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jueves, 15 de noviembre de 2012

La Homilía de Betania: XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, 18 de Noviembre, 2012.

La Homilía de Betania: XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, 18 de Noviembre, 2012. 1.- NUEVOS TIEMPOS Por José María Martín OSA 1- Anuncio de nueva vida. En el Libro de Daniel se anuncia cómo todo llegará a un nuevo punto culminante y decisivo, en el que Israel será protagonista y vencedor y se cumplirán los planes de Dios. Esto es lo que quiere decirse aludiendo a la victoria del arcángel San Miguel, que es el ángel custodio del pueblo de Dios y la personificación de la especial providencia divina en favor de Israel. En los pasajes apocalípticos la "gran tribulación" o "los tiempos difíciles" aparecen como una señal de salvación definitiva de los justos. Se trata de una imagen utilizada para expresar que Dios conoce a los suyos y los protege hasta el final. Habla claramente de la resurrección de los muertos que "duermen en el polvo". Aunque se dice que "despertarán muchos", esta expresión quiere decir con frecuencia "todos", y éste parece aquí su sentido. La resurrección es para nuestro autor un postulado de la justicia divina, que no puede dejar sin premio a los mártires y sin castigo a sus verdugos. No falta una palabra de esperanza y una promesa para los "sabios", esto es, para los que enseñan a practicar y no sólo a conocer lo que es justo a los ojos de Dios. Hay para ellos reservada una gloria especial e imperecedera. 2- La llegada de los últimos tiempos no tiene fecha. En el evangelio Jesús trata de inculcar en sus discípulos la certeza del final de los tiempos. Esta lectura recoge parte del llamado "apocalipsis sinóptico", según la versión de Marcos. Para ello se sirve de una comparación, el ejemplo de la higuera cuando se acerca la primavera. Sin embargo, la certeza de la llegada del final no tiene fecha, permanece oculta. La apocalíptica es de naturaleza simbólica, plástica y está al servicio de una idea. Por lo que respecta al final, éste es expresado con imágenes tremendistas: cataclismos cósmicos, guerras, fuego, derrumbamientos, personajes celestes, señales luminosas, trompetas convocando a juicio. Es la imaginería que se recoge en el Evangelio de hoy. Su valor no es literal, sino simbólico. Este evangelio no es, por supuesto, una guía de los últimos días; no hay un reportaje sobre los últimos acontecimientos. Resuena este domingo la voz potente de Jesús para gritarnos que la vida es una tarea hermosa, cuyo alcance y proporciones se verán un día, que El no precisa. 3.- La venida del “Hijo del Hombre” es para la salvación. La caída del "mundo viejo" con todos los poderes que lo rigen y determinan coincide con la irrupción de una creación nueva. En el mismo momento en que todo sea oscuro, aparecerá a los ojos de los hombres el Hijo del Hombre, Jesús el salvador. Jesús se aplica a sí mismo la expresión de “Hijo del Hombre” del profeta Daniel. Pero falta una detallada descripción del juicio. Para Marcos no es importante el destino de "los otros", sino la afirmación a los elegidos: ¡No os perderéis! Podéis permanecer hasta el final como discípulos de Jesús. La palabra "venir" en los profetas significa frecuentemente "manifestarse", y ése es aquí su sentido más apropiado referido a la venida del Hijo del Hombre. Por lo tanto, Jesús se manifestará como Señor y en El aparecerá la misma gloria de Dios. Por eso vendrá con "poder" y "majestad", que es el atributo exclusivo de Dios. La reunión de todos los elegidos constituye un rasgo esencial del Reino de Dios que aparece ya en las expectativas mesiánicas de Israel. Aunque Marcos no menciona el juicio final, lo presupone: los que no sean reunidos quedarán excluidos del Reino de Dios. El juicio es para la salvación, no para la condenación. En este futuro actuar de Dios hay un sí absoluto al mundo que ha creado. La asamblea eucarística en la que estamos participando quiere ser también un signo de esperanza en el que se anticipa la gran reunión de los elegidos cuando vuelva el Señor. ________________________________________ 2.- LA IGLESIA CONTRIBUYE A CREAR UNA SOCIEDAD MEJOR Por Pedro Juan Díaz 1.