Buscar este blog
jueves, 5 de abril de 2012
Ordinario de la Pasión del Señor: Viernes Santo. Ciclo B. 06 de Abril, 2012
Ordinario de la Pasión del Señor: Viernes Santo. Ciclo B. 06 de Abril, 2012
Viernes Santo
Vuelve, Señor, los ojos a tu siervo y sálvame
¿No eres tú también uno de los discípulos?
Mi Reino no es de este mundo
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz
“Todo está cumplido”
Señor, escucha las súplicas de tu Iglesia
Dios mueve el corazón de los hombres
Líbranos de todos los males, Señor
Envía, Señor, tu bendición sobre estos fieles
El día de hoy y el de mañana, por una antiquísima tradición, la Iglesia omite por completo la celebración del sacrificio eucarístico.
El altar debe estar desnudo por completo: sin cruz, sin candelabros y sin manteles. Después del mediodía, alrededor de las tres de la tarde, a no ser que por razón pastoral se elija una hora más avanzada, se celebra la Pasión del Señor, que consta de tres partes: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz y Sagrada Comunión.
En este día la sagrada comunión se distribuye a los fieles únicamente dentro de la celebración de la Pasión del Señor; pero a los enfermos que no puedan tomar parte en esta celebración, se les puede llevar a cualquier hora del día.
El sacerdote y el diácono, revestidos de color rojo como para la misa, se dirigen al altar, y hecha la debida reverencia, se postran rostro en tierra o, si se juzga mejor, se arrodillan, y todos oran en silencio durante algún espacio de tiempo.
Después el sacerdote, con los ministros, se dirige a la sede, donde, vuelto hacia el pueblo, con las manos juntas, dice la siguiente oración:
No se dice Oremos.
Oración
Padre nuestro misericordioso, santifica y protege siempre a esta familia tuya, por cuya salvación derramó su Sangre y resucitó glorioso Jesucristo, tu Hijo. El cual vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Primera Parte
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Isaías (52, 13—53, 12)
He aquí que mi siervo prosperará, será engrandecido y exaltado, será puesto en alto. Muchos se horrorizaron al verlo, porque estaba desfigurado su semblante, que no tenía ya aspecto de hombre; pero muchos pueblos se llenaron de asombro. Ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán lo que nunca se habían imaginado.
¿Quién habrá de creer lo que hemos anunciado? ¿A quién se le revelará el poder del Señor?
Creció en su presencia como planta débil, como una raíz en el desierto. No tenía gracia ni belleza. No vimos en él ningún aspecto atrayente; despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, habituado al sufrimiento; como uno del cual se aparta la mirada, despreciado y desestimado.
El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo tuvimos por leproso, herido por Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. El soportó el castigo que nos trae la paz. Por sus llagas hemos sido curados.
Todos andábamos errantes como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Cuando lo maltrataban, se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado a degollar; como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Inicuamente y contra toda justicia se lo llevaron. ¿Quién se preocupó de su suerte? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron de muerte por los pecados de mi pueblo, le dieron sepultura con los malhechores a la hora de su muerte, aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá a sus descendientes, prolongará sus años y por medio de él prosperarán los designios del Señor. Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará; con sus sufrimientos justificará mi siervo a muchos, cargando con los crímenes de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes, y con los fuertes repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y fue contado entre los malhechores, cuando tomó sobre sí las culpas de todos e intercedió por los pecadores.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 30
Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
A ti, Señor, me acojo, que no quede yo nunca defraudado. En tus manos encomiendo mi espíritu y tú, mi Dios leal, me librarás.
Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
Se burlan de mí mis enemigos, mis vecinos y parientes de mí se espantan, los que me ven pasar huyen de mí. Estoy en el olvido, como un muerto,como un objeto tirado en la
basura.
Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
Pero yo, Señor, en ti confío. Tú eres mi Dios, y en tus manos está mi destino. Líbrame de los enemigos que me persiguen.
Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
Vuelve, Señor, tus ojos a tu siervo y sálvame, por tu misericordia. Sean fuertes y valientes de corazón, ustedes, los que esperan en el Señor.
Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
Segunda Lectura
Lectura de la carta a los
hebreos (4, 14-16; 5, 7-9)
Hermanos:
Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote, que ha entrado en el cielo. Mantengamos firme la profesión de nuestra fe. En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado.
Acerquémonos, por tanto, con plena confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno.
Precisamente por eso, Cristo, durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Honor y gloria a ti,
Señor Jesús.
Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre.
Honor y gloria a ti,
Señor Jesús.
Evangelio
† Pasión de nuestro Señor
Jesucristo, según San Juan
(18, 1—19, 42)
Apresaron a Jesús y lo ataron
C. En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.
Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo:
“¿A quién buscan?”
C. Le contestaron:
S. “A Jesús, el nazareno”.
C. Les dijo Jesús:
“Yo soy”.
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les volvió a preguntar:
“¿A quién buscan?”
C. Ellos dijeron:
S. “A Jesús, el nazareno”.
C. Jesús contestó:
“Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan”.
C. Así se cumplió lo que Jesús había dicho: ‘No he perdido a ninguno de los que me diste’.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
“Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?”
Llevaron a Jesús primero ante Anás
C. El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año.Caifás era el que había dado a los judíos este consejo:
‘Conviene que muera un solo hombre por el pueblo’.
Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
S. “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?”
C. El dijo:
S. “No lo soy”.
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó:
“Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo que he dicho”.
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole:
S. “¿Así contestas al sumo sacerdote?”
C. Jesús le respondió:
“Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?”
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.
¿No eres tú también uno de sus
discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
S. “¿No eres tú también uno de sus discípulos?”
C. El lo negó diciendo:
S. “No lo soy”.
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo:
S. “¿Qué no te vi yo con él en el huerto?”
C. Pedro volvió a negarlo y enseguida cantó un gallo.
Mi Reino no es de este mundo
C cena de Pascua.
Salió entonces Pilato a dondeestaban ellos y les dijo:
S. “¿De qué acusan a este hombre?”
C. Le contestaron:
S. “Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído”. C. Pilato les dijo:
S. “Pues llévenselo y júzguenlo según su ley”.
C. Los judíos le respondieron:
S. “No estamos autorizados para dar muerte a nadie”.
C. Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”
C. Jesús le contestó:
“¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?”
C. Pilato le respondió:
S. “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?”
C. Jesús le contestó:
“Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”.
C. Pilato le dijo:
S. “¿Conque tú eres rey?”
C. Jesús le contestó:
“Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
C. Pilato le dijo:
S. “¿Y qué es la verdad?”
C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo:
S. “No encuentro en él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?”
C. Pero todos ellos gritaron:
S. “¡No, a ése no! ¡A Barrabás!”
C. (El tal Barrabás era un bandido).
¡Viva el rey de los judíos!
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a él, le decían:
S. “¡Viva el rey de los judíos!”,
C. y le daban de bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. “Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en él ninguna culpa”.
C. Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura.
Pilato les dijo:
S. “Aquí está el hombre”.
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores, gritaron:
S. “¡Crucifícalo, crucifícalo!”
C. Pilato les dijo:
S. “Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él”.
C. Los judíos le contestaron:
S. “Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”.
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. “¿De dónde eres tú?”
C. Pero Jesús no le respondió.
Pilato le dijo entonces:
S. “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”
C. Jesús le contestó:
“No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”.
¡Fuera, fuera! Crucifícalo
C. Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. “¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!; porque todo el que pretende ser rey, es enemigo del César”.
C. Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata).
Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
S. “Aquí tienen a su rey”.
C. Ellos gritaron:
S. “¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!”
C. Pilato les dijo:
S. “¿A su rey voy a crucificar?”
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. “No tenemos más rey que el César”.
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Crucificaron a Jesús y con él a otros dos
C. Tomaron a Jesús y él, cargando con la cruz, se dirigió hacia el sitio llamado “la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús.
Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito: ‘Jesús el nazareno, el rey de los judíos’. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:
S. “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Soy rey de los judíos’ ”.
C. Pilato les contestó:
S. “Lo escrito, escrito está”.
Se repartieron mi ropa
C. Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Por eso se dijeron:
S. “No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca”.
C. Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica. Y eso hicieron los soldados.
Ahí está tu hijo - Ahí está tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre:
“Mujer, ahí está tu hijo”.
C. Luego dijo al discípulo:
“Ahí está tu madre”.
C. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Todo está cumplido
C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
“Tengo sed”.
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo:
“Todo está cumplido”,
C. e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa.
Inmediatamente salió sangre y agua
C. Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.
El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura:
No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.
Vendaron el cuerpo de Jesús y lo perfumaron
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. El fue entonces y se llevó el cuerpo.
Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía.
Y como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario:
Cada comunidad cristiana conservó un recuerdo particular de Jesús. La comunidad del apóstol Juan mantuvo por más de medio siglo unas palabras de Jesús en la cruz que no aparecen en ningún otro evangelio. Jesús encomienda su madre al discípulo amado. Todas las demás realidades que lo acompañaron durante su actividad misionera habían desaparecido: el grupo de amigos, la comunidad de discípulos, la multitud que lo aclamó a la entrada de Jerusalén... Incluso sus vestidos quedaron en manos de los soldados. Pero, a pesar de haber sido despojado, Jesús todavía tiene algo que dar: entrega a su propia madre para que sea acogida en la casa del discípulo amado y, a la vez, entrega al discípulo amado como un hijo.
El discípulo amado es el símbolo de la comunidad cristiana que continuó fiel a Jesús, a pesar del paso del tiempo y no obstante las inclementes persecuciones de que fue objeto. La comunidad cristiana acoge a María como una Madre como parte de la iniciativa de Jesús que quiso dejar una herencia imperecedera y, a la vez, encomienda a los cuidados de la Madre a la frágil y fiel comunidad. Esta mutua entrega es el punto culminante de una actividad misionera que comenzó en Caná de Galilea cuando María le indicó a su Hijo que el vino de la fiesta se había terminado (Jn 2,1-12); luego Jesús mismo se convirtió en el vino nuevo y en el pan de vida (Jn 6,35). De este modo, confluyen en la cruz diversas realidades que permiten comprender la profundidad con la que algunos discípulos entendieron y proclamaron la vida de Jesús.
La cruz, sin embargo, no debe entenderse únicamente como el escenario de la muerte de Jesús. La crucifixión era la máxima pena que imponía el imperio. La cruz era un castigo tan denigrante que no se podía aplicar a quienes fueran ciudadanos romanos. Solamente eran crucificados los enemigos del imperio, los presos políticos y los rebeldes capturados en guerra. Jesús muere al estilo de los sediciosos y revoltosos. Tener algún parentesco, familiaridad o amistad con un condenado a la cruz era causa de rechazo social. El testimonio de Jesús les hizo comprender a los discípulos que el camino de la cruz no era de oprobio y maldición, sino una manera radical de optar por la justicia y la paz. La cruz obligó a los discípulos a cambiar de mentalidad y a ponerse de lado de todos los que así morían. Ellos proponían como salvador de la Humanidad a un hombre que murió proscrito por la ley. Al fin y al cabo, ellos anunciaban al "Dios crucificado".
La presencia de María durante toda la vida de Jesús no es accidental. María participó de la misma suerte de su hijo. El camino al Calvario exigió de ella y de todo el grupo de mujeres que seguían al Nazareno, la máxima resistencia ante el dolor y la humillación. La presencia de María en el camino al calvario no es un hecho accidental. Es consecuencia de un seguimiento valiente y decidido.
