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viernes, 13 de abril de 2012

La homilía de Betania: II Domingo de Pascua
15 de abril de 2012

La homilía de Betania: II Domingo de Pascua
15 de abril de 2012 1.- “A LOS OCHO DÍAS” Por Pedro Juan Díaz 1.- De nuevo hoy, “a los ocho días”, nos volvemos a reunir como comunidad cristiana para celebrar la presencia de Jesús resucitado entre nosotros. El Señor Resucitado atraviesa nuestros miedos y nuestras puertas cerradas para traernos su paz y su alegría. De nuevo es Domingo, el Día del Señor, el día especial en el que los cristianos nos reunimos porque es el día de la resurrección. Y este día Jesús se hace presente de manera especial en la Eucaristía que celebramos juntos. Y nos vuelve a regalar su Espíritu Santo, un Espíritu que nos hace hermanos, que nos hace comunidad, Iglesia, que nos propone relacionarnos entre nosotros desde otras claves, desde la fraternidad y el perdón. El perdón, fruto del Espíritu, fruto del amor, es el distintivo de la comunidad, es el que hace que el otro no sea un extraño, ni un rival, sino un hermano, lleno del mismo Espíritu. En este Espíritu de paz y de perdón puede crecer la comunidad de hermanos y la comunión entre nosotros. 2.- Jesús produce una auténtica transformación en aquel grupo de discípulos, encerrados por miedo a acabar como su maestro, pero que se dan cuenta de que sigue vivo. Y les da el don del Espíritu Santo para que entiendan todo lo que les ha estado explicando durante tres años. Y también les encomienda la tarea de perdonar, en su nombre, los pecados de todas las personas, y reconciliar a toda la humanidad con Dios, que es Padre de todos. Ahora hay mucho que hacer, hay que decir a todos que Jesús ha resucitado, que está vivo, que es el Mesías. Los discípulos salen a evangelizar enviados por Jesús y con la fuerza del Espíritu. 3.- Pero hay uno de ellos que no está con los demás, que no ha vivido todo lo anterior y que duda, porque no ve, ni experimenta. Jesús les transmite a sus discípulos la importancia de vivir la fe dentro de la comunidad, para poder creer con más fuerza. No basta con la fe personal, a veces vienen las dudas y es necesario apoyarse en los hermanos para seguir buscando, para seguir caminando. La comunidad fortalece la fe. Los discípulos se vuelven a reunir al domingo siguiente. Desde ese momento, el domingo siempre será día de reunión de los cristianos, en torno al resucitado. Esta vez sí que está Tomas, al que Jesús se dirige de manera especial, para que no sea incrédulo, sino creyente. Tomás hace una confesión de fe única en todo el Evangelio: “¡Señor mío y Dios mío!”. A partir de ese momento no volverá a dudar, sino que reconocerá en Jesús al mismo Dios. 4.- La comunidad ya está formada. Ahora hay que empezar a caminar. Hace falta “pensar y sentir” en comunidad, y también “poseer” en común. Nace la comunión cristiana de bienes, para que ninguno de la comunidad pase necesidad. Desde ahora, los bienes materiales, el dinero y las demás posesiones han de servir para unir a los hermanos, no para dividirlos. Desde ese momento, el testimonio de los cristianos ha de ser una humanidad nueva, una nueva manera de vivir, a la luz del Resucitado. 5.- “A los ocho días” será el momento de encontrarse. La Pascua ya no se celebrará una vez al año, porque cada domingo es Pascua, cada domingo se celebrará la resurrección, con la comunidad reunida, con los hermanos en comunión de vida y acción. La Iglesia se reúne cada domingo convocada por el Espíritu para encontrarse con el Resucitado y celebrar la Acción de Gracias, la Eucaristía. Cada vez que comemos de este pan, celebramos la Pascua del Señor, su resurrección. Cada vez que celebramos la Eucaristía anunciamos su muerte y proclamamos su resurrección, en la espera de su venida definitiva. 6.- Cada domingo, el Señor Resucitado quiere entrar en nuestro corazón, cerrado por el miedo, para traernos su paz y su alegría. Cada domingo, el Espíritu Santo nos convoca para reunirnos como comunidad cristiana, como comunidad de hermanos, y poner en común lo que somos y lo que tenemos. Cada domingo, la Iglesia, la comunidad reunida, es el signo de la presencia del Resucitado en medio de nosotros. Que esta Buena Noticia que celebramos cada domingo no nos la guardemos para nosotros, sino que, como decía el evangelista San Juan, “todo esto se ha escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”. Anunciemos, también a los que no creen, que el Señor ha resucitado. 