- El evangelio de este domingo entra dentro de ese género que llamamos apocalíptico, con la idea de hacernos caer en la cuenta del final del tiempo ordinario. Jesús está en Jerusalén, su Pasión está muy cercana, y va preparando a sus discípulos. La muerte y resurrección de Jesús va a tener una dimensión tan grande que el sol, la luna, las estrellas y los astros se verán afectados. No ha ocurrido nada igual nunca. Nuestras vidas cambiaron con aquel acontecimiento. La salvación de Dios se hizo patente. Hay que estar despiertos para encontrarla cada día, llamándonos a la puerta. Es una búsqueda activa y constante. Dios nos sale al encuentro, ¿nos encontrará preparados? 2.- Marcos quiere transmitir esperanza a su comunidad y también a nosotros. Aunque las cosas no estén bien, al final permanecerá la Palabra de Jesús, esa Palabra que este curso está inspirando nuestra pastoral diocesana. Y esa Palabra hará posible que la verdad, la justicia y el amor sean los que triunfen en nuestro mundo. Tanto el evangelio como la primera lectura, de la profecía de Daniel, forman parte de lo que en la Biblia se llama la literatura apocalíptica, que no es una manera de predecir el fin del mundo, sino que lo que pretende es provocar en nosotros esa tensión propia de un cristiano que vive en la historia y que sabe que la historia tendrá un final, pero un final feliz, esperanzador, de salvación, porque Jesús ha convertido nuestra vida y nuestra historia en una “historia de salvación”. 3.- No sabemos cuándo ocurrirá ni como pasará, y verdaderamente nos ha de preocupar poco. Lo que sí que sabemos es que Dios, en un momento concreto de la historia, enviará por segunda y definitiva vez a su hijo Jesús “para reunir a sus elegidos”. Dios va a intervenir para salvarnos. Y recordar esto nos hace estar alerta para “devolverle” este mundo que ha puesto en nuestras manos en las mejores condiciones posibles. 4.- La tarea de un cristiano en este mundo y en esta historia nuestra es ir desvelando, desenterrado, manifestando ese Reino de Dios que está presente implícitamente entre nosotros y que Dios nos encomienda que lo hagamos cada vez más explícito, hasta que el venga y lo implante totalmente. ¿Dónde? Cada uno desde su puesto. Nuestras familias, ¿pueden parecerse más a la familia que Dios quiere? Nuestras relaciones humanas y de amistad, ¿pueden afianzarse más en la fraternidad que Dios quiere que vivamos todos los seres humanos? ¿Podemos valorar más y mejor nuestro trabajo como una fuente de realización personal y no simplemente como algo “por lo que tengo que pasar” para conseguir dinero? En la parroquia, ¿podemos crecer en compromiso y corresponsabilidad? Y podríamos seguir haciéndonos preguntas de este tipo. 5.- Y hablando de la parroquia, hoy se celebra en toda España el “Día de la Iglesia Diocesana”. La diócesis la formamos cada uno de los cristianos que vivimos y celebramos nuestra fe en esta provincia alicantina. En ella, como sabéis, convivimos sacerdotes, religiosos y laicos. La Diócesis es nuestra gran familia, la casa grande donde todos cabemos y tenemos nuestro sitio. Hoy es su día. Hoy pedimos en nuestra Eucaristía por todas las parroquias de nuestra diócesis, por todas sus actividades pastorales, sociales, asistenciales, por nuestros misioneros diocesanos, por los niños, jóvenes y mayores de nuestras parroquias, por los sacerdotes, por los religiosos... Todos caben hoy en la Mesa que cada domingo nos convoca para reunirnos con el Señor de la Casa. 6.- Hoy me gustaría que cayéramos en la cuenta de dos cosas, relacionadas con la parroquia y con lo que estamos celebrando. Celebrar la Iglesia Diocesana nos ha de hacer caer en la cuenta de que todos los bautizados no podemos conformarnos con pertenecer a la Iglesia, sino que SOMOS la Iglesia. Y ese SER ha de tocar lo más profundo de nuestra identidad. Soy la Iglesia. Igual que soy miembro de una familia, por los lazos de la sangre, soy miembro de la Iglesia por los lazos de la fe y del bautismo. Y eso no se puede borrar. Mi familia será mejor o peor, tendrá sus fallos y sus virtudes, pero no deja de ser mi familia, ni dejo de ser miembro de ella. Mi Iglesia, mi Parroquia también, con sus luces y sus sombras. 7.- Y en consonancia con el lema de esta jornada, soy la Iglesia y estoy llamado a construir un mundo mejor, una sociedad mejor. “La Iglesia contribuye a crear una sociedad mejor”, dice el lema de este Día de la Iglesia Diocesana. Somos la Iglesia que trabaja y se implica en el mundo, en nuestra sociedad, para hacerla mejor. Estamos llamados a construir un mundo mejor para todos, un mundo en paz, en justicia, en amor. En las familias, en los lugares de trabajo, en nuestros ambientes de amistad y ocio, en nuestros grupos y comunidades parroquiales… Contribuyamos a crear unas familias mejores, unas condiciones de trabajo y de vida mejores para todos, especialmente para los más pobres, unas relaciones de amistad y de colaboración mejores, una Iglesia mejor. El Señor nos llama a llenar nuestro mundo de la Vida que Él nos da cada vez que nos acercamos a su Mesa. Que este Año de la Fe nos ayude a redescubrir la alegría de creer, y a no desesperar. Dios tiene la última Palabra y es de amor. ________________________________________ 3.- NUESTRAS VIDAS SON LOS RÍOS… Por Gabriel González del Estal 1.- El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre. Todo pasa y todo queda, porque la vida es pasar, decía una canción. Ninguna flor dura dos primaveras y todo ser que nace es mortal. Sí, con razón decía nuestro poeta que nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos. Estamos en el penúltimo domingo del tiempo ordinario y la liturgia pone hoy, para nuestra reflexión, este texto del evangelio, según san Marcos, en el que, con lenguaje apocalíptico, se nos habla del fin de los tiempos y de la venida del Hijo del Hombre para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Mucho se ha especulado en el mundo cristiano sobre la fecha y momentos de este último día, pero si ni los ángeles, ni el mismo Hijo lo sabía, no debemos perder nosotros el tiempo intentando averiguar lo que no podemos saber. Sabemos, eso sí, que nuestro tiempo es finito, porque somos mortales, y que lo importante es vivir este tiempo mortal de tal manera que, al final, podamos desembocar en el océano de amor infinito que es Dios. Porque nuestro destino en la vida inmortal tenemos que decidirlo nosotros ahora, mientras estamos en esta vida mortal. También lo dijo bellamente nuestro poeta: este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos. Al fin de cuentas, descansar en los brazos de Dios no es ningún destino trágico, sino sumamente consolador y reconfortante. 2.- Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, brillarán como las estrellas por toda la eternidad. También el profeta Daniel, en lenguaje apocalíptico, hablaba a gente que estaba pasando momentos muy difíciles. Lo que quiere decirles el profeta es que no deben olvidar que es en esta vida donde se fragua el destino de la vida eterna y que los sabios, es decir, los que practicaron y enseñaron la justicia, brillarán por toda la eternidad. Las penas y los dolores de esta vida son nada comparados con el premio que Dios dará a los que le sirvan con amor, porque los deleites de acá son temporales y los tormentos de allá eternales. San Pablo, antes, santa Teresa después, y tantos y tantos santos ascetas y místicos siempre nos hablaron en el mismo sentido. Esforcémonos por tanto en esta vida en hacer el bien, en este camino en el que Dios nos ha puesto, luchando a brazo partido contra el mal, sin dejarnos vencer y acobardar por todas las dificultades que tengamos que pasar mientras vivamos. 3.- Donde hay perdón, no hay ofrenda de los pecados. Este es nuestro gran consuelo y nuestra última esperanza: que Cristo, con el solo sacrificio de su vida, nos ha perdonado de una vez para siempre nuestros pecados: con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Naturalmente, para hacernos participantes de los méritos de Cristo deberemos asemejarnos a él, tratando de correr siempre por el camino del evangelio que él mismo nos anunció. Para eso ha ascendido él hasta el Padre, para prepararnos sitio y para que donde él está, también podamos estar nosotros. Fuente: www.betania.es

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