María no se contentó con ver cómo su hijo crecía y alcanzaba la madurez. Ella se hizo partícipe de la actividad misionera de su hijo. Aunque tuvo que pasar por duras dificultades debido a las acusaciones de locura, glotonería y borrachera que los enemigos lanzaron contra Jesús (Lc 3, 20-30). Además de la fuerte exigencia de Jesús que ponía el evangelio por encima de los vínculos de parentesco (Lc 3, 31-35). Estas dificultades no menguaron su ánimo. Por eso, la vemos ascender con Jesús al Calvario. Luego, formando parte de la comunidad que recibe el Espíritu Santo en Pentecostés.
De María de Nazaret no sólo debemos tener una figura idealizada; debemos recuperar la imagen que de ella nos ofrece el evangelio.
El Nuevo Testamento nos muestra a María como una mujer que crece en amor y fidelidad al reino de Dios. Su palabra no es un monólogo sobre los asuntos domésticos. Por el contrario, su voz se alza como una exigencia de justicia en medio de una situación en la que se ha perdido el sentido del respeto a la vida. Por eso, ella en el Magníficat nos recuerda que Dios está del lado de los humildes y débiles. Dios quiere que toda la humanidad sea libre y crezca en solidaridad. Hoy, María nos invita a comprometernos decididamente con la propuesta de Dios. Ella no dudó en dar una respuesta generosa a la oferta de Dios.
Las realidades cotidianas nos exigen una actitud diferente ante la realidad. No podemos dejarnos envolver únicamente por problemas ínfimos olvidando la situación de nuestra comunidad barrial. Al igual que María debemos estar atentos a la voz que Dios nos dirige en las situaciones que exigen nuestra solidaridad. Nuestra devoción mariana debe crecer en la práctica de la justicia.
Oración Universal
La Liturgia de la Palabra se termina con la Oración Universal, que se hace de esta manera: el diácono, junto al ambón, dice el invitatorio,
en el cual se expresa la intención. Enseguida oran todos en silencio durante un breve espacio de tiempo y luego el sacerdote, de pie junto a la sede o ante el altar, dice la oración con las manos extendidas. Los fieles pueden permanecer arrodillados o de pie durante todo el tiempo de las oraciones.
I. Por la santa Iglesia.
Oremos, hermanos, por la santa Iglesia de Dios, para que el Señor le conceda la paz y la unidad, la proteja en todo el mundo y nos conceda una vida serena, para alabar a
Dios Padre todopoderoso.
Se ora un momento en silencio.Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo revelaste tu gloria a todas las naciones, conserva la obra de tu amor, para que tu Iglesia, extendida por todo el mundo, persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu nombre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
II. Por el Papa.
Oremos también por nuestro santo padre el Papa Benedicto XVI, para que Dios nuestro Señor, que lo eligió entre los obispos, lo asista y proteja para bien de su Iglesia, como guía y pastor del pueblo santo de Dios.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, cuya providencia gobierna todas las cosas, atiende a nuestras súplicas y protege con tu amor al Papa que nos has elegido, para que el pueblo cristiano, confiado por ti a su guía pastoral, progrese siempre en la fe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
III. Por el pueblo de Dios y sus ministros.
Oremos también por nuestro obispo N., por todos los obispos, presbíteros, diáconos, por todos los que ejercen algún ministerio en la Iglesia y por todo el pueblo de Dios.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que con tu Espíritu santificas y gobiernas a toda tu Iglesia, escucha nuestras súplicas y concédenos tu gracia, para que todos, según nuestra vocación, podamos servirte con fidelidad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
IV. Por los catecúmenos.
Oremos también por los (nuestros) catecúmenos, para que Dios nuestro Señor los ilumine interiormente y les comunique su amor; y para que, mediante el bautismo, se les perdonen todos sus pecados y queden incorporados a Cristo nuestro Señor.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que sin cesar concedes nuevos hijos a tu Iglesia, aumenta en los (nuestros) catecúmenos el conocimiento de su fe, para que puedan renacer por el bautismo a la vida nueva de tus hijos de adopción.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