2.- TODOS LOS APÓSTOLES NECESITARON VER PARA CREER Por Gabriel González del Estal 1.- Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Los apóstoles necesitaron ver para creer en la resurrección de Jesús. Como es sabido, después de la muerte de Cristo los discípulos quedaron desconcertados y tremendamente tristes. No daban fe a las mujeres que les decían que habían visto al Señor, porque pensaban que se trataba de imaginaciones propias de mujeres ansiosas y desconsoladas. Los discípulos de Emaús creyeron cuando lo reconocieron al partir el pan; Juan “vio y creyó” cuando bajó al sepulcro y vio que estaba allí el sudario y las vendas, “pues hasta entonces no habían comprendido que, según las Escrituras Jesús debía resucitar de entre los muertos”; Pablo creyó cuando vio a Jesús en el camino de Damasco; los discípulos creyeron y se llenaron de alegría aquel primer día de la semana, cuando estaban en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos y le vieron aparecer de pronto. Tomás no creyó entonces, porque él no estaba allí en aquel momento y no pudo verlo, pero creyó cuando, a los ocho días, vio las manos de Jesús y pudo meter su mano en el costado del Resucitado. Ver para creer. Hay realmente hechos tan maravillosos y sorprendentes en los que sólo podemos creer en ellos cuando los vemos. El hecho de la resurrección era realmente para los discípulos uno de estos hechos asombrosos y sorprendentes, en el que había que ver para creer. Pero hay muchas maneras de ver. El verbo “ver” no significa lo mismo cuando nos referimos a los discípulos de Emaús, que cuando hablamos de Pablo, o cuando hablamos de Juan, o cuando, como hoy, hablamos de los discípulos que estaban reunidos en una casa por miedo a los judíos. Tampoco para nosotros, los cristianos del siglo XXI, tiene un significado unívoco el verbo “ver”. Para nosotros, ver a Jesús no es verlo con los ojos de la cara, sino con los ojos de la fe, es sentir viva la presencia de Jesús en nuestra alma. En este sentido, también nosotros, como los discípulos de Jesús, podemos decir hoy que necesitamos ver para creer. 2.- Dichosos los que crean sin haber visto. Esto es lo que le dijo Jesús a Tomás, después de que este, al verlo con los ojos de la cara, le reconociera como su Señor y su Dios. Jesús le dijo a Tomás que no es necesario ver con los ojos de la cara, para poder verle con los ojos de la fe. Lo que Jesús le reprocha a Tomás es no haber tenido fe, es decir, confianza en él, cuando murió en la cruz. Jesús ya les había dicho más de una vez a sus discípulos que iba a ser ejecutado y que moriría en la cruz, pero que al tercer día resucitaría. Cuando Jesús muere en la cruz, los discípulos pierden la confianza en él, se dispersan como ovejas sin pastor y no vuelven a creer en él hasta que, con los ojos de la cara, lo ven resucitado. La fe, la confianza en Jesús, no puede, ni debe depender de la visión física. Hay otras maneras de ver que deben ser suficientes para los ojos de la fe. Nosotros, los cristianos de este siglo, no podemos ver físicamente a Jesús. A Dios, nos dirá san Juan, nadie le ha visto nunca; pero todos podemos verlo con los ojos de la fe. Para san Juan la fe es confianza y es, sobre todo, amor: “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. Esto es lo que Jesús le dice a Tomás: dichosos los que, sin haber visto a Dios con los ojos de la cara, creen en Dios, le aman y se dejan amar por él. Esto es lo que Jesús nos dice también hoy a cada uno de nosotros. 3.- Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor. Daban testimonio de la resurrección del Señor no sólo con sus palabras, sino con su forma de vivir. Esto es lo que se nos dice hoy en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “en el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía”. Esta es la comunidad cristiana ideal, a la que todos los cristianos debemos aspirar: amarnos no sólo con palabras, sino con hechos. La forma que tenían las primeras comunidades cristianas de dar testimonio de la resurrección de Jesucristo era, según se nos dice en esta lectura, amarse unos a otros, de pensamiento y de obra. Así es como debemos también nosotros dar hoy testimonio de la resurrección del Señor: compartiendo nuestro pan y nuestra vida con todas las personas que lo necesiten. Que el Señor resucitado nos ayude a cada uno de nosotros a amar a los demás como Cristo nos amó a todos. 