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jueves, 8 de marzo de 2012

Evangelio del Sábado II Semana de Cuaresma. Ciclo B. 10 de Marzo, 2012

Evangelio del Sábado II Semana de Cuaresma. Ciclo B. 10 de Marzo, 2012 † Lectura del santo Evangelio según san Lucas (15, 1-3. 11-32) Gloria a ti, Señor. En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’. Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’. Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete. El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’. El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús. Comentario: Esta parábola, exclusiva del evangelio de Lucas, ha recibido varios títulos: parábola del hijo pródigo, parábola del padre misericordioso, parábola del hermano mayor, etc. Depende del ángulo por donde se quiera abordar. Sugerimos una clave de lectura para esta parábola a partir de la introducción que el mismo Lucas propone. Los fariseos y letrados o doctores de la ley cuestionan el proceder de Jesús porque se relaciona con “publicanos y pecadores”. Jesús se ha relacionado con las personas cuyos comportamientos son contrarios a lo establecido; impuros, marginados de la ley por sus prácticas poco trasparentes, gentes de mala reputación. Los otros, los que se creen poseedores de la verdad, los rectores de la moral y de las tradiciones religiosas no pueden soportar de ninguna manera este modo de proceder de Jesús; se quedan fuera, criticando, encerrados en sus propios esquemas rígidos e intransigentes. – Es posible que nosotros mismos asumamos muchas veces las posturas rígidas de fariseos y doctores de la ley a nombre de la religión, la moral y las buenas costumbres. Jesús nos invita a reconocer con humildad nuestra pequeñez, para que el Reino de Dios acontezca en nosotros. Es hora de superar nuestra prepotencia y dejar que el evangelio penetre nuestros corazones.

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