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lunes, 14 de noviembre de 2011

Ordinario de la Misa: Lunes XXXIII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 14 de Noviembre, 2011

Ordinario de la Misa: Lunes XXXIII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 14 de Noviembre, 2011
Señor, no me abandones, no te me alejes
Feria de la 33a. semana del Tiempo Ordinario
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor
Antífona de Entrada
Señor, no me abandones, no te me alejes, Dios mío. Ven de prisa a socorrerme, Señor, mi salvador.
Oración Colecta
Oremos:
Dios omnipotente y misericordioso, de cuya mano proviene el don de servirte y de alabarte, ayúdanos a vencer en esta vida cuanto pueda separarnos de ti.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

Primera Lectura
Lectura del primer libro
de los Macabeos
(1, 10-15. 41-43. 54-57. 62-64)
En aquellos días, surgió un hombre perverso, Antíoco Epifanes, hijo del rey Antíoco, que había estado como rehén en Roma. Subió al trono el año ciento treinta y siete del imperio de los griegos.
Hubo por entonces unos israelitas apóstatas, que convencieron a muchos diciéndoles: “Vamos a hacer un pacto con los pueblos vecinos, pues desde que hemos vivido aislados, nos han sobrevenido muchas desgracias”.
Esta proposición fue bien recibida y algunos del pueblo decidieron acudir al rey y obtuvieron de él autorización para seguir las costumbres de los paganos. Entonces, conforme al uso de los paganos, construyeron en Jerusalén un gimnasio, simularon que no estaban circuncidados, renegaron de la alianza santa, se casaron con gente pagana y se vendieron para hacer el mal.
Por su parte, el rey publicó un edicto en todo su reino y ordenó que todos sus súbditos formaran un solo pueblo y abandonaran su legislación particular.
Todos los paganos acataron el edicto real y muchos israelitas aceptaron la religión oficial, ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado.
El día quince de diciembre del año ciento cuarenta y cinco, el rey Antíoco mandó poner sobre el altar de Dios un altar pagano, y se fueron construyendo altares en todas las ciudades de Judá.
Quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas; rompían y echaban al fuego los libros de la ley que encontraban; a quienes se les descubría en su casa un ejemplar de la alianza y a los que sorprendían observando los preceptos de la ley, los condenaban a muerte en virtud del decreto real.
A pesar de todo esto, muchos israelitas permanecieron firmes y resueltos a no comer alimentos impuros. Prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos que violaban la santa alianza.
Muy grande fue la prueba que soportó Israel.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 118
Ayúdame, Señor,
a cumplir tus mandamientos.
Me indigno, Señor, porque los pecadores no cumplen tu ley. Las redes de los pecadores me aprisionan, pero yo no olvido tu voluntad.
Ayúdame, Señor,
a cumplir tus mandamientos.
Líbrame de la opresión de los hombres y cumpliré tus mandamientos. Se acercan a mí los malvados que me persiguen y están lejos de tu ley.
Ayúdame, Señor,
a cumplir tus mandamientos.
Los malvados están lejos de la salvación, porque no han cumplido tus mandamientos. Cuando veo a los pecadores, siento disgusto, porque no cumplen tus palabras.
Ayúdame, Señor,
a cumplir tus mandamientos.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; el que me sigue tendrá la luz de la vida.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (18, 35-43)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte:
“¡Hijo de David, ten compassion de mí!”
Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”
El le contestó:
“Señor, que vea”.
Jesús le dijo:
“Recobra la vista; tu fe te ha curado”.
Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión:
Jesús aparece utilizando su poder de aliviar la aflicción de un ser humano, víctima de un trastorno físico: Le devuelve la capacidad de ver; responde a la fe del individuo que lo impulsa a dirigirse a Jesús como al Hijo de David. La actitud de Jesús trae salvación a un excluido de la humanidad, víctima de una enfermedad que lo condena a pasar sus días a la vera del camino, mendigando. El ciego recupera la vista y al mismo tiempo reconoce lo que otros no querían que conociera.
Muchas veces podemos sentir que obramos como quienes no reconocen a Jesús en toda su dimensión, y, a la vez, les niegan a otros la posibilidad de hacerlo. El nombre “Hijo de David” no implica solamente la restauración espiritualizada del Reino de Dios, es también la esperanza política del pueblo de Israel, el rey que todos esperaban; si bien no será el rey al modo en que muchos lo esperaban. Sí es rey en cuanto elegido, ungido de Dios, quien propone una lógica distinta en cuanto a las relaciones políticas, económicas y sociales

Oración sobre las Ofrendas
Que este sacrificio que vamos ofrecerte en comunión con toda tu Iglesia, te sea agradable, Señor, y nos obtenga la plenitud de tu misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio Común IX
La gloria de Dios es el hombre
viviente.
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Tú eres el Dios vivo y verdadero; el universo está lleno de tu presencia, pero sobre todo has dejado la huella de tu gloria en el hombre, creado a tu imagen.
Tú lo llamas a cooperar con el trabajo cotidiano en el proyecto de la creación y le das tu Espíritu para que sea artífice de justicia y de paz, en Cristo, el hombre nuevo.
Por eso, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos con alegría el himno de tu alabanza:
Santo, Santo, Santo...

Antífona de la Comunión
Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Continúa, Señor, en nosotros tu obra de salvación por medio de esta Eucaristía para que, cada vez más unidos a Cristo en esta vida, merezcamos vivir con él eternamente.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

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