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martes, 10 de abril de 2012

Evangelio del Miércoles Octava de Pascua. Ciclo B. 11 de Abril. 2012.

Evangelio del Miércoles Octava de Pascua. Ciclo B. 11 de Abril. 2012. † Lectura del santo Evangelio según san Lucas (24, 13-35) Gloria a ti, Señor. El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. El les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?” Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” El les preguntó: “¿Qué cosa?” Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el Nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”. Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él. Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”.Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!” Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús. Comentario: Tal como insinuábamos ayer en el relato de san Juan, es necesaria la experiencia de la fe para poder reconocer plenamente la presencia de Jesús resucitado en medio de la comunidad de creyentes. Jesús camina, como un desconocido, junto a sus desilusionados discípulos, quienes no lo reconocen porque no han entendido aún el sentido de las Escrituras; les cuesta creer lo que anunciaron los profetas acerca del Mesías. Por ello, Jesús, ese caminante anónimo, inicia un proceso de reflexión sobre la Escritura, tratando de hacer evidente, a lo largo de la historia de salvación, que el sufrimiento, la persecución y la muerte constituyen el verdadero camino de liberación. Este recorrido por las Escrituras posibilita a los dos discípulos reconocer al Maestro en la fracción del pan. Todo ello indica que tanto la interpretación de la Escritura como la Eucaristía son indispensables en la vivencia del discipulado; son lugares privilegiados donde los seguidores pueden reconocer al Señor. El camino de Emaús representa entonces el proceso de fe que toda comunidad de creyentes debe seguir para encontrar al Señor resucitado, en donde la lectura orante de la Palabra y el compartir fraterno del Cuerpo de Cristo ocupan un lugar privilegiado. ¿Es así en nuestra comunidad particular? Fuente: www.servicioskoinonia.org

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