán mis complejos y volverá la paz a mis atribulados nervios. Vivir de día en día, de hora en hora, porque él está ahí. El Señor de los pájaros del cielo y de los lirios del campo. El Pastor de sus ovejas. Si de veras creo en él, quedaré libre para gozar, amar y vivir. Libre para disfrutar de la vida. Cada instante es transparente, porque no está manchado con la preocupación del siguiente. El Pastor vigila, y eso me basta.
3.- Cristo se identifica con los más necesitados. El juicio que presenta el evangelio es universal. La promesa y la amenaza que este juicio supone van dirigidas sin distinción alguna a cristianos y paganos, a los creyentes y a los ateos, a todos los hombres y a los pueblos. La imagen del pastor que separa las ovejas de las cabras está tomada del texto de Ezequiel. Es importante no olvidar ese detalle, pues sólo así comprendemos que se trata evidentemente de un juicio entre los explotadores y explotados, entre los que hacen la injusticia y los que la padecen. El Señor saldrá al fin en defensa de los pobres, de los que sufren, de los perseguidos por su amor a la justicia...El juicio será según las obras, no según lo que decimos creer y confesar. Notable y digna de toda consideración es en primer lugar la pregunta de los bienaventurados. Se ve que ellos no sabían lo que les esperaba, que ignoraban su amor a Cristo cuando amaban a los pobres. Cristo se identifica con los pobres, con los forasteros, con los encarcelados, con los enfermos. Y esto no sólo porque tales son los que padecen la injusticia, sino también porque son los que buscan la justicia y luchan por alcanzarla.
3.- Rey que juzga. El cumplimiento del mandamiento del amor o su incumplimiento anticipa ya en el mundo el juicio final. El que ama a Cristo en los pobres y se solidariza con su causa se introduce en el reino de Dios; pero el que no ama y explota a sus semejantes se excluye del reino de Dios. El juicio universal será la manifestación y la proclamación de la sentencia definitiva, que se va cumpliendo ya en nuestras vidas según nuestras obras.
Nos dice San Agustín, comentando este evangelio: “Tenéis a Cristo sentado en el cielo y mendigo en la tierra,….. Él dijo: Tuve hambre y me disteis de comer. Y como le preguntasen: ¿Cuándo te vimos hambriento?, respondió: Cuando lo hicisteis con uno de éstos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. De esta manera se manifestaba como fiador de los pobres, como fiador de todos sus miembros, puesto que, si él es la Cabeza, ellos son los miembros, y lo que reciben los miembros lo recibe también la Cabeza”. Este cuento de León Tolstoi lo dice todo:
“Cuenta la historia que Martín era un hombre ya entrado en años, que se ganaba la vida como zapatero. Vivía solo, en una pequeña casa, ya que su mujer había muerto de muy joven y el hijito que ambos habían tenido, también enfermó y falleció. Por todo esto que le había pasado, Martín estaba muy enfadado con Dios, o lo que es peor, le era indiferente.
Cierto día, llegó a la casa de Martín un curita, que le traía como trabajo, hacer una nueva funda de cuero para su Biblia. Para que esa funda fuera perfecta, le dejó el libro para que tomara las medidas. Esa noche, luego de cenar, sintió la necesidad de abrir la Biblia que el cura le había dejado y leyó la cita de Mt 25,31-46. Cuando terminó de leerla, cansado por el trabajo de todo el día se quedó dormido sobre la mesa. Tan dormido estaba que hasta soñó... ¡Y qué sueño! Escuchó la voz de Dios que le decía: "Martín, mañana voy a ir a visitarte". Al otro día se despertó sobresaltado, nervioso, pero contento. Dios iría a visitarlo a su casa. Desayunó y se puso a limpiar y ordenar todo. En eso, mientras estaba en plena tarea, golpeó a su puerta un anciano, que estaba exhausto de tanto caminar, Martín lo hizo pasar, le ofreció un mullido sillón para descansar y le sirvió un té. Cuando hubo descansado lo suficiente, agradeció y se fue.
Martín siguió con los preparativos para recibir a su visita. Al rato, golpearon nuevamente su puerta. ¡Es el Señor!, pensó Martín, pero al abrir sólo vio a una mujer, con un bebé en brazos, que venía a pedirle: "Señor, estoy sola con mi niño, y no tenemos qué comer desde hace días... ¿Podría usted ayudarme con algo?" Martín la hizo pasar, le dio algo de comer a ella, y calentó bastante leche para el bebé. Cuando hubieron comido lo suficiente, la mujer se levantó, agradeció a Martín, con un beso en las manos, y se marchó.
Martín, cada vez más ansioso, no veía la hora de que llegara su invitado. Mientras limpiaba, miró por la ventana de su casa, y vio a un niño de la calle, con su ropa toda rota y sucia. Abrió un cajón en el que reservaba la ropita que había sido de su pequeño, tomó las más lindas prendas, salió y se las ofreció al niño de la calle, que lo aceptó con una sonrisa de oreja a oreja. Martín entró nuevamente en su casa y siguió preparando todo.
Así estuvo todo el día, hasta que, a la noche, cansado por el trabajo, se sentó y se quedó dormido. Tan dormido estaba que hasta soñó... ¡Y qué sueño! En el sueño, vio a Jesús, y le dijo: "¡Señor, estuve todo el día esperándote! Limpié, ordené, preparé todo... y vos ¡Me fallaste!" y en el mismo sueño, volvió a escuchar la Voz de Dios que le decía: "¡¿Cómo que te fallé?! ¿No fui a tu casa? Sí, fui, Y no una, sino ¡Tres veces! Una vez vestido de anciano, y me ofreciste descanso y comida. Más tarde fui en forma de madre cansada y de bebé hambriento, y me atendiste muy bien. Por último fui también como niño de la calle y me diste lo mejor... ¿No te acuerdas acaso que todo lo que hacéis por el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hacéis? En eso Martín se despertó y se puso alegre como nunca.

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