V. Por la unidad de los cristianos.
Oremos también por todos los hermanos que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor les conceda vivir sinceramente lo que profesan y se digne reunirlos para siempre en un solo rebaño, bajo un solo pastor.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, tú que reúnes a los que están dispersos y los mantienes en la unidad, mira con amor a todos los cristianos, a fin de que, cuantos están consagrados por un solo bautismo, formen una sola familia, unida por el amor y la integridad de la fe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
VI. Por los judíos.
Oremos también por el pueblo judío, al que Dios se dignó hablar por medio de los profetas, para que el Señor le conceda progresar continuamente en el amor a su nombre y en la fidelidad a su alianza.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que prometiste llenar de bendiciones a Abraham y a su descendencia, escucha las súplicas de tu Iglesia, y concede al pueblo de la primitiva alianza alcanzar la plenitud de la redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
VII. Por los que no creen en
Cristo.
Oremos también por los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo, puedan encontrar el camino de la salvación.
Se ora un momento en silencio.Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo buscar sinceramente agradarte, para que encuentren la verdad; y a nosotros tus fieles, concédenos progresar en el amor fraterno y en el deseo de conocerte más, para dar al mundo un testimonio creíble de tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
VIII. Por los que no creen en
Dios.
Oremos también por los que no conocen a Dios, para que obren siempre con bondad y rectitud y puedan llegar así a conocer a Dios.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que has hecho a los hombres en tal forma que en todo, aun sin saberlo, te busquen y sólo al encontrarte hallen descanso, concédenos que, en medio de las adversidades de este mundo, todos reconozcan las señales de tu amor y, estimulados por el testimonio de nuestra vida, tengan por fin la alegría de creer en ti, único Dios verdadero y Padre de todos los hombres.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
IX. Por los gobernantes.
Oremos también por los jefes de Estado y todos los responsables de los asuntos públicos, para que Dios nuestro Señor les inspire decisiones que promuevan el bien común, en un ambiente de paz y libertad.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, en cuya mano está mover el corazón de los hombres y defender los derechos de los pueblos, mira con bondad a nuestros gobernantes, para que, con tu ayuda, promuevan una paz duradera, un auténtico progreso social y una verdadera libertad religiosa.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
X. Por los que se encuentran enalguna tribulación.
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que libre al mundo de todas sus miserias, dé salud a los enfermos y pan a los que tienen hambre, libere a los encarcelados y haga justicia a los oprimidos, conceda seguridad a los que viajan, un pronto retorno a los que se encuentran lejos del hogar y la vida eterna a los moribundos.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los afligidos y fortaleza de los que sufren, escucha a los que te invocan en su tribulación, para que experimenten todos la alegran de tu misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Segunda parte
Adoración de la Santa Cruz
Terminada la oración universal, se hace la adoración solemne de la santa Cruz. De las dos formas que se proponen a continuación para el descubrimiento de la cruz, elíjase la que se juzgue más apropiada pastoralmente, de acuerdo con las circunstancias.
Primera forma de mostrar la Santa Cruz
Se lleva al altar la cruz, cubierta con un velo y acompañada por dos acólitos con velas encendidas. El sacerdote, de pie ante el altar, recibe la cruz, descubre un poco su extremo superior, la eleva y comienza a cantar el invitatorio Mirad el árbol de la Cruz, cuyo canto prosigue juntamente con los ministros sagrados, o, si es necesario, con el coro. Todos responden:
Venid y adoremos. Terminado el canto, todos se arrodillan y adoran en silencio, durante algunos instantes, la cruz que el sacerdote, de pie, mantiene en alto. Enseguida el sacerdote descubre el brazo derecho de la cruz y, elevándola de nuevo, comienza a cantar (en el mismo tono que antes) el invitatorio Mirad el árbol de la Cruz, y se prosigue como la primera vez. Finalmente descubre por completo la cruz y, volviéndola a elevar, comienza por tercera vez el invitatorio Mirad el árbol de la Cruz.
