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sábado, 25 de septiembre de 2010

Homilías Domingo XXVI Tiempo Ordinario. Ciclo C. 26 de septiembre 2010

1.- DON MORCILLA
Por José María Maruri, SJ
1.- A primera vista esta parábola presenta una especie de ley de compensación: el que en esta vida recibe bienes en la otra lo pasará mal, y el que lo pasa mal en esta vida, en la otra lo pasará bien. Nada más lejos de la realidad. Ni el rico es malo por ser rico, ni el pobre es bueno por ser pobre. Cada uno labra su propio futuro.
Esta parábola presenta a dos personas. Una innominada, no tiene nombre, se llama “el rico”, o por su afán en la vida, la de comer bien: el Epulón, o Comilón; o mejor le vendría el sobrenombre de don Morcilla, como ya os he comentado alguna vez. El otro tiene nombre propio, Lázaro, que significa algo: como el ayudado de Dios, o Dios está contigo.
Del rico no se dice que trataba a patadas al pobre, que lo echa a patadas, que lo apalea. Nada de eso. Simplemente lo ignora, que no lo ve, que ni se da cuenta de que existe. Todo él está inmerso en los ricos manjares, en el maravilloso vino, en la música del banquete, ni de los hermanos que tiene se da cuenta. Sus perros tienen mejores ojos que él y reconocen en Lázaro un ser que necesita de ellos. Y le cuidan como hace un perro con otro perro, lamiendo sus heridas que saben que es la mejor cura. Esos perros son más compasivos que su amo.
2.- Don Morcilla en resumen no es más que uno de tantos egoístas de este mundo, que no vive más que para si, sin ojos para la necesidad de los demás. Y que triste es que una persona viva tan embebida en algo, tan olvidada de todo y de todos. A nadie le interesa quién es: sus problemas, sus enfermedades, que tuvo unos padres, que vivió en una familia, que tuvo hermanos… Se le deja solo, en la soledad que él eligió absorbido por el placer, el dinero o el poder.
3.- Don Morcilla vivió sólo para sí. Ni de sus hermanos se acuerda hasta después de muerto, menos se acuerda de a Abrahán, ni de Dios. Nada le importa hasta que se encuentra en la absoluta soledad de la muerte. Necios llama Dios a estos hombres, como llamó a aquel rico que quería acumular sus riquezas en nuevos graneros y que aquella misma noche murió.
Esta es la tremenda tragedia de nuestro don Morcilla de la parábola. El beber y el comer han cerrado sus ojos. Toda su preocupación es ese número de la pizarra que cree ser el número de platos que ha comido, el número de una cuenta corriente, el número de votos conseguidos y ese número no es más que entregar el examen y ya es tarde. Toda una vida, afanados por buscar una solución falsa, un número engañoso, toda una vida perdida…
4.- Al otro lado del abismo es tarde para darse cuenta de que necesitó de Lázaro, de Abrahán, de Dios, tarde para ocuparse de unos hermanos que banquetearon con él, que se sentaron en los mismos consejos de administración y, tal vez, tomaron medidas tremendas para los demás.
Si en vida ni los hombres, sus hermanos, ni dios y su Palabra, pudieron abrir los ojos cegados por los banquetes, el dinero, el poder, tampoco un muerto resucitado servirá para nada. Y es tarde… el examen ha terminado.














































2.- UNA PARÁBOLA SOBRE NUESTRO TIEMPO
Por José María Martín OSA
1- Denuncia de la injusticia y de la paganización. Amós es uno de los primeros profetas cuyas palabras fueron puestas por escrito. Su denuncia y, al mismo tiempo, anuncio profético, se desarrolla durante el reinado de Jeroboan II (siglo VIII a. C.). El reino alcanza una relativa prosperidad política y económica. Las grandes potencias beligerantes de aquellos tiempos, Egipto y Asiria, dejan en paz al pequeño reino de Israel. Aprovechándose de la situación, las clases dirigentes se entregan sin preocupaciones a la "dulce vida", a comer y a beber. Estos políticos de corto alcance, que no ven más allá de su comodidad pasajera y cuya filosofía es la de un hedonismo materialista, no consideran la miseria de los más pobres y ni siquiera se dan cuenta de la catástrofe que se avecina sobre ellos mismos... Su ociosidad y desenfreno socavan los cimientos de la sociedad y son una señal inequívoca de la decadencia moral. Se alza contra ellos la voz del profeta que grita en Samaría denunciando sus orgías disolutas. Otro de los males que aquejan a Israel es la paganización de sus costumbres. La clase dominante se acuesta en “lechos de marfil” y recrea sus sentidos con olores y sonidos como hacían los gentiles. La comparación que se hace con David está llena de ironía. Mientras David, el más glorioso de los reyes de Israel, componía y cantaba sus composiciones delante del Señor y le daba gracias por sus victorias, estos políticos disolutos se adormecen al son de todos los instrumentos musicales hasta que les despierte la derrota y la ruina de su pueblo. Dos de las doce tribus, Efraím y Manasés, correspondían a los descendientes de José. Por lo tanto, "los desastres de José" son aquí las calamidades que padecen los pobres bajo la opresión y la indiferencia de unos políticos ociosos. La tremenda realidad del destierro abrirá los ojos a los que ahora no quieren abrir sus oídos a las quejas de los pobres y a la denuncia del profeta. ¿No estamos viviendo hoy una situación parecida de injusticia y paganismo, es decir olvido y alejamiento de Dios, tal como ha señalado el Papa Benedicto XVI durante su viaje a Gran Bretaña?
2.- Servir a Dios en el hambriento y necesitado. El Salmo 145 proclama que Dios es el creador del cielo y de la tierra, es el que hace justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos y libera a los cautivos. Abre los ojos a los ciegos, levanta a los caídos, ama a los justos, protege al extranjero, sustenta al huérfano y a la viuda. Trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y sobre todos los tiempos. El Señor no vive alejado de sus criaturas, sino que queda involucrado en su historia, luchando por la justicia, poniéndose de parte de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices. Es necesario cumplir la voluntad de Dios: ofrecer el pan a los hambrientos, visitar a los prisioneros, apoyar y consolar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y míseros. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas. Seremos juzgados por la opción de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo, en el encarcelado. «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis», dirá entonces el Señor. Hay en el salmo una referencia implícita a la Eucaristía: tenemos hambre de Cristo y Él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Quienes dicen esto están hambrientos; quienes sienten la necesidad del pan, están hambrientos. Esta hambre es plenamente saciada por el sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
3.- El peor mal es la indiferencia. San Agustín comienza el comentario a este pasaje del evangelio de Lucas diciendo: “He aquí la fe de la que se ríen los malvados y los incrédulos: nosotros decimos que después de la presente vida hay otra”. Eso le pasó al rico de este pasaje del Evangelio. No se dio cuenta que afuera había un pobre al que los perros le lamían las heridas. El rico vivió feliz, sin preocuparse. No daba limosna no porque fuera “mala persona”. El texto no dice eso, sino que ¡no se dio cuenta que había un pobre afuera! Es decir, le consumió el dinero, le cerró los ojos porque veía sólo su felicidad, pero esto le alejó del pobre. Entre el buen cristiano y un pobre no debe existir distancia, sino cercanía (prójimo viene de ahí). En cambio, entre el rico Epulón y el pobre Lázaro había un abismo que los separaba. Por cierto, lo del nombre de Epulón se lo han puesto después, significa “glotón”. El evangelio no le pone nombre, porque la indiferencia con la que actúa es inhumana, no merece ningún nombre. Ya lo dijo la madre Teresa de Calcuta: “el peor mal es la indiferencia”. “Lázaro” es la abreviación de “Eleazar”, que significa “Dios ayuda”. Dios está con él y le lleva a su Reino. El rico le pide a Lázaro que ayude a su familia. Lázaro no puede ayudarle como él pide, pues en ese momento interviene el padre Abraham para aclarar que no es cuestión de avisos extraordinarios. Ver a un hombre al que los mismos perros le lamían las heridas es ya una visión extraordinaria, capaz de movilizar a cualquier rico a darle salud y alimento. ¿Serviría se que apareciese Lázaro para hacer cambiar a la familia del rico? No lo sabemos. Pero sí sabemos que basta con la Palabra de Dios (los Profetas) para que todos se salven.
4.- No nos olvidemos de la justicia que Dios quiere. Quien posee mucho dinero debe compartirlo. Cuando se lee este Evangelio, muchos nos justificamos diciendo: “yo doy limosna”. Pero la verdad que muchas veces estamos dando lo que nos sobra, o lo que no nos cuesta, o una porción que sólo deja tranquila nuestra conciencia. Nos despreocupamos del tema de la justicia, que es la primera recomendación de Pablo a Timoteo. Jesús se dirige en esta ocasión a “los fariseos”. No les habla a sus discípulos sobre esto. El Fariseo es el falso, el hipócrita, el que cumple la ley por obligación, no por amor. El fariseo es el que hace lo que la ley de Moisés dice (los fariseos de hoy, lo que Cristo dice), pero sólo para dejar tranquila su conciencia. Así cree que se justifica. El cristiano verdadero se dice a sí mismo: “puedo dar más, podría dar más, tengo que poder dar más”. Debería decir algo más: “tengo que intentar cambiar este mundo injusto”. El cardenal Newman, beatificado por el Papa hace unos pocos días, tenía muy claro el peligro de las riquezas y, por eso, nos dejó escrito este comentario del evangelio de hoy:
“Hay algo harto temible en las implicaciones de este texto: que aquellos que poseen riquezas, en ellas mismas ya han recibido su parte, su porción, tal como son, plenamente... y eso en lugar del Regalo Celestial del Evangelio. Pues bien, es usual desechar estos pasajes con la observación de que fueron dirigidas no a los que poseían riquezas, sino a los que en ellas ponían su confianza; como si fuera indiscutible que en estos textos se implica que no hay ninguna conexión entre el poseer y el confiar, como si no hubiere advertencia ninguna de que la posesión conduce hacia una confianza idolátrica en esos bienes. Pero a decir verdad, que Nuestro Señor quiso significar que las riquezas en algún sentido son una calamidad para el cristiano, es cosa evidente, no sólo a partir de textos, sino que exactamente eso también se deduce directamente de sus numerosas alabanzas y recomendaciones de la pobreza”.
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3.- EL DRAMA DEL HAMBRE SIGUE
Por Pedro Juan Díaz
1.- Si recuerdan, el Evangelio del domingo pasado terminaba con unas palabras de Jesús: “no podéis servir a Dios y al dinero”. Ese Evangelio enlaza con el que acabamos de escuchar. Pero entre medias hay unos versículos que nos ayudan a situar el contexto en el que Jesús habla. El versículo siguiente dice que “oyeron esto unos fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de Él”. Estos personajes se tienen por justos y se burlan de Jesús. De ahí que Jesús, con esta parábola, responda a sus burlas y les muestre una imagen de Dios muy distinta a la que ellos tienen: la de un Dios que no soporta la indiferencia del rico hacia el pobre Lázaro, la de un Dios que está de parte de los pobres.
2.- Juan Pablo II hace 20 años pronunció unas palabras con las que quería hacer un llamamiento a la comunidad internacional sobre el drama del hambre. Decía así: “¿Cómo juzgará la historia a una generación que cuenta con todos los medios necesarios para alimentar a la población del planeta y que rechaza el hacerlo por una ceguera fratricida?”.
Como ven, este Evangelio no está tan lejos de nuestra realidad, ni nos ha de parecer tan exagerado, porque el drama del hambre sigue siendo una lacra que arrastramos sin solución, y seguimos rodeados de “lázaros” que, con suerte, comen de las migajas que caen de nuestras mesas.
3.- Decía también Jesús que “lo que hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicisteis”. Y es que si Dios se ha identificado con alguien totalmente es y será con el más pobre y necesitado de nuestro mundo. Y esto no sólo tiene que mover nuestro corazón, sino también nuestra acción y nuestro compromiso. Y la Palabra de Dios sigue siendo el criterio de discernimiento para una auténtica conversión de nuestro corazón y de nuestras actitudes hacia los más pobres. “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”.
Y además, vivimos en una sociedad que tiene los medios para acabar con el hambre, pero no lo hace, no los usa, no los pone en práctica, por puro egoísmo, por puro materialismo, por puro consumismo. A esto es a lo que llamamos ‘pecado estructural’, es decir, un pecado que nace de la misma sociedad y en que todos tenemos algo de responsabilidad, por acción o por omisión.
4.- La Eucaristía que celebramos cada domingo es un encuentro con el Dios de los pobres. Compartir el pan y el vino, que son el cuerpo y la sangre de Jesús, es un adelanto del proyecto del Reino de Dios, donde nadie será más que nadie, y habrá de todo para todos. Ese adelanto del Reino que es la Eucaristía es un don, un regalo, para que veamos que puede ser real, pero también una tarea, para ir haciendo camino, para ir poniéndolo en práctica, para que se convierta en realidad cada día un poquito más. Que llevemos la Eucaristía a nuestros ambientes, que hagamos realidad en ellos el proyecto del Reino de Jesús, que no permanezcamos indiferentes ante el sufrimiento de tantos hermanos nuestros.

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