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martes, 31 de enero de 2012
Evangelio del Miercoles IV Semana Tiempo Ordinario. Ciclo B. 01 de Febrero, 2012.
Evangelio del Miercoles IV Semana Tiempo Ordinario. Ciclo B. 01 de Febrero, 2012.
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (6, 1-6)
Gloria a ti, Señor
En aquel tiempo, Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: “¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?” Y estaban desconcertados.
Pero Jesús les dijo:
“Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos.
Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario:
La aceptación de la misión de Jesús por parte del pueblo sencillo corre pareja al rechazo de sus familiares y paisanos. Si sus parientes lo buscan es porque consideran que está fuera de sí (Mc 3, 21.31-34). A Jesús le desprecian por conocerle y por tener un oficio humilde como ellos. Es decir, por ser uno de ellos. En respuesta, Jesús no se enoja, sino que se sorprende de lo despistados que están sus paisanos: no tienen ojos para el acontecer de Dios en la vida diaria. La religión no es para ellos un camino cotidiano, sino una actividad que se realiza en la sinagoga y en el Templo. ¿Cuántas veces nosotros actuamos de la misma forma? Permanecemos completamente despistados y no aterrizamos con nuestras opciones religiosas para dar significado a los acontecimientos maravillosos de la vida cotidiana. Esperamos grandes predicadores, pero difícilmente escuchamos a la vecina que nos narra la salvación de su economía doméstica, o la historia de la mamá que logra rescatar a un hijo alcohólico o drogadicto (Lc 15, 1-31). Jesús no narra nunca cataclismos inexplicables, sino la acción de un Dios que nos salva en la vida cotidiana.
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