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martes, 13 de noviembre de 2012

Ordinario de la Misa: XXXII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo B. Miercoles 14 de noviembre, 2012

Ordinario de la Misa: XXXII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo B. Miercoles 14 de noviembre, 2012 El Señor es mi pastor, nada me falta Feria de la 32a. semana del Tiempo Ordinario Escucha, Señor, mi voz y mis clamores Antífona de Entrada Escucha, Señor, mi voz y mis clamores y ven en mi ayuda; no me rechaces, ni me abandones, Dios, salvador mío. Oración Colecta Oremos: Dios nuestro, fuerza de todos los que en ti confían, ayúdanos con tu gracia, sin la cual nada puede nuestra humana debilidad, para que podamos serte fieles en la observancia de tus mandamientos. Por nuestro Señor Jesucristo… Amén. Primera Lectura Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Tito (3, 1-7) Querido hermano: Recuérdales a todos que deben someterse a los gobernantes y a las autoridades, que sean obedientes, que estén dispuestos para toda clase de obras buenas, que no insulten a nadie, que eviten los pleitos, que sean sencillos y traten a todos con amabilidad. Porque hubo un tiempo en que también nosotros fuimos insensatos y rebeldes con Dios; andábamos descarriados y éramos esclavos de todo género de pasiones y placeres; vivíamos una vida llena de maldad y de envidia; éramos abominables y nos odiábamos los unos a los otros. Pero, al manifestarse la bondad de Dios, nuestro salvador, y su amor a los hombres, él nos salvó, no porque nosotros hubiéramos hecho algo digno de merecerlo, sino por su misericordia. Lo hizo mediante el bautismo, que nos regenera y nos renueva, por la acción del Espíritu Santo, a quien Dios derramó abundantemente sobre nosotros, por Cristo, nuestro salvador. Así, justificados por su gracia, nos convertiremos en herederos, cuando se realice la esperanza de la vida eterna. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor. Salmo Responsorial Salmo 22 El Señor es mi pastor, nada me faltará. El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas. El Señor es mi pastor, nada me faltará. Por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad. El Señor es mi pastor, nada me faltará. Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes. El Señor es mi pastor, nada me faltará. Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término. El Señor es mi pastor, nada me faltará. Aclamación antes del Evangelio Aleluya, aleluya. Den gracias siempre, unidos a Cristo Jesús, pues esto es lo que Dios quiere que ustedes hagan. Aleluya. Evangelio † Lectura del santo Evangelio según san Lucas (17, 11-19) Gloria a ti, Señor. En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!” Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús. Comentario: Sanación y salvación son presentadas frecuentemente como realidades sinónimas o incluso como la misma realidad. El relato del evangelio de hoy nos pone en guardia contra los equívocos de esa identificación. Las sociedades antiguas, como la griega y la judía, tenían en gran aprecio la salud y la belleza corporal. Salud y belleza eran sinónimo de bienestar, y el bienestar era sinónimo de salvación. Sin embargo, Jesús hace un gesto sublime al encontrarse con leprosos, que, por su enfermedad y fealdad, eran mortalmente despreciados. Incluso sus propios discípulos están ausentes de la escena. La sanación que Jesús obra sobre el grupo les restaura la salud y el Templo certifica el resultado por medio de una ofrenda. El samaritano, tratado como extranjero por sus propios correligionarios, es el único que retorna, porque se reconoce en deuda con Jesús y no con el Templo que nunca lo ha reconocido. El samaritano es el único que reconoce que la salud no se identifica con la salvación y que la única deuda que tiene es la de la gratitud. Con esta actitud reconoce que no sólo ha sanado su cuerpo, sino que ha restaurado su espíritu, es decir, ha entrado en el nuevo orden que es la salvación. Oración sobre las Ofrendas Dios nuestro, que en estos dones que te presentamos has otorgado al hombre el pan que lo alimenta y el sacramento que le da nueva vida, haz que nunca llegue a faltarnos este sustento del cuerpo y del espíritu. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Prefacio Común VIII Jesús, buen samaritano El Señor esté con ustedes. Y con tu espíritu. Levantemos el corazón. Lo tenemos levantado hacia el Señor. Demos gracias al Señor, nuestro Dios. Es justo y necesario. En verdad es justo darte gracias, y deber nuestro alabarte, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, en todos los momentos y circunstancias de la vida, en la salud y en la enfermedad, en el sufrimiento y en el gozo, por tu siervo, Jesús, nuestro Redentor. Porque él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor, vislumbramos la luz pascual en tu Hijo, muerto y resucitado. Por eso, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos a una voz el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo... Antífona de la Comunión Una sola cosa he pedido al Señor y es lo único que busco: habitar en su casa todos los días de mi vida. Oración después de la Comunión Oremos: Que nuestra participación en este sacramento signo de la unión de los fieles en ti, contribuya, Señor, a la unidad de tu Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Fuentes: www.lecturadeldia.com; www.servicioskoinonia.org

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