3.- EL REGALO QUE NOS HACE JESÚS: LA PAZ Y EL PERDÓN Por José María Martín OSA 1.- La vida en comunidad. En el relato que describe la vida de la primera comunidad cristiana se cumple lo que afirma el salmo 132: "¡Ved qué bueno y deleitoso es convivir los hermanos unidos!". La bondad y la delicia de la vida en común despertaron el deseo de muchas personas, que dejándolo todo, decidieron buscar juntos a Dios. Ahí está el origen del monacato y de la vida religiosa. Pero el texto de los Hechos no hay que verlo desde la óptica meramente histórica, pues no cabe duda de que nos muestra una comunidad "idealizada". Lo que expresa es aquello a lo que aspiraban, no sin dificultades, como podemos observar por ciertos conflictos que surgieron desde los primeros tiempos. Las claves de la vida comunitaria cristina son: la enseñanza --catequesis-- de los apóstoles, la vida en común, la comunión de bienes, la fracción del pan -eucaristía- y la oración. Todos necesitamos estos puntos de apoyo, sin los cuales nuestro seguimiento de Jesús se debilita. Contrasta esta situación con la realidad actual que vivimos los cristianos del siglo XXI en ciertos países de la vieja Europa: descristianización, religión a la carta, indiferencia religiosa, ateísmo... Muchos abandonan la nave de la Iglesia porque para ellos es un contrasigno de lo que Jesús predicó. ¿Qué hacer? Del texto se deducen estas actitudes básicas: vive tu fe, sé testigo de la resurrección de Cristo, manifiesta la alegría de sentirte habitado y transformado por Él y entonces serás signo y luz en medio de las tinieblas. No nos admirarán por nuestros cumplimientos ni por nuestros ritos, sino por lo que nos queremos. 2. – Domingo de la “Divina misericordia”: el regalo de la paz y el perdón. También hoy día podemos contemplar raudales de generosidad, de entrega y amor en muchos cristianos que han vivido la experiencia pascual y han dejado que el Espíritu transforme sus vidas. La clave es pasar por la experiencia del resucitado. Las dos apariciones que narra el evangelio de hoy ocurren el primer día de la semana. Para Juan es muy importante el día y la hora en que ocurren los hechos que narra. Por algo las comunidades cristiana se reúnen el domingo. Este día es el “día del Señor”, en el cual se produce una nueva. Si en la primera creación Dios da forma al hombre, es ésta segunda Jesucristo, al exhalar su aliento sobre los discípulos, da origen a la comunidad. Es en ella donde podemos encontrar a Jesús resucitado. Su regalo es el perdón y la paz. Por eso hoy celebramos el “domingo de la Divina Misericordia”. Emociona ver la forma en que los demás apóstoles acogen a Tomás: con dulzura, cariño y paciencia….No sé si hoy día sabemos tener la misma paciencia con los no creyentes o los agnósticos. Cada uno tiene su tiempo y su momento….Nunca debemos practicar el rechazo o la condena, siempre la acogida y el perdón. Tomás es una figura simpática y actual. Como él, muchos dudan, también los santos han dudado, buscan y no encuentran.... La Iglesia debe acoger a todos, sobre todo a tantos "tomases" que sinceramente buscan la verdad. Caminando con ellos nosotros podemos ayudarles a descubrir que el sentido de la vida está en lo profundo y en lo oculto, en las llagas de las manos y el costado. Jesús asumió el sufrimiento del hombre para levantarle del abismo. Nos regala la paz interior, el mayor de los dones que el hombre puede tener. 3.- “Dichosos los que crean sin haber visto”. Jesús proclama la bienaventuranza del resucitado: La fe es un don que nace de la confianza en “Alguien” que no puede fallarnos. No hace falta verle físicamente para creer en El. La misión que Jesús nos encomienda es ser “apóstoles”, es decir sentirnos “enviados” a proclamar que “hemos visto al Señor”. Si es verdad que lo hemos visto con los ojos de la fe, si nos hemos encontrado con El, entonces se notará en nuestra vida y seremos testigos de Jesús vivo y resucitado. Que en este tiempo pascual nos dirijamos a Jesucristo glorificado y le pidamos que aumente nuestra fe, que intentemos ilustrar y formar nuestra fe para responder a los interrogantes de nuestro tiempo. Que seamos capaces de decir con Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!". Fuente: www.betania.es

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