Enseguida, acompañado por dos acólitos con velas encendidas, el sacerdote lleva la cruz a la entrada del presbiterio o a otro sitio adecuado y la coloca ahí, o la entrega a los ministros o acólitos para que la sostengan, y se colocan las dos velas encendidas a los lados de la cruz.
Segunda forma de mostrar la Santa Cruz
El sacerdote, el diácono u otro ministro idóneo, va a la puerta del templo juntamente con los acólitos. Ahí recibe la cruz ya descubierta. Los acólitos toman los ciriales encendidos, y todos avanzan en forma de procesión hacia el presbiterio a través del templo.
Cerca de la puerta del templo, el que lleva la cruz la levanta y canta el invitatorio Mirad el árbol de la Cruz. Todos responden Venid y adoremos y se arrodillan después de la respuesta, adorando un momento en silencio. Esto mismo se repite a la mitad de la iglesia y a la entrada del presbiterio.
(El invitatorio se canta las tres veces en el mismo tono). Enseguida se coloca la cruz a la entrada del presbiterio y se ponen a sus lados los ciriales.
Adoración
El sacerdote, el clero y los fieles se acercan procesionalmente y adoran la cruz, haciendo delante de ella una genuflexión simple o algún otro signo de veneración (como el de besarla), según la costumbre de la región.
Mientras tanto, se canta la antífona Tu Cruz adoramos, los Improperios, u otros cánticos apropiados. Todos, conforme van terminando de adorar la cruz, regresan a su lugar y se sientan.
Tercera parte
Sagrada Comunión
Se extiende un mantel sobre el altar y se pone sobre él un corporal y el libro. Enseguida el diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote, trae el Santísimo Sacramento del lugar del depósito directamente al altar, mientras todos permanecen de pie y en silencio. Dos acólitos, con candelabros encendidos, acompañan al Santísimo Sacramento y depositan luego los candelabros a los lados del altar o sobre él.
Después de que el diácono ha depositado el Santísimo Sacramento sobre el altar y ha descubierto el copón, se acerca el sacerdote y, previa genuflexión, sube al altar.
Ahí, teniendo las manos juntas, dice con voz clara: Fieles a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:
El sacerdote, con las manos extendidas, dice junto con el pueblo:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.
El sacerdote, con las manos extendidas, prosigue él solo en voz alta:
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Junta las manos. El pueblo concluye la oración, aclamando:
Tuyo es el reino,
tuyo el poder y la gloria
por siempre, Señor.
A continuación el sacerdote, con las manos juntas, dice en secreto:
Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable.
Seguidamente hace genuflexión, toma una partícula, la mantiene un poco elevada sobre el pixis y dice en voz alta, de cara al pueblo:
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Y, juntamente con el pueblo, añade una sola vez:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Luego, comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo. Después distribuye la comunión a los fieles.
Durante la comunión se pueden entonar cantos apropiados. Acabada la comunión, un ministro idóneo lleva el pixis a algún lugar especialmente preparado fuera de la iglesia, o bien, si lo exigen las circunstancias, lo reserva en el sagrario.
Después el sacerdote, guardado si lo cree oportuno un breve silencio, dice la siguiente oración:
Oración después de la Comunión
Oremos.
Dios todopoderoso y eterno, que nos has redimido con la gloriosa muerte y resurrección de Jesucristo, por medio de nuestra participación en este sacramento prosigue en nosotros la obra de tu amor y ayúdanos a vivir entregados siempre a tu servicio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Como despedida, el sacerdote, de pie y vuelto hacia el pueblo, extendiendo las manos sobre él, dice la siguiente oración:
Oración sobre el Pueblo
Envía, Señor, tu bendición sobre estos fieles tuyos que han conmemorado la muerte de tu Hijo y esperan resucitar con él; concédeles tu perdón y tu consuelo, fortalece su fe y condúcelos a su eterna salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Y todos se retiran en silencio. A su debido tiempo se desnuda el altar.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario